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Catedral de Lima, 28 de mayo de 2023 |
2023
Homilías pronunciadas por S.E.R. Mons.
Salvador Piñeiro García-Calderón
Arzobispo Metropolitano de Ayacucho
en la Semana Santa del 2023
y en sus Bodas de Oro Sacerdotales
Ayacucho,
Perú
Transcripción: Pedro Andrés García Barillas
Curia Arzobispal, Jirón 28 de Julio Nº 132
†
ÍNDICE
DOMINGO
DE RAMOS 2 DE ABRIL: Atrio de la Catedral.
LUNES SANTO
3 DE ABRIL: Templo de la Buena Muerte.
MARTES
SANTO 4 DE ABRIL: Templo de la Amargura.
MIÉRCOLES
SANTO 5 DE ABRIL: Templo de Santa Clara.
JUEVES
SANTO 6 DE ABRIL: Catedral. Misa Crismal.
VIERNES
SANTO 7 DE ABRIL: Catedral. Introducción al Sermón de las Siete Palabras.
Conclusión
al Sermón de las Siete Palabras.
SÁBADO 6
DE MAYO DE 2023: Homilía de la Solemne Eucaristía de las Bodas de Oro
Sacerdotales, Catedral de Ayacucho.
DOMINGO
DE PENTECOSTÉS 28 DE MAYO DE 2023: Homilía de la Solemne Eucaristía de las
Bodas de Oro Sacerdotales, Catedral de Lima.
†
DOMINGO
DE RAMOS 2 DE ABRIL: Atrio de la Catedral, 6:00 p.m.
Muy
queridos hermanos. Con profunda emoción y piedad inauguramos la Semana Santa
del 2023, y la llamamos así porque en estos días vamos a acompañar a Jesús,
cuando reza en el huerto, cuando recibe la injusta condena, cuando se encentra
con su madre, cuando está yacente en la espera de la resurrección. Son los días
más importantes del año, porque para esto vino Jesús, y lo vemos en su cruz,
para abrirnos el cielo que la soberbia del Adán nos había cerrado, para
abrirnos el corazón, que no haya odios, resentimientos, que no esté la palabra
del Caín: “no tengo nada que ver con mi hermano”.
Cristo,
cada vez que lo meditamos en la cruz, nos está interpelando, eres hijo de Dios,
y al Padre se le escucha, se le obedecen sus mandatos, y está abrazándonos para
que vivamos como hermanos, ¡qué hermosa lección la de la Semana Santa: grabar
en nuestro corazón los sentimientos de Jesús! Y lo hacemos en la gran tradición
ayacuchana, en su arte, las alfombras, las palmeras tejidas, los adornos de
cera, que recogen la cosmovisión andina. Semana Santa es Jesús y por eso
Ayacucho vive la fe.
Y en
estos días, comenzamos con el Domingo de Ramos recordando la entrada del Señor
a Jerusalén, y se nos ha leído la Pasión según san Mateo, porque es el
evangelista que este año nos va a acompañar, (no se cansen con la palmera,
escúchenme). Y en este evangelio, al escucharlo, he visto cómo también estamos
nosotros graficados. Cuántos, movidos por el espectáculo, los curiosos, que
están en la vera del camino para ver qué pasa, qué hacen en Ayacucho. Cuántos
curiosos, pero también cuántos que blasfeman, que lo escupen, que dicen
diatribas y Jesús nos enseña a perdonar las ofensas. Cuántos como el Pilato,
que se lavan las manos, “no tengo nada que ver en este asunto”, cuántos de
nosotros estamos como Pedro, con las lágrimas del arrepentimiento, le hemos
fallado al Señor, que olvide nuestros miedos, nuestras cobardías.
Pero
también, junto a la cruz, hay este grupo selecto de inspirados, que, movidos
por la víctima de amor del Calvario, lo acompañan. Cómo no recordar en María
Magdalena a las mujeres valientes, o como dice la tradición, a la Verónica, que
están para acompañar a Jesús, para limpiar su rostro. Cómo no recordar al
cireneo, que le obligan a llevar la cruz y aprende en ese acto lo que es amar,
lo que es servir. Al apóstol Juan, por eso saludo a los jóvenes valientes, que
apuestan por Cristo, que aman a la Iglesia. Él pudo decir con toda lógica:
“tengo techo, qué me hago aquí ante este fracaso…” y fue el único de los doce
que lo acompañó.
Pero,
sobre todo, María, ella está al pie de la cruz, valiente, no está derrotada,
ofrendando lo único que tiene, lo que ha labrado en sus entrañas virginales, al
Hijo del eterno Dios. Y qué hermosa tarea, Jesús pensó en su madre, no quiere
que esté abandonada, porque no tiene marido ni hijos que la cuiden, y se la
encarga a Juan, y Juan la llevó a su casa.
