miércoles, 31 de julio de 2024

El fundamento jurídico de las bulas de demarcación del papa Alejandro VI

El poder temporal de los Papas

El fundamento jurídico de las bulas de demarcación emitidas por Alejandro VI en el siglo XV es un aspecto esencial para comprender la influencia de la autoridad papal en la expansión territorial y la evangelización durante la era de los descubrimientos. Estas bulas, en particular la serie de documentos papales emitidos en 1493, se enmarcan dentro de un contexto histórico en el que el poder papal había evolucionado significativamente desde el periodo del cesaropapismo hasta el desarrollo del derecho canónico y la supremacía del pontificado sobre las cuestiones temporales. La teoría jurídica promulgada por los papas anteriores, que afirmaba la propiedad papal sobre todas las islas, sentó las bases para la intervención papal en la delimitación de territorios recién descubiertos. En este contexto, las bulas de Alejandro VI, que establecieron límites específicos entre las esferas de influencia de España y Portugal, reflejan el papel central de la Iglesia en la legitimación de la conquista y la colonización, y subrayan cómo el papado actuó como árbitro en la configuración del nuevo orden mundial.

Antecedentes: lucha de poderes político-religiosos

Como antecedentes del alcance del poder papal respecto a temas temporales y las relaciones Iglesia-Estado tenemos el “cesaropapismo”, es decir, la injerencia del Imperio en los temas eclesiásticos. Fue así como Constantino, creyéndose “obispo exterior”, logra convocar el primer Concilio Ecuménico de la Iglesia, en el año 325, el Concilio de Nicea. Es cierto que solo el emperador mismo tenía la posibilidad de llevar a cabo una reunión de esta magnitud, con obispos de Oriente y Occidente.

El cesaropapismo se fortaleció en contexto oriental, pues Roma en Occidente había caído y esto sirvió al papado para consolidar su autonomía. El papa Gelasio I (492-496) planteó la dualidad de poderes, el del orden temporal y el del orden espiritual, con un difícil equilibrio a lo largo de los siglos. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, los pequeños reinos se disputaron la primacía, que solo fue provechosa en favor de la Iglesia, pues esta surgió como mediadora y reguladora de conflictos; aun cuando ella misma poseía territorios otorgados en el siglo VIII por Pipino el Breve: estos fueron los llamados Estados pontificios.

Con Gregorio VII (1073-1085) vio la luz el derecho canónico y así se puso fin a la injerencia de emperadores en asuntos del pontificado, pues hasta entonces los papas obedecían a la simpatía del monarca. En lo sucesivo, el papado fue concebido como la legislación de la Europa cristiana, en lo que colaboró la creación de universidades donde se impartieron ambos derechos, el civil y el canónico, ambos estrechamente relacionados entre sí.

El fundamento jurídico para la autoridad papal en el orden temporal

Desde el pontificado de Urbano II, en el año 1091, se promulgó la teoría jurídica, omni-insular, según la cual todas las islas son propiedad de san Pedro Apóstol, de su especial jurisdicción y de sus sucesores, los papas de Roma, los que pueden disponer de ellas libremente. Esta teoría fue una especificidad del derecho universal pontificio que venía elaborándose.

Fue Bonifacio VIII quien zanjó definitivamente la supremacía del poder espiritual sobre el temporal, mediante la bula Unam Sanctam, del 18 de noviembre de 1302, cuando concluyó que “es de absoluta necesidad para la salvación estar sometido al Romano Pontífice”; además de declarar, recordando la frase del obispo san Cipriano de Cartago (siglo III), que extra Ecclesiam nulla salus, fuera de la Iglesia no hay salvación y ella posee la plenitudo potestatis, es decir, la plenitud del poder y quienes se resistan al papa, resisten el ordenamiento divino, pues Bonifacio VIII declaró que “A la Iglesia y al poder de la Iglesia debe ser atribuida la profecía de Jeremías: ´Yo te he constituido sobre todas las naciones y reinos´" (Jr. 1, 10).

El papa, poseedor de los Estados pontificios ejercía la primacía de los reinos cristianos, cuya última legitimación se refería directamente a Dios. Para resolver conflictos entre el rey y sus súbditos se acudía al papa, así como también para mediar entre reinos cristianos, fue de esta manera como el papa se constituyó en un “árbitro soberano”, y en los sucesivo de los años surge por iniciativa de estos un derecho censuario pontificio, cuyo objetivo fue regular influencias políticas en regiones específicas entre los distintos Reinos, y más concretamente el reparto de las fuerzas políticas, de navegación y dominio entre el reino de Castilla y el de Portugal en el océano Atlántico.

Las Bulas Alejandrinas basadas en este fundamento jurídico

En el acontecer del siglo XV se llegó a nuevas rutas comerciales desde Europa prescindiendo de italianos y musulmanes, quienes hasta entonces estaban habituados al comercio marítimo. España y Portugal tuvieron la delantera frente a reinos más al norte como Holanda, Francia e Inglaterra. Esta exploración de nuevas rutas marítimas trajo consigo el natural contacto con tierras y personas desconocidas, quienes al no profesar la religión cristiana fueron considerados infieles, atribuyéndose de inmediato la facultad de conquistarlos para evangelizarlos, con el respaldo de la jerarquía de la Iglesia. No se concebía el mundo sin Dios, el Dios cristiano.

La intervención de los papas en la demarcación de territorios se dio por petición expresa de los reyes involucrados, pues para la época se tenía por ley que “el descubrimiento y la ocupación por un príncipe cristiano constituía un título suficiente de adquisición de” las tierras descubiertas, por lo que no era necesario apelar al Romano Pontífice. Sin embargo, el reino de Portugal sí había recurrido al papa para obtener de él bulas que precisaran los privilegios de sus dominios en el África, de esta manera, llegado el año de 1493, al tenerse noticias del descubrimiento de Colón en octubre del año anterior, los Reyes Católicos Fernando e Isabel, requirieron del papa Alejandro VI los mismos privilegios de los que gozaba Portugal, sobre las islas y territorios continentales descubiertos.

Alejandro VI

Rodrigo Borja, cardenal arzobispo de Valencia fue elegido papa el 11 de agosto de 1492. En su estancia en territorio ibérico, antes de subir a la cátedra de Pedro, apoyó el matrimonio de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, quienes siendo primos requerían de un permiso especial para contraer nupcias. Este permiso fue supuestamente falsificado por el cardenal Borja mientras era delegado Papal en la Península Ibérica, quien una vez electo papa, otorgó a sus amigos el título de Reyes Católicos, una altísima distinción.

El primer documento del papa Alejandro VI a Sus Majestades los Reyes Fernando e Isabel fue fechado el 3 de mayo de 1943, se trataba de la bula Inter caetera, mediante la cual hizo donación a los reyes de los territorios descubiertos navegando hacia occidente, hacia lo que se creía que eran las Indias, a no ser que ya fueran territorio de algún príncipe cristiano; este primer documento no demarcó límite alguno y mencionaba a Cristóbal Colón y el celo apostólico de Fernando e Isabel. La donación se hizo con el mandato de enviar misioneros para evangelizar esas tierras. El papa entregaba estas tierras para ser cristianizadas.

Esta generosa donación que hace Alejandro VI en favor de los reyes de Castilla y León es la donación de un derecho ad rem, no in re, es decir, les concede el señorío sobre unas tierras y sus habitantes de los que todavía no eran señores efectivos, ya que señores efectivos eran los jefes indígenas que había en dichos territorios.

Con idéntica fecha, el papa expide otra bula, la Eximiae devotionis, repitiendo en esta el contenido de la Inter caetera, pero con algunos añadidos, como los privilegios de administrar los bienes de la Iglesia en las Indias, o el nuevo mundo. Al día siguiente, 4 de mayo de 1493, el papa firma una tercera bula, de nuevo llamada Inter caetera, omitiendo en ella los privilegios anteriores y demarcando, ahora sí, “con la plenitud de la potestad apostólica” una línea divisoria en dirección norte a sur, se cree que por iniciativa del mismo Colón. Este límite, según la bula se ubicaría a cien leguas al oeste de las islas Azores y de Cabo Verde, quedando el occidente para Fernando e Isabel y el este para el rey de Portugal, Juan II.

