martes, 31 de enero de 2023

La Playa en 1978, un comentario de Homero Arellano comentado por mí en 2023.

“LA PLAYA, MUNICIPIO GERÓNIMO MALDONADO”

Templo parroquial de San Vicente Ferrer

         Firmado en Caracas en enero de 1978, el playense Homero Arellano escribe un breve comentario sobre La Playa a propósito de su elevación a la efímera categoría de municipio. Inicia su escrito describiendo la población, para finalizar sin ilación alguna en datos biográficos del epónimo de la naciente municipalidad.

         Sobre La Playa, Homero Arellano escribe lo siguiente:

         “La Playa, escribe José Ramón Rangel, es uno de los lugares más pintorescos de los Andes venezolanos, con amplios panoramas de cumbres que descienden de los páramos de La Negra, El Portachuelo y Mariño, con un altiplano cultivado de cañamelar, cafetos y hortalizas, regado por el rumoroso río Zarzales, que en tierras tovareñas toma el nombre de Mocotíes, o mejor Mucutíes, por tener una voz indígena.” En esta primera sección sitúa geográficamente al pueblo, además de indicar la posible correcta grafía del nombre del río Mocotíes, con lo que curiosamente concuerdo en mi escrito sobre el posible significado de esta voz indígena.

         Continúa Arellano: “Vista desde la Mesa de Adrián o desde el filo del Morretón, La Playa parece un pequeño mar de verdura en que las tonalidades del verde se dan todas. Los sauces parecen flotar su tristeza y su parsimonia durante el día y en la noche semejan centinelas solemnes de aquel paisaje vegetal. Verdes amenazados hoy por el reseco deterioro de los montes circunvecinos durante años consecutivos castigados por los incendios forestales.” Y es que Homero Arellano no ha sido el primero ni el único en preocuparse por las constantes quemas de las montañas que rodean a La Playa, si esto lo escribía en 1978, significa que es cuento de nunca acabar, pues todos conocemos cómo periódicamente se incendian los cerros para la destrucción de la flora y fauna y para el deslumbrante espectáculo observable por la noche desde el pueblo; aunque en los últimos años ha habido gran conciencia ambientalista, la misma que se ha visto reflejada en la minuciosa reforestación de las montañas y en el combate directo contra los incendios por comitivas de playenses comprometidos con el medio ambiente y a los que no les importa tanto arriesgar sus vidas para enfrentarse a llamaradas de fuego que sobrepasan los dos o tres metros de altura.

Arellano parece tener claro que La Playa en la que él nació y creció no era la misma que para el momento en el que escribía su comentario, y lo más notable del cambio era el descenso del nivel del agua, por lo cual apunta: “Las aguas otrora abundantes y sonoras, comienzan a escasear. El río de las remotas leyendas mucutíes está resentido y disminuido; ya los alisos no habitan en sus orillas como antaño. Rescatar su verdor y salvar el viejo río es un deber del hoy municipio Gerónimo Maldonado.”

Luego Arellano nos brinda una información bastante olvidada, o al menos poco conocida por las generaciones actuales, y es referente al licor playero: “Del alambique de los años veinte que dio el aguardiente más famoso de aquellos años en los Andes, el aguardiente playero o ahinojado de grato recuerdo para los sobrevivientes de la pasada generación”.

Finalmente, hace mención particular de una supuesta variedad de papa playera, de la cual desconozco su veracidad o vigencia en la actualidad: “De su agricultura es famosa y muy conocida en la región occidental venezolana la alta calidad de la papa playera variedad especial de la zona merideña de fines del siglo diecinueve y primera década de veinte.” El comentario, como ya dije al principio, culmina con datos biográficos del doctor Gerónimo Maldonado, pero como no aporta mayor novedad prefiero dejarlo hasta ahí.

Es así como La Playa ha sido amada y recordada también por sus hijos que una vez tuvieron que dejarla atrás para perseguir sus sueños, estudios, o trabajos anhelados, como en el caso de Homero Arellano, que ejerció el periodismo en la capital de la República, y como él tantos otros profesionales que han hecho sus vidas fuera del pueblo, pero que recuerdan cada detalle con orgullo y melancolía, pues siempre se cree que fueron mejor los tiempos pasados y que los actuales ya no son tan buenos.

