sábado, 20 de febrero de 2021

Sobre la xenofobia y la migración

XÉNOS KAI PHÓBOS


         La etimología del término “xenofobia” deriva del griego “xénos” que significa extranjero, y “phóbos” que significa miedo o rechazo. La xenofobia es, entonces, el rechazo a los extranjeros, es una “actitud de desdén, desconfianza contra todo lo foráneo, incluyendo los inmigrantes de otras naciones”[1].

         En el presente artículo expondré esta problemática actual desde la perspectiva social de la Iglesia Católica, pionera en la defensa de los derechos humanos en sus dos milenios de existencia. A tal efecto, el pensar eclesial ha sabido siempre que “la fe cristiana no puede aceptar la xenofobia, sino que debe actuar como un aldabonazo a la conciencia cultural de los pueblos para que se abran sincera y prácticamente al acogimiento de esa humanidad débil”[2]. Un católico xenófobo contradice su fe.

         Nuestro mundo ha visto el levantamiento y la caída del muro de Berlín (1961-1989), conocido también como el “muro de la ignominia” el muro de la vergüenza, y es “cierto que con el derrumbe del muro se han dejado al descubierto otros muros que afectan la integridad del ser, que se han hecho más altos con la posmodernidad: podemos mencionar el muro del nacionalismo y la xenofobia”[3]. Este último no deja de crecer a pesar de las constantes llamadas de atención por parte de los defensores de los derechos humanos, todos somos testigos de esto. La migración y la xenofobia son consecuencia directa de la mala administración de los Gobiernos, pues cuando crece la ruina de los países heridos por la decadencia económica, política y social, se genera el fenómeno migratorio y así crece también el nuevo “muro de la ignominia”, el “muro de la xenofobia”.

Nadie pone en tela de juicio que desde hace unos años, los llamados “países del Primer Mundo” han observado la llegada de personas de otras latitudes. Estas personas vienen huyendo de su situación de pobreza. Renuncian a vivir en sus países de origen por una necesidad de supervivencia. Al llegar a sus destinos se topan con otra cultura y muchas veces con otra religión, y quieren conservar sus costumbres para no perder su identidad. Cuando no se sabe “acogerlos, se produce una reacción de xenofobia, porque lo distinto nos amenaza y nos da inseguridad; tal vez sus costumbres y creencias nos desconciertan. En la mayoría de los casos no entramos en diálogo con ellos y, cuando lo hacemos, es con frecuencia para descalificarlos. Sólo una minoría se solidariza con sus reivindicaciones, se interesa por su religión y su cultura, y les abren las puertas y el corazón[4]”. Afortunadamente existe esta minoría de buenos cristianos.

Las consecuencias de la xenofobia apenas las están conociendo los venezolanos en estos últimos años, sin embargo, xenofobia y racismo son las respuestas más frecuentemente vistas en América Latina en los últimos 20 años, “basta ver cómo bolivianos y paraguayos son tratados en Argentina y Brasil; los nicaragüenses en Costa Rica, los peruanos en Chile, los haitianos en República Dominicana y en casi todos los países del continente[5]”. En resumidas cuentas, la mayoría de los países de nuestro entorno han vivido las consecuencias de la xenofobia, unos más que otros y ahora más enfáticamente el pueblo venezolano.

Ahora bien, ¿cómo comprender las mentes de los inmigrantes que sufren la exclusión social?, ¿cómo comprender la xenofobia? “Es normal que los excluidos del bienestar no acepten alegremente su destino y sea previsible el crecimiento de conflictos inmigratorios, la rebelión de los marginados, el estallido de los desesperados. Se exigen leyes y fronteras más estrictas frente a los extranjeros; se pide una represión más dura con los delincuentes de las ciudades. Nadie quiere pensar responsablemente en los que sufren miseria y malestar. Este ambiente puede ser caldo de cultivo de nuevos racismos, xenofobias y tendencias neoconservadoras”[6]. Esto que apunta el padre Pagola parece ser la mejor síntesis de los últimos acontecimientos vividos. La xenofobia es la respuesta al estallido de los desesperados.

Pero el panorama no puede ser tan caótico, pues las medidas en favor de los inmigrantes son tan antiguas como esta misma realidad, prueba de ello es la “declaración de los derechos del hombre (1948), que representa un progreso importante en el desarrollo de la conciencia de la dignidad humana”. Este paso dado por las Naciones Unidas determinó “la iniciación a la pluriculturalidad, que camina a la par con una iniciación y un conocimiento en profundidad de los derechos del hombre y en particular de sus derechos culturales, no sólo para identificar las fuentes de la intolerancia y de la xenofobia, sino, sobre todo, para promover un desarrollo integral duradero, que haga justicia a la dimensión cultural de la persona humana”[7].

El artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DDHH) es claro al precisar que “toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social […] no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona”, lo que significa que extranjeros como nacionales tienen el mismo derecho a ser respetados, a vivir en libertad, a trabajar, a la salud, a la educación, al bienestar, etc. y cómo no decirlo de una vez, tanto nacionales como extranjeros tienen los mismos deberes ciudadanos.

Desde la doctrina social de la Iglesia Católica se han buscado innumerables instrumentos para responder eficazmente a la realidad de la xenofobia, pero más concretamente a la realidad de los migrantes, de ahí que el Documento de Aparecida contenga en sus líneas teológicas importantes consideraciones, como por ejemplo: “Los emigrantes son igualmente discípulos y misioneros y están llamados a ser una nueva semilla de evangelización, a ejemplo de tantos emigrantes y misioneros, que trajeron la fe cristiana a nuestra América[8]”. Este numeral reconoce solemnemente que la fe en nuestra región es consecuencia de la venida de emigrantes y misioneros, por lo que cabe pensar que no todo lo que traen los extranjeros es nocivo (como lo afirma la xenofobia), sino que también aportan en beneficio del crecimiento de las naciones.