A diferencia de las bulas papales a los portugueses, los castellanos sí tuvieron la obligación según el mandato pontificio de catequizar, evangelizar y cristianizar los territorios donados.

Conclusión

Conforme a los cánones eclesiásticos, el Romano Pontífice en su calidad de “pastor universal” encarnaba todo el poder sobre los infieles y sus tierras, por lo que podía disponer de ellas con libertad, otorgándolas a los príncipes cristianos de acuerdo con sus propios intereses y los de la Iglesia.

Como hemos visto, el papa Alejandro VI actuó siempre en favor de sus amigos y por petición expresa de estos, haciendo uso de sus facultades jurídicas universales como Romano Pontífice, aunque bien se sabe que sus bulas no tuvieron un efecto concreto, pues la demarcación planteada por el papa fue luego negociada por Portugal y Castilla, en el Tratado de Tordesillas del 7 de junio de 1494, fijándose a trescientas setenta leguas al oeste de Cabo Verde, pues parece que los territorios del Brasil ya habían sido descubiertos por navegantes y exploradores lusitanos. Este Tratado a su vez buscó el beneplácito del papa.

El fundamento jurídico de la demarcación fue ignorado por los reinos de Francia e Inglaterra, pues ambos desconocían la autoridad papal en asuntos temporales.

En conclusión, las bulas de demarcación emitidas por Alejandro VI en el siglo XV constituyen un hito crucial en la configuración del ordenamiento jurídico y territorial global durante la era de los descubrimientos. Estos documentos no solo reflejan la ambición de las potencias europeas, como España y Portugal, por expandir sus dominios, sino también el papel central de la autoridad papal en la validación y legitimación de estas expansiones. Al otorgar a los Reyes Católicos el derecho sobre las nuevas tierras descubiertas y establecer una línea divisoria que regulaba los intereses entre las coronas ibéricas, Alejandro VI consolidó el papel de la Iglesia en la colonización y evangelización del Nuevo Mundo. Este acto no solo marcó el inicio de una nueva fase en la historia de las relaciones internacionales, sino que también reforzó la supremacía del poder papal sobre las cuestiones temporales y territoriales, delineando un modelo que influiría en la configuración política y religiosa de los siglos venideros.

Bibliografía

Resumen y comentarios del artículo “Las Bulas Alejandrinas: Detonantes de la evangelización en el Nuevo Mundo” de María de Lourdes Bejarano Almada. Revista de El Colegio de San Luis. Nueva época. año VI, número 12. julio a diciembre de 2016.

P.A

García

lunes, 29 de julio de 2024

La espiritualidad del beato José Gregorio Hernández Cisneros

BEATO JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ CISNEROS

Datos biográficos del beato

El santo más representativo de la venezolanidad nació en Isnotú, estado Trujillo, el 26 de octubre de 1864. Su madre sembró en él la semilla de la fe y la caridad. Se graduó como Doctor en Medicina en 1888 en la Universidad Central de Venezuela; un año después, luego de ejercer la profesión en su pueblo natal, partió a cursar estudios en Paris. Al regresar trajo consigo toda la novedad científica europea y se destacó como docente y fundador de varias cátedras, a la par de su dedicación a los enfermos más pobres. Interrumpió la docencia para ingresar a la Cartuja de Farneta, Italia, de la Orden de los Cartujos en 1908, regresando al año siguiente, luego de nueve meses interno, pues su frágil salud no le permitió perseverar en la Orden. En Caracas ingresó al Seminario Santa Rosa de Lima, pero fue invitado a seguir su profesión; tiempo después regresó a Italia para estudiar en el Pio Latinoamericano; enfermando de nuevo tuvo que volver a Venezuela. Desde 1899 había pertenecido a la Orden Franciscana Seglar, donde aprendió a vivir el carisma de san Francisco de Asís.

Católico ejemplar, de misa diaria y profunda fe, supo compaginar su elevadísima carrera académica y profesional con los más sencillos actos de piedad y caridad. Publicó numerosos libros y ensayos científicos a la par de textos filosóficos. Ejecutaba el piano, confeccionaba su propia ropa. No se casó y vivió el ejercicio de la medicina como un verdadero sacerdocio. Tal fue su entrega a los demás que es reconocido como el “médico de los pobres”.

Falleció trágicamente el 29 de junio de 1919, al ser atropellado por un vehículo mientras se dirigía a visitar a un enfermo. Al caer al suelo golpeó su cabeza con el filo de la vereda, ocasionándole una fractura craneal. Tenía 54 años de edad y 31 de médico.

En 1949 inició su proceso de beatificación. San Pablo VI lo reconoció como Siervo de Dios en 1972. San Juan Pablo II lo declaró Venerable en 1986. Francisco aprobó su beatificación que se efectuó el 30 de abril de 2021, fijándose su festividad el 26 de octubre.

Perfil espiritual

En contradicción abierta con sus colegas científicos, José Gregorio Hernández vivió convencido de que el hombre tiene su origen en Dios, por lo tanto, tiende hacia él y encuentra en él su plena realización, porque el humano es materia y espíritu. De ahí que, a la par de su exitosa carrera como médico, viviera unido a la fe como franciscano seglar con deseos de consagrarse exclusivamente a Dios, para lo cual, como hemos visto, hizo el intento en tres oportunidades. “Hay un ser infinitamente poderoso y sabio, creador del universo admirablemente ordenado que conocemos. Este ser lo llamamos Dios”.

El llamado vocacional lo tuvo muy presente a lo largo de su vida. Todo lo que hacía lo realizaba con espíritu de entrega a la voluntad divina. En sus estudios fue el mejor, combinando el logro intelectual con la ayuda solidaria a sus compañeros. En el ejercicio de la medicina tuvo gran fama, por su bondad y desprendimiento, pues acostumbraba obsequiar las medicinas a sus enfermos más pobres y en vez de remunerar la consulta terminaba él aportando monetariamente a su paciente. "... la mayoría de estas personas no tienen recursos; no les voy a negar la consulta y no les voy a hacer pasar por la pena de decirme que no tienen dinero. Dios ayudará".

Su catolicidad era evidente. Con la jerarquía cultivó el respeto y la obediencia. Leyó la vida de los santos y fomentó una profunda piedad mariana -había quedado huérfano de madre a los 8 años de edad-. Era asiduo lector de los documentos magisteriales. En su biblioteca se encontraban textos de las más altas esferas científicas como de espiritualidad y los documentos papales recientes de su época. La Doctrina Social de la Iglesia de Rerum novarum hubo de ser en sus meditaciones el quicio de su entrega a los demás.

Supo de su pequeñez y fragilidad al mellar su salud en los intentos de estudios eclesiásticos en Italia. Curiosamente los estudios parisinos parecen no haberle aquejado en su cuerpo. Con sus colegas fomentó el trato respetuoso y amigable aún cuando su postura religiosa le llevara a contrariar a sus condiscípulos y maestros, con los que no se conoce que halla tenido animadversión alguna. Con todos fue pacífico y sereno, conversador, dialogador y, sobre todo, respetuoso hasta las últimas consecuencias. "Si en el mundo hay buenos y malos, los malos lo son porque ellos mismos se han hecho malos: pero los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios".

En la correspondencia epistolar abría su corazón a familiares y amigos. No tenía secretos ni episodios ocultos. De su paso por París se conoce la negativa que prefirió ante la contemporaneidad que le invitaba a relajos mundanos y disfrutes de placeres fugaces. Aunque sí ejecutaba el piano y era buen bailarín. Toda su vida fue un auténtico apostolado, vivido con visión de consagrado; con los pies en la tierra y con los ojos en el cielo.

