jueves, 16 de mayo de 2024

Resumen de la Introducción “Mirar lejos” del libro Teología de la liberación. Perspectivas. Gustavo Gutiérrez

"TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN"

Padre Gustavo Gutiérrez O.P.

Mirar lejos. Es el título de la introducción a la nueva edición de febrero1988, al cumplirse veinte años del inicio de esta reflexión teológica llamada “Teología de la liberación”.

Con citas del Documento de Medellín (1968) el autor realza la transformación a la que está sometida Latinoamérica, una transformación personal, económica y también religiosa, transformación que es signo del Espíritu, pues nos encontramos en una nueva época que aspira a la liberación integral.

El padre Gutiérrez recuerda que su Conferencia sobre la Teología de la liberación, se dio en Chimbote, en julio de 1968, en momentos previos a Medellín. Ya desde el inicio el llamado sentido por este teólogo era el de guardar fidelidad a Dios y al pueblo, porque no se puede separar el proceso histórico liberador y el discurso sobre Dios. A dos décadas de su génesis, esta reflexión latinoamericana ha pasado por una “inevitable decantación”, como consecuencia de las críticas, las interpretaciones simplistas y las resistencias de “algunos”. Esta depuración es evidente, pues no es fácil tratar temas conflictivos con las mejores fórmulas teológicas, además que “en todo lenguaje hay búsqueda”, por eso es necesario precisar, mejorar y corregir formulaciones.

Gutiérrez reconoce que fruto del trabajo teológico de Latinoamérica el Magisterio ha publicado diversos documentos que advierten sobre el camino a seguir, dejando clara su intención eclesial, aunado a esto, el autor registra que diversas denominaciones cristianas han tomado el impulso de la liberación luego de una maduración en el mensaje del Reino más que de influencias teológicas, por las realidades de opresión y marginación que exigen la radicalidad del Evangelio.

Se habla de teología de la liberación desde la perspectiva latinoamericana por ser el campo de experiencia del autor, lugar de su maduración y aportes. Siguiendo las conclusiones de Medellín, la “nueva época histórica” es asimilada como un kairós, es decir, “un tiempo propicio y exigente de interpelación del Señor”, donde se retoman los tres puntos básicos de esta teología: “el punto de vista del pobre, el quehacer teológico y el anuncio del Reino de vida”.

1.    UNA NUEVA PRESENCIA

Hay un “hecho mayor” en la vida de la Iglesia latinoamericana, es la “irrupción de los pobres”, esta es la nueva presencia de quienes estaban ausentes: “negros, indios, árabes, asiáticos” los países pobres y las mujeres. Liberatis nuntius (1984) reconoce que existe una “poderosa y casi irresistible aspiración de los pueblos a una liberación”, que es sigo de los tiempos, de amplitud universal manifestaba de manera diversa según cada pueblo.

La teología de la liberación es la “expresión del derecho de los pobres a expresar su fe”, y no un resultado de sus vivencias, es más acertadamente un “intento de lectura” de esta irrupción de los últimos, siguiendo el consejo de san Juan XXIII y el Concilio convocado por él.

a.     Un universo complejo

La Teología de la liberación enmarca su reflexión en la innegable dominación de los pueblos, la explotación de las clases sociales, el desprecio por las razas, la marginación de culturas y la discriminación de las mujeres, lo que constituye la “injusta situación de los pobres”, que pertenecen a una colectividad social, negar el aspecto intrínseco de la socio-economía en esta pobreza, el cual necesariamente hay que tomar en cuenta, sin olvidar otros temas.

Aunque “la pobreza significa, en última instancia, muerte”, también se reconoce que “la pobreza no consiste solo en carencias”, pues “ser pobre es un modo de vivir, de pensar, de amar, de orar, de creer y esperar, de pasar el tiempo libre, de luchar por su vida.” Este es el complejo mundo del pobre, entre la muerte y la vida, donde la discriminación racial es evidente e inaceptable desde lo humano y lo cristiano. Este racismo ha llevado a la exigencia de los derechos humanos fundamentales. Personajes como Bartolomé de Las Casas y Antonio Valdivieso llaman la atención de la Iglesia para desterrar actitudes que posterguen y maltraten a las personas.

El futuro de esta teología latinoamericana está fundado en el protagonismo de los mismos excluidos, con énfasis en las mujeres, culturas y razas, desde la apertura a realidades distintas, donde se clarifiquen más los aspectos de estos pueblos, además, desde el compartir de ideas entre los teólogos y protagonistas, “lo más importante es escuchar lo que otros tienen que decir a partir de sus respectivas situaciones.”

