viernes, 25 de octubre de 2024

Servidor de la Iglesia perseguido por Sendero Luminoso

“EL CHOFER ARZOBISPAL”

         El grupo terrorista Sendero Luminoso se originó en Ayacucho, siendo la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga el contexto propicio para su desarrollo. Esta casa de estudios, recién reabierta, contrató como profesor titular al controvertido Doctor en Filosofía Abimael Guzmán, fundador de esta organización. Sendero Luminoso, que se constituyó como un partido político de ideología comunista, buscó tomar el poder a través de la violencia, declarando la guerra al Estado peruano.

         Ayacucho fue la primera ciudad y departamento en sufrir las devastadoras consecuencias de las ideas revolucionarias de Sendero Luminoso, caracterizadas por el terror y la violencia. La Iglesia católica local fue testigo de estos acontecimientos. El 3 de diciembre de 1987, el padre Víctor Acuña Cárdenas fue brutalmente asesinado por jóvenes senderistas mientras celebraba la misa en el mercado de Magdalena, a plena luz del día y ante la presencia de sus feligreses. Este trágico suceso lo convirtió en el primer sacerdote en caer a manos del terrorismo. En esta ocasión, me enfocaré en otra persona cercana a la jerarquía eclesiástica de ese tiempo, que aún vive y que, en su ancianidad, sufre por la persecución que padeció.

         El Sr. Leoncio Atauje Calderón, oriundo de La Oroya, Junín, contrajo matrimonio a una edad temprana con una joven de origen ayacuchano, lo que lo llevó a establecer su residencia en esta ciudad. Allí, además de cumplir con su servicio militar, formó una numerosa familia con siete hijos. Durante su carrera militar, Leoncio se acercó al general huamanguino Pedro Ángel Richter Fernández-Prada, quien le presentó a su hermano, Mons. Federico Richter Fernández-Prada, arzobispo de Ayacucho, para que le ayudara como chofer. Así, con una prometedora carrera en el ejército y una familia que mantener, Leoncio decidió servir a la Iglesia ayacuchana como chofer del Arzobispado. En esta función, tuvo la oportunidad de trabajar junto al padre Víctor Acuña Cárdenas, encargado de Cáritas, manejando los camiones del Arzobispado para distribuir alimentos en las zonas periféricas y más empobrecidas de la jurisdicción eclesiástica andina.

         En una ocasión, recuerda don Leoncio, yendo a entregar una carga de alimentos a la Casa Hogar Juan Pablo II de Huancapi, en compañía de una religiosa franciscana, fueron interceptados por cuatro senderistas armados, quienes al encañonarlos les hicieron bajar del camión. El trato fue rudo y directo, querían la mercancía para ellos, porque, según su pensamiento, esos alimentos servirían para comprar a los pobres, y en cambio ellos los necesitaban para mantener su grupo. En principio Leoncio se negó, pero a falta de armas finalmente tuvo que acceder. Él y la religiosa pasaron el susto de sus vidas y, entre lamentos por la pérdida de los alimentos y la acción de gracias a Dios por mantener la vida, regresaron a Ayacucho sin lograr el cometido.

         En su trabajo como conductor, se ganó la plena confianza de Mons. Federico, quien lo trataba como a un hijo. Le encomendaba las tareas más delicadas e incluso le pedía que lo acompañara en sus viajes a la capital. De tanto viajar juntos, Leoncio llegó a ser confundido con un fraile franciscano, debido a su frecuente presencia en los conventos de esta orden en Lima, durante sus andanzas con el obispo ayacuchano.

         Leoncio trabajaba a tiempo completo para el Arzobispado, siempre había tareas que realizar, especialmente en el transporte de sacerdotes, religiosas y del propio obispo por toda la Arquidiócesis. Sin embargo, en sus ratos libres atendía un taller de planchado y pintura de vehículos, donde contaba con la ayuda de aprendices. Con el tiempo, algunos de ellos lo invitaron a unirse a Sendero Luminoso, dada su formación militar.

Una tarde, uno de los jóvenes del taller le propuso acompañarlo a la desolada zona del barrio Santa Ana, donde probarían las armas del grupo, aprovechando los conocimientos que Leoncio había adquirido en el ejército sobre el manejo de fusiles. Sin embargo, Leoncio rechazó la invitación, prefiriendo mantenerse alejado de cualquier vinculación con Sendero Luminoso, ya que era un hombre con valores cristianos, respetuoso de la vida y temeroso de Dios. Su negativa no fue bien recibida por los senderistas, lo que marcó un cambio en su vida, ya que comenzaron las amenazas y persecuciones hacia él y su familia.