Conocedor de sus dones y carismas, supo que la inteligencia era un don de Dios que le invitaba a donarse a su vez por los demás. No hubo en él ningún rastro de vanagloria u orgullo por lo que era, por lo que hacía o por lo que lograba. La docencia la ejerció con destacada pedagogía y cultivó en sus numerosos alumnos sentimientos de paternidad académica y espiritual. “Hay una facultad especial en la inteligencia que tiene por objeto el conocimiento del deber; esta facultad es la conciencia moral”.

En sus estancias en el extranjero se inquietaba por el bienestar de sus hermanos en Caracas, a quienes escribió con regularidad, dándoles noticias de sus pasos y preocupándose de sus vidas. La primera vez que partió al convento supo repartir sus bienes entre sus hermanos, guardando para sí solo lo estrictamente necesario.

La visión sobrenatural de las cosas le llevó a comprender cercana su muerte, la cual deseaba como fin de los sufrimientos humanos e ingreso en la paz celestial. En su piedad y valiéndose de su polifacética creatividad pintó, entre otros, sendos cuadros del Inmaculado Corazón de María y del Sagrado Corazón de Jesús, devociones arraigadas en su personalidad. Rezaba el santo rosario a diario.

Palabras del papa Francisco con motivo de la beatificación: “El doctor José Gregorio se nos ofrece a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad como ejemplo de creyente discípulo de Cristo, que hizo del Evangelio el criterio de su vida, buscó su vocación, observó los mandamientos, dedicó tiempo a la oración y creyó en la vida eterna… como un hombre amante de la sabiduría, de la investigación, de la ciencia, al servicio de la salud y de la docencia. Es un modelo de santidad comprometida con la defensa de la vida…”.

Una fotografía del beato en 1917

En su estancia en New York José Gregorio posó para un fotógrafo; quería inmortalizar su imagen como obsequio a dos personas en Venezuela, un amigo y su hermano César. La imagen capturada proyecta la elegancia de la época; pero hay algo distinto en el rostro y en los ojos: miran más allá de su presente, para instalarse posiblemente en otras dimensiones del ser, en donde se hallan sus deseos más íntimos. En la carta que le hace llegar a su amigo el Dr. Domínici (2-10-1917), en la que menciona su foto, testifica: “Ya verás cómo la vejez camina a pasos rápidos hacia mí, pero me consuelo pensando que más allá se encuentra la dulce muerte tan deseada”. Ya en una carta de 1914 escrita para su hermano César, y a propósito de su enfermedad que se hacía crónica, le escribe: “…mi enfermedad es una cosa más bien crónica, prolongada, y, si no fuera porque trastoca todos mis proyectos, yo más bien estaría contento, porque siempre he deseado la muerte, que nos libra de tantos males y nos pone seguros en el cielo”. Por un lado, deseaba la muerte como ganancia, pero por otro era consciente de su papel y de las posibilidades que tenía de hacer el bien a los demás. En otra carta y aludiendo a su foto escribió: “Me parece que te doy una verdadera sorpresa mandándote mi retrato; sacarlo a luz fue un verdadero triunfo fotográfico, pues por dos veces se rompió la lente con el paso de tan disforme imagen…”. ¿Estamos acaso frente a un alma sufriente y a la vez alegre? Aunque separado de sus seres queridos piensa en ellos al enviarles una foto, acusando quizá de manera humorística la rotura del lente de la cámara por dos veces, según él, por el “paso de tan disforme imagen”.

Un testimonio familiar de fe en el beato

En mi familia poseemos una hermosa devoción al beato José Gregorio Hernández, que nos ha motivado a peregrinar hasta su lugar de nacimiento en repetidas oportunidades; y también conservamos un curioso testimonio, relatado por mi madre, sobre una visión de la presencia del entonces venerable médico en nuestra casa.

Yo nací el 10 de diciembre de 1995 y mi madre desde temprano notó que algo andaba mal en mis ojos. Al mes de nacido me llevó al médico y este prefirió esperara hasta tener seis meses para determinar oportunamente. Transcurrido el tiempo, me llevó de nuevo al médico, esta vez una oftalmóloga pediatra y, efectivamente, me diagnosticaron estrabismo generalizado en ambos ojos. A partir de ese momento empecé una serie de terapias en la vista que no presentaron mayor avance. Seis meses después me adaptaron lentes.

Con dos años de edad y según la opinión de otra oftalmóloga, se decidió mi intervención quirúrgica en ambos ojos, como parte de un operativo donde también ingresarían otros niños con dificultades en la vista.

Fijada la fecha de la operación, mi mamá, como toda madre, se turbó por lo riesgoso del asunto. Todas las noches pensaba en el día de la operación y, una noche cualquiera, se dirigió hacia la habitación en la que yo dormía, acompañado de mi hermana un año mayor que yo; mamá quería darnos el último vistazo para ya irse a descansar.

Al ingresar al cuarto notó que un hombre alto vestido de blanco salía de la habitación, de inmediato pensó en el doctor José Gregorio Hernández, lo vio salir serenamente sin lograr observar su rosto y ella, sin ningún pánico ni temor, sintiéndose confiada fue hasta donde estábamos acostados y dormidos. Como se sabía de supuestas apariciones del doctor o incluso que se encontraban récipes en las camas de los enfermos que él visitaba, mi mamá reparó por todos lados sin conseguir pruebas de lo que estaba convencida, que el doctor José Gregorio Hernández me había visitado y su presencia era la garantía de que la operación sería un éxito.

Lo curioso es que quien más oraba y encomendaba mi salud al doctor José Gregorio Hernández era mi papá y no mi mamá, pues él a su vez había superado un grave accidente con la fe puesta en Dios y en la intercesión del médico de los pobres. Mi papá era quien constantemente decía en voz alta que todo iba a salir bien porque el doctor José Gregorio iba a ayudar. Mi papá tuvo la fe y mi mamá las pruebas de que el Venerable estuvo de nuestro lado.

P.A

García

lunes, 15 de julio de 2024

Mi encuentro con el padre Gustavo Gutiérrez

CONOCÍ AL GRAN TEÓLOGO PERUANO

Este encuentro prometía ser una oportunidad única para escuchar de primera mano las reflexiones y experiencias de un teólogo que ha impactado profundamente a la Iglesia en América Latina.

El padre Gustavo Gutiérrez Merino Díaz, sacerdote peruano de 96 años de edad (cumplidos el 8 de junio), es reconocido mundialmente como uno de los pioneros de la Teología Latinoamericana, también conocida como Teología de la Liberación. Muchos lo consideran el padre de esta corriente teológica, título que ostenta por uno de sus libros más influyentes, Teología de la liberación, perspectivas, publicado hace más de cincuenta años, a inicios de la década de 1970. Tuve la fortuna de visitarlo en su residencia en Lima, gracias a las gestiones de un compañero de estudios de la diplomatura en la PUCP.

El lunes 15 de julio, después de mi cita en la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela en Lima para gestionar mi pasaporte, me dirigí a la casa del Dr. Jean Ansion, originario de Bélgica y esposo de la Dra. Gloria Helfer, educadora y política peruana, donde nos esperaban para almorzar.

Durante la comida, conversé extensamente con Juan, como le llamamos en las clases virtuales. Compartió su experiencia en Ayacucho, donde trabajó como antropólogo en la UNSCH y cómo, en medio de la violencia terrorista de aquellos años oscuros, tuvo que abandonar la ciudad junto a su esposa e hijas. Esa mañana, doña Gloria había recibido a unos jóvenes de comunicaciones de la PUCP que la entrevistaron. Al reunirnos para almorzar, surgió la conversación sobre la necesaria inclusión de nuestra identidad peruana junto con la venezolana.

Más temprano, le había regalado a Juan el último ejemplar de mi libro Desde Ayacucho. Santuario de la Peruanidad, así como el folleto que coescribimos sobre la Acción Católica en el Perú, producto del trabajo final de la asignatura Historia de la Iglesia Latinoamericana II. Imprimí cuatro copias, dos para él y dos para mí, todas firmadas por nosotros, sus autores.

