“EL CHOFER ARZOBISPAL”
El
grupo terrorista Sendero Luminoso se originó en Ayacucho, siendo la Universidad
Nacional San Cristóbal de Huamanga el contexto propicio para su desarrollo.
Esta casa de estudios, recién reabierta, contrató como profesor titular al
controvertido Doctor en Filosofía Abimael Guzmán, fundador de esta
organización. Sendero Luminoso, que se constituyó como un partido político de
ideología comunista, buscó tomar el poder a través de la violencia, declarando
la guerra al Estado peruano.
Ayacucho
fue la primera ciudad y departamento en sufrir las devastadoras consecuencias
de las ideas revolucionarias de Sendero Luminoso, caracterizadas por el terror
y la violencia. La Iglesia católica local fue testigo de estos acontecimientos.
El 3 de diciembre de 1987, el padre Víctor Acuña Cárdenas fue brutalmente
asesinado por jóvenes senderistas mientras celebraba la misa en el mercado de
Magdalena, a plena luz del día y ante la presencia de sus feligreses. Este
trágico suceso lo convirtió en el primer sacerdote en caer a manos del
terrorismo. En esta ocasión, me enfocaré en otra persona cercana a la jerarquía
eclesiástica de ese tiempo, que aún vive y que, en su ancianidad, sufre por la
persecución que padeció.
El
Sr. Leoncio Atauje Calderón, oriundo de La Oroya, Junín, contrajo matrimonio a
una edad temprana con una joven de origen ayacuchano, lo que lo llevó a
establecer su residencia en esta ciudad. Allí, además de cumplir con su
servicio militar, formó una numerosa familia con siete hijos. Durante su
carrera militar, Leoncio se acercó al general huamanguino Pedro Ángel Richter
Fernández-Prada, quien le presentó a su hermano, Mons. Federico Richter
Fernández-Prada, arzobispo de Ayacucho, para que le ayudara como chofer. Así,
con una prometedora carrera en el ejército y una familia que mantener, Leoncio
decidió servir a la Iglesia ayacuchana como chofer del Arzobispado. En esta
función, tuvo la oportunidad de trabajar junto al padre Víctor Acuña Cárdenas,
encargado de Cáritas, manejando los camiones del Arzobispado para distribuir
alimentos en las zonas periféricas y más empobrecidas de la jurisdicción
eclesiástica andina.
En
una ocasión, recuerda don Leoncio, yendo a entregar una carga de alimentos a la
Casa Hogar Juan Pablo II de Huancapi, en compañía de una religiosa franciscana,
fueron interceptados por cuatro senderistas armados, quienes al encañonarlos
les hicieron bajar del camión. El trato fue rudo y directo, querían la
mercancía para ellos, porque, según su pensamiento, esos alimentos servirían
para comprar a los pobres, y en cambio ellos los necesitaban para mantener su
grupo. En principio Leoncio se negó, pero a falta de armas finalmente tuvo que
acceder. Él y la religiosa pasaron el susto de sus vidas y, entre lamentos por
la pérdida de los alimentos y la acción de gracias a Dios por mantener la vida,
regresaron a Ayacucho sin lograr el cometido.
En
su trabajo como conductor, se ganó la plena confianza de Mons. Federico, quien
lo trataba como a un hijo. Le encomendaba las tareas más delicadas e incluso le
pedía que lo acompañara en sus viajes a la capital. De tanto viajar juntos,
Leoncio llegó a ser confundido con un fraile franciscano, debido a su frecuente
presencia en los conventos de esta orden en Lima, durante sus andanzas con el
obispo ayacuchano.
Leoncio
trabajaba a tiempo completo para el Arzobispado, siempre había tareas que
realizar, especialmente en el transporte de sacerdotes, religiosas y del propio
obispo por toda la Arquidiócesis. Sin embargo, en sus ratos libres atendía un
taller de planchado y pintura de vehículos, donde contaba con la ayuda de
aprendices. Con el tiempo, algunos de ellos lo invitaron a unirse a Sendero
Luminoso, dada su formación militar.
Una tarde, uno
de los jóvenes del taller le propuso acompañarlo a la desolada zona del barrio
Santa Ana, donde probarían las armas del grupo, aprovechando los conocimientos
que Leoncio había adquirido en el ejército sobre el manejo de fusiles. Sin
embargo, Leoncio rechazó la invitación, prefiriendo mantenerse alejado de
cualquier vinculación con Sendero Luminoso, ya que era un hombre con valores
cristianos, respetuoso de la vida y temeroso de Dios. Su negativa no fue bien
recibida por los senderistas, lo que marcó un cambio en su vida, ya que
comenzaron las amenazas y persecuciones hacia él y su familia.