Llevemos
a María a nuestros hogares, ella camina con nosotros, ella nos ayuda a hacer de
nuestra casa el Nazaret del amor, de la comprensión, pero, sobre todo, en esa
hora recibe el testamento espiritual, ya no solamente va a ser la madre de
Jesús, sino es nuestra madre, la madre de la Iglesia, que nos acompaña, que nos
cuida a lo largo de todos los días. Sí, hermanos, no somos espectadores, no
seamos Pilatos, seamos valientes misioneros, testigos del Calvario.
Y eso es
la Semana Santa, y al escuchar la Pasión según san Mateo, me ha impresionado el
último verso, la oración de un capitán, de un soldado romano, de un pagano, que
no sabía nada de las tradiciones judías, que recibe el encargo de Pilato,
organizar el ajusticiamiento, y buscan esa montaña que se llama La Calavera, El
Calvario, para que sea un lugar de escarmiento, y aquel soldado ve cómo muere
Jesús con el evangelio que enseñó: perdonando, se preocupa de su madre, premia
con el Paraíso al ladrón arrepentido y, al final, le toca el tiro de gracia, la
lanzada en el corazón, y Jesús ya muerto, pero todavía brota sangre y agua,
Jesús sigue dando su vida, sigue amándonos, y aquel soldado hace la oración más
hermosa de la historia: “realmente este era el Hijo de Dios”.
Sí,
hermanos, Jesús es el Hijo de Dios que viene a enseñarnos el camino, a darnos
su vida, por eso cuánto nos alegramos los hijos de Ayacucho con nuestras
tradiciones, con nuestras ilusiones venimos a decirle al Señor: “cuenta
conmigo”. Y esto es lo hermoso de esta celebración, yo no sé dónde vives, ni
dónde trabajas, ni cómo te llamas, pero todos alrededor del Señor de Ramos nos
hemos sentido hermanos, esta es la fe, esta es la alegría de este domingo. Que
acompañemos a Jesús en esta semana, especialmente en nuestra casa.
Invito:
que haya momentos de oración de comprensión en el hogar. Tú, papá, eres como el
sacerdote de tu casa, háblales a los tuyos de Dios. Tú, mamá, eres la
catequista, que educas, que orientas a los tuyos. ¡Qué hermoso, hagamos de
nuestra casa un Nazaret! ¡Hagamos de nuestro barrio, el lugar donde nos
queremos, nos ayudamos! Y sabemos que Cristo está presente también en el rostro
de los que sufren. Ojalá y esta semana visitemos al asilo, al puericultorio, al
hospital, a la cárcel.
Estuve el
jueves en (la cárcel de) Yanamilla, estuve el viernes en el Hospital Regional,
hay hermanos que sufren, que nos esperan, y que tenemos que estar con ellos,
para darles nuestro cariño, nuestra amistad. Que sea una Semana Santa donde nos
renovamos espiritualmente, porque al escuchar a Jesús, nuestros corazones se
conviertan y se transforme nuestra sociedad. Que se alejen los odios, las
mentiras, que se aleje todo aquello que nos divide, que sean días de paz, de
reconciliación. Gracias, Señor, porque inauguramos esta Semana Santa y recibes
nuestro compromiso. Semana Santa es Jesús. Ayacucho vive tu fe. Muy bien,
felicidades.
†
LUNES
SANTO 3 DE ABRIL: Templo de la Buena Muerte, 7:00 p.m.
Muy
queridos hermanos, en este camino de la Semana Santa escuchamos a Jesús y lo
acompañamos en los momentos de tanta significación, esta noche, en el huerto,
en oración, y si hay algo que llama la atención en el Evangelio, es la actitud
orante de Jesús, cómo pasa largas jornadas en oración, está en ese diálogo con
el Padre de los cielos, para traernos la bendición, para ayudarnos a vivir el
mandamiento del amor.
Y para
esa actitud orante nos recuerda en el Evangelio algunas normas que no debemos
olvidar. Para rezar tenemos que estar en paz con los hermanos. Qué bien nos
dice Jesús, si tienes algo en contra, un resentimiento, deja tu ofrenda y vete
a reconciliarte con tu hermano.
A veces
nos cuesta la oración, porque en nuestro corazón hay resentimientos,
antipatías, prejuicios. Hay que estar en paz en el alma. Hay que rezar como el
publicano, que está al fondo del templo repitiendo el estribillo “soy pecador,
ten piedad de mí”. Esa es la oración de la Cuaresma y de estos días santos,
pedir perdón. Hay que rezar con insistencia.
Recordemos
esas dos parábolas del amigo inoportuno, que llega la noche y el vecino tiene
que ir a buscar alimento, “ya estamos descansando”, pero al final, para que no
insista, lo atiendo. O aquella viuda que era desatendida, olvidada en su justo
reclamo, y el juez “mejor, atiéndela para que no fastidie”. Hay que orar con
insistencia, hay que orar en el nombre del Señor.
