lunes, 29 de julio de 2024

La espiritualidad del beato José Gregorio Hernández Cisneros

BEATO JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ CISNEROS

Datos biográficos del beato

El santo más representativo de la venezolanidad nació en Isnotú, estado Trujillo, el 26 de octubre de 1864. Su madre sembró en él la semilla de la fe y la caridad. Se graduó como Doctor en Medicina en 1888 en la Universidad Central de Venezuela; un año después, luego de ejercer la profesión en su pueblo natal, partió a cursar estudios en Paris. Al regresar trajo consigo toda la novedad científica europea y se destacó como docente y fundador de varias cátedras, a la par de su dedicación a los enfermos más pobres. Interrumpió la docencia para ingresar a la Cartuja de Farneta, Italia, de la Orden de los Cartujos en 1908, regresando al año siguiente, luego de nueve meses interno, pues su frágil salud no le permitió perseverar en la Orden. En Caracas ingresó al Seminario Santa Rosa de Lima, pero fue invitado a seguir su profesión; tiempo después regresó a Italia para estudiar en el Pio Latinoamericano; enfermando de nuevo tuvo que volver a Venezuela. Desde 1899 había pertenecido a la Orden Franciscana Seglar, donde aprendió a vivir el carisma de san Francisco de Asís.

Católico ejemplar, de misa diaria y profunda fe, supo compaginar su elevadísima carrera académica y profesional con los más sencillos actos de piedad y caridad. Publicó numerosos libros y ensayos científicos a la par de textos filosóficos. Ejecutaba el piano, confeccionaba su propia ropa. No se casó y vivió el ejercicio de la medicina como un verdadero sacerdocio. Tal fue su entrega a los demás que es reconocido como el “médico de los pobres”.

Falleció trágicamente el 29 de junio de 1919, al ser atropellado por un vehículo mientras se dirigía a visitar a un enfermo. Al caer al suelo golpeó su cabeza con el filo de la vereda, ocasionándole una fractura craneal. Tenía 54 años de edad y 31 de médico.

En 1949 inició su proceso de beatificación. San Pablo VI lo reconoció como Siervo de Dios en 1972. San Juan Pablo II lo declaró Venerable en 1986. Francisco aprobó su beatificación que se efectuó el 30 de abril de 2021, fijándose su festividad el 26 de octubre.

Perfil espiritual

En contradicción abierta con sus colegas científicos, José Gregorio Hernández vivió convencido de que el hombre tiene su origen en Dios, por lo tanto, tiende hacia él y encuentra en él su plena realización, porque el humano es materia y espíritu. De ahí que, a la par de su exitosa carrera como médico, viviera unido a la fe como franciscano seglar con deseos de consagrarse exclusivamente a Dios, para lo cual, como hemos visto, hizo el intento en tres oportunidades. “Hay un ser infinitamente poderoso y sabio, creador del universo admirablemente ordenado que conocemos. Este ser lo llamamos Dios”.

El llamado vocacional lo tuvo muy presente a lo largo de su vida. Todo lo que hacía lo realizaba con espíritu de entrega a la voluntad divina. En sus estudios fue el mejor, combinando el logro intelectual con la ayuda solidaria a sus compañeros. En el ejercicio de la medicina tuvo gran fama, por su bondad y desprendimiento, pues acostumbraba obsequiar las medicinas a sus enfermos más pobres y en vez de remunerar la consulta terminaba él aportando monetariamente a su paciente. "... la mayoría de estas personas no tienen recursos; no les voy a negar la consulta y no les voy a hacer pasar por la pena de decirme que no tienen dinero. Dios ayudará".

Su catolicidad era evidente. Con la jerarquía cultivó el respeto y la obediencia. Leyó la vida de los santos y fomentó una profunda piedad mariana -había quedado huérfano de madre a los 8 años de edad-. Era asiduo lector de los documentos magisteriales. En su biblioteca se encontraban textos de las más altas esferas científicas como de espiritualidad y los documentos papales recientes de su época. La Doctrina Social de la Iglesia de Rerum novarum hubo de ser en sus meditaciones el quicio de su entrega a los demás.

Supo de su pequeñez y fragilidad al mellar su salud en los intentos de estudios eclesiásticos en Italia. Curiosamente los estudios parisinos parecen no haberle aquejado en su cuerpo. Con sus colegas fomentó el trato respetuoso y amigable aún cuando su postura religiosa le llevara a contrariar a sus condiscípulos y maestros, con los que no se conoce que halla tenido animadversión alguna. Con todos fue pacífico y sereno, conversador, dialogador y, sobre todo, respetuoso hasta las últimas consecuencias. "Si en el mundo hay buenos y malos, los malos lo son porque ellos mismos se han hecho malos: pero los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios".

En la correspondencia epistolar abría su corazón a familiares y amigos. No tenía secretos ni episodios ocultos. De su paso por París se conoce la negativa que prefirió ante la contemporaneidad que le invitaba a relajos mundanos y disfrutes de placeres fugaces. Aunque sí ejecutaba el piano y era buen bailarín. Toda su vida fue un auténtico apostolado, vivido con visión de consagrado; con los pies en la tierra y con los ojos en el cielo.

Conocedor de sus dones y carismas, supo que la inteligencia era un don de Dios que le invitaba a donarse a su vez por los demás. No hubo en él ningún rastro de vanagloria u orgullo por lo que era, por lo que hacía o por lo que lograba. La docencia la ejerció con destacada pedagogía y cultivó en sus numerosos alumnos sentimientos de paternidad académica y espiritual. “Hay una facultad especial en la inteligencia que tiene por objeto el conocimiento del deber; esta facultad es la conciencia moral”.

