"TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN"
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Padre Gustavo Gutiérrez O.P. |
Mirar lejos. Es el título
de la introducción a la nueva edición de febrero1988, al cumplirse veinte años
del inicio de esta reflexión teológica llamada “Teología de la liberación”.
Con citas del
Documento de Medellín (1968) el autor realza la transformación a la que está
sometida Latinoamérica, una transformación personal, económica y también religiosa,
transformación que es signo del Espíritu, pues nos encontramos en una nueva
época que aspira a la liberación integral.
El padre
Gutiérrez recuerda que su Conferencia sobre la Teología de la liberación, se
dio en Chimbote, en julio de 1968, en momentos previos a Medellín. Ya desde el inicio
el llamado sentido por este teólogo era el de guardar fidelidad a Dios y al
pueblo, porque no se puede separar el proceso histórico liberador y el discurso
sobre Dios. A dos décadas de su génesis, esta reflexión latinoamericana ha
pasado por una “inevitable decantación”, como consecuencia de las críticas, las
interpretaciones simplistas y las resistencias de “algunos”. Esta depuración es
evidente, pues no es fácil tratar temas conflictivos con las mejores fórmulas
teológicas, además que “en todo lenguaje hay búsqueda”, por eso es necesario
precisar, mejorar y corregir formulaciones.
Gutiérrez
reconoce que fruto del trabajo teológico de Latinoamérica el Magisterio ha
publicado diversos documentos que advierten sobre el camino a seguir, dejando
clara su intención eclesial, aunado a esto, el autor registra que diversas
denominaciones cristianas han tomado el impulso de la liberación luego de una
maduración en el mensaje del Reino más que de influencias teológicas, por las
realidades de opresión y marginación que exigen la radicalidad del Evangelio.
Se habla de
teología de la liberación desde la perspectiva latinoamericana por ser el campo
de experiencia del autor, lugar de su maduración y aportes. Siguiendo las
conclusiones de Medellín, la “nueva época histórica” es asimilada como un kairós,
es decir, “un tiempo propicio y exigente de interpelación del Señor”, donde
se retoman los tres puntos básicos de esta teología: “el punto de vista del
pobre, el quehacer teológico y el anuncio del Reino de vida”.
1.
UNA NUEVA PRESENCIA
Hay un “hecho
mayor” en la vida de la Iglesia latinoamericana, es la “irrupción de los
pobres”, esta es la nueva presencia de quienes estaban ausentes: “negros,
indios, árabes, asiáticos” los países pobres y las mujeres. Liberatis
nuntius (1984) reconoce que existe una “poderosa y casi irresistible
aspiración de los pueblos a una liberación”, que es sigo de los tiempos, de
amplitud universal manifestaba de manera diversa según cada pueblo.
La teología de
la liberación es la “expresión del derecho de los pobres a expresar su fe”, y
no un resultado de sus vivencias, es más acertadamente un “intento de lectura”
de esta irrupción de los últimos, siguiendo el consejo de san Juan XXIII y el
Concilio convocado por él.
a.
Un universo complejo
La Teología de
la liberación enmarca su reflexión en la innegable dominación de los pueblos,
la explotación de las clases sociales, el desprecio por las razas, la marginación
de culturas y la discriminación de las mujeres, lo que constituye la “injusta
situación de los pobres”, que pertenecen a una colectividad social, negar el
aspecto intrínseco de la socio-economía en esta pobreza, el cual necesariamente
hay que tomar en cuenta, sin olvidar otros temas.
Aunque “la
pobreza significa, en última instancia, muerte”, también se reconoce que “la
pobreza no consiste solo en carencias”, pues “ser pobre es un modo de vivir, de
pensar, de amar, de orar, de creer y esperar, de pasar el tiempo libre, de
luchar por su vida.” Este es el complejo mundo del pobre, entre la muerte y la
vida, donde la discriminación racial es evidente e inaceptable desde lo humano
y lo cristiano. Este racismo ha llevado a la exigencia de los derechos humanos
fundamentales. Personajes como Bartolomé de Las Casas y Antonio Valdivieso
llaman la atención de la Iglesia para desterrar actitudes que posterguen y
maltraten a las personas.
El futuro de
esta teología latinoamericana está fundado en el protagonismo de los mismos
excluidos, con énfasis en las mujeres, culturas y razas, desde la apertura a
realidades distintas, donde se clarifiquen más los aspectos de estos pueblos,
además, desde el compartir de ideas entre los teólogos y protagonistas, “lo más
importante es escuchar lo que otros tienen que decir a partir de sus
respectivas situaciones.”