Y qué
hermoso cuando oramos en la iglesia, cuando dos o tres nos reunimos para
decirle al Señor cuánto lo amamos y cuánto lo necesitamos. Jesús es el orante,
busca a Dios, su Padre. Eso es orar, dialogar con el Padre que nos ama y nos
escucha y sabe lo que necesitamos. Esa oración sencilla, constante. Y sobre
todo Jesús reza en los grandes momentos de su historia: cuando tiene que
comenzar su evangelización, la cuarentena del desierto; cuando tiene que elegir
a los apóstoles de entre los muchos discípulos, subió a la montaña y pasó la
jornada en oración; cuando tiene que ir a la cruz, como lo acaba de proclamar
el Evangelio, fue al Getsemaní, el Huerto de los Olivos. No sé si ustedes han
tenido esa experiencia, de estar en un olivar, verdaderamente invita a la
oración esos árboles que parecen personas que nos acompañan, ese silencio.
Jesús
acostumbraba ir a rezar al Getsemaní, y en la noche de la captura está rezando
y pidió que lo acompañaran tres de los apóstoles: Pedro, el que iba a ser el
responsable de la Iglesia; Santiago, el primero de los apóstoles que dio su
vida por el Maestro siendo responsable de la comunidad de Jerusalén; y Juan, el
apóstol joven que nos va a escribir con detalle todo el camino de la Pasión y
la hora de la cruz. Jesús fue al huerto a rezar porque sabía que venía ya la
traición del amigo, el beso de Judas, que venía a ser tomado como prisionero,
con ese injusto juicio.
Ya
estaban tramando los entendidos de la religión, “preferimos que muera uno,
antes de que el pueblo pase dificultades, no podemos enemistarnos con las
autoridades romanas…” ya estaban todos haciendo esos esquemas de la razón
humana, pero no del corazón y por eso lo toman preso en el huerto, pero él va
para entregar su vida por nosotros, para esa cruz de la salvación.
Hoy
también acogemos especialmente a los entendidos en las artes agrarias de
nuestra gloriosa universidad de San Cristóbal, ellos, que bien promueven los
estudios de nuestra tierra para que dé sus frutos, y cómo lo engalanan tan bien,
nuestras andas ayacuchanas, el maíz, los andamios, las flores, todo este mundo
es una expresión de la cosmovisión andina, todo nuestro pueblo, toda nuestra
tierra alaba al Creador y acompaña a Jesús en esta oración.
El Señor
bendiga a nuestro dilecto rector a quien acompaña especialmente la Facultad de
Ciencias Agrarias, a nuestro mayordomo, que no pierdan esa hermosa tradición de
ser los guardianes de este culto al Señor del Huerto, y que nosotros también no
olvidemos la lección del Señor: seamos orantes, busquemos a Dios en el silencio
de nuestra oración, en la coherencia de nuestra vida, porque la fe es trabajar
todos los días el Evangelio en el aula universitaria, en los campos, en
nuestras familias. Semana Santa es Jesús y Ayacucho vive la fe.
Que el
Señor los bendiga y al salir en procesión lo acompañemos para que nos traiga la
ansiada paz, se aleje sobre todo las situaciones del clima tan difícil en la
costa del norte de nuestra patria, se alejen las crisis económicas, pero sobre
todo la crisis moral, que no olvidemos los mandatos de Jesús, que trabajemos
por la solidaridad por los necesitados, por la paz y la reconciliación que está
en nuestras manos. Así sea.
†
MARTES
SANTO 4 DE ABRIL: Templo de la Amargura, 10:00 a.m.
Muy
queridos hermanos, la Semana Santa es seguir a Jesús, escuchar al Maestro y
vivir su mensaje, su Evangelio, pero, sobre todo, la hora de la cruz que es el
signo de nuestra salvación. Y es muy típico en la piedad ayacuchana, cómo cada
día de la semana vamos reviviendo páginas de la Pasión.
Ayer con
la Universidad rezábamos en el huerto de Getsemaní, hoy con la Magistratura
ante la imagen del Señor de la Sentencia, la más injusta calificación. No hubo
Ministerio Público para defenderlo, todas eran mentiras, que ya se habían
fabricado con tiempo. Siempre le ponían zancadillas, pretextos, preguntas en
doble sentido, y Jesús, con qué pedagogía iba aclarando el camino que necesita
el hombre para vivir en paz, para encontrar la justicia.
Pero
llega el final, y entonces, se unen la fuerza y el poder. Pilato no quiere
entenderse y se lava las manos, Anás, Caifás y los técnicos de la religión
aseguran que, para la paz, mejor que muera alguien en la Pascua y no estar con
intrigas, con problemas: la muerte del Justo. Por eso hoy, también venidos ante
esta venerada imagen para encomendar el trabajo de todos ustedes en el Poder
Judicial, en la Fiscalía. Nadie va a felicitarlos, siempre llevando los
problemas. Hoy queremos encontrar orientación, justicia.