P.A

García

domingo, 29 de enero de 2023

Cuando la violencia pretende ser la solución

“TERRORISMO VISUAL”

Imagen referencial presente en la web, lo que indica que la práctica es más común de lo que se cree.

         El Diccionario de la Lengua Española explica sobre el terrorismo, en su segunda acepción, que es una “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, y quiero dejar clara la definición del término en uso para poder justificar por qué lo utilicé en el subtítulo de este comentario.

         El año pasado mientras caminaba como de costumbre de mi casa al colegio donde trabajo vi un enorme cartel que aquí le llaman gigantografía, de proporciones industriales, ubicado en una calle cercana al cementerio general de la ciudad de Ayacucho. Dicho material visual contenía un mensaje que yo no dudé en catalogar desde el primer momento en que lo leí como “terrorismo visual”, y es que, entre otras cosas, apuntaba en letras mayúsculas y rojas que “TODO DELINCUENTE QUE SEA CAPTURADO SERÁ LINCHADO” y en otros párrafos considerablemente más pequeños al anterior se advertía que a quien fuese capturado delinquiendo sería entregado a la policía.

         El primer mensaje me dejó impactado por varios días. Cada vez que pasaba por ahí, volteaba la mirada para darme cuenta de lo que realmente decía, porque no pasaba a creerlo. En oportunidades me hacía el propósito de no mirar para no mortificarme, pero era inútil, y peor me fue aun cuando descubrí que al final de dicha calle habían colocado otro cartel idéntico, de modo que ya no era uno solo, sino dos enormes gigantografías incitando a la violencia desmedida, la anarquía y el terrorismo “comunal”.

         Pasaban los días y yo seguía dándole vueltas al asunto. Quería hacer algo, necesitaba hacer algo para contrarrestar una barbaridad tan catastrófica y anticristiana. Lo primero que hice fue conversar con mis alumnos, ya que muchos de ellos viven por la zona. Primero les pregunté si habían visto el cartel, y fueron pocos los que se habían enterado. Luego les pregunté si estaba bien o mal poner algo así en la calle, y la respuesta de la mayoría fue desaprobatoria. A través de reflexiones y sin tratar de imponerles mi manera de pensar, llegamos todos a la conclusión de que era un acto que incitaba a la violencia, por lo que era reprobable.

         Pero no era suficiente con conversar con mis alumnos. Era necesario ir más allá, y recordé que justo en frente de donde estaba ubicado uno de los anuncios violentos de vereda a vereda vivía una señora conocida que frecuentaba la iglesia, con la cual ya había tenido algún tipo de confianza en oportunidades anteriores, por lo que me atreví a hacerle algunas preguntas sobre el tema. La señora negó saber quiénes habían puesto eso allí, pero aseguró que fue una decisión comunitaria en la que participaron varios de los habitantes de esa calle en particular, al parecer cansados de sufrir robos y buscando tomar la justicia en sus manos. Finalmente cuestioné a la señora si desde nuestra fe católica ese acto era bueno o malo, a lo que respondió sin titubear que era un acto inmoral, malo, negativo, que incitaba a la violencia, un acto desmedido, un error, una falla de raciocinio de todos aquellos a quienes se les ocurrió la desastrosa idea de acabar con la delincuencia con un anuncio violento, es decir, acabar con la delincuencia con más delincuencia, ¡qué absurdo y ridículo!

         Cuando parecía que yo ya estaría conforme, recordé que en el Perú existen leyes que normalmente se hacen cumplir, por lo que me pregunté si en la municipalidad distrital habrían dado algún tipo de permiso o habrían sabido de la colocación de dicho material visual violento en plena calle, y así me dirigí presuroso hasta el local de gobierno del distrito para averiguar un poco. En el distrito la atención fue buena, una recepcionista me escuchó con esmero, manifestó no saber de la existencia del cartel y me invitó a poner por escrito mi duda o reclamo, y como era viernes, me indicó que sería llamado el lunes siguiente para ser atendido personalmente por algún funcionario público al que le correspondiese tratar un caso como el que yo exponía.

