CAPÍTULO 2
La
Filosofía de la Educación en El Pedagogo
2.1 El Pedagogo,
la obra
La obra El
Pedagogo de Clemente de Alejandría, está incluida en la mitad de lo que se califica
como una trilogía literaria de este autor cristiano. Hay un libro anterior y
uno posterior al Pedagogo, a saber, (Protréptico y Strómata), en la cual el Pedagogo,
da a conocer al educador y modelo del hombre cristiano, lo que viene a
constituir el aporte más relevante del Alejandrino, (cfr. Merino y Redondo, 1994,
p. 24), de ahí que el tema central de la investigación esté orientada hacia la paideia cristiana o paideia divina.
Ya se ha mencionado anteriormente que, El Pedagogo puede ser considerado el
primer tratado de educación cristiana, (cfr. Luzuriaga, 1956, p. 82), pues, de
esa manera va a ser considerado a partir de este apartado, ya que, en el presente
trabajo se explicará cómo Clemente esboza la pedagogía divina, como actividad
educadora del Logos-Pedagogo.
Clemente,
aunque carecía de metodología y sistematización para explicar su pensamiento,
(cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 16), diseñó de manera clara la pedagogía
divina, el plan educador del Logos-Pedagogo,
que viene a ser considerado en líneas generales a través de esta frase, ubicada
en el primer libro de su obra El Pedagogo
(1994):
Y así es como el Logos, amigo cabal de
los hombres y empeñado en conducirnos progresivamente a la salvación, realiza
en nosotros un bello y eficaz programa educativo: primero nos exhorta, luego, nos
educa; finalmente nos enseña (p. 77).
Con esta premisa Clemente de
Alejandría deja entender que Dios tiene un plan educativo para la humanidad, o
para el hombre cristiano, lo que argumenta de alguna manera la investigación,
además, viene a explicar cómo hay tres diferentes nombres de este Logos-Pedagogo, cada uno de ellos responde
a una función específica, a saber: “La acción pedagógica del Logos reviste en
concreto tres modalidades: la exhortación,
la educación y la instrucción. Por eso le conviene el
triple título de Protréptico [o
«Exhortador»], Pedagogo [o
«Educador»] y Doctor [o «Maestro»]”
(Merino y Redondo, 1994, p. 29), que a su vez son los títulos de las tres obras
de Clemente de Alejandría.
En efecto, el Logos, se llama inicialmente Protréptico,
porque exhorta a la humanidad a la salvación, mediante la conversión, luego adopta
el título de Pedagogo, porque actúa
como consejero y terapeuta, procurando la curación de las pasiones del hombre,
y finalmente, el Logos es llamado Maestro, porque su función es exponer y
revelar las verdades doctrinales, además de guiar al hombre para que adopte la
gnosis y sea capaz de recibir la revelación del Logos, (cfr. El Pedagogo,
1994, p.p. 73-77), con razón Clemente concede a un mismo ser estos tres
títulos.
El
Pedagogo tiene una distribución bien marcada, en cuanto a su
esquematización de ideas, pues, como lo refiere Merino y Redondo (1994): “la
estructura del Pedagogo presenta dos
partes claramente diferenciadas: a la primera corresponde el libro primero; a
la segunda, los dos libros restantes.” (p. 26); sin embargo, el tema central
que unifica los tres libros es la figura y la función del Logos-Pedagogo, (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 26), que a lo
largo de la narración del texto se va demostrando como verdadero Pedagogo, guía de niños.
Es el libro primero de El Pedagogo, el que va a proporcionar
toda la materia pedagógica que interesa en esta síntesis filosófica. Este
libro, por su contenido es considerado como un proveedor de principios, en el
ámbito de la función particular del Logos-Pedagogo,
(cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 27), es decir, no se encarga de presentar lo
que los libros II y III hacen, en cuanto que un tratado de moral teórica y
práctica (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 27).
El estudio de este texto, El Pedagogo, el cual fue escrito
probablemente hace más de 1800 años, es sin embargo vigente, ya que “el
Pedagogo puede leerse todavía con provecho, pues contiene muchas ideas
enteramente modernas, y aboga por una educación de la mujer, no inferior a la
del varón” (Ruiz, 1949, p. 78), esta idea puede confrontarse con: (cfr. El Pedagogo, 1994, p.p. 95-97), lo que
deja a entender que, la obra del Alejandrino, aunque antigua es novedosa,
además las propuestas que presenta son perfectamente aplicables a la
actualidad, ya que, Clemente es un “enamorado del mundo y de la vida, y de todo
lo bueno y bello que hay en ellos. Esta circunstancia hace de él un hombre muy
próximo a la mentalidad y sensibilidad de nuestro tiempo” (Merino y Redondo,
1994, p. 16), por ende, propicio para este estudio.
2.2 El concepto de pedagogía
La pedagogía, o la iniciación al
estudio de su concepto, según lo presenta Luzuriaga (1957), en su libro
intitulado Pedagogía, “se halla en
una posición peculiar respecto a las demás ciencias. Mientras que estas parten
de una definición concreta y poseen un carácter definido, la pedagogía es
discutida tanto respecto a su carácter como a su valor científico” (p. 13); sin
embargo, más adelante el mismo autor especifica que:
La pedagogía estudia la educación tal
como se presenta en la vida individual y social, como una parte de la realidad
humana, y contesta a la pregunta: ¿qué es la educación? […]. La pedagogía es,
pues, una ciencia descriptiva, una ciencia normativa, una ciencia tecnológica y
una ciencia histórica (p.p. 25-26).
Todas estas características
mencionadas, apoyan la idea de presentar una filosofía de la educación,
específicamente del pensamiento del Alejandrino, pues, como es lógico al
estudiar este Padre de la Iglesia, se comprende que él desarrolló su filosofía
en una época y tiempo diferentes a los de hoy.
Ha llegado el momento de preguntarse
por lo que Clemente llama ‘pedagogía’, al respecto el Alejandrino ratifica que ‘pedagogía’
puede llamarse “a lo que es propio del educando y del discípulo; a lo que
compete al educador y al maestro; en tercer lugar, a la educación misma; y, en
cuarto lugar, a las enseñanzas, como son los mandamientos” (El Pedagogo, 1994, p. 185); aquí
Clemente pone de manifiesto que la acción pedagógica abarca varios campos, los
cuales irán orientados a un mismo fin, la enseñanza o el aprendizaje.
En el estudio y definición de la
pedagogía, Clemente se presenta como el primer humanista del cristianismo,
puesto que la base de su ‘pedagogía’ descansa en la fe, lo que conducirá al
hombre a la realización del ideal de la paideia
griega, pero desde la perspectiva de las enseñanzas del Logos de Dios, (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 33), que, como se
ha resaltado en reiteradas oportunidades, es la semejanza con Dios su creador.
Pedagogía para el Alejandrino sería entonces, el camino hacia Dios.
2.3 La paideia divina
Ya está claro que Clemente bebió de
una primera formación pagana, de filosofías griegas, dentro de las que cabe
destacar el pensamiento de la educación en el estado de Esparta, por ello,
Jaeger (2012), en su libro Paideia: los
ideales de la cultura griega, manifiesta que:
La tradición procede de una época para
la cual el cosmos espartano era un sistema consciente y consecuente y que creía
a priori que el más alto fin del estado era la paideia, es decir, la
estructuración sistemática y por principios de la vida individual, de acuerdo
con normas absolutas (p. 90).
Ya se puede concretar, aunque
parezca un poco apresurado, el concepto de paideia,
el cual será considerado, retomando la cita anterior, como la “estructuración
sistemática y por principios de la vida individual, de acuerdo con normas absolutas”
(Jaeger, 2012, p. 90), es igual en el sentido que Clemente le aplica en su
obra.