Leoncio informó a monseñor Richter sobre la situación, y este decidió acogerlo a él y a su familia en su propia casa, que en ese momento correspondía a lo que hoy es el local del Seminario San Cristóbal, es decir, los anexos de la catedral de Ayacucho. Allí se instalaron, viviendo con la humillante sensación de ser perseguidos para ser asesinados, ya que Leoncio era considerado un enemigo de la revolución. Además, su dedicación a la Iglesia lo desacreditaba aún más ante la ideología atea de Sendero Luminoso. 

La protección del entonces arzobispo de Ayacucho se mantuvo hasta su remoción a inicios de la década de los noventa, lo que obligó a la familia Atauje a abandonar la ciudad y trasladarse a Huancayo, donde se sintieron más seguros, lejos de la persecución y del constante temor por su vida.

En Huancayo, Leoncio pudo dedicarse a trabajos menores tras dejar su querido Ayacucho. Sin embargo, sufrió un accidente en su taller cuando un trozo de soldadura caliente le cayó en el ojo, lo que le causó la pérdida de la vista en ese ojo. Impedido para trabajar, terminó cayendo en la mendicidad, acompañado por su esposa, quien ha estado a su lado en todo momento.

         Sus hijos son numerosos, pero no han podido hacerse cargo de sus ancianos padres. Solo uno de ellos los ha acogido en su casa, que es de alquiler, y les ha proporcionado un espacio donde acomodarse, a pesar de las limitaciones que enfrentan como dos personas mayores, enfermas y sin ningún apoyo económico periódico que alivie sus necesidades.

Don Leoncio y su esposa sufren por no contar con lo básico para vivir cómodamente. Ella recuerda con nostalgia cómo llegó a ser secretaria de asuntos menores de monseñor Federico, a quien evocan como un santo, por su bondad y gentileza, y especialmente por el incondicional apoyo que les brindó en sus momentos más difíciles.

Este par de ancianos a veces se acuestan sin comer, y prefieren no pedir a sus hijos, para no ser carga y motivo de discordia entre ellos, aún cuando por ley divina y humana les corresponde a ellos hacerse cargo de sus enfermos padres. En esta situación tan deprimente llevan ya varios años, y comenta don Leoncio que a veces, desesperado y desesperanzado ha deseado la muerte, para aliviar sus sufrimientos, a los que se le suma haber solicitado indemnización a la Iglesia por sus años de servicio, pero aún no tienen respuesta. Hay quienes los han animado a proceder legalmente, pero se niegan, pues por respeto a la memoria de Mons. Richter, prefieren sufrir con paciencia.

La historia de don Leoncio Atauje es un reflejo de la resistencia del espíritu humano frente a la adversidad. A pesar de los años de sufrimiento y la falta de apoyo en sus momentos más críticos, él y su esposa han mantenido su dignidad y fe, eligiendo el camino de la paciencia en lugar de la confrontación. Su experiencia, marcada por el sacrificio y la lealtad a sus principios, nos recuerda la importancia de la compasión y la solidaridad, especialmente hacia aquellos que han dedicado sus vidas al servicio de los demás.

A través de su dolorosa realidad, don Leoncio encarna la lucha por la justicia y la búsqueda de un reconocimiento que parece esquivo. Su historia no solo resalta el impacto de la violencia en las vidas de los inocentes, sino que también nos invita a reflexionar sobre el papel de la comunidad y la Iglesia en el cuidado de los más vulnerables. En tiempos de incertidumbre y sufrimiento, la voz de quienes como él han padecido se convierte en un poderoso llamado a la acción y a la memoria colectiva, recordándonos que el verdadero valor reside en la humanidad que mostramos hacia nuestros semejantes.

El Departamento de Cáritas del Arzobispado de Huancayo se ha comprometido a asistir a don Leoncio con víveres de manera periódica, gracias a la generosa gestión del administrador de la Arquidiócesis, el Ing. Luis Samaniego. En una ocasión anterior, él visitó personalmente a don Leoncio en su hogar, donde pudo constatar la difícil situación que enfrenta.