         Pasó ese fin de semana y el día lunes no fui llamado, ni el martes, ni el miércoles. La decepción se aproximaba, pues mi objetivo era hacer caer en la cuenta de que esto estaba mal y había que quitarlo de inmediato. El día jueves en la mañana, cuando pasaba caminando para ir a trabajar, me fijé que el cartel violento ya no estaba, había sido roto por mitad y ambas partes colgaban en cada uno de los extremos desde donde había sido sujetado. Un sentimiento de orgullo y satisfacción corrió por mi mente. Había logrado mi objetivo, quitar de la calle un anuncio de terrorismo visual. Pero, ¿realmente fui yo el promotor de que quitaran ambos anuncios violentos?  Me surge la duda porque en realidad nunca regresé a la municipalidad distrital para preguntar sobre el asunto y tampoco fui llamado, además de saber que por esa calle entran y salen con cierta periodicidad algunos camiones de carga que, a juzgar por sus alturas, pudieron haber sido los responsables de la rotura en dos de los anuncios violentos, pues al intentar pasar por la calle, de seguro les estorbaba y tuvieron que deshacerse de ellos.

         Como profesor, no podía soportar la idea de que mensajes tan abominables se presentasen en plena calle como si nada. Pensaba en que eso afectaría la educación de los niños, porque crecerían con la conciencia de que al que hace algo malo hay que matarlo, asesinarlo a sangre fría, porque eso es lo que significa la palabra “linchar”, ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo.

         Es conocido también que en algunos lugares han prendido fuego a los que la gente misma ha capturado infraganti. Sé que la rabia y la desesperación es muy grande cuando somos víctimas de la delincuencia, yo mismo lo he sido en varias oportunidades, pero eso no justifica que matar deje de ser un grave pecado y un delito.

         Algunos días después, nos enteramos de que una señora carnicera apuñaló a un perrito de la calle que le robó un pedazo de carne de su local. Toda la ciudad se pronunció en rechazo del acto, hubo marchas en protesta, diciendo no al maltrato animal, pero nadie protestó como debería por la ubicación de un anuncio violento en plena calle, ¿acaso eso lo ven con normalidad? No puede ser. La violencia genera más violencia, al mal hay que acabarlo a fuerza de bien.

         ¿Qué propondría yo en vez de gastar dinero en carteles violentos y además con errores ortográficos? Destinar los esfuerzos de la comunidad en la colocación de varias cámaras de seguridad que puedan captar a los delincuentes, muchos de los cuales se trasladan en motos, para que así puedan ser rastreados por la policía. Me parece que es una solución un poco más razonable, pues se colabora con la justicia, más no se la toma en las manos desproporcionadamente. A nadie hay que hacer lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Hay que usar más la cabeza y menos las vísceras.

         “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (Mt 5, 9)

P.A

García

domingo, 22 de enero de 2023

Hoy estuve en la cárcel. Mi experiencia.

“PORQUE ESTUVE PRESO Y VINISTEIS A VERME”

(Mt 25, 36)


         Hoy estuve en el Establecimiento Penal de Ayacucho, mejor conocido como la “cárcel de Yanamilla”, por encontrarse en este sector periférico de la ciudad de Ayacucho. Acompañando a dos religiosas y dos laicos, fui a presidir la celebración de la Palabra en el “Domingo de la Palabra de Dios”.

         Llegamos a las inmediaciones del penal y presenciamos una larga fila de hombres que esperaban para ingresar a visitar a sus familiares internos. Nosotros pasamos con el vehículo hasta el estacionamiento y dejando llaves y teléfonos, nos dirigimos hacia la puerta de ingreso. Nos recibieron muy amablemente y, después de ingresar nuestros datos al sistema de visitas, pasar por la requisa de rigor y recibir un sello húmedo en el brazo, fuimos directos a la capilla del penal, para lo cual tuvimos que atravesar 7 rejas bien cerradas, cada una de ellas con su respectivo guardia a cargo.