Paideia divina, es un término que a
primera vista debe explicarse, y es necesario, pues este estudio lo toma como
fundamento. Ahora sin ir más a fondo, paideia
divina puede traducirse como ‘educación cristiana’, además, el mismo Clemente
hace una especificación del término:
La religión es pedagogía, porque es
aprendizaje del servicio de Dios y conducción al conocimiento de la verdad y
educación recta que conduce al cielo. […]. La pedagogía divina indica
rectamente el camino de la verdad que lleva a la contemplación de Dios, y
también es el modelo de la conducta santa en una eterna perseverancia (El Pedagogo, 1994, p.p. 185-187).
A partir de esto, ya puede llamársele
con toda confianza paideia divina, a
la acción pedagógica de Dios, además de reconocer que esta es superior a la
enseñanza humana, pues como lo refiere Clemente “la que los hombres acostumbran
a llamar educación paterna es transitoria; en cambio, la educación divina,
permanece para siempre” (El Pedagogo,
1994, p. 187), de allí que el que reconoce a Cristo como su Pedagogo, puede alcanzar la meta de
asemejarse a Dios.
Esta paideia divina, propuesta por Clemente, puede resumirse en tres
ideas principales:
En primer lugar, que Dios mismo ha
asumido la tarea no solo de crear al hombre, sino también de redimirlo y
conducirlo a la salvación por medio de su acción pedagógica. Después, que solo
Dios es capaz de realizar este programa pedagógico, que se incardina en su obra
salvífica y se destina -como ella- a toda la humanidad. Y finalmente, que Dios
ejerce esta función pedagógica a través del Cristo-Logos que se constituye en
pedagogo […] (Merino y Redondo, 1994, p. 30).
Pero además de ser Dios el Pedagogo del hombre, él actúa en
relación a la humanidad con adaptación, suavidad y firmeza, y estas tres
características definen el estilo pedagógico del Logos-Pedagogo, (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 30), para entender
un poco más este importante apartado, es necesario leer al mismo Clemente:
El Logos, que es el machete que poda,
limpia cortando las ramificaciones lujuriosas y encauzando las energías
vitales, para que den fruto y no se pierdan en simples deseos. La represión de
los pecadores tiene como objetivo su salvación; el Logos se adapta
armónicamente -como un instrumento musical- al modo de ser de cada uno: unas
veces tensa las cuerdas; otras, las afloja (El
Pedagogo, 1994, p. 211).
Se encuentra aquí, un importante
punto para desglosar, y es que la paideia
divina tiene como fin la salvación del alma humana, por eso el Pedagogo actúa con suavidad cuando es
necesario, y a veces con firmeza cuando se requiera, esto da a entender, que el
sentido pedagógico del Logos, se
aplica en las condiciones que se requieran, pero teniendo siempre como un mismo
ideal, la salvación del alma, es decir, la semejanza con Dios.
2.4
La paideia divina: fin y objetivos
Lo que se pueda precisar de la filosofía
de la educación planteada por Clemente de Alejandría, va a estar basado, como
es de suponer, por su formación y educación misma; al respecto se sabe que
“Clemente era pagano por su nacimiento y por su primera formación; pero era
también auténticamente cristiano por el bautismo, por su segunda formación y
por su fidelidad a la vocación cristiana” (Merino y Redondo, 1994, p. 27), con
estos datos, se analiza que la pedagogía divina, tendrá características de
filosofías paganas así como también aportes del naciente cristianismo.
La educación exige un fin determinado,
no puede haber pedagogía sin una meta bien trazada, es por ello que Clemente de
Alejandría, preguntándose sobre el fin del hombre y de la vida, toma en cuenta
lo que dijeron los antiguos filósofos griegos anteriores a él, y en esta mirada
retrospectiva, se encuentra con el pensamiento de Platón, el cual compagina con
el cristianismo, pues se concluye que el fin del hombre es asemejarse a Dios,
(cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 27), meta central en la paideia divina.
Clemente se da cuenta que “el movimiento
de la dialéctica platónica es acercamiento a una meta ideal absoluta” (Jaeger,
2012, p. 459), esta “meta ideal absoluta” guarda intrínseca relación con el
“asemejarse a Dios”, que a su vez es la clave ideal del pensamiento de Platón y
también de la filosofía cristiana de los primeros siglos. Jaeger (2012),
asevera esta idea, revelando que “la cultura antigua que la religión cristiana
se asimiló y con la que se abrazó para entrar fundida a la Edad Media, fue una
cultura basada íntegramente en el pensamiento platónico” (p. 458).
Sería inaceptable abordar el tema de la
filosofía de la educación en Clemente de Alejandría, sin poner de manifiesto
que su principal inspirador antiguo, Platón, es un excelente pedagogo, pues a la hora de determinar
la conducta humana, él se constituye en “el pensador cuyas investigaciones se
dirigen expresamente, desde el primer momento, a la norma suprema del obrar”
(Jaeger, 2012, p. 607), lo que encaja perfectamente con lo que Clemente
pretende hacer en su obra, pues como se verá más adelante, “el objetivo que se
propone el Alejandrino es dar […] un método de educación cristiana y así
participar de la vida incorruptible de Dios” (Merino y Redondo, 1994, p. 28).
No es únicamente Platón quien viene a
tener parte en la determinación del fin y de los objetivos de la paideia divina, también se encuentra el
“objetivo estoico de una vida conforme a la naturaleza y a la recta razón”
(Merino y Redondo, 1994, p. 27); ideal que fue asimilado de igual manera por el
Alejandrino. El estoicismo, constituyó una fuerte orientación filosófica de la
manera de ver la vida y la existencia misma del hombre, ya que:
La
introducción en Atenas de la filosofía estoica por Zenón, un mercader fenicio
(hacia el 310 a. C.), no fue sino una de tantas y múltiples infiltraciones
orientales. Tanto el Estoicismo como el Epicureísmo […] eran teorías sobre cómo
se podía ser feliz aun estando con el yugo encima o convertido en esclavo […] (Durant,
1990, p. 130).
La
recta razón que se mencionó anteriormente, para el pensamiento de los estoicos,
viene a analizarse desde una máxima, presente en esta filosofía, la cual
expresaba que “para los estoicos lo más importante no son los resultados de los
actos, sino las intenciones” (Introducción
a la Filosofía, 2005, p. 113), además de esto, hay que tener en cuenta que:
La
visión estoica del mundo, por su especificidad y por la orientación final que
imprime a la conducta humana, conduce a la aceptación de la realidad en todos
sus niveles, incluido el orden social y político. El punto nodal de la doctrina
estoica está representado por la vivencia del destino y la creencia en una
racionalidad cósmica ordenadora de lo real y en extremo sabia (Introducción a la Filosofía, 2005, p.p.
112-113).
Y
cómo no ubicar con estas características finales al Dios cristiano que el mismo
Clemente consideró guía celestial, educador, modelo (cfr. El Pedagogo, 1994, p. 73), y que en efecto, actuará de tal manera
para educar al hombre.
2.5 La concepción del
hombre para la paideia divina
Lo
que Clemente de Alejandría pueda decir sobre el hombre, irá intrínsecamente
unido a lo que pueda decir de Dios, ya que, por su talante metafísico, el
Alejandrino ve en el hombre a la creatura de Dios, en efecto, Clemente desde
una perspectiva antropológica expresa que:
Es
natural que Dios ame al hombre, porque es su criatura. Dios hizo las otras
criaturas con un simple orden; al hombre, en cambio, lo ha moldeado con sus
propias manos y le ha insuflado algo divino. Esta criatura, que ha sido creada
por Dios y modelada a imagen suya, o bien la ha creado por ser amable por sí
misma, o la ha moldeado por ser amable [a Dios] en razón de otra cosa (El Pedagogo, 1994, p.p. 87-89).
El hombre para Clemente es un ser creado
por Dios, pero incapaz de Dios sin la ayuda de este. Por ello va planteando una
pedagogía en la que el mismo Dios es el medio y el fin.
Al ubicarse unos siglos más adelante, Immanuel
Kant piensa que “el hombre es la única criatura que ha de ser educada.