A las 3:30 p.m., nos dirigimos al departamento del padre Gutiérrez. La cita había sido acordada con antelación, y al llegar, encontramos al padre sentado en un cómodo sillón de su pequeña sala. Bien abrigado y con su bastón de madera en mano, nos recibió con una amplia sonrisa, agradecido por nuestra visita. Reconoció de inmediato a sus buenos amigos Juan y Gloria.

Juan actuó como un excelente anfitrión, explicándole al padre quiénes éramos. Tuvimos la oportunidad de saludarlo personalmente, estrechando su delicada mano y mencionándole que veníamos de Ayacucho, con un saludo especial del arzobispo de la ciudad. Su rostro se iluminó al acordarse de Mons. Salvador Piñeiro, lo que seguramente evocó recuerdos de sus constantes viajes y las notificaciones que enviaba al padre Salvador, quien era Vicario General de la Arquidiócesis de Lima.

Como había adquirido dos de sus obras, Teología de la Liberación, perspectivas y La Fuerza Histórica de los Pobres, pensé en pedirle que me las firmara. Le confié a Juan la misión de interceder por mí, pero lamentablemente, el padre Gutiérrez se negó, explicando que no tenía por costumbre hacerlo. Doña Gloria, en cambio, comentó que ella sí contaba con algunos textos autografiados, dado que Juan y ella son sus hijos espirituales y lo conocen desde su juventud; el padre ha sido un gran motivador en sus trayectorias altruistas y cristianas.

Para cambiar de tema, Juan le preguntó si reconocía su libro de tapa verde, la última edición de Teología de la Liberación, Perspectivas. El padre respondió que no, quizás debido a su avanzada edad, no recordó que esta edición conmemoraba los 50 años de la publicación original en 1971.

En cuanto a La Fuerza Histórica de los Pobres, el padre Gutiérrez afirmó que efectivamente él había escrito ese texto, pero se preguntó quién se aventuraba actualmente a esos lugares. Resaltó la importancia de la misión, la evangelización y la opción preferencial por los pobres, indicando que cada uno de nosotros debía hacerlo, enviándonos con su autoridad académica y pastoral, y su venerable sabiduría. Su testimonio es un verdadero aliento vocacional.

Respecto a la Diplomatura en Teología por la PUCP, el padre Gutiérrez recordó a los doctores Raúl Zegarra y Rolando Iberico Ruiz, este último coordinador de la diplomatura y actualmente en Europa por estudios. En la PUCP se valora enormemente su obra teológica, que sigue siendo objeto de estudio y práctica, especialmente a la luz de las nuevas formulaciones que han surgido con el Papa Francisco, quien, siendo latinoamericano, ha continuado su legado teológico.

Visitar y conocer personalmente al padre Gustavo Gutiérrez era un deseo que anhelaba cumplir, ya que había escuchado mucho sobre su trayectoria teológica y su labor pastoral. Sus libros, en particular, continúan inspirando y motivando a la Iglesia Latinoamericana en su compromiso por instaurar el Reino.

Al despedirnos del padre, tuvimos la oportunidad de tomarnos una foto de recuerdo, una  importante evidencia en este mundo tecnológico. Antes de esto, él nos había mostrado los collages en la pared, que reunían algunas de sus fotos más memorables con los visitantes que había recibido a lo largo de los años. Al salir, fui el último en estrechar su mano, y con gran gracia, el padre me advirtió que tuviera cuidado de no golpear la lámpara de la sala con mi cabeza, haciendo referencia a mi estatura. Nos reímos con gusto; ese momento jamás lo olvidaré.

Conocer al padre Gustavo Gutiérrez fue una experiencia profundamente enriquecedora. Su sabiduría y calidez dejaron una huella imborrable en mí. En cada palabra y anécdota, se reflejaba su compromiso inquebrantable con la justicia social y la dignidad humana. Al despedirnos, no solo llevé conmigo una foto de recuerdo, sino también un renovado sentido de misión y vocación. La oportunidad de interactuar con una figura tan emblemática de la Teología de la Liberación me inspiró a seguir trabajando por un mundo más justo. Su legado, evidente en las sonrisas de quienes lo rodean y en las enseñanzas que comparte, perdurará en nuestros corazones y acciones. Sin duda, este encuentro será una de las experiencias más significativas de mi vida.

¡Muchísimas gracias a Juan y doña Gloria!

P.A

García




sábado, 13 de julio de 2024

La Acción Católica en el Perú

La Acción Católica en el Perú

De la nostalgia por la Cristiandad a la búsqueda de nuevas formas de participación política en el mundo

Por: Jean Ansion y Pedro García

 

1.    Introducción

En el presente trabajo partimos con una revisión – como estado del arte – de lo trabajado sobre el tema de la Acción Católica en el Perú por dos historiadores: Jesús Ángel Ara Goñi (Ara 2019) y Jeffrey Klaiber (Klaiber 1988 y 2016). Esta revisión nos lleva a centrarnos en los años 30 que son los del desarrollo masivo y de la oficialización de la Acción Católica en el Perú, para ver luego el proceso de autocrítica y declive de este movimiento.

A continuación, presentamos nuestros pequeños hallazgos sobre la manera como los actores participantes de la Acción Católica vivieron el proceso.

 

En este proceso nos interesa indagar por la evolución de este movimiento eclesial, desde sus inicios entusiastas, especialmente entre las mujeres y los jóvenes, y con gran respaldo de la institución, considerando las tensiones que conducen a una rápida fragmentación y casi disolución, pero que son también fuentes de muchas novedades que luego empalmarán con el proceso del Concilio Vaticano II.

 

En particular, descubrimos en la Acción Católica en el Perú una respuesta al declive de la Cristiandad que, en gran medida había dado consistencia a la sociedad peruana. La Acción Católica nos aparece como una respuesta a la falta de clérigos, pero también a la “paganización” o “descristianización”. Ante el avance de la Ilustración y el positivismo y, posteriormente de la competencia de modelos de vida y de gobierno proveniente del liberalismo y del marxismo, se va desarrollando la doctrina social de la Iglesia, con mucha fuerza con León XIII, seguido en especial, en lo que concierne este trabajo con el afianzamiento de la Acción Católica con Pío XI. Se busca una participación de los laicos, ya no solo como personas individualmente piadosas, sino como laicos o “seglares” que actúan en el mundo, desde la juventud y el mundo profesional, desde una organización propia de la Iglesia. Los laicos deben ayudar a resolver la escasez de clero, pero también ser activos en la “recristianización” del mundo. Esto se dará dentro de muchas tensiones. Finalmente, una confrontación con el pensamiento de Maritain desde los años 30 puede ayudar a entender los límites de la Acción Católica en la medida que haya buscado volver a una cristiandad ya inexistente. Con los cambios de la época y el impulso del Concilio Vaticano II surge entonces una dinámica de búsqueda de nuevas formas de participación política en el mundo.

 

2.    Estado del arte

La fundación, auge y declive de la Acción Católica en el Perú representó uno de los episodios más resaltantes de la historia de la Iglesia peruana en la primera mitad del siglo XX, pues marcó un punto de partida para la actual perspectiva en que se encamina la praxis del laicado católico. Examinamos en este estado del arte los dos principales autores que han investigado sobre el tema, a saber: Jeffrey Klaiber, S.J. (1988 y 2016) y Jesús Ángel Ara Goñi (2019).

La Doctrina Social de la Iglesia vio la luz en el magisterio de León XIII con su encíclica Rerum Novarum, de la cual cuarenta años después Pio XI refrescó y actualizó en una llamada a la acción social con su encíclica Quadragesimo anno; sendos documentos tuvieron el alcance esperado en todo el orbe católico e Hispanoamérica no fue la excepción, de allí que el Perú se abocara decididamente a instaurar la doctrina social católica en todos los ambientes, desde el trabajo del laicado en intrínseca relación con el clero.

