CAÑO BLANCO
A propósito de la culminación de mi
trabajo pastoral en la Rectoría Santa Lucía de Caño Blanco, recibí algunos
agradecimientos por parte de las personas de la comunidad, la mayoría de estos
fueron agradecimientos verbales, con palabras espontáneas, solamente dos fueron
por escrito. A continuación los traigo a la palestra, no tanto para mostrarme,
sino para mostrar cómo me vio la gente de Caño Blanco. Son palabras que llevo
en el alma.
El primer testimonio escrito dice así:
“Le doy gracias a Dios
por haberte enviado a nuestra Rectoría y por compartir con nosotros un poquito
de tu sabiduría. Fueron muy gratos los momentos que compartimos contigo y me
hubiese gustado aprender más de ti, pero ya ha llegado el momento de que
continúes con tus estudios para que seas un buen sacerdote. Te doy mil gracias
por estar con nosotros y ser como un guía en el momento más especial de mi
vida, el de mi matrimonio. También te pido disculpas por los momentos desagradables
que hayas vivido estando aquí. Solo te digo que no dejes que nada ni nadie te
haga desviar de tu camino, porque tú eres un ser bendecido por Dios. A pesar
del poco tiempo que compartimos contigo te agarramos mucho cariño. Que Dios te
bendiga y el Espíritu Santo te acompañe”.
Las conversaciones que se tienen con las personas sobre
temas como la fe, la doctrina, lo que dice el Catecismo de la Iglesia, son
conversaciones en las que me siento muy a gusto, porque sé que en algo puedo
aportar para la recta formación del pueblo de Dios, pues yo no predico mis
opiniones personales, sino lo que manda la Iglesia.
Por otro lado, hay personas que en su hablar no tienen nada
bueno que decir, y hay otras, por el contrario, que edifican con sus frases
pues, aunque humildes, tienen gran fuerza, la de la experiencia. Esta primera persona,
de la cual he copiado su agradecimiento, menciona y pide disculpas por las
posibles cosas desagradables que se pudieron haber vivido, sin embargo, no tuve
ningún inconveniente con nadie, sólo el pesar de saber que los comentarios y
críticas de la gente no aportan nada, de todo esto me quedó una frase muy
buena: “no aceptes críticas constructivas
de gente que nunca ha construido nada en su vida”.
El segundo testimonio dice lo siguiente:
“Hola…, Pedro, tengo que
expresarte desde lo más profundo de mi corazón que en tan poco tiempo que
llevas al mando de esta Rectoría, haz demostrado ser un Seminarista de muy buen
corazón, preocupado por cada cosita por más mínimo que sea… Tu forma de ser es
de un espíritu muy generoso, amable, cariñoso y muy profesional en tu carrera.
A Dios y al Espíritu Santo le pido para que seas un Sacerdote por todo lo alto,
y que siempre esté en ti ése espíritu renovador para que lleves la Palabra de
Dios con mucho entusiasmo y que la Sabiduría Divina permanezca siempre dentro
de ti. Te deseo lo mejor del mundo”.
Ciertamente que esta persona sabe que seré, con el favor de
Dios, un sacerdote de altura, pues con 1,91 metros no será tan fácil pasar
desapercibido por allí donde se me destine.
En Caño Blanco comprendí lo que significa ser “enviado”, por
Dios en primer lugar, pero de manera concreta por el Señor Obispo Diocesano.
Ser enviado significó también ser administrador de algo que, aunque muy propio -la
Iglesia-, era ajeno –la Rectoría-. Comprendí que se trabaja es por el Reino de
Cristo y para la gloria de Dios, y que no hay nada mal dicho, sino mal
interpretado.
Un último aprendizaje que expongo es que asumí cómo el poder
tiene que verse siempre desde la perspectiva del servicio. Comprendí que mi
vocación sacerdotal, mi vida entera, está en función de los demás, porque no
puedo ser sacerdote para mí mismo, sino para los demás, así como Cristo es
Salvador de los hombres, no Salvador o Mesías de sí mismo.
Cada vez que alguien me llamaba “padre” me acordaba de
inmediato que no lo era, pero que debía luchar por serlo, pero no de cualquier
manera, debía serlo al modo de Jesús Buen Pastor, preocupado por la salvación
de todos, también de los que no comprenden lo hermoso que significa ser
católico.
Ante preguntas profundas que me hizo la gente, me quedó el
deseo ardiente de continuar mi formación académica. Ante la ausencia de tiempo
libre para mis cosas personales supe aprovechar los días con precisión
cronométrica. Ante la abundancia de tiempo libre, por la cuarentena decretada,
supe adentrarme en el estudio y lectura personal, siempre de temas teológicos y
filosóficos, alternando por supuesto, con visitas a personas, sectores,
familias.
Hubo días en que realizaba hasta tres celebraciones de la
Palabra. Eso no me agotaba en lo absoluto, a pesar de que en todas ponía el
mismo entusiasmo; me tocó cantar, predicar y contestarme a mí mismo el Santo
Rosario. Comprendí lo que vive la gente al esperar al pastor, pues me sentí
eso, pastor, aunque no era más que una oveja negra, y lo digo por el color de
la sotana que llevaba puesta casi todo el tiempo, sin importar el ardiente sol
zuliano.
P.A
García
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