Entendiendo por educación los cuidados (sustento, manutención), la disciplina y
la instrucción, juntamente con la educación. Según esto, el hombre es niño
pequeño, educando y estudiante” (Pedagogía,
2013, p. 29), aunque se expone en principio, el pensamiento de un filósofo
posterior a Clemente, este guarda estrecha relación con el Alejandrino, en una
doble característica.
La
primera es el considerar que el hombre es el único ser que debe educarse, y la
segunda en definir al hombre como niño. Clemente hace énfasis en esta segunda
característica, pues considera que:
Parece
evidente que la pedagogía es, como su mismo nombre indica, la educación de los
niños. Pero queda por considerar quiénes son estos niños a los que
alegóricamente se refiere la Escritura, y luego asignarles un pedagogo. Esos
niños somos nosotros […]. ¿Te sorprende oír que el Señor llame «niños» a
quienes entre los paganos son llamados hombres? (El Pedagogo, 1994, p.p. 97-101).
De
esta manera, el Alejandrino deja claro que ante Dios los hombres son niños,
precisamente porque él es el Pedagogo,
(guía de niños) y porque la ineficacia del hombre en el obrar hace que
necesariamente precise de un guía, tal y como se nota en el desarrollo de un
ser humano. Sin embargo, Clemente, quiere reforzar la
idea, “son verdaderamente niños los que no reconocen por padre más que a Dios,
los que son sencillos, pequeños, puros: los creyentes en un solo Dios” (El Pedagogo, 1994, p. 109), la sencillez
de vida, por ende, marcará la pauta para ser niños de Dios.
2.6 El nombre del Pedagogo
El Pedagogo, como se verá, es una persona
en concreto, es Dios y es hombre, y Clemente propone a Cristo como el Logos-Pedagogo, es decir, la Palabra de
Dios que educa a los hombres; al respecto, el mismo Clemente de Alejandría lo
manifiesta al iniciar su libro primero:
Nuestro
Pedagogo, hijos míos, es semejante a Dios, su Padre, de quien es hijo: no hay
en él pecado, ni reproche, ni pasiones en su alma; es el Dios sin mancha bajo
el aspecto de un hombre, el servidor de la voluntad del Padre, el Logos-Dios,
el que está en el Padre […] (El Pedagogo,
1994, p.p. 77-79).
Es curioso indagar en el por qué
Clemente propone al Logos de Dios, a
Cristo, como Pedagogo, y es que esto
constituye un punto de concordancia entre el pensamiento cristiano primitivo y
la cultura griega, (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 28), profundizando más
sobre este tema, los mismos autores hacen el siguiente análisis:
La
presentación de Cristo como pedagogo de la humanidad hace pensar que Clemente
no tuvo inconveniente en dar este nombre a Cristo, porque sabía que el uso que
originalmente se había dado a la palabra «pedagogo» [= el esclavo que tenía la
función de llevar y traer al niño a la escuela] había adquirido posteriormente
un rango y una significación de excelencia, como consecuencia de la dignidad
filosófica que Platón había dado al concepto de paideia: «fue esta dignidad teológica platónica la que hizo posible
que Clemente presentara a Cristo como pedagogo de todos los hombres» (p. 28).
Se
comprende entonces que a la persona de Jesús, el Logos de Dios han de aplicárseles los tres títulos anteriormente
mencionados, Logos Protréptico, Logos Pedagogo y Logos Doctor, y este “Logos cumple estas tres funciones siguiendo
un orden de apelación” (Merino y Redondo, 1994, p. 29).
Jesús
es el nombre del Pedagogo, Clemente
al ir desglosando la paideia divina
deja claro que “[…] debemos decir ahora quién es nuestro Pedagogo. Se llama
Jesús. A veces se da a sí mismo el nombre de «pastor» […]” (El Pedagogo, 1994, p. 185), y teniendo
claro esto, es necesario especificar de manera detallada la acción pedagógica
de Jesús, el Pedagogo, Merino y
Redondo (1994) lo manifiestan de esta manera:
La
misión del Pedagogo en la realización de la obra salvadora comprende cuatro
operaciones: crearnos, regenerarnos,
perfeccionarnos y educarnos. Las
tres últimas operaciones -regenerar, perfeccionar y educar- están, en el plan
de Clemente, íntimamente vinculadas, porque integran la obra salvífica de Dios
en favor del hombre (p. 29).
Al
respecto, esta idea ya concretada, el Alejandrino la narra especificando que
Cristo fue quien “modeló al hombre con el polvo de la tierra, lo regeneró con
el agua, lo ha hecho crecer por el Espíritu, lo educó con la palabra, dirigiéndolo
con santos preceptos […] de manera que cumpla plenamente la palabra de Dios” (El Pedagogo, 1994, p. 265), y se retoma
de inmediato lo que Clemente considera como el fin del hombre, asemejarse a
Dios, que centra su raíz en el libro del Génesis 1, 26: “Hagamos al hombre a
nuestra imagen y semejanza”.
2.7 La acción
pedagógica del Logos-Pedagogo
El Pedagogo en su libro primero, trata
de especificar la constitución del hombre como ser sobre el cual se aplica la paideia divina, y lo hace aclarando que
“tres cosas hay en el hombre: costumbres, acciones y pasiones” (El Pedagogo, 1994, p. 71); por su parte,
estos tres factores formaban lo que se conoció como la ‘trinidad pedagógica’ de
los sofistas, Jaeger (2012) expresa que:
El
problema de la posibilidad de educar la naturaleza humana es un caso particular
de las relaciones entre la naturaleza y el arte en general. Muy instructivas
son para este aspecto del problema las aportaciones de Plutarco en su libro
sobre La educación de la juventud […]
en que trata de los tres factores fundamentales de toda educación: naturaleza,
enseñanza y hábito. Es evidente que todo ello se funda en teorías pedagógicas
más antiguas (p. 285).
Se
tiene entonces que, las costumbres, acciones y pasiones que menciona Clemente,
guardan relación con la naturaleza, enseñanza y hábito de las que habla
Plutarco, además, como se mencionó, “es para nosotros sumamente afortunado el
hecho de que Plutarco nos haya trasmitido no solo la conocida “trinidad
pedagógica” de los sofistas, sino además, una serie de ideas íntimamente
conectadas con aquella doctrina” (cfr. Jaeger, 2012, p. 285).
Clemente
pone de manifiesto que la educación del Logos
requiere de una lucha contra las pasiones, las que serán admitidas en
sentido negativo, es por eso que pasión será un concepto muy utilizado por el
Alejandrino, (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 71), y que aprovecha para
plantear que el Pedagogo fortalece el
alma al curar estas pasiones (cfr. El
Pedagogo, 1994, p. 75); el Pedagogo
de Clemente va directo al mal para corregirlo, esta es una auténtica acción
educativa.
El Pedagogo, guarda características bien
particulares, según Clemente “el Pedagogo es educador práctico, no teórico; el
fin que se propone es el mejoramiento del alma, no la instrucción; es guía de
una vida virtuosa, no de una vida erudita” (El
Pedagogo, 1994, p. 73), el alma humana es el objeto de la pedagogía divina,
por lo que es fácil diferenciar entre un mal del cuerpo y un mal del alma, al
respecto Clemente opina que:
Así
como para las enfermedades del cuerpo se necesita de un médico, así también las
enfermedades del alma precisan de un Pedagogo que cure las pasiones. […] Y así
es como el Logos, amigo cabal de los hombres y empeñado en conducirnos
progresivamente a la salvación, realiza en nosotros un bello y eficaz programa
educativo: […] (El Pedagogo, 1994, p.
77).
La
acción pedagógica estará enmarcada en la vivencia de los preceptos del Logos, (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 77),
ya que es el mismo Logos la imagen y
semejanza perfecta de Dios, en efecto, “él es para nosotros la imagen sin
defecto” (El Pedagogo, 1994, p. 79),
se está hablando del mismo Pedagogo
que es camino y meta a la vez.