Hoy día por
eso le decimos al Señor, el conoció la hora difícil de la incomprensión, de las
intrigas, de las mentiras, pero cómo nos enseñó a perdonar. Y la primera
palabra de púlpito del Calvario resume todo el Evangelio: “Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen”. Jesús nos trae la ley del Evangelio, que no es
solamente la que escuchó Moisés en el Sinaí, sino la que él proclamó en la
montaña de las Bienaventuranzas.
No eres
feliz solamente porque no matas o no robas, tienes que ser dichoso,
bienaventurado, si construyes la paz, si cuidas la vida, si llevas solidaridad,
misericordia a los que sufren, esta es la ley del Evangelio. La ley de Moisés
está escrita en nuestro corazón, pero hay que seguir a Jesús con estas normas
que harían un mundo más humano, más fraterno, donde reine la comprensión, la
solidaridad.
Especialmente
me dirijo a los que tienen que sentenciar los casos humanos, porque una casa,
un automóvil no me convence, pero sobre todo cuando el corazón humano ha
fallado y necesita enmienda. El jueves pasado estuve en Yanamilla, y he visto
también cómo el Instituto Penitenciario cada vez trata de adaptarse buscando
auxiliar a aquellos hermanos que han delinquido. Nadie está libre de los
errores y están ustedes para dar la medicina del alma.
El
castigo tiene que tener ese espíritu medicinal, ya lo decía el gran legislador,
san Agustín, el gran converso de la historia, “que las penas sean medicinales”,
porque confiamos en el hombre y queremos que cambie su vida, y que las familias
los esperan, y que la sociedad los necesita. Venimos, pues, en esta mañana de
oración ante Jesús, el Señor de la Sentencia. Ayer en el huerto, mañana en el
encuentro con su madre.
La Semana
Santa ayacuchana es seguir a Jesús y llegar al momento principal cuando el
domingo anunciemos que Cristo vive, que ha vencido el pecado y la muerte, que
su enseñanza es verdad, que en él no hay un mundo que fabrica mentiras, que su
cruz es salvación en medio de una sociedad que nos confunde, que fomenta odios,
que fomenta discordias.
Esta Semana
Santa es una llamada a la reflexión a que cambien nuestros corazones, ya lo
anuncia el Evangelio, cambia tu vida y cree en este mensaje, por eso hemos
venido a esta casa de la Amargura, esta pequeña capilla que es guardiana de
esta imagen del Señor de la Sentencia.
Que el
Señor bendiga a los que la cuidan, especialmente al padre párroco de la Merced,
y a todos nosotros nos renueve, y nuestro dilecto Prefecto, que se ha estrenado
en el trabajo ayudándonos para que esta Semana Santa sea de orden y de paz. Y
también a todos los magistrados, que el Señor los proteja, los cuide, y sepan
que cuentan con mi oración en esas grandes decisiones de la vida. Vamos a
rezar.
†
MIÉRCOLES
SANTO 5 DE ABRIL: Templo de Santa Clara, 6:30 a.m.
Muy
queridos hermanos, en esta mañana de oración, venimos a la casa del Nazareno,
agradeciendo a la Madre Abadesa y a la querida comunidad de Santa Clara,
guardianas de este tesoro de Huamanga, de esta imagen tan venerada que nos
habla del camino de la cruz. Hoy día muchos no queremos hablar de la cruz y
Jesús asume esa tarea y sube al Calvario con la cruz de nuestras miserias, de
nuestros pecados, de nuestras cobardías, y será en esa hora de la salvación que
abrirá los cielos y con sus brazos abiertos nos acogerá a todos para
iluminarnos en el camino, para perdonarnos.
Qué
hermosa tradición que se pierde en la historia. El padre José Cárdenas Romaní
era párroco en Julcamarca y tenía una inmensa devoción a Jesús Nazareno, al
Jesús que lleva la cruz de la esperanza y del perdón, y siempre había tenido
esa ilusión, y vienen un día dos peregrinos, como los de Emaús, a buscar posada
porque iban hasta Acobamba, y el buen sacerdote los acoge en su casa y ve que
atardece y que el camino no es fácil, y en el diálogo, en la mesa de los
amigos, dando hospedaje a aquellos forasteros les hace su confidencia y habla
de la devoción al Señor Nazareno, y ellos le dicen: “nosotros somos artesanos,
somos artistas, denos un cuarto y un poco de luz y tallamos una imagen para
usted”, y así fue, en el rincón de la casa trabajan por la noche, y al día
siguiente muy de mañana va a ver cómo había sido el quehacer de estos hombres
de arte y de piedad y no los encuentra, ya se habían marchado, pero habían
dejado esta imagen tan preciosa, tan elocuente, con su mirada penetrante que
llega a nuestra alma para que nos convirtamos.