Leoncio informó
a monseñor Richter sobre la situación, y este decidió acogerlo a él y a su
familia en su propia casa, que en ese momento correspondía a lo que hoy es el
local del Seminario San Cristóbal, es decir, los anexos de la catedral de
Ayacucho. Allí se instalaron, viviendo con la humillante sensación de ser
perseguidos para ser asesinados, ya que Leoncio era considerado un enemigo de
la revolución. Además, su dedicación a la Iglesia lo desacreditaba aún más ante
la ideología atea de Sendero Luminoso.
La protección
del entonces arzobispo de Ayacucho se mantuvo hasta su remoción a inicios de la
década de los noventa, lo que obligó a la familia Atauje a abandonar la ciudad
y trasladarse a Huancayo, donde se sintieron más seguros, lejos de la
persecución y del constante temor por su vida.
En Huancayo,
Leoncio pudo dedicarse a trabajos menores tras dejar su querido Ayacucho. Sin
embargo, sufrió un accidente en su taller cuando un trozo de soldadura caliente
le cayó en el ojo, lo que le causó la pérdida de la vista en ese ojo. Impedido
para trabajar, terminó cayendo en la mendicidad, acompañado por su esposa,
quien ha estado a su lado en todo momento.
Sus
hijos son numerosos, pero no han podido hacerse cargo de sus ancianos padres.
Solo uno de ellos los ha acogido en su casa, que es de alquiler, y les ha
proporcionado un espacio donde acomodarse, a pesar de las limitaciones que
enfrentan como dos personas mayores, enfermas y sin ningún apoyo económico
periódico que alivie sus necesidades.
Don Leoncio y su
esposa sufren por no contar con lo básico para vivir cómodamente. Ella recuerda
con nostalgia cómo llegó a ser secretaria de asuntos menores de monseñor
Federico, a quien evocan como un santo, por su bondad y gentileza, y
especialmente por el incondicional apoyo que les brindó en sus momentos más
difíciles.
Este par de
ancianos a veces se acuestan sin comer, y prefieren no pedir a sus hijos, para
no ser carga y motivo de discordia entre ellos, aún cuando por ley divina y humana
les corresponde a ellos hacerse cargo de sus enfermos padres. En esta situación
tan deprimente llevan ya varios años, y comenta don Leoncio que a veces,
desesperado y desesperanzado ha deseado la muerte, para aliviar sus
sufrimientos, a los que se le suma haber solicitado indemnización a la Iglesia
por sus años de servicio, pero aún no tienen respuesta. Hay quienes los han
animado a proceder legalmente, pero se niegan, pues por respeto a la memoria de
Mons. Richter, prefieren sufrir con paciencia.
La historia de
don Leoncio Atauje es un reflejo de la resistencia del espíritu humano frente a
la adversidad. A pesar de los años de sufrimiento y la falta de apoyo en sus
momentos más críticos, él y su esposa han mantenido su dignidad y fe, eligiendo
el camino de la paciencia en lugar de la confrontación. Su experiencia, marcada
por el sacrificio y la lealtad a sus principios, nos recuerda la importancia de
la compasión y la solidaridad, especialmente hacia aquellos que han dedicado
sus vidas al servicio de los demás.
A través de su
dolorosa realidad, don Leoncio encarna la lucha por la justicia y la búsqueda
de un reconocimiento que parece esquivo. Su historia no solo resalta el impacto
de la violencia en las vidas de los inocentes, sino que también nos invita a
reflexionar sobre el papel de la comunidad y la Iglesia en el cuidado de los
más vulnerables. En tiempos de incertidumbre y sufrimiento, la voz de quienes
como él han padecido se convierte en un poderoso llamado a la acción y a la
memoria colectiva, recordándonos que el verdadero valor reside en la humanidad
que mostramos hacia nuestros semejantes.
El Departamento
de Cáritas del Arzobispado de Huancayo se ha comprometido a asistir a don
Leoncio con víveres de manera periódica, gracias a la generosa gestión del
administrador de la Arquidiócesis, el Ing. Luis Samaniego. En una ocasión
anterior, él visitó personalmente a don Leoncio en su hogar, donde pudo
constatar la difícil situación que enfrenta.
Además, yo mismo
he solicitado ayuda al párroco del lugar, a instancias de don Leoncio, quien
también ha respondido positivamente. Así como Cáritas Huancayo. Ojalá pueda
hacer más por él, además de mantenerlo presente en mis oraciones.
Don Leoncio,
bienaventurado eres cuando lloras, porque serás consolado; bienaventurado eres
porque tienes hambre y sed de justicia, porque serás saciado.
P.A
García