AETERNITAS
Estamos
viviendo en nuestra Iglesia el tiempo Pascual. Una vez superada la Semana Santa,
con el Domingo de la Pascua de la Resurrección del Señor se abre un nuevo horizonte
para que nosotros, los creyentes, vivamos en la alegría propia de saber que
Jesús ha vencido la muerte, que ya no está en la cruz, sino que, ahora vivo y resucitado
se aparece a sus discípulos, les entrega la paz, les entrega el don del
Espíritu Santo, los anima, y aquella comunidad de creyentes se fortalece porque
Jesús tenía razón, fue crucificado, murió trágicamente, pero el Padre del cielo
cumplió su promesa y lo resucitó al tercer día, y esa es la certeza, la alegría
de los creyentes, de aquellos, hace 2000 años, y de nosotros, ahora. Por eso el
tiempo de la Pascua es propicio para comprender cuál es, también como Cristo el
Señor, nuestro destino final.
Queridos
hermanos, ustedes han venido a esta casa de Dios trayendo una intención muy
especial: orar. Orar por el eterno descanso de un fallecido, en este caso:
Eduardo Andrés Zegarra Manríquez, 23 años de fallecimiento; y las lecturas que
hemos escuchado nos encaminan a comprender el destino de aquellos que abandonan
este mundo.
Todos sabemos
el día de nuestro cumpleaños y lo festejamos, pero todos desconocemos el día en
el que Dios nos llamará a su presencia. Sabemos que este hermano nuestro ha
fallecido hace 23 años y con la Palabra que ha sido proclamada sabemos también,
como nos lo indica la fe, que él no está muerto, está vivo en la presencia de
Dios, y como dice Jesús en sus últimas palabras del evangelio de hoy, aquellos
que han creído en él, aquellos que le han visto clavado en la cruz tienen vida
eterna, es por eso, queridos hermanos y hermanas, que la muerte, desde nuestra
comprensión cristiana, desde nuestra fe católica, no es vista como el final de
la vida, todo lo contrario, la muerte es el inicio a la vida eterna, es decir,
a la vida auténtica, a la vida en Dios, a eso ha sido llamado nuestro hermano
Eduardo Andrés hace 23 años, nosotros también recibiremos este llamado de Dios.
La
invitación que surge de todo esto es, ciertamente, a vivir tranquilos, pero, a vivir
preparados, a cumplir los mandamientos a ser alegres, a ser santos, a ser
buenos cristianos, porque de Dios venimos y a Dios debemos volver.
Esa es la
inspiración que tenían también los apóstoles en aquellos días de la Pascua, cuando
sabían que Cristo ya no está en el sepulcro, sino que está vivo, está resucitado
y se les ha aparecido. Por eso en la primera lectura que hoy escuchamos, tomada
de los Hechos de los Apóstoles, es decir, san Lucas en los Hechos de los Apóstoles
nos dice y nos describe cómo vivían aquellos cristianos. No había necesidad, no
había pobreza. Evidentemente al tratarse de un número pequeño de personas,
aquella distribución era más eficaz y los que poseían tierras, los que poseían
casas o dinero, bienes materiales, al ponerlo a la disposición de los Apóstoles
sabían que, de esta manera socorrían a aquellos que les faltaba y les
garantizaba, también para su propia subsistencia, la tranquilidad y la serenidad
de saber que los apóstoles podían y debían administrar aquello de la mejor
manera.
Esta es
la comunidad que san Lucas describe en los Hechos de los Apóstoles, sin embargo,
evidentemente al transcurrir de los años fueron aumentando los números de los
creyentes y nos dice también san Lucas en los Hechos se bautizaban miles de
personas en un día, en una jornada. Acá la cosa ya se pone un poco difícil y entonces
esta comunidad idealizada por Lucas ya no se sostiene debido a la cantidad de personas.