Esta es
la imagen preciada del Nazareno, fueron ángeles, manos benditas, que la
construyeron para quedarse con nosotros. 1600, han pasado cuatrocientos años, y
el padre Cárdenas Romaní es llamado para trabajar en nuestra Catedral como
canónigo, y ciertamente se trae su preciado regalo, la devoción al Nazareno, y
les pide hospedaje en esta casa de Santa Clara, cuántos años han pasado, y como
hoy, Miércoles Santo, venimos a decirle al Señor gracias porque tú nos
acompañas en el camino, porque tú nos muestras a María, tu madre, en esta hora
del sacrificio y de dolor.
No
estamos solos, ella viene también con nosotros a caminar. Y en la noche del
encuentro cantaremos el “Apu Yaya”, aquel himno de Jerónimo de Oré, religioso
franciscano huamanguino, cuyas hermanas fueron fundadoras de este claustro, y
que él también recibió el encargo de ser obispo en Chile, en Concepción.
Qué
hermosas tradiciones, la imagen, la peregrinación, nuestra oración, nuestros
cantos, es que la Semana Santa es Jesús, y cómo a lo largo de toda la semana
hemos ido acercándonos para rezar con él en el huerto, para contemplarlo en la
injusta condena, para hallarnos en el encuentro con María.
La Semana
Santa es escuchar, es seguir a Jesús, es estar atento a su voz y hacerlo al
estilo ayacuchano, con estas ceras que engalanan las andas, con los frutos de
nuestra tierra. Esta es la cosmovisión andina: reconocer la gloria de Jesús y
vivir cada día ese Evangelio de amor, de generosidad.
El
Evangelio de hoy nos habla de la traición del amigo, del fracaso de Judas.
Nosotros queremos ver al Señor con las lágrimas de Pedro, de nuestro
arrepentimiento. Son dos actitudes diferentes, Judas fracasa en su proyecto,
fracasa en sus gestiones, en cambio, Pedro, le falló al amigo, se arrepintió.
También
nosotros hoy, con las lágrimas de Pedro le decimos al Señor que perdone
nuestras miserias, nuestro pecado. Y queremos vivir el gozo de la Pascua. Lo
típico de Ayacucho, que es la Semana Santa, no termina en el Viernes del
Calvario, esperamos al Domingo de la Resurrección, Cristo vive y nos demuestra
que su enseñanza es verdad, que su cruz es salvación.
Agradezco
a todos los que durante esta Cuaresma han venido muy de mañana en espíritu de
penitencia para escuchar las lecciones bíblicas, las reflexiones que nos ha
hecho nuestro capellán, el padre Martín. Y nos hemos venido preparando, y hemos
llegado al día del encuentro. Que el Señor bendiga a la querida comunidad de
Santa Clara, guardianas de estas preciadas imágenes que hoy nos enseñarán con
sus gestos, con sus signos.
Veremos a
la Verónica, esa mujer valiente, que en medio de la gente ofuscada que gritaba,
se lanza y limpia el rostro del Maestro, y Jesús le contesta su caridad
quedándose en el lienzo. Sí, hermanos, hoy día pienso en las mujeres valientes,
las heroínas de Ayacucho, que lloran muchas al hijo ausente, que en su corazón
hay tristeza, pero son las que levantan el hogar y nos cuidan con tanta
generosidad.
Hoy
también pienso en los jóvenes, que como el apóstol san Juan apuestan por Jesús,
aman a la Iglesia, no tienen temores. Cristo sigue llamando a los jóvenes, por
eso este año hemos proclamado para nuestra ciudad y nuestra Arquidiócesis un
Jubileo Vocacional, que lo trabajen en los colegios, en nuestras parroquias. El
Señor sigue llamando, se ha atado de manos, sino que tenemos que responderle, y
qué importante la vida de familia, porque es el semillero de la vocación, qué
importante el docente en la escuela que orienta, que guía a los jóvenes y
descubren a aquellos que tienen un corazón generoso para que sigan al Señor en
la vocación sacerdotal y las jóvenes en la vida consagrada.
Qué
hermoso día de oración. Jesús, escucha nuestras peticiones, las hacemos por
manos de María, agradeciendo a las Verónicas de hoy y a los jóvenes que tanto
necesitan de orientación y del buen ejemplo de nosotros los mayores. Gracias,
Señor, porque hemos llegado a este Miércoles Santo, día del Nazareno, Rey de
Huamanga y de nuestros corazones.
†
JUEVES
SANTO 6 DE ABRIL: Catedral, 10:00 a.m. Misa Crismal.
Muy
queridos hermanos, el Jueves Santo, es el día para agradecer a Jesús, que nos
trae su espíritu, que nos unge con su amor, desde el día de nuestro bautismo,
para ser testigos, misioneros de su mensaje. Y especialmente esa unción para
los sacerdotes. Que no es una alabanza y un privilegio, sino un servicio a su
Iglesia.
