Esta
nueva Ratio fundamentalis quiere
describir el proceso formativo de los sacerdotes, a partir de cuatro notas
características de la formación, que es presentada como única, integral,
comunitaria y misionera. Las cuatro dimensiones de la formación, anteriormente
mencionadas por la Pastores Dabo Vobis,
humana, intelectual, espiritual y pastoral, son rescatadas y revalorizadas en
este nuevo documento, ya que con todo esto se pretende que en todos los
seminarios se formen discípulos y misioneros “enamorados” del Maestro, pastores
con “olor a oveja”, que vivan en medio del rebaño para servirlo y llevarle la
misericordia de Dios, por ende la formación integral va a ser entendida como
una continua configuración con Cristo.
Un
punto clave para tener en cuenta, es que dentro de esta única formación, que es
integral y progresiva, se distinguen la fase inicial y la permanente; y en esta
Ratio fundamentalis la formación
inicial se articula en cuatro etapas: 1) etapa
propedéutica, 2) de los estudios filosóficos o etapa discipular, 3) de los estudios teológicos o etapa configuradora, 4) pastoral o etapa de síntesis vocacional. El Ordo studiorum es planteado para ser
aplicado en todos los seminarios, y aclara que los estudios
filosóficos-teológicos deben trascurrir en el lapso considerado como sexenio.
De igual manera, el documento contiene varias orientaciones de tipo teológico,
espiritual, pedagógico y canónico, todo esto lo constituye como un documento
realmente enriquecido por los aportes que ha tomado en cuenta.
La
Congregación para el Clero, principal encargado de la elaboración y
promulgación de este tipo de documentos, promueve la pastoral vocacional,
especialmente las vocaciones para las Sagradas Órdenes, y ofrece a los señores
Obispos y a las respectivas Conferencias Episcopales algunos principios y normas
para una adecuada formación inicial y permanente de los presbíteros.
Tomando
como punto de base la nueva Ratio
Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, cada Conferencia Episcopal deberá
realizar una Ratio Nationalis
Institutionis Sacerdotalis, asumiendo el compromiso de que todas las normas
de la Ratio fundamentalis y de las Ratio Nationalis, sean aplicadas en los
seminarios diocesanos e interdiocesanos de una nación, y estas reglas deberán
pasar a formar parte de los diferentes estatutos o reglamentos de cada casa de
formación.
Es
necesario que estas Ratio Nationalis trabajen
para unificar la formación sacerdotal de la nación, facilitando el diálogo
entre Obispos y formadores, para lograr un beneficio a los seminaristas y a los
mismos seminarios, ya que es preciso que cada Conferencia Episcopal elabore su
plan de trabajo tomando en cuenta las realidades sociales y educativas de cada
contexto.
La
formación de las vocaciones al sacerdocio, debe ser considerada como una tarea
delicada, pues estas vocaciones son muestra de la bondad de Cristo, y por ello
deben ser tratadas con respeto, valoradas y cultivadas con toda solicitud
pastoral, para que puedan florecer y madurar. Siempre se ha visto a la Iglesia
como la encargada de cuidar el nacimiento, el discernimiento y el
acompañamiento de las vocaciones, especialmente las vocaciones al ministerio sacerdotal,
en esta misión eclesial, los Obispos son los primeros responsables.
Por
su parte, en todo este proceso de formación, la finalidad de un seminario menor
es ayudar a la maduración humana y cristiana de los adolescentes que muestren
algunos signos de la vocación al presbiterado, con el fin de desarrollar,
conforme a su edad, la libertad interior que les haga capaces de responder al
designio de Dios sobre su vida. Donde no haya seminarios menores, deben
aplicarse otros métodos para acompañar a estos jóvenes con inquietudes.
Si
un joven desea ingresar al seminario menor, debería tener un vínculo espiritual
con algún sacerdote, una intensa vida sacramental, una práctica inicial de la
oración, la experiencia eclesial en una parroquia, en todo esto lo que se
espera es que los formadores evalúen la idoneidad integral (espiritual, física,
psíquica, moral e intelectual) de los jóvenes.
