Palabras más o palabras menos, aquí una narración sincera
de los acontecimientos. Sirva de recuerdo, para que no se repita.
Padre, es cierto que hubo ingenuidad de mi parte, pues tal
vez me dejé llevar por las circunstancias y no me detuve a pensar mejor las
cosas.
Reconozco que actué mal en muchas cosas, pero lo que ellos
ven peor es que hayan escrito al señor Nuncio Apostólico y demás obispos y
rectores de seminarios de Venezuela, cosa que yo no hice y es de lo que me
responsabilizan. Con toda tranquilidad puedo afirmar que nadie en Mérida, ni en
el seminario, ni los compañeros, ni el arzobispo tiene pruebas para sustentar
que yo haya hecho eso. Se basan en suposiciones, así como creen que yo redacté
la carta que todos firmaron, cosa que también es falsa. Por esa parte se
equivocan en culparme de algo que yo no he hecho. Les escuché decir que lo más
probable es que haya sido yo, pues como me dedico a escribir y tengo un blog…
pero razonan mal, en su equivocación me perjudican muchísimo.
Le comento detalladamente cómo sucedieron las cosas en ese
2019. En diciembre de 2018, en la casa de retiros San Javier del Valle, fui
llamado por K. R. seminarista de filosofía y C. V. seminarista de teología para
que yo les ayudara a organizar un acercamiento al Cardenal con la intención de
manifestarle el malestar general del seminario. Ya estábamos notando el
ambiente del seminario muy pesado e incómodo. Las conversaciones con el
Cardenal en ese diciembre no fueron posibles, pues él tenía ordenaciones
sacerdotales y una agenda muy apretada y no hubo tiempo para nosotros.
En enero de 2019, después de la sorpresiva expulsión de E. V.
seminarista de teología y otros más, se decidió hablar con sacerdotes externos
al seminario para hacer llegar al Cardenal el descontento, confiamos en esos
sacerdotes y ellos mismos nos animaron a no quedarnos callados, supuestamente
ellos nos respaldarían. Ya se habían sumado a esta intención aproximadamente 10
seminaristas, que pusimos en común las experiencias vividas en los meses
anteriores. Yo nunca fui líder de ese grupo, no lo fui, porque realmente los
que llevaban la batuta eran los de 3ero y 4to de teología, de mi curso 2do de teología
habíamos dos. Les apoyé, opiné oportunamente y me involucré en la cuestión como
los demás lo estaban haciendo. Era una preocupación de todos y no hacer nada
nos hacía sentir mal.
En febrero de 2019, el seminarista J. R., asesorado por
Mons. J. de D. obispo de E.V.S.C.Z. y el p. G. M. vicario general de la misma
diócesis, redactó la carta que firmaron 34 seminaristas, de las diferentes
diócesis que hacían presencia en el seminario. 34 seminaristas representaban
más de la mitad, es decir, la mayoría, pienso yo, porque no era cosas de dos o
tres, éramos la mayoría.
Al momento de firmar la carta yo estaba en mi habitación, me
trajeron la carta, la leí, vi algunos errores ortográficos pero no pude
corregirla porque ya varios la habían firmado, nunca tuve en mis manos la carta
lo suficiente como para obligar a otros a firmarla, cosa que también se me
acusa. Fue otro seminarista el que pasó habitación por habitación con la carta
para que los que quisieran la firmaran, yo no hice eso. No escribí esa carta,
pues, ya vino refrendada desde la Diócesis de E.V.S.C.Z., cuyos seminaristas en
Mérida fueron amparados en todo momento por su obispo y reubicados en
diferentes seminarios de Venezuela luego de la expulsión masiva. Ellos
corrieron con la suerte de ser extradiocesanos. Los de la Arquidiócesis
estábamos como oveja sin pastor, literalmente.
Para finales de febrero de 2019 se logró que el Cardenal
hablara con nosotros los seminaristas, en esa oportunidad le expresé
personalmente lo que había preparado por escrito, un “informe” personal de 5
páginas con 14 puntos desarrollados, de cosas reales que se vivían en el
seminario. Se lo dije a él, no se lo mandé a decir con nadie, ni lo publiqué en
ningún sitio web o periódicos del orbe. En esa conversación que tuvimos en el
Palacio Arzobispal, el Cardenal quiso discutirme algunos puntos que le
mencioné, tratando de hacerme pensar que él estaba informado de todo, pero no
era cierto. Él conocía solo una parte de lo que los formadores y el rector le
comunicaban. Escuchó pero hizo caso omiso, no creyó, confiaba más en sus sacerdotes,
los de "confianza".
Esa fue mi actuación. Nunca fui líder ni cabecilla de
ninguna rebelión. Nunca escribí a nadie fuera del seminario ni dentro. Nunca
obligué a nadie a nada. Los cabecillas fueron otros, yo participé como invitado
y todos opinamos con libertad. Callar no era una opción, voltear la mirada no
era posible.