Qué
hermoso el texto del Evangelio, y ya también el profeta, ocho siglos antes,
cuando venga el ungido de Dios, el Mesías, el Cristo, es el mejor sobrenombre
que damos a Jesús de Nazaret, el que tiene el poder de lo alto, para dar
libertad a los oprimidos, para que su Evangelio resuene entre los pobres, y
reine la paz, la justicia, es el día que agradecemos el don del Espíritu, que
es el trabajo de Jesús, y que nos lo regala a nosotros.
Por eso
la Iglesia renueva la unción del Bautismo, pero también hoy la unción
sacerdotal, porque así lo quiso Jesús, que del pueblo santo haya hermanos que
se encarguen de las cosas de Dios, para que en el mundo se viva el Evangelio
del amor.
Hoy
oramos por nuestros sacerdotes, y me acompañan en el altar para renovar sus
promesas que hicieron el día de su ordenación, y sentir también esa unción del
Espíritu, como lo hicimos el día de nuestra ordenación. Para mí ya lejano, pero
muy cercano hoy por el jubileo sacerdotal. Me acuerdo que el que era mi
arzobispo, el cardenal Landázuri me llamó un día de san José y me dijo, te
agradezco la carta que me has enviado pidiendo la ordenación y quiero hacerlo
pronto, y señaló es seis de mayo, y dónde quieres que te ordene, le dije, en mi
parroquia, en san Marcelo, donde yo nací por el bautismo a la fe, donde
vivíamos tan cerca y con mis padres participábamos en todas las tareas de la Iglesia.
Y así fue, llamó a mi párroco y le dijo, el seis de mayo voy a ordenar
sacerdote a Salvador y quiero hacerlo en su parroquia de san Marcelo, mi
párroco pintó por dentro y por fuera y fue un acontecimiento en el barrio de la
iglesia parroquial.
Qué
importante hoy agradecer cada uno de nosotros esa llamada del Señor. Tenía
compañeros de mucha valía en sus estudios, en sus trabajos, pero el Señor nos
llama con nuestras deficiencias, pero también con nuestras ilusiones para
servir a la Iglesia. Cada uno de nosotros dígale al Señor, gracias porque me
llamaste al sacerdocio, porque me has fortalecido en el camino, para ser
testigo de tu Evangelio y de tu cruz. Y en este día de oración, que agradecemos
la cercanía de Jesús, no guardó su gloria, vino a estar con nosotros, y subir
al Calvario, y regalarnos su Iglesia. En este día, también, renovar nuestro
compromiso con el Señor.
Tenemos
que estar cerca de Dios, en nuestra oración de cada día, en la vivencia de los
sacramentos, en el trabajo sacerdotal. Estar cerca de Dios, porque somos sus
mensajeros, sus embajadores, los que tenemos que contagiar en el mundo la
esperanza que tanto lo necesita, ante una sociedad de intrigas, de odios. El sacerdote
tiene que estar cerca de Dios porque da las cosas santas. Sacer-dote, el que da
las cosas santas, las cosas de Dios. Tenemos que estar cerca, en nuestra
oración, en nuestros compromisos, en nuestra misión. Tenemos que estar cerca a
los hermanos sacerdotes. Hay un dicho popular que el peor enemigo es el de tu
profesión, felizmente nosotros no tenemos una profesión, tenemos la fraternidad
sacramental, somos hermanos en la unción del Espíritu, y por eso tiene que
haber siempre esa cercanía de fraterno amor, de preocupación unos por otros,
compartir también el deporte, las alegrías, la amistad. Qué importante es estar
cerca de Dios y cerca de nuestros hermanos sacerdotes.
Y, en
tercer lugar, tenemos que estar cercanos a nuestro pueblo. Tenemos que compartir
sus ilusiones, sus gozos. No somos funcionarios eclesiásticos, somos pastores,
no somos técnicos en las cosas de religión, que muchas veces nos puede distraer
de lo fundamental. Tenemos que tener un corazón muy cercano de los hermanos,
especialmente de aquellos que pasan una hora más difícil por las
incomprensiones, por las fatigas, la enfermedad, la soledad.
Y ustedes
que conocen el quechua, practicarlo con caridad a tantos hermanos. Como aquella
viejita que el otro día me dijo en la confesión. Le digo, mamita, manan
quechua, anda al frente, ¡aprende, pues, quechua, si no quién me va a
evangelizar! Sino que ya soy loro viejo, difícil de aprender el quechua, pero
ustedes que lo saben, estar cerca de nuestras mamitas, de aquellos hermanos que
vienen del campo y buscan el consuelo, la orientación, la paz.
Sí,
hermanos, tenemos que estar cerca de Dios, y por eso el altar es el lugar
privilegiado para sentirnos familia con todos. Tenemos que estar cerca de los
hermanos sacerdotes, y ustedes también, denles trabajo a mis curas, para que no
nos distraigamos en las vanidades del mundo, sino en nuestro oficio de
servicio, de ser ministros, que quiere decir, “el menor que sirve”, sino que le
hemos cambiado el término y cuando decimos primer ministro pensamos en el primero
que manda, somos ministros, somos servidores, con un corazón sencillo, con un
corazón generoso.