En sus estancias en el extranjero se inquietaba por el bienestar de sus hermanos en Caracas, a quienes escribió con regularidad, dándoles noticias de sus pasos y preocupándose de sus vidas. La primera vez que partió al convento supo repartir sus bienes entre sus hermanos, guardando para sí solo lo estrictamente necesario.

La visión sobrenatural de las cosas le llevó a comprender cercana su muerte, la cual deseaba como fin de los sufrimientos humanos e ingreso en la paz celestial. En su piedad y valiéndose de su polifacética creatividad pintó, entre otros, sendos cuadros del Inmaculado Corazón de María y del Sagrado Corazón de Jesús, devociones arraigadas en su personalidad. Rezaba el santo rosario a diario.

Palabras del papa Francisco con motivo de la beatificación: “El doctor José Gregorio se nos ofrece a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad como ejemplo de creyente discípulo de Cristo, que hizo del Evangelio el criterio de su vida, buscó su vocación, observó los mandamientos, dedicó tiempo a la oración y creyó en la vida eterna… como un hombre amante de la sabiduría, de la investigación, de la ciencia, al servicio de la salud y de la docencia. Es un modelo de santidad comprometida con la defensa de la vida…”.

Una fotografía del beato en 1917

En su estancia en New York José Gregorio posó para un fotógrafo; quería inmortalizar su imagen como obsequio a dos personas en Venezuela, un amigo y su hermano César. La imagen capturada proyecta la elegancia de la época; pero hay algo distinto en el rostro y en los ojos: miran más allá de su presente, para instalarse posiblemente en otras dimensiones del ser, en donde se hallan sus deseos más íntimos. En la carta que le hace llegar a su amigo el Dr. Domínici (2-10-1917), en la que menciona su foto, testifica: “Ya verás cómo la vejez camina a pasos rápidos hacia mí, pero me consuelo pensando que más allá se encuentra la dulce muerte tan deseada”. Ya en una carta de 1914 escrita para su hermano César, y a propósito de su enfermedad que se hacía crónica, le escribe: “…mi enfermedad es una cosa más bien crónica, prolongada, y, si no fuera porque trastoca todos mis proyectos, yo más bien estaría contento, porque siempre he deseado la muerte, que nos libra de tantos males y nos pone seguros en el cielo”. Por un lado, deseaba la muerte como ganancia, pero por otro era consciente de su papel y de las posibilidades que tenía de hacer el bien a los demás. En otra carta y aludiendo a su foto escribió: “Me parece que te doy una verdadera sorpresa mandándote mi retrato; sacarlo a luz fue un verdadero triunfo fotográfico, pues por dos veces se rompió la lente con el paso de tan disforme imagen…”. ¿Estamos acaso frente a un alma sufriente y a la vez alegre? Aunque separado de sus seres queridos piensa en ellos al enviarles una foto, acusando quizá de manera humorística la rotura del lente de la cámara por dos veces, según él, por el “paso de tan disforme imagen”.

Un testimonio familiar de fe en el beato

En mi familia poseemos una hermosa devoción al beato José Gregorio Hernández, que nos ha motivado a peregrinar hasta su lugar de nacimiento en repetidas oportunidades; y también conservamos un curioso testimonio, relatado por mi madre, sobre una visión de la presencia del entonces venerable médico en nuestra casa.

Yo nací el 10 de diciembre de 1995 y mi madre desde temprano notó que algo andaba mal en mis ojos. Al mes de nacido me llevó al médico y este prefirió esperara hasta tener seis meses para determinar oportunamente. Transcurrido el tiempo, me llevó de nuevo al médico, esta vez una oftalmóloga pediatra y, efectivamente, me diagnosticaron estrabismo generalizado en ambos ojos. A partir de ese momento empecé una serie de terapias en la vista que no presentaron mayor avance. Seis meses después me adaptaron lentes.

Con dos años de edad y según la opinión de otra oftalmóloga, se decidió mi intervención quirúrgica en ambos ojos, como parte de un operativo donde también ingresarían otros niños con dificultades en la vista.

Fijada la fecha de la operación, mi mamá, como toda madre, se turbó por lo riesgoso del asunto. Todas las noches pensaba en el día de la operación y, una noche cualquiera, se dirigió hacia la habitación en la que yo dormía, acompañado de mi hermana un año mayor que yo; mamá quería darnos el último vistazo para ya irse a descansar.

Al ingresar al cuarto notó que un hombre alto vestido de blanco salía de la habitación, de inmediato pensó en el doctor José Gregorio Hernández, lo vio salir serenamente sin lograr observar su rosto y ella, sin ningún pánico ni temor, sintiéndose confiada fue hasta donde estábamos acostados y dormidos. Como se sabía de supuestas apariciones del doctor o incluso que se encontraban récipes en las camas de los enfermos que él visitaba, mi mamá reparó por todos lados sin conseguir pruebas de lo que estaba convencida, que el doctor José Gregorio Hernández me había visitado y su presencia era la garantía de que la operación sería un éxito.

Lo curioso es que quien más oraba y encomendaba mi salud al doctor José Gregorio Hernández era mi papá y no mi mamá, pues él a su vez había superado un grave accidente con la fe puesta en Dios y en la intercesión del médico de los pobres. Mi papá era quien constantemente decía en voz alta que todo iba a salir bien porque el doctor José Gregorio iba a ayudar. Mi papá tuvo la fe y mi mamá las pruebas de que el Venerable estuvo de nuestro lado.

P.A

García

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