Para
el pensamiento de Clemente el pecado mata al alma, (cfr. Merino y Redondo,
1994, p. 81), y aclara que el Pedagogo considera
“al pecado, un acto sin razón” (El
Pedagogo, 1994, p. 81), esto viene a explicar la misión del Logos-Pedagogo de separar el alma humana
del pecado, que como se ha visto es un acto sin razón, (cfr. El Pedagogo, 1994, p. 81), por ende una
degradación de la naturaleza humana.
Pero
Clemente no pone límites al campo donde se desarrolla la acción pedagógica del Pedagogo, por el contrario, dice que “nuestro
buen Pedagogo, que es sabiduría, el Logos del Padre, el creador del hombre,
cuida solícito de la criatura entera: médico de la humanidad, y capaz de
sanarlo todo, cuida tanto del alma como del cuerpo” (El Pedagogo, 1994, p.p. 83-85), y es que este Pedagogo, abarca y sana de verdad la humanidad entera del hombre.
Hay
un dato que mueve al Pedagogo a
dedicar su tiempo en la educación del hombre, y es que realmente es así, puesto
que “recibimos del Señor, como hombre y como Dios, toda clase de ayudas y
favores. Como Dios, perdona nuestros pecados; como hombre, nos educa para no
caer en el pecado. Es natural que Dios ame al hombre, porque es su criatura” (El Pedagogo, 1994, p. 87), con este
apartado, Clemente da a conocer que lo que mueve al Logos-Pedagogo a educar al hombre es el amor.
Pero,
es necesario hacer junto a Clemente de Alejandría el siguiente cuestionamiento,
“¿qué es, pues, lo que desea y lo que promete el Pedagogo? Con sus obras y con
sus palabras manda lo que debemos hacer, y prohíbe lo que debemos evitar; esto
está muy claro” (El Pedagogo, 1994,
p. 91), de esta manera, la acción pedagógica del Logos-Pedagogo, se fundamenta en que lo que manda y lo que prohíbe
antes lo ha demostrado con sus palabras y con sus obras, lo que constituye un
punto referencial para toda pedagogía como arte de educar a los más pequeños:
enseñar con el ejemplo.
Ante
una pedagogía aplicada con amor, Clemente es consciente que debe haber una
respuesta hecha también con amor, ya que para el Alejandrino es evidente que
“debemos corresponder con amor a quien, por amor, nos guía hacia una vida
mejor, […] imitándole, haremos las obras del Pedagogo y lo significado por la
expresión a imagen y semejanza” (El Pedagogo, 1994, p. 93), una vez más
aparece lo que Clemente considera como el fin del hombre, (cfr. Gn 1, 26),
Merino y Redondo (1994) lo especifican “es esta una expresión muy querida por
el Alejandrino; significa llevar a cabo, como lo hizo el divino Pedagogo, el
plan que Dios ha trazado para el hombre, en la constitución misma natural del
hombre” (p. 93).
Para la educación teorizada por el Logos-Pedagogo, según lo asevera
Clemente, “el término «hombre» es común al varón y a la mujer” (El Pedagogo, 1994, p. 97), además ya se
ha dicho que la acción pedagógica del Logos-Pedagogo
va dirigida a niños, por eso Clemente se basa en lo que Platón plasmó en el
libro de Las Leyes, VII, 808 D: “Sin el pastor, ni las ovejas ni cualquier otro
animal puede vivir; tampoco los niños sin el pedagogo, ni los servidores sin su
amo.” De ahí que se concluya en pensar que el Pedagogo se dirige a todos como niños, sin hacer distinción entre
hombre o mujer.
Los
niños del Pedagogo, es decir, “nosotros,
al preferir educación y pedagogía, hemos ponderado los mejores y más perfectos
tesoros de la vida con una evocación a la infancia. Entendemos que la pedagogía
es la buena conducción de los niños hacia la virtud” (El Pedagogo, 1994, p. 107), aquí Clemente está aplaudiendo el hecho
de que los hombres opten por una educación, por ser educados, además de reiterar
el significado más puro de la pedagogía.
En
el camino de la educación que se está planteando, se manifiesta a temprana edad
la idea de una formación permanente, la cual es antignóstica (cfr. Merino y Redondo,
1994, p. 111), al respecto Clemente expresa que:
[…]
hay que concluir, con razón, que todos los que están en la tierra han de ser
llamados discípulos. Y bien verdadero es esto: la perfección es propia del Señor,
quien no cesa de enseñar; en cambio, lo propio de nuestra condición de niños y
párvulos es que no cesemos de aprender (El
Pedagogo, 1994, p.p. 109-111).
La
necesidad de una formación permanente es concebida en la mente del hombre
cuando este reconoce que únicamente su Pedagogo,
el Logos-Pedagogo, es perfecto, y que
el hombre necesita serlo también y puede serlo con la guía del Dios Pedagogo, y es que esto será una idea
muy común, la necesidad de perfección, de mejoramiento del alma.
Así
como hay una necesidad de ser educados constantemente, así también Clemente
deja claro que en el hombre, considerado niño por el Pedagogo, hay una facultad que le permite vivir constantemente en
este ambiente educativo, y es que “para nuestro autor, la eterna juventud del
ser humano se manifiesta en el trato con Dios, que en la vida presente no es
otra cosa que vivir conforme a su divina pedagogía” (Merino y Redondo, 1994, p.
115); Clemente lo expresa de la siguiente manera:
Nosotros
tenemos la fecunda abundancia de la edad joven, la juventud que no envejece; en
ella nos sentimos pletóricos de fuerzas para alcanzar la gnosis, siempre
jóvenes, siempre delicados y siempre nuevos: porque los que participan del
nuevo Logos han de ser nuevos (El
Pedagogo, 1994, p.p. 115-117).
El
hombre es siempre niño, es siempre joven para recibir la acción pedagógica del Logos-Pedagogo, que a su vez en siempre
joven, “la sabiduría es siempre joven, considera siempre las mismas cosas, es
idéntica a sí misma, no cambia” (El
Pedagogo, 1994, p. 117); esto hace referencia a Platón, quien trata el tema
de la inmutabilidad de la sabiduría, y que Clemente considera base para
declarar la eterna juventud del Logos,
que es Sabiduría divina y eterna (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 117).
Pero,
¿qué pedagogía es esta que plantea Clemente?, podría tratarse de algo errado,
para muchos lo fue, en especial para el contexto en el que el texto fue
escrito, pero el Alejandrino manifiesta convencido que “no nos es lícito
considerar como imperfecta la enseñanza que nos viene de Dios; y lo que Dios
nos enseña es la salud eterna que nos da el Salvador eterno” (El Pedagogo, 1994, p. 133), en efecto el
Pedagogo quiere el bien para todos
sus niños.
Por
ser un filósofo cristiano, Clemente opina que el bautismo del Logos, lo que constituye un sacramento
para el cristianismo, es lo que da el remedio a la naturaleza pecadora (cfr. El Pedagogo, 1994, p. 139), en efecto:
La
obscuridad es la ignorancia que produce nuestras caídas en el pecado y debilita
nuestra vista para alcanzar la verdad. La gnosis, por tanto, es la iluminación
que disipa la ignorancia y nos hace capaces de ver con claridad. […] La gracia
de Dios y la fe del hombre rompen con fuerza estas ataduras y nuestros pecados
quedan borrados por el único remedio saludable: el bautismo en el Logos (El Pedagogo, 1994, p. 139).
En
esta filosofía de la educación, se hace necesario reconocer que el hombre sufre
a causa del pecado, del error o de las pasiones como lo considerarían los
estoicos; sin embargo, el remedio existe, y viene dado por el Logos-Pedagogo, cuyo menester es salvar
al hombre de la muerte y guiarlo a través de su pedagogía divina a la semejanza
con Dios.