         La capilla del penal está bien equipada, aunque con posibilidades de mejorarse. Hay de todo, imágenes, altar, bancas, entre otras cosas propias de la liturgia, pero es un lugar poco espacioso, y lo confirmamos cuando fueron llegando los internos. Se reunieron más de 60 varones. Las únicas mujeres eran las dos monjas, una colombiana y la otra ecuatoriana, y una laica de la pastoral penitenciaria que tiene por nombre “Comunidad Misionera Madre Covadonga”, en honor a esta religiosa española que dedicó gran parte de su apostolado en la cárcel de Ayacucho hasta su muerte, acaecida a mediados de 2021, bastante entrada en edad.

         Mientras esperábamos para iniciar la celebración yo pensaba en qué decir a los presentes, sin pronunciar nada políticamente incorrecto, ya que reflexionar con presos no es tan común, es más, era mi primera vez en una cárcel de adultos. Recordé rápidamente las clases de homilética y decidí, según los consejos de la materia aprobada con buena nota, no enfatizar tanto en la situación particular de aquellas personas, sino, por el contrario, encaminar la reflexión de la Palabra desde la textos sagrados leídos y tocar algunos tópicos generales de la vida de cualquier humano, pero, justamente el Evangelio que hoy leíamos hablaba de un preso: Juan el Bautista, primo del Señor, que fue encarcelado por el rey Herodes y fue este el inicio de la predicación de nuestro Señor en Galilea, en las tierras de Zabulón y Neftalí.

         La capilla se fue llenando poco a poco con los reclusos que llegaban de sus respectivos pabellones. Hay una lista milimétricamente detallada de quiénes son los que asistirán dominicalmente a los servicios religiosos católicos. Esta lista irá aumentando o disminuyendo, según la “libertad” de cada uno. Eran hombres de todas las edades y todos los aspectos. Vi caras más jóvenes que la mía y ancianos con la cabellera muy cándida. Rostros serenos, rostros alegres, rostros humildes y rostros resignados. Dos de ellos se dedicaron a dirigir los cantos con una guitarra, mientras los demás acompañaban con sus gruesas voces y cada uno con un cancionero en las manos, pendientes de qué número de canción debían entonar.

         La celebración fue amena, al menos para mí. La reflexión traté de hacerla “participativa”, intercalando algunas sencillas preguntas acerca de las lecturas que se habían proclamado. Expliqué una por una las lecturas, creo que me extendí más de lo común, pues vi algunas cabezas inclinadas. Las más atentas al discurso fueron las religiosas. Yo no pude resistir a la tentación de extenderme, y fue por varias razones, dos principalmente. La primera porque no tengo seguro que volveré a ese lugar, al menos a hacer una celebración de la Palabra, (Dios me libre de volver en otra circunstancia que no sea esa), así que debía comportarme como si fuese la primera y la última vez que les hablaría; y la segunda razón fue porque tenían un parlante óptimo, un micrófono inalámbrico de esos que parecen quedar a la perfección en una mano como la mía, la izquierda, porque con la derecha tomo el libro o enfatizo algunas frases necesarias. El lenguaje corporal también es justo emplearlo a favor de la Palabra de Dios.

         Comulgaron aproximadamente 25 varones. Para los demás realizamos la comunión espiritual. Al final de la celebración se asperjó con el agua bendita que una de las monjas había previsto desde la parroquia. Palabras finales, agradecimientos, avisos de futuras actividades, despedidas y todos regresaron a sus pabellones obedeciendo las órdenes de uno de los guardias de seguridad, a quien yo ya había conocido en la parroquia unas semanas antes, cuando este fue a “suplicar” la presencia de un sacerdote, pues desde que había empezado la pandemia no había asistido ninguno para la cita dominical, salvo en muy contadas ocasiones.