El simplismo a la hora de analizar a los pobres fue superándose con los aportes del Magisterio de la Iglesia, pues este análisis estructural ha destacado en los esfuerzos de la teología de la liberación, donde se ha buscado tanto describir realidades como definir sus causas. Dicho análisis ha pasado por transformaciones propias del quehacer científico, cuya característica es ser “crítico frente a sus supuestos y logros.”

Aunque la dimensión socio-económica sea un factor clave de esta reflexión, se tiene claro que es preciso ir más allá, pues el mundo es más complejo que una vaga visión de enfrentamientos de orden ideológicos (capitalismo-socialismo); entran al concurso las ciencias humanas como la psicología, la etnología y la antropología para que, unidas a la comprensión de las culturas, permitan explicar los aspectos de la realidad, porque “la pobreza es una condición humana compleja y no puede tener sino causa complejas también.” La teología de la liberación a usado siempre las ciencias sociales como auxiliares para sus análisis (análisis marxista), sin temor sus aportes y con profunda actitud de crítica y discernimiento, pues estas ciencias suelen presentarse ideologizadas.

b.    Optar por el Dios de Jesús

La teología busca leer la pobreza desde la Palabra de Dios, saber cuál es el significado bíblico de esta realidad que, aunque clásica en el cristianismo, la nueva presencia de los pobres replantea su comprensión. Las reflexiones posteriores a Medellín fijaron tres aspectos importantes: la pobreza real como un mal no deseado por Dios, la pobreza espiritual como apertura a la voluntad de Dios y la solidaridad con los pobres a la par de la crítica por su situación. Esta es la “opción preferencia por los pobres” (que vio la luz con Puebla), y con “preferencial” no se dice “exclusiva”, pues el mensaje cristiano no puede ser mutilado, al contrario, se busca mantener la universalidad del amor de Dios, solo es necesario precisar quiénes van primero: los pobres.

La opción de la que se habla tiene su antecedente en septiembre de 1962, cuando, antes de iniciar el Concilio Vaticano II, san Juan XXIII expresó: “frente a los países subdesarrollados la Iglesia es, y quiere ser, la Iglesia de todos y en particular la Iglesia de los pobres.” Este espíritu se reflejó en sucesivos documentos magisteriales y fue usado también por san Juan Pablo II, fruto de la toma de conciencia cuyo protagonismo se puede adjudicar al pensamiento eclesial latinoamericano. Fue el papa polaco quien apuntó que de esta opción o amor preferencial por los pobres daba testimonio la Tradición de la Iglesia. Optar por los pobres es, definitivamente, acoger el amor gratuito de Dios que elige a los débiles, es por tanto una opción teocéntrica y profética.

El dominico De Las Casas comprendió que la Iglesia no debe olvidarse de los pobres, “porque del más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva”, fue en este espíritu que la Conferencia Episcopal Peruana aportó para Puebla que “los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren”, entonces, la preferencia por el pobre no radica en que este sea mejor religiosa o moralmente, sino por la dinámica de un Dios que hace de los últimos los primeros, esto indiscutiblemente forma parte de “la comprensión que la Iglesia en su conjunto tiene hoy de su tarea en el mundo.”

2.    UN MOMENTO DE REFLEXIÓN

La Iglesia latinoamericana, anterior a la nueva presencia de los pobres, hacía teología copiando conceptos europeos que, lejos de los contextos históricos propios, eran afirmaciones abstractas o con la intención de adaptarse sin lograr su objetivo. Este continente a la hora de pensar ha procurado mirar fue de sí y buscar modelos o pautas, esta situación empezó a cambiar a partir de los años 60, cuando la teología de la liberación se enarbola como un signo de madurez con el apoyo de Medellín, teniendo sus raíces en las comunidades cristianas de base, pues “el modo como un pueblo vive su fe y su esperanza, y practica su caridad, es lo más importante a los ojos de Dios.”

En el contexto de la postmodernidad, la teología de la liberación reconoce en su interlocutor, que es el pobre, el “no persona”, es decir, aquel a quien le son conculcados sus principales derechos. Esta premisa en nada pretende hacer de la teología latinoamericana “el ala radical y política de la teología progresista europea”, pues cada una surge en sus ambientes y también América Latina ha demostrado la capacidad de reflexionar autónomamente, sin negar influencias y diálogos que son propios de un mundo en constante y fácil comunicación.

a.     La vida de un pueblo

El quehacer teológico es “una reflexión crítica sobre la praxis a la luz de la Palabra de Dios.” En este sentido, la teología de la liberación comparte la aseveración de K. Brath cuando dice que “el verdadero auditor de la Palabra es el que la pone en obra.” En esta inspiración empezaron a surgir de entre los pobres quienes se preocupaban por cambiar las situaciones de sufrimiento vividas, los mismo oprimidos se convirtieron en agentes de sus destinos, los cristianos que se involucraron en esto animaron el surgimiento de una reflexión teológica liberadora.

