Monólogo de Francisco de Miranda, el
5 de julio de 1811
Caracas, la ciudad de los techos rojos
y capital de la Capitanía General de Venezuela, fue el escenario del mejor de
los hechos que contribuyó a que estas tierras fueran libres e independientes.
Yo soy Sebastián Francisco de Miranda y voy a narrarles lo que aconteció aquel
5 de julio de 1811.
¡Señores! Ya en mi pensamiento de
hombre independiente, se había enclavado la gloriosa semilla de la libertad,
semilla que rompió a crecer con el apoyo de grandes venezolanos dentro de los
que es justo mencionar a Bolívar, el Libertador y Padre de la Patria.
Simón
Bolívar y yo fuimos los que iniciamos la apasionante lucha por ver rotas las
cadenas españolas, sin mencionar a otros hombres visionarios como nosotros, por
ejemplo José María España, cuya participación también fue clave.
Les
recuerdo que el 19 de abril de 1810, un grito de libertad se escuchó en
Caracas, Emparan decide dejar el mando, pues él era impuesto por el recién montado
gobierno francés y los venezolanos no quisimos aceptarlo, corrió el tiempo y un
día como hoy, 5 de julio del año 1811 me dirigí rápidamente al lugar donde
estaba el Congreso reunido, al llegar al salón, que era la Capilla de Santa
Rosa de Lima, aquel espacio acogedor alimentado por tres grandes ventanales, me
encuentro sorpresivamente con Cristóbal Mendoza, el Presidente de turno, quien
reflejaba en su rostro la preocupación de tener que enfrentar situaciones tan
delicadas, pues se respiraba un ambiente de total inestabilidad dentro del
mismo cuerpo de diputados, debido a la presión que la mayoría de estos hacía
para declarar solemnemente la independencia de Venezuela, ya que la discusión
se había iniciado el 3 de julio de ese mismo año.
Aquellos diputados alzaban sus voces,
pues se sentían opacados por el gran sentimiento libertario, que cobró mayor
empuje con mi llegada. Los clérigos hacían de mediadores, aun cuando algunos de
ellos manifestaban sus pareceres políticos. Mi primera intención, al ver aquel
número de varones desesperados, era la de hablar en nombre de la libertad, de la
cual yo me sentía el primer representante y portavoz.
Los diputados conversaban
apresuradamente, hablaban con destacada maestría sobre métodos eficaces para
legislar la república naciente, recuerdo claramente la presencia de nueve
sacerdotes, todos patriotas y firmantes del Acta. El representante de Barinas,
el sacerdote merideño Ignacio Fernández Peña, quien tiempo después se
convertiría en primer Rector de la Ilustre Universidad de los Andes, fue uno de
los que llevó la delantera en esta recta opinión, pues se destacaba en su
compromiso con el bienestar de todos los venezolanos. “Los nueve eclesiásticos electos diputados, probaron entonces al
rivalizar con los próceres civiles en cordura, ciencia y esclarecido patriotismo”
¡Señores!
Yo ese día estaba inmensamente alegre, no tenía palabras para describir aquel
momento. Cuando se escuchó en aquella Capilla, en voz de Juan Antonio
Rodríguez: “Venezuela libre e Independiente”, todos aplaudimos en señal de aprobación,
fue un aplauso prolongado, parecía que no queríamos culminarlo, ya éramos
libres, aunque tuvimos que luchar durante otros años más para reafirmarlo con
nuestra propia sangre y la de los jóvenes.
En
aquel momento gozoso, Caracas estaba siendo partícipe de la emancipación de
toda la nación, y con Caracas la América toda y el mundo entero supieron que en
Venezuela se había declarado la Independencia ese día, 5 de julio de 1811, el
cual me llena de satisfacción recordar, y en ese mismo instante se designó al diputado Juan Germán Roscio y al secretario del
Congreso, Francisco Isnardi la redacción del Acta que
todos debíamos firmar.
Uno
por uno, de todos los presentes, fue reflexionando que declarar la
Independencia de Venezuela era poner fin definitivamente a la encarecida
disputa de largas horas. Aquellas mesas revestidas con enrojecidos manteles,
fueron testigos de la gran concertación, uno por uno fueron estampando sus
firmas en el Acta, las cuales quedarían como manifestación de la unidad de
pensamiento que forjó esta nación, recuerdo que hasta el 18 de julio firmó el
último diputado.
Mi memoria me hace ver que el texto iniciaba así: En el nombre de Dios Todopoderoso, nosotros, los representantes de las
Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y
Trujillo, que forman la Confederación americana de Venezuela en el continente
meridional, reunidos en Congreso, y considerando la plena y absoluta posesión
de nuestros derechos, que recobramos justa y legítimamente desde el 19 de abril
de 1810… y así hasta dar con el punto que hoy queremos celebrar y del cual
yo mismo fui testigo presencial y vivencial.
¡Señores! la historia a veces es cruel,
pues olvida los detalles, sin los cuales no se lograría lo que todos con mayor
facilidad recuerdan. Nuestra historia debe conocerse, debe inculcarse en los
más pequeños, para que cuando crezcan tengan de que sentirse orgullosos. Yo soy
Sebastián Francisco de Miranda, el creador de la Bandera Nacional y les he
contado desde mi propia experiencia como sucedió lo que todos ustedes celebran
hoy.
Y así fue como en esa Capilla, con la
mayor elegancia y moderación, con la presencia de civiles y eclesiásticos, firmamos
el Acta, reconocimos que con nuestra firma de venezolanos podíamos hacer
cambiar las cosas, del mal para el bien, de la opresión a la libertad. ¡Viva
Venezuela libre y soberana!
P.A.
García
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