         Varios hombres se me acercaron para despedirse personalmente. Algunos de ellos se extendían en un abrazo afectuoso que sin más palabras comunicaban un “gracias por venir”, otros solo se conformaban con estrechar la mano, pero igualmente agradecidos. Un señor mayor se me acercó de último para preguntarme el porqué de la importancia de la cruz, si se suponía que en ella había sufrido y muerto Cristo, por lo que tuve que explicarle las razones más convincentes del porqué los cristianos católicos no vemos mal la veneración de la cruz, bendito árbol instrumento de nuestra salvación.

         Más temprano, al llegar a la capilla habíamos visto que una hermosa gata negra había tenido su orgullosa camada de felinos a los pies de la puerta principal, y al salir la conseguimos dentro de la capilla. El encargado de la capilla, que no es personal del penal, sino uno de los internos, se comprometió a cuidar del animal, trayéndole comida periódicamente. El gato responsable de aquel espectáculo se dejó ver extendido sin aparente preocupación sobre el techo de un módulo vecino a la capilla, y supimos que era el dichoso progenitor, pues los colores de su pancita acusaban la paternidad de los tres mininos que la madre alimentaba: uno blanco, otro negro y el último amarillo.

         En el Establecimiento Penal de Ayacucho también hay una sección de mujeres, y no podíamos irnos sin pasar a visitarlas, aunque fuera brevemente, y así lo hicimos. Solamente ingresamos al pabellón femenino una religiosa y yo, con el agua bendita, para asperjar a quienes lo desearan. Se acercaron varias mujeres, algunas con un pequeño recipiente para llevar agua bendita, las demás estaban tejiendo unas grandes mantas típicas ayacuchanas o atendiendo la visita de sus familiares en un patio central bastante colorido. Una mujer se me acercó portando en brazos a su recién nacido. Al abandonar el pabellón femenino, salimos de la cárcel, uno de los internos, el encargado de la capilla, parecía decirnos con la mirada que no nos fuéramos, o que volviéramos pronto…

         He cumplido de esta manera con una de las obras de misericordia corporales, la de visitar a los presos, recogida en la cita de Mateo 25, 36.

 

         Recordando una experiencia pasada:

         La primera vez que fui a una cárcel fue en 2019. Se trataba de la correccional de menores de mi ciudad. Fue una experiencia dolorosa por el hecho de ver a niños y adolescentes privados de libertad. Muchos de ellos habían cometido serios crímenes y sus papás también estaban encarcelados. Otros solo tenían problemas de conducta y estaban allí porque ni sus familiares pudieron con ellos, entre tantas historias que son difíciles de comprender, pero dignas de conocer.

         Recuerdo que al final de aquella fugaz visita, que al igual que hoy se trataba de una celebración eucarística en la capilla, nos invitaron a comer lo que ese día habían preparado para los internos: arroz, lentejas, yuca frita y agua. Comimos aquel menú con el mayor fervor posible, pensando en que de vuelta al Seminario nos esperaba el almuerzo que allí nos habían guardado, pero, la sorpresa fue grande, pues al llegar nos dimos cuenta de que el menú era idéntico, a excepción del agua, que estaba mezclada con un poco de azúcar y un lejano sabor a fresa. Aunque estábamos libres, comíamos como en la cárcel, pero, nada de eso era importante, pues “el amor todo lo soporta”.

P.A

García

miércoles, 4 de enero de 2023

Fueron necesarias las lágrimas

¡IRA SANTA!

El escenario era el mismo de las veces anteriores. Sentados los dos, cómodamente, frente a frente y con un delicado tema a tratar. El ambiente quiere perfumarse de tranquilidad, pero en realidad hay mucha tensión. Aquel día reclamaba ser contundente y definitivo, pues ya hacían dos años que Dios había cruzado las vidas de estos dos cristianos; uno joven, indefenso pero lleno de ganas y optimismo, y otro anciano, poderoso, vivido y herido por la vida, aunque también premiado y privilegiado por Dios.

La conversación inicia como de costumbre, preguntas van y preguntas vienen, la familia, el trabajo, la vida espiritual, aquel trágico pasado, cómo fue que todo sucedió, una y mil veces explicado y las mismas incomprendido… Pasados ya unos quince minutos, y como queriendo quitarse un gran peso de encima, aquel anciano se mostró convencido de que ya no había nada que hacer. Pensó despedir sin esperanza alguna a quien le suplicaba ayuda, caridad y misericordia. Parecía una decisión premeditada, pero no por eso acertada.

