viernes, 25 de octubre de 2024

Servidor de la Iglesia perseguido por Sendero Luminoso

“EL CHOFER ARZOBISPAL”

         El grupo terrorista Sendero Luminoso se originó en Ayacucho, siendo la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga el contexto propicio para su desarrollo. Esta casa de estudios, recién reabierta, contrató como profesor titular al controvertido Doctor en Filosofía Abimael Guzmán, fundador de esta organización. Sendero Luminoso, que se constituyó como un partido político de ideología comunista, buscó tomar el poder a través de la violencia, declarando la guerra al Estado peruano.

         Ayacucho fue la primera ciudad y departamento en sufrir las devastadoras consecuencias de las ideas revolucionarias de Sendero Luminoso, caracterizadas por el terror y la violencia. La Iglesia católica local fue testigo de estos acontecimientos. El 3 de diciembre de 1987, el padre Víctor Acuña Cárdenas fue brutalmente asesinado por jóvenes senderistas mientras celebraba la misa en el mercado de Magdalena, a plena luz del día y ante la presencia de sus feligreses. Este trágico suceso lo convirtió en el primer sacerdote en caer a manos del terrorismo. En esta ocasión, me enfocaré en otra persona cercana a la jerarquía eclesiástica de ese tiempo, que aún vive y que, en su ancianidad, sufre por la persecución que padeció.

         El Sr. Leoncio Atauje Calderón, oriundo de La Oroya, Junín, contrajo matrimonio a una edad temprana con una joven de origen ayacuchano, lo que lo llevó a establecer su residencia en esta ciudad. Allí, además de cumplir con su servicio militar, formó una numerosa familia con siete hijos. Durante su carrera militar, Leoncio se acercó al general huamanguino Pedro Ángel Richter Fernández-Prada, quien le presentó a su hermano, Mons. Federico Richter Fernández-Prada, arzobispo de Ayacucho, para que le ayudara como chofer. Así, con una prometedora carrera en el ejército y una familia que mantener, Leoncio decidió servir a la Iglesia ayacuchana como chofer del Arzobispado. En esta función, tuvo la oportunidad de trabajar junto al padre Víctor Acuña Cárdenas, encargado de Cáritas, manejando los camiones del Arzobispado para distribuir alimentos en las zonas periféricas y más empobrecidas de la jurisdicción eclesiástica andina.

         En una ocasión, recuerda don Leoncio, yendo a entregar una carga de alimentos a la Casa Hogar Juan Pablo II de Huancapi, en compañía de una religiosa franciscana, fueron interceptados por cuatro senderistas armados, quienes al encañonarlos les hicieron bajar del camión. El trato fue rudo y directo, querían la mercancía para ellos, porque, según su pensamiento, esos alimentos servirían para comprar a los pobres, y en cambio ellos los necesitaban para mantener su grupo. En principio Leoncio se negó, pero a falta de armas finalmente tuvo que acceder. Él y la religiosa pasaron el susto de sus vidas y, entre lamentos por la pérdida de los alimentos y la acción de gracias a Dios por mantener la vida, regresaron a Ayacucho sin lograr el cometido.

         En su trabajo como conductor, se ganó la plena confianza de Mons. Federico, quien lo trataba como a un hijo. Le encomendaba las tareas más delicadas e incluso le pedía que lo acompañara en sus viajes a la capital. De tanto viajar juntos, Leoncio llegó a ser confundido con un fraile franciscano, debido a su frecuente presencia en los conventos de esta orden en Lima, durante sus andanzas con el obispo ayacuchano.

         Leoncio trabajaba a tiempo completo para el Arzobispado, siempre había tareas que realizar, especialmente en el transporte de sacerdotes, religiosas y del propio obispo por toda la Arquidiócesis. Sin embargo, en sus ratos libres atendía un taller de planchado y pintura de vehículos, donde contaba con la ayuda de aprendices. Con el tiempo, algunos de ellos lo invitaron a unirse a Sendero Luminoso, dada su formación militar.

Una tarde, uno de los jóvenes del taller le propuso acompañarlo a la desolada zona del barrio Santa Ana, donde probarían las armas del grupo, aprovechando los conocimientos que Leoncio había adquirido en el ejército sobre el manejo de fusiles. Sin embargo, Leoncio rechazó la invitación, prefiriendo mantenerse alejado de cualquier vinculación con Sendero Luminoso, ya que era un hombre con valores cristianos, respetuoso de la vida y temeroso de Dios. Su negativa no fue bien recibida por los senderistas, lo que marcó un cambio en su vida, ya que comenzaron las amenazas y persecuciones hacia él y su familia.