Además, yo mismo he solicitado ayuda al párroco del lugar, a instancias de don Leoncio, quien también ha respondido positivamente. Así como Cáritas Huancayo. Ojalá pueda hacer más por él, además de mantenerlo presente en mis oraciones.

Don Leoncio, bienaventurado eres cuando lloras, porque serás consolado; bienaventurado eres porque tienes hambre y sed de justicia, porque serás saciado.

P.A

García

viernes, 18 de octubre de 2024

La Independencia de Venezuela: dos fechas fundantes

LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA

Cristóbal Colón arribó a la actual Venezuela en su tercer viaje el 3 de agosto de 1498, por la costa de Paria, en el nororiente de Suramérica. La llamó "Tierra de Gracia", convencido de haber encontrado un paraíso terrenal. Durante su exploración, observó la organización de los indígenas, que se agrupaban en diversas etnias y clanes familiares. Aunque contaban con poca infraestructura, algunos, como los caribes, eran bastante belicosos. Colón llegó a comprender que había descubierto un nuevo continente al encontrar el delta del Orinoco.

En agosto de 1499, Américo Vespucio navegó por las costas de la "Tierra de Gracia" y, al ingresar al Lago de Maracaibo, observó las viviendas palafíticas construidas sobre pilares en el agua, lo que le recordó a Venecia. Por ello, llamó a ese lugar "Venezziola", que significa "Pequeña Venecia", nombre que eventualmente se castellanizó como Venezuela. En 1531, el papa Clemente VII erigió la Diócesis de Santa Ana de Coro, la primera jurisdicción eclesiástica de Venezuela y de América del Sur. En 1777, el rey Carlos III estableció la Capitanía General de Venezuela, que se creó a partir del territorio del Virreinato de Nueva Granada, con la ciudad de Santiago de León de Caracas como su capital.

Abordar el tema de la independencia de Venezuela conlleva a considerar tres fechas importantes en medio de múltiples acontecimientos, valiosos en conjunto, que coadyuvaron a la consecución de la autonomía respecto del imperio español. Es así como precisamos estas fechas de gran importancia, a saber: el 19 de abril de 1810, el 5 de julio de 1811 y finalmente el 24 de julio de 1823.

El 19 de abril de 1810: “Primer grito de independencia”

Esta historia se remonta a 1808 con los célebres sucesos de Bayona. En ese contexto, Napoleón Bonaparte, en plena expansión de su imperio por Europa, comunica a Fernando VII y a su padre, Carlos IV, que pasará por España en su camino hacia el Reino de Portugal, un territorio que desea anexar a sus dominios. Ambos monarcas creen que podrían llegar a un acuerdo con Napoleón para seguir gobernando España. Napoleón los convoca a Bayona, una localidad al sur de Francia, donde padre e hijo firman finalmente su abdicación en mayo de ese año, quedando ambos en cautiverio.

Esta situación desencadena la famosa crisis del mundo hispano y genera una gran resistencia en la península ibérica contra las pretensiones napoleónicas. La primera medida en respuesta es la creación de la Junta de Sevilla, un organismo clandestino que, a pesar de ser perseguido por las fuerzas napoleónicas, busca gobernar en nombre de Fernando VII y su padre en el territorio peninsular, así como en los dominios del imperio español en América, que abarcan provincias, capitanías generales y virreinatos.

La Junta de Sevilla, en un primer momento, convoca elecciones para elegir diputados. Sin embargo, los criollos americanos se percatan con desagrado de que se han asignado pocos representantes a su amplia población, mientras que se han otorgado muchos a regiones de menor densidad. Esta desigualdad evidencia que, aunque todos eran súbditos del rey de España, los americanos parecían tener menos valor que los peninsulares, lo que provoca un creciente malestar entre los criollos.

A medida que la Junta de Sevilla se siente acorralada, se establece un Consejo de Regencia que ignora la representación americana. Ante la creciente confusión entre los súbditos americanos leales al rey de España, el 19 de abril de 1810, el cabildo de Caracas, impulsado por Juan Germán Roscio, José Cortés de Madariaga y otros miembros, lleva a Vicente de Emparan, capitán general de Venezuela, ante el balcón de la Casa Amarilla. Cuando Emparan pregunta si desean que él los gobierne, la respuesta es unánimemente negativa. Ante esta situación, tanto él como Vicente Basadre deciden marcharse, creando así un vacío de poder. El padre Cortés de Madariaga desempeñó un papel fundamental al instar a la multitud a gritar “no”, mientras hacía señas con la mano detrás de Emparan. Era Jueves Santo.