Los prejuicios pueden más, el miedo puede más, la desconfianza es grande cuando mucho se ha vivido y mucho le han herido. Pero no tiene por qué ser siempre igual. Hay gente distinta, no se puede perder la fe en la humanidad y, por el contrario, hay que creer que todavía sigue existiendo gente buena en este mundo. Gente buena de verdad, no solo con apariencia de buena, porque por sus frutos se conoce al árbol...

Cuando la conversación parecía estar llegando hasta el adverso final, cuando el anciano estaba decidido a dar por terminada la cita con un superficial e irresponsable "no puedo hacer nada por ti, lo siento mucho, ánimo" (y palmaditas en el hombro), el sentir genuino de quien se ve perdido, abandonado y horriblemente condenado diluyó unas lágrimas sinceras y amargas de decepción y protesta santa. La voz temblorosa pero segura. ¿Cómo que no puede hacer nada? ¡Entonces no pida a Dios ayuda, si la tiene en frente y la rechaza! ¡No suplique públicamente a Dios colaboradores, si tiene uno en frente y quiere dejarlo ir! Y… todo cambió. El rostro del anciano empezó a relajar el ceño y a pensar, ahora sí, como padre y pastor que es, y no solo como juez y administrador. Empezó a ser él mismo. Pensó con el corazón y no solo con la cabeza.

Había que buscar una solución, porque no puede ganar el mal. Era cuestión de bien o mal, y el anciano finalmente se decidió por el bien, por la caridad y la misericordia. Fueron necesarias las lágrimas, justificadas por un humilde sentimiento filial y cristiano. Aunque la escena no deja de ser penosa para aquel que tuvo que suplicar cual hijo pródigo que quiere volver a casa, pero al contrario de la parábola del evangelio, consigue a un padre que solo quiere escuchar al hermano mayor, y no aceptar al hermano menor.

"El que no sabe de amores no sabe lo que es martirio", dice una popular canción mexicana, pues es muy cierto. El amor es sacrificio, el amor es dolor, el amor es llanto, son lágrimas. Ahora sí, aquel joven imperfecto, pero con ganas de perfección puede decir como tantas veces ha querido: "Mi vida es toda de amor y si en amor estoy ducho es por fuerza del dolor, pues no hay amante mejor que aquel que ha llorado mucho". 

P.A

García


domingo, 1 de enero de 2023

Murió Benedicto XVI

"COOPERATORES VERITATIS"

El 31 de diciembre de 2022 falleció en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano el papa Benedicto XVI, a las 9:34 de la mañana. Tenía 95 años de edad y casi 10 años de haber renunciado al ministerio petrino.

El 11 de febrero de 2013, el día en que Benedicto XVI anunció que renunciaría al pontificado, yo era seminarista del 5to año de bachillerato, en la Legión de Cristo. Recuerdo que la noticia se nos comunicó en el comedor, durante el desayuno, cuando el rector tomó el micrófono, interrumpiendo la lectura de la Imitación de Cristo de Thomas de Kempis, para informarnos con cierta confusión la decisión tomada esa misma mañana en Roma por el Santo Padre. Todos nosotros quedamos muy enredados y nos cuestionábamos si era posible que una papa pudiera renunciar. Ignorábamos las razones.

Durante los días sucesivos estuvimos muy atentos a las noticias que nos comunicaban los superiores con respecto al inminente cónclave y la elección del nuevo papa. Recuerdo que en una de las carteleras comunitarias del seminario se ubicó una imagen con las fotos de los cardenales que eran "papables" dentro de los que se encontraba el cardenal Bergoglio, de Buenos Aires, Argentina, pero ninguno apostó por él, nuestro favorito, no sé por qué, era un cardenal italiano y uno brasileño, o el estadounidense de Nueva York.