Leoncio informó a monseñor Richter sobre la situación, y este decidió acogerlo a él y a su familia en su propia casa, que en ese momento correspondía a lo que hoy es el local del Seminario San Cristóbal, es decir, los anexos de la catedral de Ayacucho. Allí se instalaron, viviendo con la humillante sensación de ser perseguidos para ser asesinados, ya que Leoncio era considerado un enemigo de la revolución. Además, su dedicación a la Iglesia lo desacreditaba aún más ante la ideología atea de Sendero Luminoso. 

La protección del entonces arzobispo de Ayacucho se mantuvo hasta su remoción a inicios de la década de los noventa, lo que obligó a la familia Atauje a abandonar la ciudad y trasladarse a Huancayo, donde se sintieron más seguros, lejos de la persecución y del constante temor por su vida.

En Huancayo, Leoncio pudo dedicarse a trabajos menores tras dejar su querido Ayacucho. Sin embargo, sufrió un accidente en su taller cuando un trozo de soldadura caliente le cayó en el ojo, lo que le causó la pérdida de la vista en ese ojo. Impedido para trabajar, terminó cayendo en la mendicidad, acompañado por su esposa, quien ha estado a su lado en todo momento.

         Sus hijos son numerosos, pero no han podido hacerse cargo de sus ancianos padres. Solo uno de ellos los ha acogido en su casa, que es de alquiler, y les ha proporcionado un espacio donde acomodarse, a pesar de las limitaciones que enfrentan como dos personas mayores, enfermas y sin ningún apoyo económico periódico que alivie sus necesidades.

Don Leoncio y su esposa sufren por no contar con lo básico para vivir cómodamente. Ella recuerda con nostalgia cómo llegó a ser secretaria de asuntos menores de monseñor Federico, a quien evocan como un santo, por su bondad y gentileza, y especialmente por el incondicional apoyo que les brindó en sus momentos más difíciles.

Este par de ancianos a veces se acuestan sin comer, y prefieren no pedir a sus hijos, para no ser carga y motivo de discordia entre ellos, aún cuando por ley divina y humana les corresponde a ellos hacerse cargo de sus enfermos padres. En esta situación tan deprimente llevan ya varios años, y comenta don Leoncio que a veces, desesperado y desesperanzado ha deseado la muerte, para aliviar sus sufrimientos, a los que se le suma haber solicitado indemnización a la Iglesia por sus años de servicio, pero aún no tienen respuesta. Hay quienes los han animado a proceder legalmente, pero se niegan, pues por respeto a la memoria de Mons. Richter, prefieren sufrir con paciencia.

La historia de don Leoncio Atauje es un reflejo de la resistencia del espíritu humano frente a la adversidad. A pesar de los años de sufrimiento y la falta de apoyo en sus momentos más críticos, él y su esposa han mantenido su dignidad y fe, eligiendo el camino de la paciencia en lugar de la confrontación. Su experiencia, marcada por el sacrificio y la lealtad a sus principios, nos recuerda la importancia de la compasión y la solidaridad, especialmente hacia aquellos que han dedicado sus vidas al servicio de los demás.

A través de su dolorosa realidad, don Leoncio encarna la lucha por la justicia y la búsqueda de un reconocimiento que parece esquivo. Su historia no solo resalta el impacto de la violencia en las vidas de los inocentes, sino que también nos invita a reflexionar sobre el papel de la comunidad y la Iglesia en el cuidado de los más vulnerables. En tiempos de incertidumbre y sufrimiento, la voz de quienes como él han padecido se convierte en un poderoso llamado a la acción y a la memoria colectiva, recordándonos que el verdadero valor reside en la humanidad que mostramos hacia nuestros semejantes.

El Departamento de Cáritas del Arzobispado de Huancayo se ha comprometido a asistir a don Leoncio con víveres de manera periódica, gracias a la generosa gestión del administrador de la Arquidiócesis, el Ing. Luis Samaniego. En una ocasión anterior, él visitó personalmente a don Leoncio en su hogar, donde pudo constatar la difícil situación que enfrenta.

Además, yo mismo he solicitado ayuda al párroco del lugar, a instancias de don Leoncio, quien también ha respondido positivamente. Así como Cáritas Huancayo. Ojalá pueda hacer más por él, además de mantenerlo presente en mis oraciones.

Don Leoncio, bienaventurado eres cuando lloras, porque serás consolado; bienaventurado eres porque tienes hambre y sed de justicia, porque serás saciado.

P.A

García

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