Que el
Señor nos bendiga en este hermoso día y oremos para que no nos falten
vocaciones. Por eso este año hemos anunciado el Jubileo Vocacional, que surjan
muchas y santas vocaciones, jóvenes que amen a la Iglesia, y quizá la
responsabilidad es nuestra, que los hemos dejado al abandono, tenemos que estar
más cerca de ellos, con la dirección espiritual, con la orientación.
Padres de
familia, no tengan temor de entregar a sus hijos a la Iglesia. A quiénes
recordamos en primer lugar: a nuestros padres, que nos dieron la vida, que nos
enseñaron el camino de Jesús. A los docentes, que no descuiden esa misión de
descubrir en el aula escolar valores cristianos en los jóvenes y los animen
para que sigan el camino de Jesús.
No somos
una especie que se extingue, hoy más que nunca es necesario el sacerdocio, para
que les digan a los demás, este es el camino, hay que vivir en la esperanza,
hay que trabajar por hacer un mundo de hermanos. Cura, en el buen latín, es el
que cuida, y aunque a veces nos lo dicen con cierto desdén, ahí va el cura,
para qué sirven los curas, servimos para cuidar a los hermanos, para ayudarlos,
para atenderlos con generosidad.
Por eso
hoy, mis hermanos sacerdotes, van a renovar -y yo también, el primero- el don
del sacerdocio para ser fieles al llamado de Dios, para llevar ese Evangelio de
paz, de amor en nuestras comunidades. Ustedes también recen por nosotros para
que seamos fieles servidores, con un corazón generoso dando las cosas santas de
Dios. Amén.
†
VIERNES
SANTO 7 DE ABRIL: Catedral, 3:00 p.m. Introducción al Sermón de las Siete
Palabras.
Muy
queridos hermanos, hemos venido desde el templo de la Compañía trayendo esta
hermosa imagen, que nos habla del arte, pero, sobre todo, de la piedad: Jesús
en la hora de la agonía. Y allí, acompañado por María y san Juan, el apóstol
valiente y la madre, que recibe el encargo de cuidarnos a quienes hemos de
creer en Jesús. Y vamos a participar en el Sermón de las Tres Horas, las siete
palabras que proclama Jesús desde el púlpito del Calvario, cada palabra con el
lenguaje de la Biblia, con la reflexión para el mundo de hoy esa una
catequesis, hace resonar el Evangelio en nuestros corazones y en este Ayacucho
de tradición y piedad.
Agradezco
al Ministerio de Cultura que nos ha proclamado Patrimonio Cultural de la Nación
la Semana Santa, y nuestra ministra ha cumplido lo que me dijo, quiero que
estos mensajes lleguen a todo el Perú a través de la imagen de Canal 7, TVPerú.
Agradezco el que podamos, desde Ayacucho, Santuario de Paz, Cuna de nuestra
Libertad, proclamar para el Perú la concordia, la reconciliación. Ante la cruz
hay dos actitudes fundamentales, por eso hay que meditarla y contemplarla larga
y pacientemente, soy hijo de Dios, sé que Dios es mi padre, que me escucha y me
ama, me siento hermano del otro… la cruz es la señal de la filiación divina y
de la fraternidad en el Evangelio.
Este
Sermón de las Siete Palabras tiene su origen en un religioso limeño de la
Compañía de Jesús, el venerable Francisco del Castillo, que congregaba a los
negros esclavos en la iglesia de los Desamparados para el viernes, entre cantos
y meditaciones, que fueran asimilando el lenguaje de Jesús, cada palabra tiene
tanto significado. Ese sermón, hecho en Lima, se fue multiplicando y hoy día
más allá de las fronteras, lo vemos en España, en Italia, cuántos creyentes se
reúnen para el Sermón de las Siete Palabras en la hora de la cruz.
También
quiero recordar a san Francisco de Borja, el que siguió más de cerca el camino
de san Ignacio, cuando al contemplar la cruz decía: “Tú,
Señor, has hecho tanto por mí, y yo, ¿qué por ti?”, ¡qué hermosa sentencia!
Contemplemos la cruz, tú, Señor, has hecho tanto por mí, y yo, ¿qué por ti? Por
eso el gran maestro, san Juan de Ávila, que también orientó a san Ignacio de
Loyola, decía que, frente al púlpito tiene que estar la imagen de Cristo
crucificado, porque esa es nuestra predica, esa cruz que el mundo no entiende,
esa cruz que muchas veces recibe blasfemias, pero es la fuente del amor, es la
fecundidad el perdón, es la alegría y la esperanza, porque es el trono del
Resucitado. Los invito a lo largo de estas horas a estar atentos con la escucha
de la palabra de Jesús, pero sobre todo con un corazón dispuesto a aceptar el
perdón y llevar la paz y el amor a nuestros hermanos. Así sea.