Clemente
especifica que en la educación de los niños, hay un alimento que es dado por el
Logos-Pedagogo, ya que “el alimento
es la leche del Padre, por el que únicamente son amamantados los párvulos. Y
Él, el amado, el Logos que nos alimenta, ha derramado su sangre por nosotros, y
ha salvado a la humanidad” (El Pedagogo,
1994, p. 167), la acción pedagógica del Pedagogo
es un donarse totalmente, el Alejandrino concluye esta idea aseverando que:
Nosotros,
que por su mediación hemos puesto nuestra confianza en Dios, nos acogemos al
regazo del Padre que hace olvidar los
dolores, es decir, [nos acogemos] al Logos. Naturalmente, solo El ofrece a
los párvulos, que somos nosotros, la leche del amor; y solo son verdaderamente
felices los que se alimentan de estos pechos (El Pedagogo, 1994, p. 167).
En
esta parte final se puede descubrir un nuevo motivo por el cual el hombre
debería dejarse educar por la paideia
divina, y es que precisamente, el objetivo de esta también radica en la
felicidad misma.
Clemente,
al conocer con agilidad las Sagradas Escrituras, reconoce que en ellas se
encuentra el plan pedagógico de Dios, al respecto el Alejandrino cita el
Antiguo Testamento:
Él
proveyó de lo necesario a su pueblo, cuando se hallaba atormentado por la
ardiente sed en los áridos parajes del desierto; lo protegió, lo educó y lo
guardó como a la niña de sus ojos; como el águila protege a su nido y cuida de
sus pequeños, extendiendo sus alas, los acogió y los echó a sus espaldas. Solo
el Señor los conducía, y no había entre ellos ningún dios extranjero (Dt 32,
10-12).
Y con esto Clemente concluye que “la
Escritura -me parece a mí- presenta al Pedagogo y describe su pedagogía con
entera claridad” (El Pedagogo, 1994,
p. 191), y es de suponer que Clemente tome en cuenta las Sagradas Escrituras,
ya que, como se ha visto, él fue un converso al cristianismo que vivió con autenticidad
su vida cristiana, además de relacionar las filosofías paganas con el naciente
pensamiento judeocristiano.
Clemente al hacer un recorrido por diversos
pasajes de la Escritura, y retomando la historia de varios personajes
resaltantes como Abrahán y Jacob reconoce que “hay aquí una comunicación de
amistad por parte del maestro” (El
Pedagogo, 1994, p. 191), en cuanto a que ha sido el Pedagogo quien ha salido a defender y guiar a estos hombres,
“observa cómo el Pedagogo acompaña al hombre justo, y cómo entrena al luchador,
enseñándole a derribar al adversario” (El
Pedagogo, 1994, p. 191), y como se ha visto, este adversario son las
pasiones, el pecado que mata al alma.
Hay
un personaje clave del Antiguo Testamento para entender al Logos-Pedagogo, como un verdadero pedagogo, y es que en la historia de Moisés se ve reflejada la
acción pedagógica de Dios, la paideia
divina, porque es el mismo Dios “el que enseña a Moisés el oficio de la
pedagogía: el Señor le dice: Si alguno
peca contra mí, yo lo borraré de mi libro. Y ahora vete y conduce al pueblo al
lugar que te he dicho” (El Pedagogo,
1994, p. 195), se está presentando a Dios, con este relato citado por Clemente
del Gn 27, 36 como un maestro de pedagogía (cfr. El Pedagogo, 1994, p. 195).
El
Logos-Pedagogo tiene una forma muy
particular de educar a sus niños, lo hace sin dejarles pasar el error, puesto
que “el Logos no pasa por alto sus pecados, sino que se los echa en cara para
que se conviertan […]” (El Pedagogo,
1994, p. 195), y esto lo hace porque ama al hombre, y es que con el Logos-Pedagogo, hay un cambio de
perspectiva, ya no será el temor lo que incentiva la educación de los hombres,
sino el amor, Clemente lo expresa de esta manera:
¿Quién podría educarnos más amorosamente
que él? Primero hubo una antigua alianza para el pueblo antiguo, y la Ley
educaba al pueblo en el temor y el Logos era un Angel. Pero para el nuevo y
joven pueblo ha sido establecida una nueva y joven alianza, y el Logos ha sido
engendrado, el miedo se ha trocado amor, y aquel ángel místico, Jesús, ha
nacido (El Pedagogo, 1994, p. 197).
Resumiendo esta idea, del amor como
instrumento de la acción pedagógica del Logos-Pedagogo,
Clemente concluye que “tal es el poder del Pedagogo: firme, consolador y
salvador” (El Pedagogo, 1994, p. 201),
porque no pasa por alto el error, y educando corrige para que no haya en el hombre
muerte, sino salvación.
Antes de concretizar el estudio de
la paideia divina, es preciso hacerse
la misma pregunta que Clemente plantea en el capítulo IX de su libro primero de
la obra El Pedagogo, y es que “es
propio de la misma facultad el premiar y castigar justamente. ¿Cuál es, pues,
el estilo de la pedagogía del Logos?” (El
Pedagogo, 1994, p. 225), y para responder, el mismo Clemente señala que:
El Pedagogo de la humanidad, nuestro
Logos divino, se sirve, con todas las fuerzas, de los numerosos recursos de su
sabiduría, empeñando en salvar a los párvulos: les advierte, los reprende, los
castiga, los avergüenza; los amenaza, los sana, les hace promesas, los premia;
y embrida […] con muchos frenos los impulsos irracionales de la naturaleza
humana. Dicho brevemente, el Señor hace con nosotros como nosotros hacemos con
nuestros hijos (El Pedagogo, 1994,
p.p. 225-227).
Para el Alejandrino, todos estos
recursos tienen su significado específico, por ello es necesario aclarar lo que
Clemente pensaba de cada uno de estos métodos de enseñanza, que él mismo
adjudica al Logos-Pedagogo:
La amonestación es una censura afectuosa
que despierta la atención de la mente. […] La represión es una censura de los
actos malos, que dispone para el bien. […] El reproche es una censura que se
hace a los negligentes o despreocupados. […] La reprimenda es un reproche severo,
una censura contundente. […] La reprobación consiste en la pública acusación de
los pecados. […] La reprensión es una amonestación que hace a uno más
reflexivo. […] El regaño es una severa reprimenda. […] El improperio es una
reprensión muy severa. […] La recriminación es una reprensión a los pecadores.
[…] La queja es una reprensión simulada; es un hábil recurso con el que procura
también la salvación de forma velada. […] El vituperio es una reprensión a
dejar en ridículo. […] La reprimenda es un reproche normal, una censura a los
hijos que se rebelan contra el deber (El
Pedagogo, 1994, p.p. 227-237).
Clemente detalla con delicadeza
dónde y cómo el Logos-Pedagogo ha
empleado cada una de estas herramientas de la paideia divina, sin embargo, trata de hacer un resumen apoyándose
en el pensamiento de su más querido filósofo:
El mismo Platón reconoce la gran fuerza
de la corrección y el excelente efecto purificador del castigo y, coincidiendo
en esto con el Logos, afirma que el hombre que ha caído en las mayores
impurezas, se hace incorregible y deforme por no haber sido corregido; y es necesario que el hombre, destinado a la
felicidad, sea purísimo y bellísimo (El
Pedagogo, 1994, p. 239).
La Biblia junto con Platón apoya la
acción pedagógica de la corrección, y es que esta es, ha sido y será propicia
para la educación del hombre; sin embargo, la corrección o castigo, según la
perspectiva del Logos-Pedagogo, que
actúa con amor y por amor, no será efectuada con maldad, puesto que el deseo en
común es el mejoramiento del alma, como ya se ha dicho, y unido a esto la
felicidad del hombre, porque “así es nuestro Pedagogo: justamente bueno” (El Pedagogo, 1994, p. 243), y de esa
manera actúa siempre.
No en vano vuelve Clemente de
Alejandría a reforzar la idea de lo bueno que es la corrección por ello
manifiesta que “hemos demostrado que el método de reprender a la humanidad es
bueno y saludable; y que el Logos lo ha adoptado necesariamente por eso: porque
es un método adecuado para provocar el arrepentimiento y evitar el pecado” (El Pedagogo,
1994, p.p. 249-251), siempre orientando la paideia
divina en un acto de amor.