En
cuanto a las vocaciones adultas, es necesario una especial dedicación, para
llegar al discernimiento de los motivos por los cuales opta por la vida
ministerial, de igual manera es muy conveniente que se destine un seminario
propio para estos adultos llamados por Dios. Con respecto a las vocaciones
indígenas, se aconseja que éstas no pierdan sus raíces culturales, y que sean
formadas con el Evangelio inculturizado.
Dentro
de los fundamentos de la formación está el precisar el sujeto de la formación,
que es el seminarista, quien con el auxilio del Espíritu Santo va forjando su
vida con la de Cristo; el seminarista tiene que estar dispuesto a salir de sí
mismo, para orientar sus pasos hacia Cristo, solo en Cristo crucificado y
resucitado tiene sentido este proceso de integración. La base y la finalidad de
la formación es la identidad presbiteral, pero lejos de ser educados de modo
que no caigan en el “clericalismo” ni busquen el aplauso popular.
El
camino de la formación debe ser presentado como un camino de configuración con
Cristo, de manera que sirva este camino para una formación de la interioridad y
de la comunión. Este documento presenta unos medios específicos para la
formación, entre los cuales resaltan: el acompañamiento personal y el
acompañamiento comunitario. Se busca también una unidad de la formación,
haciendo énfasis en que es el seminarista el principal protagonista de su
propia formación, ayudado por supuesto, por la personalidad madura y recia de
los formadores.
La
formación, como camino único discipular y misionero, se puede dividir en dos
grandes momentos, el primero la formación inicial en el Seminario, y el segundo
la formación permanente en la vida sacerdotal. La formación inicial se realiza
durante el tiempo que precede a la ordenación, y la formación permanente que
abarca toda la vida y el ejercicio del ministerio sacerdotal.
Algo
que ha parecido novedoso de este documento, ha sido la invención de la etapa de
pastoral o de síntesis vocacional, la cual consiste en los momentos finales de
la estancia en el seminario y la ordenación presbiteral, pasando obviamente a
través de la recepción del diaconado. Esta etapa tiene una doble significación,
la primera consiste en insertarse en la vida pastoral, a través de una
paulatina adquisición de responsabilidades, las cuales deben ser llevadas con
espíritu de servicio, y la segunda como preparación adecuada para recibir el
sacramento del Orden Sacerdotal.
Para
la ordenación diaconal y presbiteral, en la conclusión de los estudios
realizados en el Seminario, los formadores deben estar dispuestos a ayudar a
los candidatos a aceptar con docilidad la decisión del Obispo, una vez
alcanzado el ministerio sacerdotal, debe formarse un enlace con la formación
permanente, la cual se empieza a gestar en la familia del presbiterado, es
decir, cuando se forma parte de un clero. En la formación permanente se busca
garantizar la fidelidad a Cristo y al ministerio sacerdotal, en un camino de
continua conversión, para reavivar el don recibido con la ordenación, en tal
proceso se construye la identidad presbiteral, la cual consiste en una vivencia
de la fe y de la llamada, con la presencia especial del esfuerzo por vivir más
a fondo los concejos evangélicos de la pobreza, castidad y obediencia y las
virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, ya que es muy
importante que los fieles puedan encontrar a sus sacerdotes maduros y bien
formados e identificados con su vocación.
Como
ya se ha mencionado anteriormente, hay cuatro dimensiones que comprometen la
vida del formando, por su parte la dimensión humana encuentra su sentido cuando
se comprende que la llamada divina interpela y compromete al ser humano en
concreto, en la dimensión espiritual se orienta a alimentar y a sostener la
comunión con Dios y con los hermanos, en la amistad con Jesús Buen Pastor y en
una actitud de docilidad al Espíritu Santo; la formación intelectual busca que
los seminaristas obtengan una sólida formación en la filosofía y la teología,
al igual que una preparación cultural de carácter general, para sostener con la
luz de la razón la verdad de la fe; y en la dimensión pastoral se busca el
cumplimiento del objetivo de un seminario, que es preparar a los seminaristas
para que sean pastores a imagen de Cristo, capaces de sentir la misma
compasión, generosidad y amor por todos.
