viernes, 10 de mayo de 2024

La eclesiología de Lumen gentium

IGLESIA SINODAL

¿Cuál es la novedad teológica de la noción de “misterio” para describir la naturaleza de la Iglesia? ¿Cómo este concepto podría brindar luces para su labor pastoral y compromisos eclesiales?

El Concilio Ecuménico Vaticano II reunió durante más de cuatro años (1962-1965) a los obispos de la Iglesia católica, entre otros, para reflexionar sobre los grandes temas de la actualidad, en respuesta a aquel aggionarmento deseado por san Juan XXIII, el Papa Bueno, con el que buscaba situar a la Iglesia en el mundo contemporáneo. Uno de los importantes temas de debate fue la autopercepción de la Iglesia, es decir, una eclesiología contextualizada que arrojó como resultado la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium “La luz de las naciones”, texto aprobado y promulgado en noviembre de 1964.

Esta Constitución Dogmática planteó la novedad de la noción de misterio para describir la naturaleza de la Iglesia, con el cual los Padres conciliares comprendieron a la Iglesia como “epifanía” o “designio de Dios”, pues la Iglesia no es propiamente el resultado de los esfuerzos humanos, sino que, desde su horizonte trinitario, es el resultado del querer de Dios, es decir, parte de su proyecto salvífico, cuyo punto culmen es el mismo Cristo, quien es la verdadera y única luz de las naciones “Lumen gentium cum sit Christus…”. Entonces, la Iglesia es misterio porque está intrínsecamente unida al misterio de Cristo, y podemos comprenderla solo desde la luz de la fe, para alcanzar que todo en la Iglesia puede ser transitorio, menos la presencia del Señor en ella.

La novedad trazada por Lumen gentium radica en que, según el esquema traído por el Vaticano I y planteado en los inicios del Vaticano II, la Iglesia se definía en su naturaleza como “militante”, donde el carácter meramente institucional marcaba la reflexión de toda la eclesiología, no así con la noción de “misterio”, pues reconoce el don de Dios que, movido de amor por nosotros, elige a un pueblo, envía a su Hijo e inicia la Buena Nueva del Reino con signos de amor y liberación.

En mi experiencia en la pastoral carcelaria arquidiocesana, por ejemplo, la noción de misterio respecto a la Iglesia es muy útil a la hora de comprender que los privados de libertad no dejan de ser hijos de Dios y miembros de la Iglesia, sino que, por el contrario, este misterio permite conformar una comunidad en camino de reconciliación con Dios y con los hermanos. Es un misterio, ciertamente, cómo Dios se sigue dando sin reservas a los más olvidados y señalados por la sociedad, y es que en eso radica el misterio, en que Dios vino por los pecadores, humildes y sencillos, no por los justos y entendidos. La cárcel es un lugar privilegiado para vivir el misterio de la Iglesia y de la salvación que Dios obra a través de ella.

Explique el significado teológico de la definición de la Iglesia como “sacramento o signo e instrumento” de salvación en el mundo. ¿Cómo considera que esta definición se puede “vivir” / “realizar” en su compromiso eclesial?

En la Teología misterium y sacramentum vienen a comportarse como sinónimos, pues ambos refieren a la presencia y acción divina, entonces, la Iglesia, al ser designio de Dios (misterio) es también sacramento e instrumento, es decir, que su eficacia es real, que actúa en los hombres porque viene de Dios. La Iglesia al ser sacramento e instrumento es el lugar donde se manifiesta Dios y su acción salvífica. La Iglesia, como todo sacramento, deriva personalmente de Cristo y permanece siempre unida a él, y en cuanto a “instrumento”, está como el mismo Señor, al servicio de todos los hombres.

La Iglesia es sacramento e instrumento de salvación, de vida verdadera, es el medio de salvación por excelencia y Dios opera de manera misteriosa para que todos los hombres puedan salvarse a través de la Iglesia que es Cuerpo Místico de Cristo, siendo Cristo mismo el verdadero artífice de esta salvación.

Desde los diversos compromisos eclesiales que desempeño están, por un lado, la parte institucional y administrativa de la Iglesia, pues desde la Secretaría General del Arzobispado de Ayacucho tengo la posibilidad de, -unido al Ordinario, bajo su autoridad y en clave sinodal- proponer, divulgar y ejecutar herramientas concretas para que la praxis pastoral en esta Iglesia particular tenga precisado el objetivo y vocación de la misión y el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo, con humanidad y sencillez, con gestos y palabras concretas ; y por otro lado, en la vivencia y servicio a través de los ministerios de Lector y Acólito, tengo la valiosa oportunidad de predicar la Palabra de Dios con el énfasis de la vida en Cristo que vino a servir y no a ser servido, superando estructuras y a la vez con el respaldo de la jerarquía, así como también distribuir la Sagrada Comunión a los más alejados, principalmente a los internos del E.P. de Ayacucho, a quienes visito dos veces por semana. En todo esto participo, unido a Cristo y su Iglesia, como sacramento e instrumento de salvación.

¿Cómo propone la Lumen gentium la importancia de los “carismas” dados por el Espíritu a la Iglesia? ¿Qué función tienen en la Iglesia y cómo aportan ellos a “construir” la comunidad eclesial?

La Constitución deja claro que el Espíritu Santo “construye y dirige” a la Iglesia a través de dones jerárquicos y carismáticos, es decir, que, al ser una comunidad en peregrinación hacia la plena unión con Dios, estos dones jerárquicos y carismáticos van dirigiendo y construyendo simultáneamente la vida de la Iglesia; hay en esto una dinámica que, ahora necesariamente, ha de llevarse a cabo en perspectiva sinodal.

Es así como los pastores en unión con la grey del Señor -no de ellos- es decir el Pueblo de Dios, caminan juntos, cada uno aportando para el bien de todos el don y carisma recibido por Dios, de manera gratuita, porque gratis lo han recibido. Lumen Gentium en su numeral 4, esboza desde ya una praxis sinodal, pues aclara que el actuar de todos adorna con sus frutos a la Iglesia, y es el Espíritu Santo quien con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, renovándola y uniéndola perfectamente con Cristo, y esto no es otra cosa que sinodalidad pura y latente.

Escuchar voces, orar juntos, aportar de lo que sabemos o tenemos, es la clave para vivir los dones y carismas en la Iglesia. Una parroquia, por ejemplo, donde exista el Consejo Parroquial de Pastoral, es una comunidad que crece y camina en clave sinodal, y así lo demuestran las buenas experiencias de esta posibilidad, pues todos se escuchan, todos son tomados en cuenta y la pastoral se emplea en beneficio de aquellos que más lo necesitan, pues donde dos o más estén reunidos, ahí está Jesucristo, el Señor, y su Espíritu nos impulsa a vivir como él lo hizo, es decir, haciendo el bien.

P.A

García

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