En la acción pedagógica del Logos-Pedagogo, el hecho de aconsejar
tiene triple manifestación, es decir, “hay tres maneras de aconsejar” (El Pedagogo, 1994, p. 251), Clemente las
explica de la siguiente manera:
Hay tres maneras de aconsejar: una
consiste en echar mano de los ejemplos del pasado, […]. Otra consiste en tomar
ocasión de cosas presentes, que entran –por decirlo así- por los sentidos, […].
La tercera manera de aconsejar toma ocasión de acontecimientos futuros, e
invita a prevenir sus consecuencias (El
Pedagogo, 1994, p.p. 251-253).
Es por ello que el Logos-Pedagogo puede corregir al hombre de tres maneras, sin
embargo, es necesario aclarar que para Clemente “la existencia de la libertad
humana; es sin duda un elemento esencial en su pensamiento” (Merino y Redondo,
1994, p. 251), libertad para aceptar o rechazar la corrección; además, “todo
esto pone de manifiesto que el Señor exhorta a la humanidad a la salvación,
empleando toda clase de medios” (El
Pedagogo, 1994, p. 253).
Dentro del gran campo de
herramientas pedagógicas que emplea el Logos-Pedagogo,
está el macarismo, que según una breve definición “es el estado característico
del bienaventurado” (Merino y Redondo, 1994, p. 255), y esta otra forma de
pedagogía es también utilizada por el Pedagogo
de la humanidad, “así quiere que lleguemos a ser nosotros, para que seamos
felices” (El Pedagogo, 1994, p. 255),
es decir, el Pedagogo quiere que el
hombre lleve una vida intachable.
Ahora, es conveniente hacer junto
con Clemente la siguiente pregunta: ¿es digno el Pedagogo de la confianza del hombre?, la respuesta está ya
planteada por el Alejandrino:
[…] el Logos de Dios, el hijo Jesús, es
nuestro Pedagogo: el único verdadero, bueno, justo, a imagen y semejanza del Padre, […]. El divino pedagogo es digno de
nuestra plena confianza, porque posee las tres más hermosas cualidades: el
saber, la benevolencia y la franqueza (El
Pedagogo, 1994, p. 263).
Estas tres cualidades son rescatadas
por Clemente de Platón, en efecto, comentan Merino y Redondo (1994) que “el Gorgias utiliza, efectivamente, estas
tres palabras” (p. 263), el saber, la benevolencia y la franqueza; y es que la
confianza del hombre en el Pedagogo
radica en que este es benevolente, y “la benevolencia no es otra cosa que
querer el bien del prójimo” (El Pedagogo,
1994, p. 263), si el Pedagogo es
benevolente, quiere el bien del hombre por eso es digno de confianza.
Ya en la parte final del primer
libro de la obra El Pedagogo de
Clemente de Alejandría, se hace una especie de resumen, que viene a compendiar
el gran significado de la acción pedagógica del Logos-Pedagogo, es decir, sintetiza la paideia divina expuesta en todo el libro, por ello es necesario
hacer referencia a que:
Este conjunto está formado por los
preceptos del Señor, que, siendo instrucciones divinas, han sido consignadas
por escrito como mandamientos espirituales, útiles para nosotros y para
nuestros prójimos. […] Así pues, según la pedagogía divina, los deberes son
necesarios: han sido prescritos por Dios y están ordenados a nuestra salvación (El Pedagogo, 1994, p. 277).
Con mucho esfuerzo, al leer las
páginas de El Pedagogo, se ha tratado
de dar a conocer, en este capítulo, la filosofía de la educación, pero desde la
perspectiva de la paideia divina que,
Clemente de Alejandría supo compendiar; él, que fue también un pedagogo dedicado a la educación de los
que acudían a la Escuela Catequética de Alejandría, lo hizo en su obra escrita,
tomando toda referencia de las Sagradas Escrituras y, como ya se ha dicho,
bebiendo de filosofías paganas que antes de convertirse había conocido. Al
final se tiene un programa pedagógico totalmente aceptable dentro los
parámetros del cristianismo.
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CAPÍTULO 3
Crítica y aporte personal
3.1.
La paideia divina, método que ilumina
la pedagogía actual
En
el capítulo anterior se analizó de manera extensa lo que Clemente de Alejandría
rescataba de la paideia divina,
especificando aquellas estrategias pedagógicas aplicadas por el Logos-Pedagogo de la humanidad en su
acción educativa; sin embargo, ahora se desplegarán algunas críticas concebidas
con la mayor prudencia, tratando de abreviar en este sentido lo que el
Alejandrino propone como método de educación.
Es
momento de responder a las interrogantes que, de seguro se vinieron a la mente
embotada de conmoción, al leer este trabajo de investigación, pues en el
contexto filosófico en que se maneja esta tesis, cabe preguntarse si un Logos-Pedagogo, cuya existencia se
remonta a más de 20 siglos, sea capaz de mantener vigente su pedagogía.
Para
dar inicio a este apartado, se retoma la idea de Clemente, que al comparar la
iniciativa pedagógica del Logos-Pedagogo,
concluye que:
Como
el general que dirige el cuadro de su ejército, velando por la salvación de sus
soldados, o como el capitán que pilota su barco procurando poner a salvo a la
tripulación, así el Pedagogo, por su solicitud hacia nosotros, indica a sus
niños el estilo de vida saludable (El
Pedagogo, 1994, p. 187).
Y
es que el Logos-Pedagogo de la
humanidad, se reconoce como único guía de la educación del hombre, educación
para la salvación. Sin la iniciativa del Logos-Pedagogo,
en ayudar a sus niños, sin esa ‘solicitud’, sería imposible que el hombre se
formase en una vida virtuosa, pues, ¿qué mejor guía que Aquél que es el Camino?
El Pedagogo es guía y camino de los
hombres.
Las
imágenes y comparaciones utilizadas por el Alejandrino para enseñar la paideia divina, hacen que acuda sin
demora a frecuentes analogías, en las que pretende dejar claro, con un lenguaje
humano el quehacer divino. Al respecto, volviendo a la imagen del piloto,
expresa que:
Así
como el piloto no siempre se deja llevar por los vientos, sino que a veces
enfila la proa hacia las borrascas, así [también] el Pedagogo no se deja llevar
de los vientos que soplan en nuestro mundo, ni pone al niño frente a ellos,
como si fuera un barco, para que lo destrocen, sumergiéndose en una vida animal
y licenciosa; y es solamente entonces cuando, impulsado únicamente por el
Espíritu de la verdad y bien equipado, sujeta con firmeza el timón del niño
-sus orejas, quiero decir-, hasta que le hace anclar sano y salvo en el puerto
celestial (El Pedagogo, 1994, p. 187).
La
riqueza teórica de esta cita es incomparable, pues hay varios puntos a
considerar. En primer lugar, el Logos-Pedagogo
no es malicioso, es decir, no pretende abandonar a sus niños frente a las
dificultades, esta no es su pedagogía. En segundo lugar, el Logos-Pedagogo actúa impulsado por el
‘Espíritu de la verdad’, el cual es asistente de su paideia divina. Y en tercer lugar, expresa que el Logos-Pedagogo sujeta con solidez la
dirección del niño, sus ‘orejas’, para conducirlo a la salvación.
El
hecho de que Clemente establezca las orejas del niño como su timón o dirección,
no es para nada extraño, pues, como venía afirmando la tradición judía, “la ley
fue una antigua gracia que el Logos dio por medio de Moisés” (El Pedagogo, 1994, p. 199), esta ley fue
trasmitida a viva voz, lo que exigía del pueblo una escucha atenta, por ello
Clemente concluye que son las orejas el timón del niño, pues si se le
manifiesta la ley, se le muestra y se le conduce por el camino de la salvación.
