miércoles, 21 de abril de 2021

¡El padre se robó una cuchara!

“LA CUCHARA DE LA VERDAD”

Eran casi las 8:00 p.m., y el padre Martín terminaba de celebrar la Santa Misa diaria; había tenido una jornada ajetreada, en la mañana visitó algunos enfermos y por la tarde mantuvo una larga reunión con sus catequistas; cuando parecía que ya no tenía ningún compromiso, vibró en su bolsillo el teléfono móvil, era la llamada de una familia cercana a su parroquia, quienes le habían invitado a cenar.

El padre Martín, considerando la grata amistad con sus feligreses, ejemplares en la vida sacramental, siempre disponibles con la Iglesia y atentos en sus necesidades personales, y a pesar del natural cansancio de ese día, decidió hacer su último esfuerzo y acudió a aquella cena. La conversación estuvo muy amena, la comida exquisita, y el postre lo aceptó para llevar.

Culminada la cena, el padre Martín abandonó el lugar, los esposos lo despidieron muy amables en la entrada de su hogar. Minutos más tarde, la señora de la casa recogió la mesa y notó que una cuchara le faltaba. No podía creerlo, pues se trataba de la cubertería de plata que usaban en ocasiones especiales, y esa noche el único externo a la familia había sido el padre Martín. Consternada y casi segura de lo que había pasado, decidió comentarlo a su esposo, quien juzgó con los mismos criterios aquella situación. Ambos se molestaron con el sacerdote y a partir de ese momento ya no fueron iguales.

Durante todo un año estuvieron molestos y distanciados de la parroquia, pero un buen día decidieron invitar al sacerdote otra vez para cenar. El padre Martín acudió y se comportó de la manera más natural, pues todavía los tenía por amigos, pero algo andaba mal, el ambiente de esa noche estaba muy tenso, ya no era como antes. El señor de la casa no pudo aguantar más y le preguntó: ¿Padre, usted se robó la cuchara el año pasado?, y el sacerdote le contestó: “no, te la puse dentro de la Biblia”.

Esta interesante historia, sin preocuparnos de que sea cierta o falsa, relata la realidad de muchas familias católicas, en las que se vive la fe de una manera mecánica, tratando de demostrar a los demás lo buenos que son, lo cumplidores que se mantienen con las cosas de la Iglesia, lo atentos y amables con sus pastores, pero lo poco preocupados por leer las Sagradas Escrituras, y por ende, el innegable desconocimiento de la Palabra de Dios.

San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, decía que el desconocimiento de las Sagradas Escrituras era el desconocimiento de Cristo mismo. Pues bien, muy acertada esta sentencia, pues el relato bíblico en general es de carácter cristocéntrico, es decir, que tiene como fundamento de toda la Revelación a la Persona de nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador y Redentor del mundo.

Biblia es una palabra griega que significa “libros”, los cuales fueron escritos por inspiración divina y en ellos Dios es el protagonista, pero, no es que en estos libros se nos hable de Dios, sino que es Dios mismo el que nos habla a través de estos libros, por eso, cuando asistimos a Misa, las lecturas que son proclamadas solemnemente desde el púlpito, siempre terminan con la frase: “Palabra de Dios”, y es que en realidad, el lector que está ahí, frente a toda la asamblea reunida, presta su voz a Dios para hablar al pueblo fiel.

Los católicos de este siglo XXI debemos dedicarnos más a la lectura de la Biblia. No podemos conformarnos solamente con asistir a Misa los domingos, o hacer obras de caridad al prójimo, todo esto ciertamente que es muy importante, pero, la Palabra de Dios es la fuente de inspiración para que obremos lo que a Dios agrada. Ese texto voluminoso que poseemos en nuestros hogares, y que muchas veces no cambia de página durante años, como en el caso de la historia relatada, debe ser desempolvado por nuestras manos, cuando nos dispongamos a conocer a Cristo en la lectura bíblica.

El católico que abre la Biblia y dedica algún tiempo de su jornada para leerla, recibe de Dios el don del entendimiento, que le hace capaz de comprender las cuestiones más sencillas y las más dificultosas del texto sagrado, y de no ser así, recibe la fortaleza para acudir a los entendidos en la materia y buscar respuestas a sus interrogantes. Pero, la Biblia no es un libro de ciencia, o de historia, o de geografía, que deba ser leído para ser entendido en su totalidad. La Biblia contiene la Revelación de Dios, que ante todo es un Misterio, y los misterios no son entendidos, sino creídos.

Finalmente, abriéndonos a la gracia de Dios a través de la lectura bíblica, diremos como san Agustín de Hipona, “creo para entender y entiendo para creer”.

Oración

Señor Jesús, Palabra Eterna del Padre,

tú nos hablas a través de las Sagradas Escrituras.

Infúndenos la gracia de acudir a la lectura bíblica,

sabiendo que en ella escuchamos tu dulce voz,

conocemos tu voluntad,

y nos configuramos contigo.

Señor, que comprendamos ahora y por siempre,

que conocer y leer las Sagradas Escrituras,

es conocerte, seguirte y amarte a ti.

Envíanos tu Espíritu Santo,

que nos ilumine al leer tu Palabra,

y nos conduzca por el camino del bien.

Amén.

 

P.A

García

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