El simplismo a
la hora de analizar a los pobres fue superándose con los aportes del Magisterio
de la Iglesia, pues este análisis estructural ha destacado en los esfuerzos de
la teología de la liberación, donde se ha buscado tanto describir realidades
como definir sus causas. Dicho análisis ha pasado por transformaciones propias
del quehacer científico, cuya característica es ser “crítico frente a sus
supuestos y logros.”
Aunque la
dimensión socio-económica sea un factor clave de esta reflexión, se tiene claro
que es preciso ir más allá, pues el mundo es más complejo que una vaga visión
de enfrentamientos de orden ideológicos (capitalismo-socialismo); entran al
concurso las ciencias humanas como la psicología, la etnología y la
antropología para que, unidas a la comprensión de las culturas, permitan explicar
los aspectos de la realidad, porque “la pobreza es una condición humana
compleja y no puede tener sino causa complejas también.” La teología de la
liberación a usado siempre las ciencias sociales como auxiliares para sus
análisis (análisis marxista), sin temor sus aportes y con profunda actitud de crítica
y discernimiento, pues estas ciencias suelen presentarse ideologizadas.
b.
Optar por el Dios de Jesús
La teología
busca leer la pobreza desde la Palabra de Dios, saber cuál es el significado
bíblico de esta realidad que, aunque clásica en el cristianismo, la nueva
presencia de los pobres replantea su comprensión. Las reflexiones posteriores a
Medellín fijaron tres aspectos importantes: la pobreza real como un mal no
deseado por Dios, la pobreza espiritual como apertura a la voluntad de Dios y
la solidaridad con los pobres a la par de la crítica por su situación. Esta es
la “opción preferencia por los pobres” (que vio la luz con Puebla), y con
“preferencial” no se dice “exclusiva”, pues el mensaje cristiano no puede ser
mutilado, al contrario, se busca mantener la universalidad del amor de Dios,
solo es necesario precisar quiénes van primero: los pobres.
La opción de la
que se habla tiene su antecedente en septiembre de 1962, cuando, antes de
iniciar el Concilio Vaticano II, san Juan XXIII expresó: “frente a los países
subdesarrollados la Iglesia es, y quiere ser, la Iglesia de todos y en
particular la Iglesia de los pobres.” Este espíritu se reflejó en sucesivos
documentos magisteriales y fue usado también por san Juan Pablo II, fruto de la
toma de conciencia cuyo protagonismo se puede adjudicar al pensamiento eclesial
latinoamericano. Fue el papa polaco quien apuntó que de esta opción o amor
preferencial por los pobres daba testimonio la Tradición de la Iglesia. Optar
por los pobres es, definitivamente, acoger el amor gratuito de Dios que elige a
los débiles, es por tanto una opción teocéntrica y profética.
El dominico De
Las Casas comprendió que la Iglesia no debe olvidarse de los pobres, “porque
del más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy
viva”, fue en este espíritu que la Conferencia Episcopal Peruana aportó para
Puebla que “los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la
situación moral o personal en que se encuentren”, entonces, la preferencia por
el pobre no radica en que este sea mejor religiosa o moralmente, sino por la
dinámica de un Dios que hace de los últimos los primeros, esto
indiscutiblemente forma parte de “la comprensión que la Iglesia en su conjunto
tiene hoy de su tarea en el mundo.”
2.
UN MOMENTO DE REFLEXIÓN
La Iglesia
latinoamericana, anterior a la nueva presencia de los pobres, hacía teología
copiando conceptos europeos que, lejos de los contextos históricos propios,
eran afirmaciones abstractas o con la intención de adaptarse sin lograr su
objetivo. Este continente a la hora de pensar ha procurado mirar fue de sí y
buscar modelos o pautas, esta situación empezó a cambiar a partir de los años
60, cuando la teología de la liberación se enarbola como un signo de madurez
con el apoyo de Medellín, teniendo sus raíces en las comunidades cristianas de
base, pues “el modo como un pueblo vive su fe y su esperanza, y practica su
caridad, es lo más importante a los ojos de Dios.”
En el contexto
de la postmodernidad, la teología de la liberación reconoce en su interlocutor,
que es el pobre, el “no persona”, es decir, aquel a quien le son conculcados
sus principales derechos. Esta premisa en nada pretende hacer de la teología
latinoamericana “el ala radical y política de la teología progresista europea”,
pues cada una surge en sus ambientes y también América Latina ha demostrado la
capacidad de reflexionar autónomamente, sin negar influencias y diálogos que
son propios de un mundo en constante y fácil comunicación.
a.