Como se ha visto hasta ahora, la paideia divina es capaz de iluminar la
pedagogía de los días actuales, pues, según lo expresado por Clemente, el Logos-Pedagogo se vale de los humanos
como instrumentos, para aplicar sus métodos de corrección, con los cuales
pretende formar al hombre. Al respecto, Clemente está consciente de que
“antiguamente, el Logos educaba por medio de Moisés; […] la Ley es, pues, la
pedagogía de los niños difíciles de sujetar […]” (El Pedagogo, 1994, p. 261), con esto se deja claro que el hombre es
solo un instrumento de la pedagogía del Logos,
y este lo que hace es trasmitir lo que ha recibido del verdadero Pedagogo, Jesucristo (cfr. Merino y
Redondo, 1994, p. 31).
Ahora,
solo queda preponderar la metodología de la paideia
divina expresada en el libro primero de El
Pedagogo, para que esta pueda
facilitar a los pedagogos actuales un itinerario de instrumentos con los cuales
logren la instrucción de aquellos que en sus manos se les ha confiado una
educación. Para ello es necesario mencionar cada uno de los estilos de la
pedagogía del Logos, a saber: la
amonestación, la represión, el reproche, la reprimenda, la reprobación, la
reprensión, el regaño, el improperio, la recriminación, la queja, el vituperio
y la reprimenda (cfr. El Pedagogo,
1994, p.p. 227-237), si el verdadero maestro se valió de ellos, ¿por qué no los
pedagogos actuales?
Es
considerable que el Logos-Pedagogo
tenga la solicitud de educar a sus niños, lo hace principalmente porque los
ama, y es que “es natural que Dios ame al hombre, porque es su criatura” (El Pedagogo, 1994, p. 87), lo que viene
a significar la principal característica que un pedagogo debe tener a la hora
de enseñar: el amor; y esto es realmente así, pues como lo refiere Guillén
(s/f), “la educación no es solamente obra de ciencia; es, además obra de
afecto. El afecto es el fermento de la acción pedagógica, que sin él es árida,
pesada y, hasta cierto punto, perjudicial” (p. 16), es decir, el principal
interés de una acción educadora ha de ser el amor.
En
el discurso que se ha mantenido hasta ahora, ya se ha dejado claro el objetivo
de la paideia divina, a pesar de
ello, hay que ser conscientes de que, en el tiempo y en la época de Clemente,
este objetivo era el único y no había otro, pues como es de suponer, en aquel
tiempo todavía no estaban conformadas oficialmente las escuelas y universidades
‘integrales’, es decir, donde se enseñaran las diferentes ciencias que ahora se
conocen. Por ello, a todo este conglomerado de ideas forjadoras de la virtud en
el hombre, es necesario agregarle una motivación actualizada, y es que:
La
verdadera educación, al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de una
técnica, debe realizar algo de mayor importancia; debe ayudar al hombre a
experimentar, a sentir el proceso integral de la vida. […]. Solo el amor puede
crear la comprensión de los demás. Donde hay amor hay comunión instantánea con
los otros, […] (Krishnamurti, 1972, p.p. 19-23).
Krishnamurti
expresa con este pensamiento que una educación, ante todo, debe tener como objetivo
la liberación del hombre (cfr. La
educación y el significado de la vida, 1972, p. 22), liberación que le
encamine hacia la felicidad, sin embargo, el mismo autor expresa que “la
educación, pues, en su verdadero sentido, es la comprensión de uno mismo,
porque dentro de cada uno de nosotros es donde se concentra la totalidad de la
existencia” (p. 15), con esta concepción, se puede coincidir con Clemente de
Alejandría, ya que:
En
nosotros mismos, mis pequeños, ha sido construida una base de verdad, un
fundamento de sólida gnosis para el templo sagrado del gran Dios, un hermoso
incentivo, un ferviente deseo de vida eterna, que se alcanza mediante una obediencia
digna del Logos y que está enraizada en el fondo de la inteligencia (El Pedagogo, 1994, p. 69).
No
hay por qué confundirse en estos pensamientos, ya que verdaderamente se
relacionan, pues cuando Clemente menciona ‘el templo sagrado del gran Dios’,
está refiriéndose, como es de suponer, al cuerpo humano, como lo expresa la
gran cantidad de citas paulinas en las que se hace referencia a esta concepción
del cristianismo, (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 69), y ese cuerpo humano,
equivale al ‘nosotros mismos’ de Krishnamurti.
El planteamiento pedagógico del
Alejandrino no está en nada alejado de los pensadores modernos o
contemporáneos, pues lo que es común al hombre de hace 20 siglos, puede ser
común al hombre de los días recientes, al respecto, cabe recordar lo que
Clemente de Alejandría anota en El
Pedagogo, al iniciar su desarrollo, cuando menciona que, “tres cosas hay en
el hombre: costumbres, acciones y pasiones” (1994, p. 71), con esta premisa,
Clemente está revelando que la educación del Logos-Pedagogo involucra la lucha contra esas ‘costumbres, acciones
y pasiones’ (cfr. Merino y Redondo, 1994, p. 71).
Immanuel Kant, piensa de manera
parecida a Clemente, pues reflexionando en la educación de los hombres llega a
la conclusión de que:
Un hombre es tanto menos libre e
independiente, cuantos más hábitos tiene. El hombre, como todos los demás
animales, conserva cierta inclinación a lo que se le ha acostumbrado desde el
principio. Impídase, pues, que los niños se habitúen a alguna cosa y que nazca
en ellos ninguna costumbre (Pedagogía,
2013, p. 54).
La idea que apoya Clemente de
Alejandría e Immanuel Kant, es que, mientras que el hombre se siga rigiendo por
aquello a lo que está naturalmente inclinado, es decir, el mal, no será libre
del todo, y como ya se ha mencionado, la libertad en el hombre es fundamental
para efectuar en él una acción pedagógica.
Clemente de Alejandría, se cuestiona
“¿qué es, pues, lo que desea y lo que promete el Pedagogo? Con sus obras y con
sus palabras manda lo que debemos hacer, y prohíbe lo que debemos evitar […]” (El Pedagogo, 1994, p. 91), esta cita ya
ha sido considerada en el capítulo anterior, sin embargo, se vuelve a traer
ahora, para compararla con esta otra, que corresponde al pensamiento de san
Josemaría Escrivá de Balaguer: “no olvides que antes de enseñar hay que hacer.
-«Coepit facere et docere», dice de
Jesucristo la Escritura: comenzó a hacer y a enseñar. –Primero hacer. Para que
tú y yo aprendamos” (Camino # 342),
lo que apoya la tesis del Alejandrino.
En fin, si un maestro pretende
educar a sus alumnos, si un pedagogo pretende guiar a sus niños, la mejor
manera de hacerlo es enseñándoles con el ejemplo, no hay duda de esto.
3.2
Algunas consideraciones finales sobre la filosofía de la educación
Al iniciar el desarrollo del tema de la
filosofía de la educación, entró a relucir si podría existir el término
‘filosofía de la educación’, incluso puede llegar a pensarse que se esté tratando
de una redundancia en cuanto a la aplicación de los términos ‘filosofía’ y
‘educación’. En este apartado, es necesario considerar que: “sostener que el
singular contenido de la filosofía de la educación procede de la filosofía
general, es afirmar que la así llamada teoría educativa es sustancialmente
teoría filosófica aplicada a la educación” (Neff, 1973, p. 18), el mismo autor,
reconociendo la unión intrínseca de estos dos términos expresa que:
Cuando John Dewey definió a la filosofía
como ‘la teoría general de la educación’, quiso destacar que es en la educación
donde la filosofía debe poner el acento; que una filosofía que no tenga nada
que decirle a la educación es esencialmente estéril, porque no incide en la
cultura de un pueblo (1973, p. 18).
Se tiene ahora la consideración de
que la filosofía es, en sí misma, una acción pedagógica, en cuanto a que esta,
como es sabido, estudia a Dios, al mundo y al hombre, todos estos presentes en
un mismo medio, y por su parte los fines de una educación están en convenio con
las diferentes necesidades e ideales del hombre, tomando en consideración su doble
aspecto humano y social (cfr. Guillén, s/f, p. 9), y es en este doble aspecto
del hombre, donde la filosofía y la educación se encuentran para no divorciarse.