Continúa Aparecida (#411) explicando que: “Hay millones de personas concretas que, por distintos motivos, están en constante movilidad. En América Latina y El Caribe constituyen un hecho nuevo y dramático los emigrantes, desplazados y refugiados sobre todo por causas económicas, políticas y de violencia”. La Iglesia no vacila al precisar los motivos de la migración mundial: causas económicas, políticas y de violencia, en cuyo reparo está invitada a atender con caridad.

En este sentido, ¿hay cabida para la xenofobia según el pensar eclesial? A la luz de Aparecida (#412) vemos que: “La Iglesia debe sentirse a sí misma como Iglesia sin fronteras, atenta al fenómeno creciente de la movilidad humana en sus diversos sectores. Considera indispensable el desarrollo de una mentalidad y una espiritualidad al servicio pastoral de los hermanos en movilidad. Las Conferencias Episcopales y las Diócesis deben asumir proféticamente esta pastoral específica con la dinámica de unir criterios y acciones que ayuden a una permanente atención también a los migrantes”. Dentro de la fe cristiana no hay cabida para sentimientos xenófobos, esto atenta contra la caridad que se nos ha mandado practicar.

El numeral 413 de Aparecida recalca que: “la realidad de las migraciones no se ha de ver nunca sólo como un problema, sino también y sobre todo, como un gran recurso para el camino de la humanidad”, pues como se ha visto con el ejemplo de la evangelización de nuestros pueblos, los migrantes aportan lo mejor de sí a las naciones que los acogen con generosidad.

Aparecida (#414) reconoce que la Iglesia debe denunciar los atropellos que sufren frecuentemente la población migrante, así como también realizar un llamado a los gobiernos de los países, para lograr una política migratoria que tenga en cuenta los derechos de las personas en movilidad, ahondando su esfuerzo pastoral y teológico para promover una ciudadanía universal en la que no haya distinción de personas.

Finalmente, Aparecida (#416) reconoce la importancia de las ayudas económicas (remesas) que hacen los migrantes para familiares en sus países de origen, esto “evidencia la capacidad de sacrificio y amor solidario a favor de las propias familias y patrias de origen. Es, por lo general, ayuda de los pobres a los pobres”. El inmigrante busca su estabilidad económica a la par de la de su familia.

En todo el desarrollo del tema no he mencionado las “posibles razones obvias” que puedan justificar algún sentimiento xenófobo, tales como la delincuencia, robos, estafas o asesinatos ejecutados contra nacionales por parte de extranjeros. En este caso, es preciso aclarar que la delincuencia no tiene nacionalidad, a pesar de que cada país cuenta con sus propios antisociales. Lo que es realmente comprensible es la indignación que provoca el hecho de que personas extranjeras desestabilicen el equilibrio social de nuestros países, lo que no significa que sea aceptable el delinquir de connacionales, pues evidentemente se debe rechazar los actos realizados, no la nacionalidad.

Las estadísticas de los países latinoamericanos dan razón del progreso económico que genera la realidad migratoria. Son más los migrantes que se dedican a trabajar honradamente, que los que vienen a delinquir. Los buenos somos más y por el mal ejemplo de un grupo minoritario no nos pueden catalogar a todos por igual. Ciertamente el bien no hace ruido; y es más noticioso un avión que cae en picada, que los otros tantos sobrevolando diariamente los cielos despegando y aterrizando de manera exitosa.

Finalmente quiero recordarles, a modo de denuncia, los últimos acontecimientos vividos en dos países suramericanos, cuyos gobiernos autorizaron el desplazamiento de gran arsenal militar hacia las fronteras para evitar el ingreso de extranjeros, como si de una guerra se tratara. Esto representa al nuevo “muro de la ignominia”, del que hablamos más arriba, el “muro de la xenofobia”, aunque las razones de tales acciones se disfrazaron de medidas de seguridad ciudadana por motivos sanitarios como consecuencia de la actual pandemia. Señores, esto está mal, esto es rechazado por Dios.

Hoy, 20 de febrero de 2021, cuando publico este artículo en mi Blog, tenemos una noticia muy justa en relación al fenómeno migratorio, y es que las Defensorías del Pueblo de Colombia, Ecuador y Perú exhortaron conjuntamente a los Gobiernos de sus países a “facilitar la movilidad de los migrantes venezolanos por sus territorios y a adoptar medidas para regularizar su situación y evitar su exclusión social y económica”, esta noticia nos deja claro que sí hay una minoría que se solidariza con las reivindicaciones de los migrantes, abriéndoles las puertas y el corazón.

P.A

García



[1] Freddy Domínguez y Napoleón Franceschi G., (2010), Historia General de Venezuela, Caracas, Venezuela, p. 425

[2] José María Rovira Belloso, (1996), Introducción a la Teología, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, España,  p.330

[3] María Sylvia Jaime Garza (2001), Ética y posmodernidad, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, México, p. 138

[4] Carlos Mesters, (2001), Vivir y anunciar la Palabra las primeras comunidades, Editorial Verbo Divino, Navarra, España, p. 378

[5] Fundación Amerindia, (2012), La teología de la liberación en prospectiva, Doble Clic Editoras,  p. 296

[6] José Antonio Pagola, (1996), Es bueno creer. Para una Teología de la esperanza, Editorial San Pablo, Madrid, España, p. 82

[7] Revista Cultura y Fe, (1999), p. 231

[8] Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, (2007) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento Conclusivo. #377

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