En esta situación, Juan Germán Roscio plantea un argumento jurídico: los súbditos americanos habían jurado fidelidad al rey de España, no a otro rey, por lo que la soberanía regresaba al pueblo. Así, el cabildo de Caracas toma la decisión soberana y autónoma de crear la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, lo que no equivale a la fundación de la República de Venezuela, sino que representa un paso importante hacia la independencia.

El gobierno que se forma, decide enviar embajadas a lugares clave del mundo para informar sobre la nueva situación en Caracas. Así, Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez representan a Venezuela en Londres; uno de los hermanos Montilla y Juan Vicente Bolívar en Estados Unidos; y José Cortés de Madariaga en Bogotá.

La embajada más relevante por su impacto histórico es la de Londres, donde los jóvenes embajadores, con la asesoría de Francisco de Miranda, aprovechan el vacío de poder que se ha creado. Mientras algunos se quedan en Londres, Bolívar regresa pronto a Caracas, y dos meses después, Miranda también lo hace.

Las conversaciones en Londres apuntan a la posibilidad de avanzar de una Junta Conservadora a un gobierno autónomo. Además, el cabildo de Caracas decide consultar a los otros cabildos de la Capitanía General de Venezuela, lo que lleva a Roscio a redactar un estatuto electoral y a realizar las primeras elecciones de diputados en el país. En marzo de 1811, se formaliza un congreso en Caracas, donde se debaten si continuar como Junta Conservadora o declarar la independencia.

Paralelamente, se forma la Sociedad Patriótica, donde se reúnen diputados y otros jóvenes como Simón Bolívar, que hacen discursos a favor de la independencia. Bolívar, en uno de sus discursos más recordados, desafía a quienes piden calma, abogando en cambio por la urgencia de tomar decisiones.

El 5 de julio de 1811: “Firma del Acta de la Independencia”

Finalmente, el 5 de julio de 1811, el congreso declara formalmente la independencia de Venezuela y la creación de un estado moderno y autónomo. Así, un proceso que comenzó el 19 de abril de 1810 culmina con la declaración de la autonomía absoluta de Venezuela poco más de un año después.

El proceso del 19 de abril de 1810 al 5 de julio de 1811 es eminentemente civil, ya que España no tuvo la posibilidad de enviar un ejército para recuperar el territorio. Durante esos meses, los protagonistas son abogados y líderes civiles, con Miranda, quien, aunque es recordado como un militar, también es un importante hombre de estado que conoce las políticas europeas.

Una vez firmada el acta de independencia, el congreso solicita a Roscio una explicación más detallada, y este redacta un texto que puntualiza las razones para la independencia. Además, el congreso encarga a Roscio, Francisco Isnardi y Francisco Javier Ustáriz la elaboración de la primera constitución nacional, que se aprueba el 21 de diciembre de 1811 y está inspirada en la Constitución de los Estados Unidos.

Mientras tanto, el congreso establece un triunvirato formado por Cristóbal Mendoza, Baltasar Padrón y Juan Escalona, quienes toman el mando del poder ejecutivo. Por tanto, Cristóbal Mendoza se convierte en el primer presidente de Venezuela bajo el triunvirato.

En marzo de 1812, Domingo de Monteverde desembarca en Venezuela con fuerzas militares para intentar reconquistar el territorio en nombre del imperio español. Es relevante recordar que Fernando VII seguía en cautiverio en ese momento. La guerra iniciada en 1812 concluirá en 1823 con la batalla naval en el Lago de Maracaibo y las últimas escaramuzas de las fuerzas realistas.

El 24 de julio de 1823: “Batalla Naval del Lago de Maracaibo”

La batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821, aunque significativa, no fue la última en Venezuela; ese título corresponde a la batalla naval del 24 de julio de 1823 en el Lago de Maracaibo.

lunes, 7 de octubre de 2024

Los obispos en el Perú de la Independencia (1821)

FORJADORES DE LA PERUANIDAD

En el contexto de la independencia del Perú, los obispos desempeñaron un papel crucial, reflejando la compleja relación entre la Iglesia y los movimientos patrióticos. En 1821, el Perú contaba con seis diócesis, cada una con un obispo que, a su vez, representaba no solo una autoridad religiosa, sino también un vínculo con el poder colonial. La postura de cada obispo variaba, desde el firme apoyo a la monarquía española hasta la aceptación de la independencia, lo que evidencia las tensiones internas dentro de la Iglesia y su adaptación a un nuevo orden social y político.