Los dos autores citados para esta investigación han caminado cada uno por su propia metodología y estilo, tal es así que ambos complementan una visión holística que reflejamos en este trabajo. Klaiber (2016[1]) proporciona fechas exactas, nombres propios de los principales protagonistas y en líneas generales sus aportes a la consolidación de la Acción Católica en el Perú; por su parte Ara (2019) es más profundo en el análisis de las circunstancias políticas, sociales, económicas e incluso antropológicas que determinaron el surgimiento de esta asociación, su precipitoso éxito, hasta hoy prácticamente extinta.

Ara (2019) delimita su período de indagación hasta el año 1936, pues sus fuentes documentales no le permiten extender el discurso, ya que se esfuerza en presentar un texto más elaborado y enarbolado con citas muy a lugar, con apuntes que bosquejan el contexto histórico de los acontecimientos. Klaiber (2016), aunque historiador consagrado, es más diáfano y llano en sus aportes, pudiéndosele leer de manera más rápida y concreta, pues su texto, aunque muy bien esquematizado, no está acompañado de citas relevantes, pero sí de la opinión de quien escribe la historia porque formó parte de ella o tuvo contacto con sus protagonistas.

Una tensa relación entre la jerarquía eclesiástica y los orígenes de la Acción Católica es dibujada por Ara (2019) dando a entender a la vez, que esta asociación de laicos consiguió en los obispos de la Iglesia sus principales impulsores y decididos promotores y al mismo tiempo sus más pesados observadores, aquellos que medían con rigor los alcances; mientras que la visión de Klaiber (2016) apunta más a una responsabilidad particular del laicado en cuanto al declive de la Acción Católica motivado al cambio de dirección en los esfuerzos de esta masa organizada, pues la ambición política distrajo, a su parecer, el campo de trabajo de los socios y su vocación inicial.

Finalmente, la comprensión contextualizada que nos brindan los autores es completada con nuestros aportes a esta investigación en materia de documentación afín a la idea de una Acción Católica Peruana como suceso resaltante y determinante en lo que es la historia contemporánea de la Iglesia católica en el Perú.

 

2.1.                   Fundación

Fue en el Concilio Provincial Limense del año 1912 donde por primera vez se tiene una versión oficial de la Iglesia sobre la identidad definitoria de la Acción Católica, y con esto, una primera resolución que, a lo largo de los años consecutivos, no hizo sino mantenerse sin tener mayor alcance, principalmente por dificultades económicas, y la poca preparación en cuestiones de apostolado seglar tanto de laicos como del mismo clero (Ara, 2019: 322-323).

Posteriormente el Concilio Provincial Limense de 1927 avanzó considerablemente en la consolidación de la Acción Católica Peruana, pues se sabe que tuvo como productos la aprobación de la Junta Organizadora de la Acción Católica del Perú, el nombramiento de un director espiritual que recayó sobre la persona de Pedro Pablo Drinot i Piérola, la redacción de unos estatutos que luego se verían contenidos en el Manual de Acción Católica dedicado al pueblo peruano, y, finalmente, el nacimiento de la Acción Católica de Damas Peruanas, siendo esta la primera asociación femenina de la Acción Católica en el Perú (Ara, 2019: 324).

Los dos obispos que más promovieron la Acción Católica en el Perú fueron Mariano Holguín y Pedro Pascual Farfán (Klaiber, 2016: 54). Por su parte monseñor Mariano Holguín fundó en 1925 la Acción Católica arequipeña (Klaiber, 2016: 54)

El 30 de junio de 1934, monseñor Pedro Pascual Farfán de los Godos, arzobispo de Lima, dirigió una Carta pastoral al Clero y Fieles sobre la Acción Católica, en la cual exponía su idea, objeto, extensión, principales caracteres, vida cristiana, cultura religiosa y necesidad de la Acción Católica, desde la perspectiva de una acción laical en estricta dependencia de la jerarquía eclesiástica (Ara, 2019: 252).

2.2.                   El Congreso Eucarístico Nacional de 1935 y la constitución de la Acción Católica Peruana

El Congreso Eucarístico Nacional del 23 al 27 de octubre de 1935 con la participación de cien mil personas fue “fruto de los esfuerzos de los centros y grupos de la Acción Católica en Lima y provincias” (Klaiber, 2016: 55). La idea surgió el año anterior, con motivos de celebrarse el cuarto centenario de la fundación de Lima, para lo cual se conformó un Comité arquidiocesano integrado por párrocos, laicos, religiosos y dirigentes de Acción Católica, con el impulso pastoral de Mons. Farfán (Ara, 2019: 255). Con el propósito de salvar al pueblo de las corrientes ideológicas de la época, el 19 de marzo de 1935 el episcopado peruano convocó oficialmente el Congreso Eucarístico Nacional, para refrescar y destacar el fervor eucarístico del pueblo peruano, tan ligado a la Iglesia (Ara, 2019: 257).

Cada día del Congreso tuvo una dedicación especial: el 23 se dedicó al papa, el 24 tuvo lugar la multitudinaria comunión de los niños en el día de la Infancia, el 25 fue la familia, el 26 se dedicó a la Patria y, finalmente, el día 27 de octubre se honró a Cristo Rey (Ara, 2019: 270).

Terminado el Congreso Eucarístico, el 30 de octubre de 1935 se produjo la primera asamblea de la Acción Católica de la Mujer Peruana junto con la Acción Católica de la Juventud Femenina Peruana. Los prelados también se constituyeron en asamblea hasta el 6 de diciembre (Ara, 2019: 281). Como resultados de las conclusiones de sesiones previas, los obispos decidieron “dictar una serie de instrucciones relativas a la creación de la asociación Acción Católica Peruana, que serían incorporadas […] en los Estatutos de la Acción Católica del Perú.” (Ara 2019: 282). Su principal órgano de decisión sería la Junta Nacional de la Acción Católica Peruana, con el arzobispo de Lima, Pedro Pascual Farfán como director eclesiástico y César Arróspide de la Flor como presidente seglar (Ara 2019: 282).

 La Acción Católica Peruana se regía así, en su estructura fundacional, según el modelo italiano, con una Junta Nacional y sus principales ramas: “los caballeros, las señoras, la juventud masculina y la juventud femenina” (Klaiber, 2016: 56) y también surgieron las ramas especializadas de estudiantes y obreros, la UNEC y la JOC (Klaiber, 2016: 56).

César Arróspide fungió como primer presidente de la Junta Nacional, en compañía del padre Amelio Placencia como primer asesor eclesiástico (Klaiber, 2016: 56-57).

El caso de José Dammert Bellido, militante laico de la Acción Católica Peruana, fue especialmente particular, pues habiendo estudiado en Italia y entrado en contacto con la Acción Católica de ese país, a su regreso al Perú fungió como profesor de la Universidad Católica de Lima colaborando como miembro laico de la Juventud Católica antes de ser ordenado sacerdote en 1947, para posteriormente llegar a ser el asesor del Consejo Nacional de la Juventud Católica, obispo auxiliar de Lima en 1958 y obispo de Cajamarca en 1962 (Klaiber, 2016: 58).

Al igual que Dammert, Luis Vallejos Santoni también salió de las filas de la Acción Católica. Ordenado sacerdote en 1957, fue obispo del Callao en 1971 y arzobispo del Cusco de 1975 hasta 1982, cuando muere trágicamente en un accidente vehicular (Klaiber, 2016: 58-59).

El padre Gustavo Gutiérrez, siendo estudiante de medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, presidió el Centro Católico de Barranco y en 1960, al regresar de sus estudios en Europa, fue asesor arquidiocesano de la UNEC – Unión Nacional de Estudiantes Católicos – y luego asesor nacional (Klaiber, 2016: 59). La UNEC, en esa época era parte integrante de la Acción Católica.

2.3.                   Dos movimientos fundamentales de la Acción Católica

Por su importancia en el desarrollo de la Acción Católica Peruana vale la pena mencionar especialmente a dos movimientos: el de la juventud femenina y el de la juventud universitaria.