El día antes de la entrevista con el Cardenal, 5
seminaristas fuimos animados y asesorados por el p. J. M. para escribir
nuestras experiencias desagradables con respecto a la “inmoralidad” del rector.
Éramos 10 los seminaristas que teníamos algo que decir, pero solo 5 nos
atrevimos a decirlo y a ponerlo por escrito, con firma. Igualmente esos
testimonios eran sumamente privados y fueron entregados por un sacerdote al
arzobispo. De eso no tengo copia, de los demás textos sí. Todo con fecha y
hora. El Cardenal desestimó los testimonios porque todos fueron redactados bajo
los cánones del Código de Derecho Canónico, cuestión que él consideró
inapropiada para el uso de seminaristas. Creo que le tuvo miedo a esos papeles
y nos dijo que eso no servía de nada, cosa grave, porque valen muchísimo.
Mi único error fue creer que todo iba a funcionar bien. Los
comentarios pudieron más. El seminario se acabó por dentro.
Quise conversar directamente con el rector y él no me lo
permitió. Lo busqué varias veces en su oficina y nunca tuvo tiempo,
descaradamente no me quiso atender, aun cuando era su obligación escucharme. Me
tuvo miedo, le tuvo miedo a la verdad, ya tenía una decisión tomada, sin
considerar nada, sin sustento ni caridad ni misericordia. Hablé con el Vicario
General de la Arquidiócesis y se lavó las manos sin importarle lo que le decía,
manifestando una amistad entrañable con el rector. No creyó las actitudes que
denunciábamos, el rector demostraba ser demasiado "bueno" como para
andar en cosas raras.
Mi único error fue expresar lo que sentía, lo que vivía, lo
que veía, pienso que de no haberlo hecho, me hubiera formado como un perro
mudo, al que le pueden decir haz esto o aquello y sin pensar, sin analizar si
es bueno o malo. Los seminaristas estamos para obedecer, pero antes de obedecer
a los formadores, que son hombres y por ende se pueden equivocar, estamos para
obedecer a Dios que nos habló claro en nuestras conciencias. No había opción, o
decir las cosas o guardar silencio, y el silencio no es una opción ante la
injusticia. La Iglesia es sabia, la Iglesia no es una democracia, lo sé, pero
donde no hay caridad, con dificultad se puede conseguir a Dios. El padre R. fue
el primero en faltar a la caridad con todos nosotros. Él abusó de su poder
sobre toda la comunidad. La maldad le brilla en los ojos. Su corazón no tiene
nada bueno, es un manipulador, ese es su mejor currículum. Es tan manipulador
que ninguno es capaz de imitar al Cardenal como él lo sabe hacer.
Los demás formadores fueron unos perfectos títeres de él.
Nadie pudo llevarle la contraria. Y al final del año académico la mayoría de
ellos salió del seminario a tizón venteado, todos amargados, insatisfechos y
contentos a la vez porque salían de esa casa de terror y opresión.
¿Cómo fue mi desempeño groso modo en el seminario?
En el seminario yo escribía las notas noticiosas e informativas
para la prensa de la Arquidiócesis de Mérida e incluso algunas veces esas notas
pasaron al Departamento de Prensa de la Conferencia Episcopal Venezolana.
También en mis ratos libres corregía las tesis de compañeros de filosofía y
teología, en cuestiones metodológicas y de redacción. Era el más empapado en
protocolos cuando había algún evento especial. Para lo que me ocupaban siempre
decía que sí, estaba disponible para todo y para todos. Traté de darle
institucionalidad al seminario. Era el secretario del departamento de pastoral
vocacional y encargado de las redes sociales del seminario. Era el presidente
de la Legión de María. El profesor de historia de la Iglesia me nombró su
sustituto para mi curso cuando él faltara. Desde hace 7 años mantengo mi propio
blog, donde subía material de filosofía y teología. He formado amistades con
personalidades externas en el campo académico. Tenía una investigación abierta
en el archivo arquidiocesano. Era miembro de la biblioteca del seminario, a la
cual dediqué horas de trabajo organizativo, hasta el punto de enfermedad por
estar tanto tiempo en contacto con los libros. En mi propio cuarto tenía más de
mil libros que gustosamente prestaba a quien los necesitara, e incluso perdí
algunos porque los presté y no me los devolvieron. Rezaba, me veían en la
capilla, le ponía seriedad a la liturgia, al santo rosario, a los estudios, al
uso de la sotana, al vestir decentemente, al proceder honradamente. Muchos me
consultaban cosas, confiaban en mi buen criterio para opinar.
Además de todo eso, semanalmente conversaba con un santo
sacerdote del Opus Dei, confesión semanal y dirección espiritual. No soportaron
tanto, no podía estar ahí, me tenían que sacar, ¡qué peligro!
Definitivamente, mi error fue servir.
P.A
García
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