IGLESIA SINODAL
¿Cuál
es la novedad teológica de la noción de “misterio” para describir la naturaleza
de la Iglesia? ¿Cómo este concepto podría brindar luces para su labor pastoral
y compromisos eclesiales?
El Concilio Ecuménico Vaticano II
reunió durante más de cuatro años (1962-1965) a los obispos de la Iglesia
católica, entre otros, para reflexionar sobre los grandes temas de la
actualidad, en respuesta a aquel aggionarmento deseado por san Juan
XXIII, el Papa Bueno, con el que buscaba situar a la Iglesia en el mundo
contemporáneo. Uno de los importantes temas de debate fue la autopercepción de
la Iglesia, es decir, una eclesiología contextualizada que arrojó como
resultado la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium “La
luz de las naciones”, texto aprobado y promulgado en noviembre de 1964.
Esta Constitución Dogmática planteó la
novedad de la noción de misterio para describir la naturaleza de la
Iglesia, con el cual los Padres conciliares comprendieron a la Iglesia como
“epifanía” o “designio de Dios”, pues la Iglesia no es propiamente el resultado
de los esfuerzos humanos, sino que, desde su horizonte trinitario, es el
resultado del querer de Dios, es decir, parte de su proyecto salvífico, cuyo
punto culmen es el mismo Cristo, quien es la verdadera y única luz de las
naciones “Lumen gentium cum sit Christus…”. Entonces, la Iglesia
es misterio porque está intrínsecamente unida al misterio de Cristo, y podemos
comprenderla solo desde la luz de la fe, para alcanzar que todo en la Iglesia
puede ser transitorio, menos la presencia del Señor en ella.
La novedad trazada por Lumen gentium
radica en que, según el esquema traído por el Vaticano I y planteado en los
inicios del Vaticano II, la Iglesia se definía en su naturaleza como
“militante”, donde el carácter meramente institucional marcaba la reflexión de
toda la eclesiología, no así con la noción de “misterio”, pues reconoce el don
de Dios que, movido de amor por nosotros, elige a un pueblo, envía a su Hijo e
inicia la Buena Nueva del Reino con signos de amor y liberación.
En mi experiencia en la pastoral
carcelaria arquidiocesana, por ejemplo, la noción de misterio respecto a
la Iglesia es muy útil a la hora de comprender que los privados de libertad no
dejan de ser hijos de Dios y miembros de la Iglesia, sino que, por el
contrario, este misterio permite conformar una comunidad en camino de
reconciliación con Dios y con los hermanos. Es un misterio, ciertamente, cómo
Dios se sigue dando sin reservas a los más olvidados y señalados por la
sociedad, y es que en eso radica el misterio, en que Dios vino por los
pecadores, humildes y sencillos, no por los justos y entendidos. La cárcel es
un lugar privilegiado para vivir el misterio de la Iglesia y de la salvación
que Dios obra a través de ella.
Explique
el significado teológico de la definición de la Iglesia como “sacramento o
signo e instrumento” de salvación en el mundo. ¿Cómo considera que esta
definición se puede “vivir” / “realizar” en su compromiso eclesial?
En la Teología misterium y sacramentum
vienen a comportarse como sinónimos, pues ambos refieren a la presencia y
acción divina, entonces, la Iglesia, al ser designio de Dios (misterio) es
también sacramento e instrumento, es decir, que su eficacia es real, que actúa
en los hombres porque viene de Dios. La Iglesia al ser sacramento e instrumento
es el lugar donde se manifiesta Dios y su acción salvífica. La Iglesia, como
todo sacramento, deriva personalmente de Cristo y permanece siempre unida a él,
y en cuanto a “instrumento”, está como el mismo Señor, al servicio de todos los
hombres.
La Iglesia es sacramento e instrumento
de salvación, de vida verdadera, es el medio de salvación por excelencia y Dios
opera de manera misteriosa para que todos los hombres puedan salvarse a través
de la Iglesia que es Cuerpo Místico de Cristo, siendo Cristo mismo el verdadero
artífice de esta salvación.
Desde los diversos compromisos
eclesiales que desempeño están, por un lado, la parte institucional y
administrativa de la Iglesia, pues desde la Secretaría General del Arzobispado
de Ayacucho tengo la posibilidad de, -unido al Ordinario, bajo su autoridad y
en clave sinodal- proponer, divulgar y ejecutar herramientas concretas para que
la praxis pastoral en esta Iglesia particular tenga precisado el objetivo y
vocación de la misión y el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo, con
humanidad y sencillez, con gestos y palabras concretas ; y por otro lado, en la
vivencia y servicio a través de los ministerios de Lector y Acólito, tengo la
valiosa oportunidad de predicar la Palabra de Dios con el énfasis de la vida en
Cristo que vino a servir y no a ser servido, superando estructuras y a la vez
con el respaldo de la jerarquía, así como también distribuir la Sagrada
Comunión a los más alejados, principalmente a los internos del E.P. de
Ayacucho, a quienes visito dos veces por semana. En todo esto participo, unido
a Cristo y su Iglesia, como sacramento e instrumento de salvación.
¿Cómo
propone la Lumen
gentium la importancia de los “carismas” dados por el Espíritu a la Iglesia?
¿Qué función tienen en la Iglesia y cómo aportan ellos a “construir” la
comunidad eclesial?
La Constitución deja claro que el
Espíritu Santo “construye y dirige” a la Iglesia a través de dones jerárquicos
y carismáticos, es decir, que, al ser una comunidad en peregrinación hacia la
plena unión con Dios, estos dones jerárquicos y carismáticos van dirigiendo y
construyendo simultáneamente la vida de la Iglesia; hay en esto una dinámica
que, ahora necesariamente, ha de llevarse a cabo en perspectiva sinodal.
Es así como los pastores en unión con
la grey del Señor -no de ellos- es decir el Pueblo de Dios, caminan juntos,
cada uno aportando para el bien de todos el don y carisma recibido por Dios, de
manera gratuita, porque gratis lo han recibido. Lumen Gentium en su
numeral 4, esboza desde ya una praxis sinodal, pues aclara que el actuar de
todos adorna con sus frutos a la Iglesia, y es el Espíritu Santo quien con la
fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, renovándola y uniéndola
perfectamente con Cristo, y esto no es otra cosa que sinodalidad pura y
latente.
Escuchar voces, orar juntos, aportar de
lo que sabemos o tenemos, es la clave para vivir los dones y carismas en la
Iglesia. Una parroquia, por ejemplo, donde exista el Consejo Parroquial de
Pastoral, es una comunidad que crece y camina en clave sinodal, y así lo
demuestran las buenas experiencias de esta posibilidad, pues todos se escuchan,
todos son tomados en cuenta y la pastoral se emplea en beneficio de aquellos
que más lo necesitan, pues donde dos o más estén reunidos, ahí está Jesucristo,
el Señor, y su Espíritu nos impulsa a vivir como él lo hizo, es decir, haciendo
el bien.
P.A
García
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