VENGA A NOSOTROS TU
REINO
Introducción
metodológica
A partir del texto de la doctora María Nely Vásquez Pérez, titulado “¿Todavía el Reino
de Dios? Evolución de la Teología del Reino y su impacto político hoy”, publicado
en la revista Iglesia Viva 282 (2020) pp. 9-32, se responderán las
siguientes cuestiones: ¿Qué novedad aporta Jesús al trasfondo veterotestamentario
del Reino de Dios?, y en segundo lugar se señalarán las características más
relevantes del Reino de Dios para el contexto actual, a la luz de la Doctrina
Social de la Iglesia Católica y los documentos latinoamericanos.
El Reino de Dios
La mayoría de los estudiosos de la
Biblia convergen en que la predicación del Reino de Dios es el objetivo principal
de Juan Bautista y luego más propiamente de Jesús de Nazaret, como lo refiere
Mt 3,1-2 y 4,17; esta realidad misteriosa que Jesús vino a instaurar en el
mundo, su naturaleza y exigencias están descritas en las páginas del Nuevo
Testamento, augurando su conformación en el Antiguo Testamento, donde se
anunció y preparó su venida[1].
El Reino de Dios en el Antiguo
Testamento
Dios es Rey, ese es el gran contexto de
los relatos del A.T. “el Señor es el rey de Israel” y de toda la creación, su
creación. Ya con Abrahán Dios hace la promesa de descendientes “reyes”, lo que
más adelante en la época de Samuel se consolidó, para luego fracasar
rotundamente, no sin antes haber sido anunciado por los profetas un Mesías que
habría de reinar sobre todo, como lo refieren Isaías (2, 1-4) y Miqueas (4,
1-3), un reino que, llegado el “día del Señor”, se instauraría con cielos
nuevos y tierra nueva[2].
La realidad escatológica de estas profecías es clave para luego entender la
instauración de ese reino después de la encarnación del Verbo.
El Reino de Dios en el Nuevo Testamento
Como hemos dicho, el Nuevo Testamento y
más concretamente los Evangelios están repletos de citas sobre el Reino de
Dios, pues esa fue la predicación de Jesús, el Señor: la predicación del Reino
que instaurándose con milagros, aún tardaba en llegar. Esta realidad la
comprendieron los cristianos de la segunda generación, el Reino y su
instauración no es tan inminente, se consigue con un largo camino a recorrer[3].
Sin embargo, “a las palabras Jesús unió los hechos: acciones maravillosas y
actitudes sorprendentes que muestran que el Reino anunciado ya está presente…”[4].
Es el famoso “ya, pero todavía no” de la hermenéutica bíblica. El Catecismo de
la Iglesia Católica resume hermosamente lo que para nosotros en la actualidad
es este Reino, y lo hace recordando Lumen Gentium, la Constitución
Dogmática sobre la Iglesia en el mundo actual, con las siguientes palabras:
“Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el
Reino de los cielos. Pues bien, la voluntad del Padre es elevar a los hombres a
la participación de la vida divina. Lo hace reuniendo a los hombres en torno a
su Hijo, Jesucristo. Esta unión es la Iglesia, que es sobre la tierra el germen
y el comienzo de este Reino”[5].
La Iglesia es el comienzo del reino.
¿Qué aporta Jesús al trasfondo veterotestamentario
del Reino de Dios?
La doctora María Nely Vásquez Pérez[6]
apunta en su artículo que “el anuncio del reino de Dios es una buena noticia,
pero es también una realidad crítica hacia cualquier sistema de gobierno malo e
injusto” (p. 18), y esta aseveración va en concordancia con aquella sentencia
del Señor, cuando dijo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como
señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así
entre vosotros…” (Mt 20, 25-26). El Reino de Dios es distinto a todo lo
anterior, reforma los paradigmas de los antiguos y descubre la belleza de lo
nuevo.
La autora lo tiene claro, el cambio de prototipo
del “reino” del A.T. al del N.T. es evidente: “El reino de Dios que Jesús
anuncia pone en cuestión el cumplimiento de la Ley y la función del Templo y se
manifiesta como don y gracia; por tanto, no puede estar forzado por la acción
de los seres humanos. No es un poder que se impone, ni que deslumbra. Es en el
amor donde se encuentra Dios” (p. 19). La Ley y el Templo son, en su
estructura, las bases del Antiguo Testamento, y Jesús va más allá, poniendo a
la persona humana por encima de la Ley y del Templo, en ocasiones apareciendo
intransigente con lo establecido, pero al final, predicando con el ejemplo,
curando en sábado, expulsando los mercaderes del templo, perdonando y sanando a
los marginados por los letrados y poderosos. El Reino de Dios es justicia y paz
para todos.