Estos líderes religiosos, la mitad de ellos peninsulares, enfrentaron desafíos significativos mientras el país se sumía en el tumulto de la emancipación. Desde la negativa a aceptar la independencia hasta el respaldo a los movimientos liberales, sus decisiones tuvieron repercusiones tanto en la vida espiritual de sus feligreses como en la estructura política emergente. Las cartas pastorales y las acciones de cada obispo no solo definieron su legado personal, sino que también reflejaron las luchas de una nación en búsqueda de su identidad.

De los seis Prelados de 1821 tres eran españoles: (De Las Heras, Carrión y Marfil y Sánchez Rangel) y tres criollos (Orihuela, Goyeneche y Gutiérrez de Coz), de éstos un boliviano -de la Real Audiencia de Charcas- (Orihuela) y los otros dos peruanos. De los seis, dos eran religiosos, (Sánchez Rangel –franciscano- y Orihuela –agustino-) y los otros cuatro del clero secular.

El pontificado de los obispos en este período fue sumamente complicado, ya que debían ponerse del lado de uno u otro bando, quedando a merced de la victoria o la derrota. Los obispos Carrión y Marfil, Gutiérrez de Coz y Sánchez Rangel enfrentaron la derrota tras el triunfo de San Martín, mientras que De Las Heras y Orihuela sufrieron las consecuencias de las decisiones arbitrarias de Monteagudo y Gamarra, que resultaron en su destierro. En contraste, Goyeneche logró sobrellevar las dificultades con notable paciencia y flexibilidad.

Es necesario analizar los casos de los seis obispos que gobernaban la Iglesia en el Perú durante ese período. Algunos mostraron perplejidad y vacilación ante el ambiente insurgente, mientras que otros adoptaron una postura de rechazo y negativa intransigente. También es relevante considerar la vigencia del régimen de patronato, donde la Santa Sede nombraba a los obispos, pero la "presentación" recaía en el Rey de España, un derecho consagrado en la legislación canónica. Así, cualquier actitud separatista o duda sobre la fidelidad monárquica se interpretaría en España como una falta de reconocimiento hacia el gobernante, a quien debían indirectamente su nombramiento episcopal.

El refrán de la época de la independencia que dice "Las monjas están rezando, en abierta oposición: unas piden por Fernando, otras ruegan por Simón" encapsula la tensión y la polarización que caracterizaban a la Iglesia en ese período. La imagen de las monjas, figuras tradicionalmente asociadas con la unidad y la paz, enfrentándose en sus rezos revela cómo las diferencias ideológicas y políticas permeaban incluso el ámbito espiritual. Fernando VII y Simón Bolívar, representan bandos opuestos en el conflicto realista-patriota, simbolizan la lucha entre lealtades en un contexto de crisis. Este refrán no solo refleja el ambiente de divisiones internas dentro de la Iglesia, sino que también ilustra cómo la espiritualidad se entrelazaba con la política, mostrando que la fe y la devoción podían ser profundamente influenciadas por las circunstancias históricas.

 

Seis diócesis en el Virreinato del Perú y sus obispos en 1821

1.    Lima: Creada Diócesis en 1541 y Arquidiócesis en 1546.

Arzobispo: Bartolomé María de las Heras Navarro (1743-1823)

 

17° arzobispo de Lima. Nacido en Carmona, Sevilla, España, el 24 de abril de 1743. Primero fue Obispo del Cusco. Le tocó presenciar el movimiento patriótico siendo arzobispo de Lima. El virrey don José de la Serna y Martínez de Hinojosa le invitó a adentrarse con él en el Cusco, pero no aceptó, poniendo por encima su papel de Pastor de la grey limeña, a la que no quiso abandonar en los momentos más imperiosos. Aunque de ideas monárquicas por su origen peninsular, firmó la Declaración de la Independencia el 15 de julio y acompañó a San Martín en la proclamación solemne en Lima, aquel 28 de julio de 1821.