Esta solidaridad con el pobre hace eco del shalom evangélico que es la paz que busca justicia y fraternidad, es decir, instaurar el Reino cuya plenitud se dará en la eternidad, pero que desde ahora puede ser acogido en atención a los aspectos sociales, entre otros. Problemas reales como el racismo o el machismo, o la marginación de ancianos y niños reclaman gestos concretos, lo mismos que han de evitar brindarse desde un trato impersonal, pues solo desde la amistad con los marginados y pobres se puede dar una verdadera praxis de liberación. Latinoamérica lucha, cree y espera. Es un pueblo en constante oración y de profunda devoción popular. En Asia se hace teología desde la contemplación heredada de antiguas religiones, en Estados Unidos la teología negra enfatiza la música religiosa, en el África las expresiones artísticas delinean el pensamiento teologal. La profunda oración agónica de Jesús es en definitiva un combate interno por la vida.

Ante los infortunios de la vida que sufren los pobres, la teología de la liberación no propone un espiritualismo como refugio, pero si defiende el dualismo práctico de la solidaridad con los pobres y la oración. Esta es una manera de ser cristiano, vivir en compromiso y oración, esto es la teología de la liberación, seguir a Jesús, estando insertos en la vida del pueblo, como él lo hizo.

b.    El lugar de una reflexión

“Revelación e historia, fe en Cristo y vida de un pueblo, escatología y práctica, constituyen (…) el círculo hermenéutico.” El desafío de la teología pasa por responder a las exigencias del Evangelio desde la fe, esperanza y caridad que dinamiza la práctica cristiana, corrigiendo las desviaciones de quienes actúan políticamente desde la inmediatez, pues sin compromiso permanente con los pobres se está cada vez mas alejados del mensaje de Cristo.

Primero es la fe y después la teología, porque creemos para comprender. Este proceso se hace dentro de la Iglesia, guiados por los carismas de profecía, gobierno y magisterio. La fe expresa oración y compromiso, la reflexión teológica viene después, leyendo con discernimiento desde la Palabra de Dios la praxis cristiana, teniendo siempre como fuente la verdad revelada, el depósito de la fe. La ortopraxis y ortodoxia apuntan hacia la correcta reflexión de la práctica a la luz de la fe.

“¿Cómo hacer teología durante Ayacucho?” es una interrogante de la reflexión teológica de la liberación, pues Ayacucho fue sinónimo de “desprecio, sufrimiento y muerte del pobre”. La teología, como discurso sobre Dios, busca responder a la incógnita por el amor de Dios en las situaciones marginales de los pueblos. Peruano, como lo es el padre Gutiérrez, ha citado a connacionales como Guamán Poma, Vallejo, Mariátegui y Arguedas, pues estos autores “vivieron a fondo el momento que les tocó” y además “supieron expresar (…) el alma nacional, india y mestiza”, y la teología debe estar en dialogo con las culturas, pues “un pueblo que conoce el pasado de sus sufrimientos y esperanzas está en mejores condiciones para reflexionar sobre el presente y para enfrentar el tiempo que viene.”

La teología de la liberación, como cualquier otra teología, haba con acento propio, y es el dejo característico de los pueblos de donde ha salido, así como la teología europea tiene su propia manera de hablar de Dios. “Particularidad no significa aislamiento”, por eso al tener una identidad y maneras propias, se reconoce que el fruto de esta reflexión no puede ni debe ser aplicada automáticamente en lugares de donde no ha salido. La teología de la liberación no es una receta, pero de seguro puede tener alcance universal en cuanto a discurso sobre Dios, no apuntando hacia la uniformidad, pero sí hacia la unidad verdadera.