La vida de un pueblo
El quehacer
teológico es “una reflexión crítica sobre la praxis a la luz de la Palabra de
Dios.” En este sentido, la teología de la liberación comparte la aseveración de
K. Brath cuando dice que “el verdadero auditor de la Palabra es el que la pone
en obra.” En esta inspiración empezaron a surgir de entre los pobres quienes se
preocupaban por cambiar las situaciones de sufrimiento vividas, los mismo
oprimidos se convirtieron en agentes de sus destinos, los cristianos que se
involucraron en esto animaron el surgimiento de una reflexión teológica liberadora.
Esta
solidaridad con el pobre hace eco del shalom evangélico que es la paz
que busca justicia y fraternidad, es decir, instaurar el Reino cuya plenitud se
dará en la eternidad, pero que desde ahora puede ser acogido en atención a los
aspectos sociales, entre otros. Problemas reales como el racismo o el machismo,
o la marginación de ancianos y niños reclaman gestos concretos, lo mismos que
han de evitar brindarse desde un trato impersonal, pues solo desde la amistad
con los marginados y pobres se puede dar una verdadera praxis de liberación.
Latinoamérica lucha, cree y espera. Es un pueblo en constante oración y de
profunda devoción popular. En Asia se hace teología desde la contemplación
heredada de antiguas religiones, en Estados Unidos la teología negra enfatiza
la música religiosa, en el África las expresiones artísticas delinean el
pensamiento teologal. La profunda oración agónica de Jesús es en definitiva un
combate interno por la vida.
Ante los
infortunios de la vida que sufren los pobres, la teología de la liberación no
propone un espiritualismo como refugio, pero si defiende el dualismo práctico
de la solidaridad con los pobres y la oración. Esta es una manera de ser
cristiano, vivir en compromiso y oración, esto es la teología de la liberación,
seguir a Jesús, estando insertos en la vida del pueblo, como él lo hizo.
b.
El lugar de una reflexión
“Revelación e
historia, fe en Cristo y vida de un pueblo, escatología y práctica, constituyen
(…) el círculo hermenéutico.” El desafío de la teología pasa por responder a
las exigencias del Evangelio desde la fe, esperanza y caridad que dinamiza la
práctica cristiana, corrigiendo las desviaciones de quienes actúan
políticamente desde la inmediatez, pues sin compromiso permanente con los
pobres se está cada vez mas alejados del mensaje de Cristo.
Primero es la
fe y después la teología, porque creemos para comprender. Este proceso se hace
dentro de la Iglesia, guiados por los carismas de profecía, gobierno y
magisterio. La fe expresa oración y compromiso, la reflexión teológica viene
después, leyendo con discernimiento desde la Palabra de Dios la praxis
cristiana, teniendo siempre como fuente la verdad revelada, el depósito de la
fe. La ortopraxis y ortodoxia apuntan hacia la correcta reflexión de la
práctica a la luz de la fe.
“¿Cómo hacer
teología durante Ayacucho?” es una interrogante de la reflexión
teológica de la liberación, pues Ayacucho fue sinónimo de “desprecio,
sufrimiento y muerte del pobre”. La teología, como discurso sobre Dios, busca
responder a la incógnita por el amor de Dios en las situaciones marginales de
los pueblos. Peruano, como lo es el padre Gutiérrez, ha citado a connacionales
como Guamán Poma, Vallejo, Mariátegui y Arguedas, pues estos autores “vivieron
a fondo el momento que les tocó” y además “supieron expresar (…) el alma
nacional, india y mestiza”, y la teología debe estar en dialogo con las
culturas, pues “un pueblo que conoce el pasado de sus sufrimientos y esperanzas
está en mejores condiciones para reflexionar sobre el presente y para enfrentar
el tiempo que viene.”
La teología de
la liberación, como cualquier otra teología, haba con acento propio, y es el
dejo característico de los pueblos de donde ha salido, así como la teología
europea tiene su propia manera de hablar de Dios. “Particularidad no significa
aislamiento”, por eso al tener una identidad y maneras propias, se reconoce que
el fruto de esta reflexión no puede ni debe ser aplicada automáticamente en
lugares de donde no ha salido. La teología de la liberación no es una receta,
pero de seguro puede tener alcance universal en cuanto a discurso sobre Dios,
no apuntando hacia la uniformidad, pero sí hacia la unidad verdadera.
3.
AMIGOS DE LA VIDA
La vida es la
última palabra de la historia, y no la muerte, la resurrección de Cristo nos lo
recuerda. La Iglesia que predica el Reino de amor y justicia tiene en la
teología de la liberación la misión de evangelizar en la historia propia de Latinoamérica,
esta es la perspectiva inicial, su constante preocupación y su alimento, y en
los últimos años ha ganado espacios nuevos y presencia que antes no tenía, pues
la opción preferencial por los pobres, aunque ha generado resistencias, en conclusión,
ha despertado un antes y un después en la iglesia latinoamericana.
a.