2.3.1.            La Acción Católica de la Juventud Femenina Peruana

La Acción Católica de la Juventud Femenina Peruana surge de un grupo de estudiantes del colegio Sagrado Corazón que, para finales de 1934, se formaba con la intención de colaborar con la Acción Católica, dedicándose en sus primeros años a consolidar su estructura, a la par de prestar ayuda concreta en el Congreso Eucarístico Nacional, haciendo contactos con agrupaciones afines fuera del Perú y teniendo muy clara la misión de salvaguardar la moral católica (Ara, 2019: 314).

Se mencionó la primera asamblea de la Acción Católica de la Mujer Peruana y la Acción Católica de la Juventud Femenina Peruana luego del Congreso Eucarístico Nacional. Cabe resaltar que, al dar los obispos instrucciones para la conformación de la Acción Católica del Perú en general, no podían ignorar la fuerza peculiar de estos dos movimientos de mujeres que se convirtieron así en una base fuerte de la Acción Católica.

Esto parece coherente con la pronta aprobación por el Arzobispado de Lima, para su jurisdicción, de la organización denominada Acción Católica del Perú – Rama de Mujeres el 24 de abril de 1936. En esta aprobación se proponían programas de acción apostólica en favor de la religión, la moralidad y la formación católica de las mujeres y la organización propia de las directoras de esta asociación y el reclutamiento y formación religiosa y moral de todas las socias, bajo la consagración a Cristo Rey y a María Reina de los Apóstoles, contando con el patronato especial de santa Rosa de Lima (Ara, 2019: 298).

En ese año de 1936, la Acción Católica Peruana de Lima, en su rama femenina, desarrolló diversas actividades en el orden de la piedad, entre las que destacaron: retiros mensuales con su asesor eclesiástico el padre Benito Jaro, la profundización de sus catecismos, la preparación de la feligresía para las comuniones generales y de la Pascua, culminando con la última festividad litúrgica del año, dedicado a Cristo Rey (Ara, 2019: 301).

De las iniciativas limeñas se inspiraron las demás diócesis del Perú, es así como para el año 1936, la Acción Católica Peruana – Rama de Mujeres tuvo presencia consolidada en ciudades como Huánuco, Iquitos, Trujillo, Piura, Chachapoyas, Arequipa, Ayacucho y Huaraz, como lo refieren las páginas de la revista Ora et Labora, órgano divulgativo de la Acción Católica Peruana y nexo entre los consejos parroquiales y diocesanos (Ara, 2019: 303).

2.3.2.            La Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC)

La UNEC nace de la Juventud de Estudiantes Católicos (JEC) fundada en 1941 por Fernando Stiglich Gazzini, con filiales en el Cusco, Arequipa y en la capital del país, quienes al unirse conformaron en 1943 la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), con un exitoso 10 por ciento del total de universitarios de la época, alrededor de ochocientos socios (Klaiber, 2016: 61). La UNEC perteneció a la Acción Católica cuya estructura orgánica superior era “estricta” según UNEC (2022: 6).

A la vez, la UNEC se vinculó desde temprano con el consorcio internacional de universitarios católicos Pax Romana, lo que le permitió a Lima ser la anfitriona en 1946 de la Primera Asamblea Inter-Americana de Universidades Católicas, a la vez que envió a sus delegados para asistir a los congresos de Pax Romana en Europa, acompañados por el entonces padre Juan Landázuri Ricketts (Klaiber, 2016: 62).

Esta Unión Nacional de Estudiantes Católicos, que experimentó en sus orígenes una respuesta al ambiente anticlerical universitario imperante, pasó por diversas etapas. En opinión de Klaiber, a partir de 1960, radicalizó sus posiciones políticas inclinándose a conformar la llamada “izquierda católica” que, avanzados los tiempos y por el crecimiento de la población estudiantil, perdió su presencia y alcance hasta llegar a conformar pequeños núcleos en los años setenta (Klaiber, 2016: 62-63).

2.4.                   Autocrítica y declive

En el IV Congreso Eucarístico Nacional, efectuado en el Cusco en 1949, los dirigentes de la Acción Católica se propusieron examinar el camino recorrido desde la fundación, que ya arribaba a los quince años, arguyendo el incumplimiento de sus metas originales por dos principales razones: la emulación de modelos europeos los cuales no eran contextualizados en la realidad peruana y la falta de autodefinición y excesiva injerencia del clero y la jerarquía (Klaiber, 2016: 60).

Movidos por la cuestión social en el Perú y el resto de Latinoamérica, en 1945 los presidentes de la Acción Católica del Perú, Chile y Bolivia organizaron en Santiago la Primera Semana Internacional de Acción Católica. Cuatro años después se llevó a cabo la segunda en La Habana. La tercera fue en Chimbote, en 1953, donde tocados por la pobreza del lugar se pudo por fin tratar el tema de la cuestión social que, en las anteriores reuniones no había sido tomado en serio por diversas razones (Klaiber, 2016: 60-61).

Para el padre Klaiber, S.J. el declive de la Acción Católica en el Perú estuvo marcado por este encuentro de Chimbote, pues, en lo sucesivo, los dirigentes se dedicaron específicamente a la reestructuración de la sociedad a través de acciones políticas, creyendo esta su misión, de ahí que los fundadores de la Democracia Cristiana (1955) así como la UNEC perdieran su dependencia de la Acción Católica, quedando esta sin aparente campo propio, por lo que se desvaneció progresivamente con la etapa postconciliar (Klaiber, 2016: 61).

3.    Desarrollo: la Acción Católica vista por sus actores

 

3.1.                   Desde la visión del papa

La Acción Católica es expresión de la conciencia de la Iglesia de que necesita renovar profundamente su manera de relacionarse en el mundo. Para ello, se requiere la participación activa de los laicos organizados bajo la dirección del magisterio de la Iglesia. En su encíclica Quadragesimo anno, el papa Pío XI se refiere a ella del siguiente modo:

“Estamos persuadidos […] que ese fin se logrará con tanta mayor seguridad cuanto más copioso sea el número de aquellos que estén dispuestos a contribuir con su pericia técnica, profesional y social, y también (cosa más importante todavía) cuanto mayor sea la importancia concedida a la aportación de los principios católicos y su práctica, ciertamente por la Acción Católica (que no se permite a sí misma actividad propiamente sindical o política) sino por parte de aquellos hijos nuestros que esa misma Acción Católica forma en esos principios y a los cuales prepara para el ejercicio del apostolado bajo la dirección y el magisterio de la Iglesia.” (Quadragesimo anno, n° 96 – las cursivas son nuestras).

Destaquemos aquí tres cosas:

-         Se busca actuar en el mundo con laicos (o “seglares”) competentes en sus campos.

-         La Acción Católica, como organización, no tiene actividad propia en lo sindical o político.

-         Todo se da bajo el magisterio de la Iglesia, lo que se concreta en los documentos por el sometimiento a la autoridad jerárquica.

Molette, desde Francia, indica claramente la intención del papa: “Lo que está en juego a través de la vida del más humilde de los jocistas, es la misión de la Iglesia en el mundo de hoy. Pío XI se dio cuenta de ello” (Molette 1963: 30).

Si bien la Acción Católica se fortalece y es reconocida formalmente por Pío XI, también se mantiene fuertemente ligada al papa Pío XII como lo muestra la siguiente cita del I Congreso Mundial del Apostolado Seglar de 1951 refrendada por el papa:

“El apostolado seglar […] consiste, ante todo, en dirigir a los hombres, con pleno respeto, a su libertad, hacia la verdad y amor de Cristo. Implica, por lo tanto, una irradiación de los principios y del espíritu evangélicos sobre las instituciones y las estructuras humanas de orden temporal. (Ecclesia, 20-10-1951, página 16)”. (Citado por Avelino, 1956: 133-134).

3.2.                   Visiones desde el entusiasmo inicial en el Perú

En el órgano de la Acción Católica de Miraflores de 1941, Ernesto Segura publica un artículo sobre “El nuevo estilo de vida” que trata de la fe de los jóvenes y revela mucho del espíritu de la época.