Los privilegiados del reino son los
pobres, y “pobres son aquellos que están oprimidos por la sociedad, por motivos
culturales, religiosos o económicos. Ocupan el último peldaño en el escalafón
social. Hacia ellos, Jesús realiza una opción preferencial” (p. 20) con esta
frase la doctora Vásquez explica a quienes se dirigió y a quienes se dirige
Jesús en la predicación del reino, pues pobres ha habido, hay y habrá por
siempre, y es ante esta realidad que Jesús planta cara y hace de los últimos
los primeros, ese es el Reino de Dios. Jesús, para Vásquez, se dedica -con el
anuncio del reino- a transformar las estructuras humanas y sociales de la
época, promoviendo una nueva fraternidad, desde la experiencia del amor de Dios
y el consecuente reconocimiento de la dignidad humana (cf. 20). En esta
transformación vemos clave la congregación de los creyentes en la fe, la
Iglesia, pero no únicamente desde la perspectiva de lo cultual y litúrgico, que
también, sino principalmente desde aquel espíritu de los primeros cristianos
que “lo tenían todo en común” (Hch 2, 44), como les enseñó el Maestro.
El reinado de Dios se concreta en la
persona de su Hijo. Bien leemos en la Biblia “todo me lo ha entregado mi padre”
(Mt 11, 27) y “mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36), por eso los católicos
festejamos en el último domingo del tiempo ordinario la solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo, “para expresar el sentido de consumación del plan de Dios que
conlleva este título de Cristo por encima de malas interpretaciones
político-religiosas.”[7]
Características relevantes del Reino de
Dios para el contexto actual
La Iglesia Católica Latinoamericana desde
hace varias décadas de experiencia ha comprendido la “opción preferencial por
los pobres, con miras a su liberación integral”[8],
esta ha sido una vivencia en la que, según los signos de los tiempos, vemos una
característica fundamental del Reino de Dios para nuestros días, pues,
ciertamente, “acercándonos al pobre para acompañarlo y servirlo, hacemos lo que
Cristo nos enseñó, al hacerse hermano nuestro, pobre como nosotros. Por eso el
servicio a los pobres es la medida privilegiada, aunque no excluyente, de
nuestro seguimiento de Cristo”[9].
La doctora Vásquez en su artículo
propone la Agenda 20-30 como un llamado de atención que habla “de la situación
real de indignidad e inhumanidad a gran escala, incompatible con el anuncio del
reino y del Evangelio” que vive lastimosamente el mundo actual. Pues bien,
estos diecisiete objetivos planteados, muchos de los cuales son bien acogidos
por la Iglesia (pues no todos y no de cualquier forma) expresan el compromiso
de la humanidad por construir un mundo mejor, aunque no desde la perspectiva
estrictamente cristiana.
¿Por qué no preguntarnos si la Agenda
20-30 es el nuevo imperio de la Ley? Ya que cualquiera pudiera pensar que estas
metas son los nuevos métodos por los cuales los poderosos desean someter a los
más débiles a costa de “salvarles la vida”. No nos engañemos, las buenas
intenciones planteadas en los diecisiete puntos de la Agenda 20-30 no guardan
fidelidad al Evangelio, hay puntos concretos muy ambiguos y relativistas; sí
coinciden algunos, sí hay similitudes, pero no como para sacralizar la Agenda
20-30, porque no se inspira estrictamente en el mensaje de Jesús, ni tampoco
podemos secularizar el Evangelio reduciéndolo a 17 metas concretas altruistas. Ciertamente
la implementación de la Agenda 20-30 no es competencia de la Iglesia, sino que
vemos en ella el deseo más profundo del hombre por amar.
La política actual necesita ser
evangelizada, cristianizada, desde el amor, desde el ejemplo, no tanto desde el
discurso. No es menester perder la esperanza en la humanidad. El
Evangelio de Jesús ha sido predicado y el reino ha sido inaugurado en este
mundo en la Iglesia, que es sacramento de salvación universal.
Christe, rex noster: adveniat regnum tuum.
Cristo,
rey nuestro: venga tu reino.
P.A
García
[1] Cf. Léon-Dufour, Xavier, (1970), Vocabulario
de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona, España, p.
762.
[2] Cf. Nelson,
Wilton, (1974) Diccionario Ilustrado de la Biblia, Editorial Caribe,
Barcelona, España, p. 546.
[3] Cf. Alonso Schökel, Luis, (2008) La
Biblia de Nuestro Pueblo, Ediciones Mensajero, Bilbao, España, p.
1480.
[4] Documento
de Puebla, Nº 191.
[5] Catecismo
de la Iglesia Católica, Nº 541.
[6] Vásquez P.,
María N., (2020) ¿Todavía El Reino de Dios? Evolución de la teología del
Reino y su impacto político hoy. Revista Iglesia Viva N° 282, Bilbao,
España, pp. 9-32.
[7] Nuevo Misal del Vaticano II,
(1989), Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao, España, p. 1017.
[8] Documento
de Puebla, Nº 1134.
[9] Ídem, Nº
1145.