Los más nacionalistas pensábamos que había una remota posibilidad de tener un papa venezolano, pues al cónclave asistiría el arzobispo de Caracas, el cardenal Jorge Liberato Urosa Sabino, pero el elegido por Dios a través de los cardenales fue el argentino.

Benedicto XVI se notaba muy agotado, parecía cansado y sin fuerzas. Sus últimas ceremonias públicas fueron un hermoso momento para despedir al que fue padre y pastor universal, vicario de Cristo en la Tierra, con un pontificado impecable y con decisiones muy importantes para la congregación de los Legionarios de Cristo, si recordamos que fue Benedicto XVI quién desplazó definitivamente de la vida pública y de la dirección de la Legión al fundador, el padre Marcial Maciel, (nuestro padre) como le llamábamos. Fue también Benedicto XVI quien designó en 2010 al cardenal Velasio de Paolis como su enlace entre la Santa Sede y la Legión, le llamábamos nuestro Delegado Pontificio y también rezábamos por él, como por el Papa, superiores de la Legión y bienhechores.

La noticia del fallecimiento del presidente Hugo Chávez, el 5 de marzo de ese 2013, nos sorprendió días antes de celebrarse el cónclave en Roma. Supimos que el cardenal Urosa ofició una misa en alguna iglesia romana por el eterno descanso de Chávez. El cónclave vino unos días después, inició el 12 de marzo, y el elegido salió a saludar al pueblo cristiano congregado bajo la columnata de Bernini en la Plaza de San Pedro, el 13 de marzo tras la quinta votación. La transmisión la vimos totalmente en vivo, gracias a un proyector que se instaló en el comedor del seminario y a donde todos acudimos presurosos y contentos tras conocerse la fumata blanca y escuchar el sonido de la campana que estaba prevista para sonar en caso de conocerse el habemus papam.

Por esos días yo había memorizado el padrenuestro, Avemaría y Gloria en italiano, por lo que pude rezar con Francisco en su primera aparición en público desde el balcón de las bendiciones apostólicas. Ese mismo día se quitó la foto del papa Benedicto que presidía los salones de clases y se cambió por una del papa Francisco saludando con su mano derecha alzada desde el balcón. Recuerdo que la foto del nuevo papa se puso sobre la foto del que ahora llamaríamos papa emérito.

Esta fue la segunda elección papal que he podido presenciar a través de la pantalla de un televisor, pues la primera fue la del propio Ratzinger en 2005, ocasión que también recuerdo con mucha claridad. Vi por televisión la agonía de Juan Pablo II y la elección de su sucesor. En ese mismo 2005 me inicié como monaguillo y recibí una pequeña foto de Benedicto XVI como regalo del párroco. Todavía conservo esa foto en un pequeño portarretratos en mi habitación.

La muerte de Benedicto XVI ha entristecido muchos corazones, el mío también. Fue un papa maravilloso, sabio, amoroso y misericordioso. Fue traicionado por su propio mayordomo. Fue criticado e incomprendido. Fue comparado sin razón con su sucesor. Pero lo que lo hizo grande fue su humildad para saber retirarse cuando ya no sentía fuerzas para continuar. La renuncia de Benedicto XVI marcó un antes y un después en la forma de ver los pontificados en este siglo XXI. Recuerdo que seguida de la renuncia de Benedicto le siguieron en el gesto algunos monarcas y personalidades importantes, como S.M. el Rey don Juan Carlos I de España.

Ahora que ha fallecido Benedicto XVI, las voces de todos los sabidos en la materia reconocen que estamos despidiendo a un gran papa, futuro santo y doctor de la Iglesia. Estamos seguros de que pronto se iniciará su proceso de beatificación y canonización, para que todo el mundo sepa que la Iglesia católica es fuente de santidad, y que Benedicto XVI ahora nos ayuda y nos acompaña desde el cielo, porque goza de Dios.

"SEÑOR, TE AMO", fueron sus últimas palabras antes de perder el conocimiento y entrar en agonía. Ese mismo Señor a quien Benedicto tanto amó y sirvió ahora lo recibe en su morada eterna, donde algún día también iremos nosotros para estar con Dios y verle tal cual es. Amén.

P.A

García