Entrando
en materia de los agentes de la formación, se tiene que es la Santísima
Trinidad el principal agente de la
formación sacerdotal, por su parte el Obispo diocesano es el principal
responsable de la admisión al seminario y de la formación para el sacerdocio,
tal responsabilidad la comparte con el presbiterio, que unidos y en comunión
procuran una mejor formación para los futuros sacerdotes, los seminaristas
mismos, como ya se ha dicho, son los protagonistas de su propia formación,
además también se cuenta con la presencia de un equipo formador que se compone
por presbíteros elegidos por su buena preparación para esta tarea de colaborar
en la delicada misión de la formación sacerdotal.
Un
Rector debe ser un presbítero que se distinga por su prudencia, sabiduría y
equilibrio, altamente competente, y que coordine la actividad educativa en el
gobierno del seminario. Esta misión debe estar acompañada por la presencia de
un Vicerrector y un Director Espiritual, previamente designado por el Ordinario
del lugar.
Los
profesores también forman parte de los agentes de la formación, los mismos
serán nombrados por el Obispo y deberán, junto con los seminaristas, de
adherirse con plena fidelidad a la Palabra de Dios. La dedicación de los
seminaristas al trabajo intelectual personal, debe ser considerada un criterio
de discernimiento vocacional y una condición para el crecimiento gradual en la
fidelidad a las responsabilidades ministeriales del futuro. Dentro de ese campo
intelectual es oportuno que los especialistas de diversas materias puedan
asistir a los seminarios para ofrecer su contribución, por ejemplo, en el
ámbito médico, pedagógico, artístico, ecológico, administrativo y en el uso de
los medios de comunicación.
La
familia, la parroquia de origen o de referencia y otras realidades comunitarias
no deben separarse de la formación del futuro sacerdote, mucho menos en el
ejercicio de su ministerio, ya que esto fortalece la sana autoestima de los
formandos, de igual manera, el seminario ha de contribuir en un plan pastoral
que incluya a las familias de los seminaristas.
Deben
formarse los futuros sacerdotes de manera que puedan apoyar la diversidad de
los carismas dentro de la Iglesia. La presencia de la mujer en el proceso
formativo es importante, ya que en la acción pastoral, son las mujeres las que
representan el más alto porcentaje de participación.
La
importancia de los estudios filosóficos recae en que lleva a un conocimiento y
a una interpretación más profunda de la persona, de su libertad, de sus
relaciones con el mundo y con Dios. Por otro lado, la teología debe llevar al
candidato al sacerdocio a poseer una visión completa y unitaria de las verdades
reveladas por Dios en Jesucristo, y de la experiencia de la fe en la Iglesia,
la Iglesia busca una formación integral que garantice el buen desenvolvimiento
del sacerdocio en estos días tan particulares. Además de estos estudios
básicos, que resultan necesarios para la formación de todos los sacerdotes, el
apostolado puede exigir la especialización de algunos de ellos.
Se
ha comprendido desde siempre, que el Seminario no es un edificio cualquiera,
por el contrario, es una comunidad formativa, por eso los seminaristas que
legítimamente habiten fuera de un seminario, serán encargados a un sacerdote
idóneo, para garantizar una formación espiritual y disciplinar. Explicando la
admisión, expulsión y abandono del Seminario, se comprende que la Iglesia tiene
el derecho de verificar, también con el recurso de la ciencia médica y la
psicología, la idoneidad de los futuros presbíteros.
La
salud física y psíquica de los futuros sacerdotes debe ser demostrada al Obispo
y al Rector del Seminario. En este aspecto, los que presenten tendencia
homosexual no pueden ser admitidos a la formación, ya que no se puede ignorar
las graves consecuencias de la Ordenación de personas con homosexualidad
arraigada.
En
conclusión, la Iglesia ha propuesto a los sacerdotes que encuentren en la
Virgen María el modelo perfecto de su propia existencia, invocándola como Madre
del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles, Auxilio de los Presbíteros
en su ministerio. El Santo Padre Francisco ha aprobado este Decreto y ha
autorizado su publicación.
P.A
García
Gracias por este comentario de la Ratio. Dios te bendiga...Ánimo en el Señor en este proyecto de vida....
ResponderEliminarAmén. Oremos por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
EliminarSaludos hermano desde el Seminario Franciscano de Palmira Táchira, excelente iniciativa lo de tu blog. Dios te siga bendiciendo, paz y bien.
ResponderEliminarAmén. Paz y Bien.
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