Al General argentino le dejó claro que él y su clero en todo le obedecerían sin mayor resistencia, siempre y cuando se garantizara a la Iglesia su permanencia y unidad con el Romano Pontífice. Poco tiempo después fue desterrado a España por negarse a obedecer las arbitrariedades de Bernardo de Monteagudo, pues la Iglesia limeña estaba siendo acusada de propiciar el apoyo a los realistas, mientras que su arzobispo la defendía y aseguraba transparencia a San Martín. De espíritu sereno, una vez en España informó al Nuncio de cómo la gesta emancipadora fue bien acogida por el clero criollo, quienes deseaban un régimen independiente, pues, como San Martín “les ofrecía la independencia y libertad a que siempre habían sido tan inclinados, abrazaron con júbilo sus propuestas y siguieron sin dificultad todas sus máximas”.

Murió en Madrid el 5 de septiembre de 1823.

 

2.    Cusco: Creada Diócesis en 1536 y Arquidiócesis en 1943.

Obispo: José Calixto de Orihuela y Valderrama, O.S.A. (1767-1844)

 

Nació en Villa de Oropesa, actual Cochabamba-Bolivia, el 14 de octubre de 1767. Murió en Lima, el 1 de abril de 1844. De la Orden de San Agustín recibió y reconoció la lucha patriota siendo Administrador Apostólico de la diócesis de la que había sido obispo auxiliar, tiempo en el que había publicado una pastoral en contra de la emancipación, tratando de comprobar la incompatibilidad de los principios cristianos con los de la independencia.

Convivió con el virrey La Serna en el Cusco, pues la capital del Virreinato se había trasladado de Lima a la Ciudad Imperial. En 1820, en su paso por Huancayo le prometió al General Juan Antonio Álvarez de Arenales su adhesión a la causa patriota. Tras la Capitulación de Ayacucho en 1824 aceptó la Independencia como “obra divina”. La razón del cambio en su parecer la firmó con la siguiente frase: “Por el principio sentido de que toda potestad viene de Dios y porque el que resiste a la potestad constituida resiste a la voluntad de Dios”. Renunció al obispado por desavenencias con Agustín Gamarra, Prefecto del Cusco, pues este le exigía aportes monetarios a la causa libertaria, que el prelado juzgó improcedentes según el Derecho Canónico.

 

3.    Arequipa: Creada Diócesis en 1609 y Arquidiócesis en 1943.

Obispo: José Sebastián de Goyeneche y Barreda (1784-1824)

 

Arequipeño de origen, nació el 19 de enero de 1784. Entre 1826 y 1835 fue el único obispo en todo el Perú, Chile, Bolivia y Ecuador. Durante la proclamación y consolidación de la independencia se mostró ejemplar en su papel de obispo, pues no se turbó por consideraciones políticas, buscando ante todo el bien espiritual de su Iglesia local. Realista por tradición familiar, se mantuvo rodeado de este ambiente hasta la victoria de Ayacucho (1824), cuando cambiado el régimen, reconoció sin problemas la nueva gestión. Dejó escrito en este contexto: “La mano de Dios ha intervenido para levantar al Perú desde la humillación colonial al rango de las naciones libres.”

En años posteriores fue delegado papal para toda la República Peruana, pues la figura del Nuncio Apostólico no había llegado todavía la recién nacida nación.

Murió en Lima, 19 de febrero de 1872 como vigésimo segundo arzobispo metropolitano de la capital peruana, con un total de 55 años de ministerio episcopal.

 

4.    Trujillo: Creada Diócesis en 1577 y Arquidiócesis en 1943.

Obispo: José Carrión y Marfil (1747-1827)

 

Natural de Málaga, España, vino a América a ocupar sedes episcopales en los diferentes virreinatos. El intendente marqués de Torre Tagle proclamó la independencia de Trujillo el 29 de diciembre de 1820, lo que fue rechazado por el prelado, quien creía que su lealtad a Fernando VII y al Real Patronato estaba por encima de las aspiraciones de los rebeldes. De fuertes ideales realistas y anticriollos, destinó una buena suma de dinero a favor de la causa del Rey, además de abogar por la resistencia armada. Sus joyas las quiso poner a salvo, pero fueron interceptadas.

Se entrevistó con San Martín en Ancón, pero al negarse a reconocer la independencia del Perú fue finalmente desterrado en 1821. Esta acción motivó la publicación en 1821 de un folleto titulado Memoria interesante para servir a la historia de las persecuciones de la Iglesia en América, en defensa del obispo, cuyo autor podría haber sido el canónigo de Lima Pedro Fernández de Córdova. Ese mismo año, se publicó un Suplemento necesario que corregía un error sobre la apropiación de bienes del obispo por parte de Torre Tagle, aclarando que estos fueron retirados con un inventario.