La concepción de Clemente sobre la
‘filosofía’ comparte mucho de lo que se ha propuesto hasta ahora, pues el
Alejandrino declara que “a la misma filosofía se la define como práctica de la
recta razón” (El Pedagogo, 1994, p.
273), pero además de esto, Clemente también está claro en las diferencias entre
las filosofías existentes, pues, con este cometido otorga a Platón el título de
“discípulo de la filosofía extranjera” (El
Pedagogo, 1994, p. 457), es decir, de la filosofía pagana, y en otro
apartado afirma que “Platón, filósofo que buscó apasionadamente la verdad,
denuncie la vida placentera, reavivando así la llama de la filosofía hebrea
[…]” (El Pedagogo, 1994, p. 315),
entonces para Clemente hay una filosofía pagana o extranjera, y una filosofía
hebrea.
En consumación, el Alejandrino tiene
claro que “la filosofía es la ciencia del bien y de la verdad, rectitud de
intención y pureza de vida […]” (Merino y Redondo, 1994, p. 273), con lo que
acepta de la filosofía pagana algunas concepciones para adaptárselas a la
hebrea, y de esa manera presentar su filosofía cristiana, o en otras palabras,
su paideia divina. Sin embargo,
también para Clemente la filosofía será lo que para nuestros días: “saber
racional, ciencia en el sentido más amplio de la palabra y por tanto concepción
del mundo y del hombre” (Albornoz, 2014 p. 73), en Clemente del mundo, del
hombre y de Dios.
Es curioso notar cómo Clemente, al
iniciar su segundo libro en El Pedagogo,
deja clara la tesis de que es a partir de las Sagradas Escrituras, de donde se
sacan los ejemplos de la acción pedagógica del Logos-Pedagogo, por ello, al ir cerrando las consideraciones sobre
la teorización de la paideia divina,
es preciso demostrar con las mismas palabras del Alejandrino este hecho tan
importante:
Prosiguiendo con nuestro empeño, ahora
vamos a describir brevemente, a la luz de los textos de la Escritura relativos
a la parte práctica de la pedagogía, la conducta que debe observar siempre todo
aquel que se llame cristiano. Hemos de comenzar por nosotros mismos y cómo es
necesario comportarse (El Pedagogo,
1994, p. 281).
Un gesto importante a precisar a
partir de esta cita, es que Clemente determina a quién va dirigida su
pedagogía, es decir, su concepción pedagógica de la misma acción pedagógica del
Logos-Pedagogo, y en este caso deja
implícito que es a los llamados ‘cristianos’ a quienes se dirige dicho plan
educativo. Esto no debe traer mayor complicación, pues, como se sabe, el autor
que se está estudiando es profundamente cristiano.
Por su parte, como ya se ha
mencionado, Clemente es uno de los más destacados exponentes de la patrística,
cuyo objetivo era “adaptar el neo-platonismo una de las formas reaccionarias de
esa filosofía, a la justificación del cristianismo” (Rosental y Ludin, s/f, p.
400), de ahí que su pensamiento encuentre concepciones platónicas.
3.3 Breve exhortación pedagógica para
Venezuela
Sería
una falta grave dar conclusión a esta síntesis filosófica sin abordar, si
quiera, el tema de la educación en Venezuela, al respecto se considera
necesario precisar dos cosas, la primera es que “si la educación es una
verdadera y estratégica prioridad, es decisivo lograr que los mejores hijos de
Venezuela sean educadores” (Ugalde, 2012, p. 21), ya que, como bien es de
admitir este país necesita de gente que, como el Logos-Pedagogo dediquen todos sus esfuerzos por ‘guiar a los niños’
de la patria por un camino sano, bien estructurado, con bases sólidas, con
ideales humanos.
Pero, para lograr este objetivo, de
acrecentar la calidad y cantidad de los educadores en Venezuela, se hace
evidente que “la clave de una buena educación es el educador que está
vocacionalmente motivado, preparado, con iniciativas y creatividad, bien remunerado
y consciente de su valía social” (Ugalde, 2012, p. 21), ‘vocacionalmente
motivado’ en cuanto a que considera noble la causa por la cual trabajará, ‘preparado’
en cuanto a una excelencia en la formación, ‘con iniciativas y creatividad’ en
cuanto al dinamismo y reajuste de las exigencias de la actualidad, ‘bien
remunerado’ en cuanto al justo salario que merecen y, por último, ‘consciente
de su valía social’ pues de otra manera no se destacará en su labor.
Venezuela debe volver a los ideales
de grandes educadores venezolanos, y cómo no mencionar la indiscutible obra
pedagógica de Don Andrés Bello. Al respecto, Luis Beltrán Prieto Figueroa refiriéndose
a Bello expresa que:
Tenemos así en Bello las cuatro avenidas
para llegar a la formación del hombre a la medida de los tiempos modernos,
consideradas por el humanismo contemporáneo, que nosotros hemos denominado
“humanismo democrático”: Cultivo de las humanidades, comenzando por la lengua
materna; estudio de las ciencias; aprendizaje de las técnicas y formación
cívica, con el aprendizaje de lo que hoy se denomina “educación o instrucción
cívica” (Prieto, 1971, p. 19).
Luis Beltrán Prieto Figueroa es otro
eminente pedagogo venezolano, él presenta, como se ha visto, a la figura de
Andrés Bello como el hombre que puede dar luces a la renovación de la pedagogía
en este país, Prieto también reconoce el alcance que tuvo el pensamiento de
Bello, por ello afirma que:
Nada más comprometedor para un hombre de
nuestra época, acuciado por preocupaciones, y apenas con el tiempo
indispensable para meditar sobre ellas, que intentar una presentación de las
ideas educativas de Don Andrés Bello, el destacado venezolano que, a fuerza de
su compenetración con los problemas de nuestro Continente, sobrepasó las
fronteras de la patria y fue a rendir obra meritoria, que alcanza a todos los
hombres de varias generaciones en América (1971, p. 31).
Lo que se rescata de esto es que, todavía
hay una gran fuerza y optimismo por hacer las cosas bien, hay un ideal en
renovar la educación para que los niños de la patria tengan un mejor futuro,
hay también un esfuerzo por hacer de cada hombre un ciudadano útil a su nación,
en todo esto, el Logos-Pedagogo puede
ayudar, pues “si tomamos por ley al Logos, comprobaremos que sus mandamientos y
consejos son los caminos cortos y rápidos que nos llevarán a la eternidad, pues
sus mandatos están llenos de persuasión, no de temor” (El Pedagogo, 1994, p. 93), en resumidas palabras: educar con el
amor.
Definitivamente los mandatos del Logos-Pedagogo son mandatos de amor,
pues “si el Logos no odia a ninguno de los seres que por él han sido hechos,
consecuentemente los ama” (El Pedagogo,
1994, p. 205), y porque los ama los educa, siempre aplicando la pedagogía
divina con la práctica del amor y la libertad. Venezuela necesita mucho amor en
su educación, por lo que es importante reconocer que:
La filosofía como comprensión de la
totalidad y sentido del desarrollo de esa totalidad, es indispensable e
imprescindible. Aquellos que tienen el poder (no el saber) para imponer en la
educación sus concepciones acerca del progreso como crecimiento cuantitativo,
esto es, simplemente técnico, le hacen un grave daño a los seres humanos
(Vásquez, 1994, p. 23).
Y más adelante, el mismo autor expresa
que:
Refuerzan la limitación, la mutilación
de los hombres, su parcelación; la educación así concebida no es una educación
para la liberación progresiva, sino una educación para la esclavitud y la
opresión (1994, p. 23).
La educación del Logos Pedagogo es
liberadora, no es excluyente sino incluyente. Es una
educación que beneficia a todos, y a todos va dirigida, a los que la acepten.
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