“La esperanza, en la juventud nueva, es un deseo de vivir que involucra […] que se abren rumbos nuevos en la vida. Esa fe que abre horizontes nuevos es la fe cristiana […] es la única que, abriendo nuevos rumbos a la vida, nos hace pregustar ya la plenitud de esa vida en la tercera de las grandes virtudes: la caridad. La caridad es la virtud que nunca comprendió la generación que muere. […] Para la nueva juventud, en cambio, la caridad es la virtud que vivifica todo y en la que encuentra su plenitud la vida nueva, que la fe cristiana ha abierto a la esperanza.” (Acción – Órgano de la Acción Católica de Miraflores. 1941 – las cursivas son nuestras).

Es época de la Segunda Guerra mundial. Se requiere una nueva juventud y la esperanza en una nueva vida. La fe cristiana es la única que conduce a ella. La Acción Católica, como parte de la Iglesia, se presenta como la única alternativa.

Apenas terminada la Segunda Guerra mundial, vamos a presentar una conferencia para la Juventud de la Acción Católica femenina que se dio en el marco de una reunión en Lima de ese grupo de Acción Católica del 1 al 5 de agosto de 1945. Se trata de la conferencia que la Srta. Caty Cassinelli, tesorera del Secretariado de Prensa y Propaganda, dio con el título de “Razón de la Existencia de la Acción Católica” (JFACP, 1945: 41-57) [2]. Este texto hace una buena presentación de las preocupaciones del momento de las mujeres pertenecientes al movimiento y presenta una visión de la historia tal como se percibía en la época. La Iglesia, vinculada al principio de universalidad, se muestra como “un fenómeno político espiritual que vivió Europa bajo el hermoso nombre de ‘La Cristiandad’” (p. 42). Sin embargo, dice el texto, esta universalidad iba a sufrir “un golpe en su tarea civilizadora con el Cisma de Occidente, el cual separó de Roma vastas regiones de Europa Oriental” (p. 42) que, aunque se mantuvieran cristianas serían privadas del beneficio de la universalidad. “Durante el Renacimiento la misión universal de la Iglesia fue de nuevo atacada por el protestantismo, cuyas consecuencias funestas para la paz del mundo no pueden ser exageradas” (p. 43). Luego de criticar el protestantismo que se destroza y contradice “en la incoherencia del libre examen” (p. 43), como “típica imagen del renegado” p. 44), la conferencista ataca a los “filósofos, los naturalistas, los darwinianos [para quienes] todo absurdo es posible como origen del hombre, menos su ascendencia divina proclamada por la Iglesia Universal” (p. 43). Luego vino la industrialización y, con ella, los marxistas, “apóstoles del proletariado”, cuyo movimiento “se inició a base de descristianización de las masas y fomento de odio exasperado de clases” (p. 49).

A continuación, la Srta. Cassinelli menciona a los papas, empezando por Pío IX con su encíclica Quanta Curay, para centrarse en el papa León XIII y la “sensacional encíclica Rerum Novarum”. De ella recalca su anuncio de “los daños gravísimos de la revolución marxista latente, apoyada por la paganización reinante” (p. 51) así como los límites que pone el papa a la ambición capitalista a la vez que “establece las condiciones decentes a que debe sujetarse el trabajo del obrero, condena su explotación y señala también al obrerismo sus deberes y límites” (p. 52). Presenta a León XIII como el fundador de la doctrina social de la Iglesia y recomienda a los miembros de la Acción Católica la lectura de su encíclica que considera muy avanzada en su tiempo. Luego destaca el papel del “inmortal Pío XI”, fundador de la Acción Católica que fue una necesidad de los tiempos, no solo para “conjurar la absorción totalitaria” (p. 52), sino también por “muchas necesidades en todo el mundo; la paganización invasora, el materialismo triunfante, la laicización de la enseñanza, todo aquello que daba su fruto de católicos débiles y desorganizados frente a fuerzas adversas y sólidamente constituidas para derribar el árbol de Cristo.” (p. 53) Ante “los bárbaros entretelones del Estado endiosado” y los “grandes problemas sobre el totalitarismo o el marxismo el Papa de Roma parece haber recuperado sus antiguos fueros y habla implícitamente en nombre de la Cristiandad” (p. 55). Ante ello, “ha llegado el momento de mostrar si somos levadura en la masa, […] ha llegado la época que tal vez previó Pío XI al fundar la A. C., de restaurar todas las cosas en Cristo” (p. 57). Las cursivas de estas citas son nuestras y ponen de relieve los énfasis puestos en el recuperar la cristiandad en contra de las tendencias de la época.

En otra conferencia, en el mismo evento, sobre el tema de la “vida espiritual y formación intelectual base del apostolado”, la Srta. Doctora Matilde Pérez Palacio Carranza afirma por su parte:

“La acción católica que es la participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia para recristianizar la sociedad, requiere que cada una de nosotras esté ya recristianizada.” (JFACP, 1945: 96) (las cursivas son nuestras).

Esto significa entre otras cosas, continúa la Srta. Matilde Pérez, que aparece “como símbolo de redención en pleno siglo XX esta organización de la Acción Católica que quiere darle vida, vida nueva y abundante a nuestra Iglesia, y al decir Iglesia estamos pensando en la unión de todos los que profesamos una misma fe.” (p. 97). Esto significa que la acción sea de participación. Esta última idea está presente en el documento Nociones de Acción Católica (A.C.J.F.P. 1938) que recuerda la definición de la Acción Católica por el papa Pío XI: “participación de los seglares en el Apostolado Jerárquico” (p. 55).

3.3.                   Visiones desde la experiencia y la autocrítica

 

3.3.1.           César Arróspide de la Flor

César Arróspide de la Flor es descrito por Klaiber como hombre sumamente culto que llegó a simbolizar la Acción Católica Peruana. “Dictaba cursos de historia de música en su alma mater [UNMSM] y en la Universidad Católica, donde también llegó a ser decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. En 1926 fundó el grupo Acción Social de la Juventud.” (Klaiber, 2016: 53). Y fue el primer presidente nacional de la Acción Católica Peruana. Asumió en diciembre de 1935 y siguió teniendo liderazgo en la evolución de esta asociación. En una conferencia de 1966, desde la perspectiva del Concilio Vaticano II, hace una evaluación sobre el papel de los laicos en la que la crítica al clericalismo está clara.

“[E]l Concilio nos da una versión positiva y actuante del laico mismo, como cooperador de la verdad al lado del sacerdote, y como responsable directo en el mundo temporal de su ordenamiento según el Plan de la creación. […] El laico de hoy […] ha de vivir la urgencia de su propia conversión para ser humanamente apto al encarar su tarea apostólica, ha de superar toda una tradición de apostolado de fuerte matiz clerical que mermaba su eficacia de laico […]” (Arróspide de la Flor, 1988:  26 – Nueva visión de la misión del laicado en la Iglesia y en el mundo, Conferencia de 1966) (las cursivas son nuestras).

Concordante con esta apreciación, en el capítulo IV de la misma publicación (Arróspide, 1988) el autor recuerda la actitud crítica de la Convención Nacional del Cuzco de 1949 sobre la Acción Católica Peruana. Comenta ahí las principales conclusiones de este evento realizado entre el 13 y el 16 de mayo de ese año. Observa en ellas “una conciencia nueva que iba haciendo crisis en el empeño recristianizador” (p. 87). Se comprobó el impacto provocado por el anuncio oficial de la Acción Católica que convocaba oficialmente a los cristianos para que participaran en el apostolado jerárquico. El desconcierto produjo incomprensiones y también actitudes adversas. Un gran tema era cómo recristianizar un mundo paganizado. Una de las conclusiones criticaba que “muchos seglares, a quienes habría correspondido ejercer el apostolado en su medio, creyeron necesario huir del mundo descristianizado para ‘preservarse’” (p. 89). Muchos, en ese contexto, asumieron “una función de infra-clérigos, o ‘sub-diáconos’, actitud que determina en el seglar una calidad de seglar disminuido” (p. 89). Ante los diversos problemas sometidos a la crítica, se planteó la necesidad de una formación sólidamente autónoma de los miembros de la Acción Católica, para lo cual se aconseja que “para formar personalidades en la Acción Católica (se) precisa el contacto con fuentes que de suyo produzcan una transformación interior, como son los Evangelios” (p. 95). Sería una forma de evitar que los laicos sean exclusivamente una fuerza auxiliar de la Jerarquía, una simple “ayuda al párroco”. Estas reflexiones críticas son consideradas por el autor como un vislumbre de la concepción de Lumen Gentium. En este caso también, las cursivas son nuestras y señalan aspectos importantes de la crítica, la que nos va indicando por qué, a la larga, el movimiento se va debilitando y descomponiendo.