Nombrado abad de la colegiata de Alcalá la Real (Jaén), falleció en la villa de Noalejo, de la misma provincia, el 13 de mayo de 1827.

 

5.    Huamanga (Ayacucho desde 1825): Creada Diócesis en 1609 y Arquidiócesis en 1966.

Obispo: Pedro Gutiérrez de Coz y Saavedra Seminario (1750-1833)

 

Nació el 24 de octubre de 1750 en Piura. Motivado por un espíritu prudente, no quiso firmar ni participar en la Independencia, con la esperanza de regresar a su diócesis, que estaba en manos de los realistas. Cuando el General Arenales llegó a Huamanga, el obispo se encontraba en una visita pastoral y, al enterarse de la situación, decidió huir a Lima.

En Huancayo se reunió con Arenales, pero optó por regresar a la capital, donde San Martín lo obligó a jurar la independencia. Él respondió: “No puedo prescindir de la suerte de mi diócesis ni oponerme a la Independencia en el territorio en que me hallo”, refiriéndose a que Huamanga seguía bajo control realista, aunque él estuviera en Lima. San Martín le pidió que redactara una pastoral en apoyo de la causa libertadora, pero el obispo no lo hizo. Esta actitud neutral le permitió evitar ser catalogado como un realista radical, aunque tampoco fue reconocido como un patriota.

La paciencia de San Martín se agotó rápidamente y decidió desterrarlo en 1821, dándole solo ocho días para abandonar el país, rechazando la solicitud de Gutiérrez de Coz para extender su plazo a treinta días para organizar su partida. Posteriormente, fue obispo de San Juan de Puerto Rico, donde falleció el 2 de abril de 1833. En 1822, la Junta Gubernativa del Perú lo declaró "americano desterrado sin causa".

 

6.    Maynas (Chachapoyas desde 1843): Creada Diócesis en 1803.

Obispo: Hipólito Sánchez Rangel OFM (1761-1839)

 

Nació en Villa de los Santos, Badajoz, España, el 2 de diciembre de 1761. Murió en Lugo, España. El 29 de abril de 1839. Antes de establecerse en su sede episcopal de Jéberos, que era la capital del territorio en febrero de 1808, comenzó una visita general a la diócesis que se extendió hasta 1810. Esta acción fue precedida por la primera medida significativa de su episcopado: logró la destitución del gobernador de Maynas, Diego Alfaro, a quien se le había denunciado por maltratar a los indígenas.

En marzo de 1820, con el inicio del proceso de independencia del Perú, los independentistas, ante su firme lealtad a la Monarquía española, saquearon su palacio episcopal y lo amenazaron de muerte. Así, huyó a pie de Moyobamba a Chachapoyas, cubierto solo con su breviario y báculo. A finales de 1820 y principios de 1821, tuvo que realizar una segunda huida, hasta que en octubre se refugió en Brasil. En 1822, viajó a Lisboa y en agosto de 1823 se trasladó a Madrid, donde al final del año solicitó al rey Fernando VI un nuevo destino.

Para el obispo franciscano, apartarse de la fidelidad al rey de España es un delito y un pecado. Sus cartas pastorales son vehementes y severas, y lanza excomuniones contra los separatistas. No acepta en absoluto que pueda haber legitimidad o justicia en el deseo de independizarse de la metrópoli. Dejó plasmada su opinión con las siguientes palabras: “Los Americanos, todos, naturalmente se inclinan al sistema de su Independencia. Obrando conforme a él, le hacían una grande brecha a la nación su madre, por consiguiente, daban más fermento a la discordia entre americanos y europeos; casi necesitados dañaban su conciencia y prostituían su ministerio.”

En resumen, es importante reiterar las reflexiones con las que comenzamos este artículo. El grupo de los obispos del Perú en la etapa sanmartiniana no constituye un bloque homogéneo, ni en contra ni a favor de la Independencia. La participación de la jerarquía en su conjunto se resiste a ser encasillada en afirmaciones o esquemas de carácter universal. La investigación histórica nos lleva ante la problemática de individuos como nosotros, con responsabilidades muy serias, quienes, por esa misma razón, ante situaciones no del todo claras, sienten en diversos grados vacilaciones, perplejidades y dudas; y en medio del tumultuoso vaivén de los acontecimientos, experimentan el deseo y la dificultad de encontrar un camino coherente y justo.

P.A

García