Liberar es dar vida
La experiencia latinoamericana
ha visto la salvación de Cristo en clave de liberación y ha hecho de esta la
médula de su evangelización. Esta liberación se puede distinguir en tres
niveles: liberación de estructuras socio-económicas; liberación interior que
construye “un hombre nuevo”; y la liberación del pecado, que va a la fuente de
la injusticia social, “polo orientador del proceso global de liberación” que
apunta al desarrollo integral de Populorum progressio de san Pablo VI.
Los obispos
peruanos supieron precisar una idea fundamental sobre la concepción de la Historia
de la Salvación como el conjunto de acciones divinas y acciones humanas, estas
en cuanto a respuesta a la iniciativa de Dios, a los designios divinos; es en esta
historia donde los hombres tienen la libertad de decir un sí o un no a la salvación
de Dios, por ende, teología de la liberación quiere decir también teología de
la salvación gratuita de Dios, sin yuxtaponer lo político y lo religioso, sino
abarcando incluso una antropología que sitúe una nueva concepción del hombre.
b.
Por el camino de la pobreza y del martirio
En el espíritu del
Concilio Vaticano II en pensar la evangelización de los pobres como eje
primordial se ve el aporte del cardenal Lercano; Lumen gentium afirma
que la Iglesia vive en pobreza y persecución como Cristo, y Ad gentes arguye
que la Iglesia debe ir por los caminos de la pobreza, como el Señor. “Evangelizar
es anunciar con gestos y palabras la liberación de Cristo”, esto es tarea de
toda la Iglesia, desligándose de poderes económicos y políticos en total
independencia y sin privilegios.
La Iglesia de los
pobres, en Latinoamérica se ido fortaleciendo con las experiencias de las pequeñas
comunidades de base, que “han hecho más cercano el Evangelio a los pobres, y
los pobres al Evangelio” lo que ha permitido descubrir que los pobres llaman constantemente
a la conversión, además de vivenciar los valores evangélicos de “solidaridad,
servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios.” Dentro de la
misma Iglesia ha habido experiencias de incomprensión al llamado de esta reflexión,
pues hay quienes se han sentido amenazados en sus intereses, o quienes abiertamente
han ganado la excomunión por no acatar las elementales exigencias del evangelio
en detrimento de los derechos humanos de los más necesitados, amenazando la comunión
de la Iglesia que es don de Dios, vocación y tarea a la vez.
Desde la
eclesiología se han preguntado si es que la Iglesia pierde su identidad en la
opción preferencial por los pobres, pero de ninguna manera es así, pues la solidaridad
con los más pobres fortalece la identidad eclesial como “signo del Reino al que
están llamados los seres humanos y en el que se privilegian los últimos e insignificantes.”
Uno de los
costos de ser Iglesia de los pobres fue el martirio de san Oscar Arnulfo Romero
en San Salvador en 1980, como el del beato Enrique Angelelli en la Argentina de
1976. Murieron por dar predilección a los pobres y oprimidos, entregaron su vida
por el Evangelio dando prueba de la coherencia que él exige. “Los que siembran
la muerte se irán con las manos vacías (…) los que defienden la vida tienen las
manos llenas de historia.”
Conclusión
La teología de
la liberación es una “inteligencia de la fe puesta al servicio de la tarea
evangelizadora de la Iglesia”. San Juan Pablo II dijo de ella que era “no solo
oportuna, sino útil y necesaria” siempre en comunión con la Iglesia y la
Tradición. Su novedad viene de la “atención a las vicisitudes históricas de
nuestros pueblos y a sus vivencias de fe.” Es novedad y a la vez una nueva etapa,
es decir, continuidad, pues sus raíces están en la Escritura, la Tradición y el
Magisterio; y a la vez está en constante evolución, en cuanto a “reflexión de
la práctica a la luz de la fe.”
La nueva evangelización
planteada por san Juan Pablo II en el V Centenario de la Evangelización de
América implica ruptura y cambio de rumbo, pues el anuncio del Reino como la
vivencia del mandamiento del amor es siempre algo novedoso y ha de afrontarse
sin temor para seguir transparentando el rostro de una Iglesia latinoamericana pobre,
misionera y pascual.
San Juan XXIII
comprendió que “no es el evangelio que cambia; somos nosotros que comenzamos a
comprenderlo mejor,” de ahí la necesidad de mirar lejos, frase que da
título a esta introducción del padre Gustavo Gutiérrez para la edición al
cumplirse las dos décadas de la teología de la liberación, cuyo libro, en sus
propias palabras, es “una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo al que
pertenece.”
P.A
García