Visto el tema desde hoy, el gran problema es cómo la Iglesia se transforma con la incorporación activa de asociaciones de laicos (o “seglares”) ante los inmensos retos de las transformaciones del mundo. Pero estos cambios se van dando, naturalmente, desde formas de organización y de pensamiento doctrinal propias del pasado. De ahí las enormes tensiones que conducen a la desintegración para dar lugar a otras formas de organización.

3.3.2.           Jacques Maritain

Jacques Maritain, filósofo cristiano venía trabajando sobre estas tensiones desde los años 30. En contra de una tendencia conservadora con respecto al tema de la política y de la relación de los cristianos con el mundo, su pensamiento influyó sin duda en la evolución de la Acción Católica.

Cuando, en 1945, la Srta. Cassinelli hablaba con mucha reverencia de la Cristiandad y anhelaba volver a ella, es casi seguro que ni ella ni sus compañeras de la Asociación Católica Femenina habían leído el libro de Jaques Maritain publicado por primera vez en francés en 1936 (Maritain, Jacques, 1966/1936). Nada en lo que dicen lo indica porque ellas se aferran al antiguo concepto de cristiandad. Sin embargo, en ese libro, el filósofo francés habla del “ideal histórico de una nueva cristiandad”. En ese texto precisa su pensamiento sobre la relación entre lo político y lo espiritual:

“La sociedad política no tiene por oficio conducir a la persona humana a su perfección espiritual y a su plena libertad de autonomía, es decir a la santidad […]. Sin embargo, la sociedad política está destinada esencialmente, en razón del fin terrenal que la especifica, a desarrollar condiciones de medio que lleven a la multitud a un grado de vida material, intelectual y moral conveniente para el bien y la paz del todo, de tal suerte que cada persona se encuentre ayudada positivamente en la conquista progresiva de su plena vida de persona y de su libertad espiritual.” (Maritain, 1966: 106).

Como bases de esa nueva cristiandad, Maritain, luego de analizar la cristiandad medieval con sus “errores mortales” que no se puede ni se debe repetir, plantea algunos principios para un nuevo tipo de sociedad inspirada en el cristianismo. Estos principios son: el pluralismo, la autonomía de lo temporal, la liberad de las personas, la unidad de “raza social” (que supone igualdad fundamental y democracia), la obra común consistente en una comunidad fraterna por realizar.

3.3.3.           Gustavo Gutiérrez

Gustavo Gutiérrez ha sido asesor de la UNEC durante muchos años.  En su libro de 1979 recién vuelto a publicar, La fuerza histórica de los pobres, ubica su teología ‘desde el reverso de la historia’. En esta obra, tanto teológica como política, como lo afirma Raúl Zegarra en su prólogo, Gutiérrez habla del papel de la corriente socialcristiana proveniente de Europa en el despertar de la conciencia social de ciertos grupos cristianos:

“Esta corriente – sostiene – había surgido bajo la influencia del ala moderna del liberalismo católico, de algunas ideas del catolicismo social francés y de la doctrina social de la Iglesia nacida con León XIII. Jacques Maritain será su principal forjador y vertebrará esas diferentes líneas con la filosofía tomista. Es un intento por liquidar la mentalidad de cristiandad y abrirse moderadamente a los valores del mundo moderno.” (Gutiérrez 2024: 245).

La teología de la liberación es, sin duda, una crítica a la mentalidad de cristiandad. Simultáneamente, llama a los cristianos a participar en la transformación de un mundo injusto que reduce a los pobres en “no personas”, según la formulación de Raúl Zegarra en Gutiérrez (2024: 23). Y esto supone ingresar a la política aceptando la tensión propia del espacio de lo temporal para quienes están movidos por aspiraciones espirituales tal como lo plantea también Maritain. Esta perspectiva, a la vez que nos ayuda a entender las limitaciones propias de la Acción Católica nos muestran también cómo fue un momento necesario en el desarrollo del proceso, el mismo que hoy se trabaja desde la perspectiva de la sinodalidad.

4.    Conclusión

Como hipótesis razonable luego de nuestra demasiado breve investigación, nos parece que la Acción Católica, en su afán por ser un baluarte de renovación de la Iglesia confrontada con las nuevas realidades de la modernidad, no supo distinguir como lo hizo Maritain entre la cristiandad medieval obsoleta y la búsqueda de una nueva cristiandad con principios como los que Maritain señala. Las tensiones y críticas que de allí derivan parecen haber conducido a su casi disolución luego de que los líderes más activos y pensantes – tal vez también influenciados por el pensamiento de Maritain – se encaminaran, desde su trabajo en el mundo, hacia la política más directa aunque sin mayores éxitos (Democracia Cristiana) o hacia la consolidación de organizaciones laicales que se irían vinculando a los cambios de la Iglesia del Concilio Vaticano II y luego hacia la Teología de la Liberación y los encuentros del CELAM. El proceso sinodal vigente es, en ese sentido una continuación y superación de la Acción Católica, la que en el Perú se vivió con mucha intensidad y dio lugar a importantes formas de organización.

 

5.  Bibliografía

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Ara Goñi, Jesús Ángel (2019). La construcción de la acción católica en el Perú. Lima: Fondo Editorial PUCP.

Arróspide de la Flor, César (1988). La misión del laicado en la iglesia y en el mundo. Selección de textos. Lima: CEP.

Avelino Esteban, Andrés (1956). Sacerdotes y seglares en el apostolado de la acción católica y las profesiones. Madrid : EURAMERICA.

Bars, Henry (1961). La politique selon Jacques Maritain. Paris : Les éditions ouvrières.

JFACP (Juventud Femenina de la acción católica peruana) (1945). Alegría, estudio, oración. Ier Congreso Nacional. Lima, 1-5 de agosto de 1945.

Gutiérrez, gustavo (2024). La fuerza histórica de los pobres. Selección de trabajos. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones – Instituto Bartolomé de las Casas.

Klaiber, Jeffrey, S.J. (1988). La Iglesia en el Perú. Lima: Fondo Editorial PUCP.

Klaiber, Jeffrey, S.J. (2016). Historia contemporánea de la Iglesia católica en el Perú. Lima: Fondo Editorial PUCP.

Maritain, Jacques (1966/1936). Humanismo integral. Problemas temporales y espirituales de una nueva cristiandad. Buenos Aires: Ediciones Carlos Lohlé. Recuperado el 5/07/2024 de: Maritain, Jacques. - Humanismo Integral [1966].pdf (archive.org)

Molette, Charles (1963). La acción católica, escuela de libertad. Barcelona: Ediciones nova terra.

Pío XI (1931). Carta encíclica Quadragesimo año.

UNEC (2022). Recordando una etapa de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos – UNEC. Lima.

Revistas:

Acción católica de la mujer peruana. Anuario 1935.

Acción – Órgano de la Acción Católica de Miraflores. Año II, N° 70, Miraflores, 20 de abril de 1941.



[1] El texto de Klaiber de 2016 retoma y desarrolla con más detalles y profundidad el de 1998, por lo que nos apoyaremos a continuación en el de 2016.

[2] A continuación los extractos de este documento se citan sólo con mención de la página correspondiente.