3.    AMIGOS DE LA VIDA

La vida es la última palabra de la historia, y no la muerte, la resurrección de Cristo nos lo recuerda. La Iglesia que predica el Reino de amor y justicia tiene en la teología de la liberación la misión de evangelizar en la historia propia de Latinoamérica, esta es la perspectiva inicial, su constante preocupación y su alimento, y en los últimos años ha ganado espacios nuevos y presencia que antes no tenía, pues la opción preferencial por los pobres, aunque ha generado resistencias, en conclusión, ha despertado un antes y un después en la iglesia latinoamericana.

a.     Liberar es dar vida

La experiencia latinoamericana ha visto la salvación de Cristo en clave de liberación y ha hecho de esta la médula de su evangelización. Esta liberación se puede distinguir en tres niveles: liberación de estructuras socio-económicas; liberación interior que construye “un hombre nuevo”; y la liberación del pecado, que va a la fuente de la injusticia social, “polo orientador del proceso global de liberación” que apunta al desarrollo integral de Populorum progressio de san Pablo VI.

Los obispos peruanos supieron precisar una idea fundamental sobre la concepción de la Historia de la Salvación como el conjunto de acciones divinas y acciones humanas, estas en cuanto a respuesta a la iniciativa de Dios, a los designios divinos; es en esta historia donde los hombres tienen la libertad de decir un sí o un no a la salvación de Dios, por ende, teología de la liberación quiere decir también teología de la salvación gratuita de Dios, sin yuxtaponer lo político y lo religioso, sino abarcando incluso una antropología que sitúe una nueva concepción del hombre.

b.    Por el camino de la pobreza y del martirio

En el espíritu del Concilio Vaticano II en pensar la evangelización de los pobres como eje primordial se ve el aporte del cardenal Lercano; Lumen gentium afirma que la Iglesia vive en pobreza y persecución como Cristo, y Ad gentes arguye que la Iglesia debe ir por los caminos de la pobreza, como el Señor. “Evangelizar es anunciar con gestos y palabras la liberación de Cristo”, esto es tarea de toda la Iglesia, desligándose de poderes económicos y políticos en total independencia y sin privilegios.

La Iglesia de los pobres, en Latinoamérica se ido fortaleciendo con las experiencias de las pequeñas comunidades de base, que “han hecho más cercano el Evangelio a los pobres, y los pobres al Evangelio” lo que ha permitido descubrir que los pobres llaman constantemente a la conversión, además de vivenciar los valores evangélicos de “solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios.” Dentro de la misma Iglesia ha habido experiencias de incomprensión al llamado de esta reflexión, pues hay quienes se han sentido amenazados en sus intereses, o quienes abiertamente han ganado la excomunión por no acatar las elementales exigencias del evangelio en detrimento de los derechos humanos de los más necesitados, amenazando la comunión de la Iglesia que es don de Dios, vocación y tarea a la vez.

Desde la eclesiología se han preguntado si es que la Iglesia pierde su identidad en la opción preferencial por los pobres, pero de ninguna manera es así, pues la solidaridad con los más pobres fortalece la identidad eclesial como “signo del Reino al que están llamados los seres humanos y en el que se privilegian los últimos e insignificantes.”

Uno de los costos de ser Iglesia de los pobres fue el martirio de san Oscar Arnulfo Romero en San Salvador en 1980, como el del beato Enrique Angelelli en la Argentina de 1976. Murieron por dar predilección a los pobres y oprimidos, entregaron su vida por el Evangelio dando prueba de la coherencia que él exige. “Los que siembran la muerte se irán con las manos vacías (…) los que defienden la vida tienen las manos llenas de historia.”

Conclusión

La teología de la liberación es una “inteligencia de la fe puesta al servicio de la tarea evangelizadora de la Iglesia”. San Juan Pablo II dijo de ella que era “no solo oportuna, sino útil y necesaria” siempre en comunión con la Iglesia y la Tradición. Su novedad viene de la “atención a las vicisitudes históricas de nuestros pueblos y a sus vivencias de fe.” Es novedad y a la vez una nueva etapa, es decir, continuidad, pues sus raíces están en la Escritura, la Tradición y el Magisterio; y a la vez está en constante evolución, en cuanto a “reflexión de la práctica a la luz de la fe.”

La nueva evangelización planteada por san Juan Pablo II en el V Centenario de la Evangelización de América implica ruptura y cambio de rumbo, pues el anuncio del Reino como la vivencia del mandamiento del amor es siempre algo novedoso y ha de afrontarse sin temor para seguir transparentando el rostro de una Iglesia latinoamericana pobre, misionera y pascual.

San Juan XXIII comprendió que “no es el evangelio que cambia; somos nosotros que comenzamos a comprenderlo mejor,” de ahí la necesidad de mirar lejos, frase que da título a esta introducción del padre Gustavo Gutiérrez para la edición al cumplirse las dos décadas de la teología de la liberación, cuyo libro, en sus propias palabras, es “una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo al que pertenece.”

P.A

García

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