Por eso,
queridos hermanos, nuestra Iglesia misma desde sus principios como Dios la ha
pensado, como Cristo le ha infundido su Espíritu pues, ciertamente se encamina
a la perfección, a hacer presente en este mundo la novedad del Reino de los
cielos, sin embargo, en el transcurrir de los años hemos visto que las cosas
cambian, las perspectivas ya no son las mismas y por eso se hace necesario una
nueva comprensión del Evangelio. Lo que no podemos poner en duda es que la Palabra
de Dios nos invita a ser solidarios, a ser generosos, a velar no solo por la
necesidad personal, de los nuestros, sino de aquellos que incluso no conocemos,
de allí que en el tiempo de la Cuaresma, previo a la Semana Santa y a la Pascua,
hayamos vivido muy intensamente esto de la oración, del ayuno y de la limosna,
el desprenderse el colaborar, no en dar lo que nos sobra, sino de lo que
tenemos para que así se cumpla esto ser solidarios y así no haya necesidad.
De tal manera,
queridos hermanos y hermanas, a la luz de los Hechos de los Apóstoles la Iglesia
de estos días debe vivir también iluminada por esta línea caritativa, por este
desprendimiento que vivieron nuestros antepasados y a lo que también nosotros estamos
invitados con el Espíritu de Cristo, con el ideal de los cristianos de compartir
y de vivir como hijos de un único Padre.
San Juan
en el evangelio transcribe, digamos, esta conversación personal que tiene
Cristo el Señor con un maestro de Israel, Nicodemo, y hay que comprenderlo de
esta forma: Nicodemo tuvo que haber escuchado este mensaje del Señor y su vida
hubo de transformarse para que el recuerdo de su memoria esté plasmado acá en
el evangelio. Nicodemo en principio no comprendía aquellas palabras de Jesús, por
eso el Señor pone en tela de juicio “si no me creen cuando hablo de cosas de la
tierra, mucho menos me creerán cuando hable las cosas del cielo”, pero de inmediato
reafirma su autoridad, “solo conoce el cielo aquel que ha bajado de Dios, el Hijo
del hombre”. Jesucristo hablaba de sí mismo, de Dios ha venido por eso conoce
al Padre de los cielos y lo transmite y habla así con autoridad para que
Nicodemo, para que los escucharon, para que todos nosotros comprendamos el
mensaje: hay una vida más allá de lo que terrenamente podemos disfrutar, la
vida eterna y para eso vino Cristo, para eso murió en la cruz, para eso resucitó
al tercer día, por eso vive glorioso para la vida eterna.
Ese es el
sentido de nuestra fe, ya lo dice san Pablo, “si Cristo no ha resucitado, vana
es nuestra fe”, por eso queridos hermanos y hermanas, ustedes familiares, todo
esto tiene sentido, nuestra presencia en esta iglesia tiene sentido, la oración
que elevamos a Dios por Eduardo Andrés Zegarra Manríquez tiene sentido, porque
Dios es un Dios de vivos, no de muertos, y la invitación que ha recibido este
hermano al entregar su espíritu al Padre, la recibimos también nosotros cuando
le recordamos en este día, al cumplirse 23 años de su fallecimiento.
Él vive
para Dios y en el cielo nos espera, donde algún día también nosotros nos
reuniremos con él, con nuestros seres queridos en la presencia de Dios, en la
presencia de la Virgen, de los santos, de los ángeles y allí, como dice el Catecismo,
ya no habrá llanto, ya no habrá tristeza, será aquella fiesta que no tiene fin:
el cielo, nuestra patria definitiva, nuestro horizonte, el motivo de nuestra existencia.
Queridos
hermanos y hermanas que estas palabras nos llenen de fortaleza y de esperanza y
que sigamos caminando juntos en estos días de la Pascua recordando la vocación
a la vida eterna que tenemos, y que al recordar al recordar a un familiar
difunto hagamos memoria de aquella promesa de la que nosotros también
participaremos cuando el Señor nos llame a su presencia.
En el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
P.A
García
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