†
Conclusión
al Sermón de las Siete Palabras.
Como hace
doscientos años, ha vuelto esta hermosa costumbre de traer la imagen desde la
iglesia de la Compañía, que cuidan los religiosos jesuitas, el Señor de la
Agonía, a nuestra Catedral. Ahora va a regresar a su casa, pero quiero
agradecer sobre todo al padre Apolinario Tanta, que, como buen hijo de
Ayacucho, con el padre Adolfo hicieron las investigaciones históricas, y esta
imagen tan querida motiva nuestra oración.
Quiero
agradecer a los colegios profesionales. Todos en la Semana Santa tenían una responsabilidad,
la universidad, la magistratura, las cofradías, las hermandades, pero desde
este año, los colegios profesionales han asumido la tarea del Viernes Santo en
la mañana, mi gratitud, y especialmente, han comenzado muy bien su trabajo el Colegio
Médico, y por eso hemos rezado por esas verónicas, nuestras enfermeras, por
esos cireneos, nuestros médicos, que durante la pandemia cuidaron de los
enfermos y siguen trabajando con tanta generosidad. Que el Señor recompense su
trabajo, su profesión. Paciente es el enfermo, así lo llamamos, porque tiene
que tener la paz de Dios y la ciencia del médico. Que el Señor los bendiga.
Me
emocionó el otro día en mi visita al Hospital Regional, se me acercó un médico
y me mostró sus manos, me dijo, monseñor, bendígame porque voy a entrar a
operar. Qué bonita enseñanza. El médico es como un sacerdocio laical, está
curando las heridas del cuerpo, por eso Jesús es el médico de nuestras vidas,
que nos sana las heridas del alma que por el pecado nos han entristecido, y nos
sana las enfermades, las dolencias del cuerpo. De los treinta milagros que nos
narra el Evangelio, veinticinco de ellos son de curaciones, cómo Jesús pasaba
haciendo el bien, atendiendo las dolencias de tantos hermanos.
Que
también al volver a casa, el Señor de la Agonía, llevado por el Colegio Médico
de Ayacucho, nos sane, nos ayude a caminar libres de la adversidad. Vamos ahora
a concluir nuestra jornada, despediremos las andas del Señor de la Agonía, de
la Virgen Dolorosa y de San Juan, el apóstol joven y valiente, y después
tendremos los oficios del Viernes Santo.
†
SÁBADO 6
DE MAYO DE 2023: Homilía de la Solemne Eucaristía de las Bodas de Oro
Sacerdotales, Catedral de Ayacucho, 10:00 a.m.
Ruego
tomen asiento. Qué hermoso el Evangelio, en los labios de san Agustín, la perla
más preciada, el mensaje de Jesús. En la víspera del Viernes del Clavario,
interrumpe la Pascua judía y reza por ti, por ti y por mí, por quienes a lo
largo de la historia hemos de creer en él, para que tangamos su misma gloria.
Treinta
veces aparece en el Evangelio el verbo “seguir” a Jesús, esto es lo más
importante, seguir al Señor, porque él nos ilumina, nos fortalece. Me parecía
lejos cincuenta años, pero ya se han cumplido hoy. Y el jubileo bíblico tiene
tres connotaciones: gracias, reflexión y tarea. Así lo celebraban en el antiguo
Israel, cada cincuenta años con el cuerno de la bestia se anunciaba un año de
bendición, de examen de conciencia, de nuevos trabajos. Y qué hermoso celebrar
mis cincuenta años de sacerdote en esta semana que nos ha acompañado Jesús, el
Buen Pastor, el Pastor que guía, el Pastor que da la vida.
Teniendo
en mis manos la bendición del Santo Padre, pero también su enseñanza por esta
semana de las vocaciones, agradecer el don y el trabajo. La vocación es una
gracia y una tarea, que por eso hay que agradecerla toda la vida. Agradecer a
Dios que, a pesar de nuestras limitaciones, sin mérito propio, nos llamó para
servir a su Iglesia. Y en este trabajo vocacional, qué importante el hogar. Es
el primer seminario, el primer semillero de la vocación.
Hoy en la
mañana recordaba a mis queridos padres. Mi mamá tan piadosa y tan empeñosa en
tantos trabajos por la comunidad. Mi papá, de una moral… nunca lo escuché
hablar mal de nadie, siempre perdonando y atendiendo a sus enfermos con cariño,
con ternura. Aprendí a amar a Dios y a servir a la Iglesia en ese santuario del
hogar. Y también, agradecer a mis profesores en la escuela de La Salle, que me
enseñaron no solamente las ciencias humanas, no solamente la historia, sino
sobre todo amar a Jesús. Cómo nos prepararon para la Primera Comunión, para la
Confirmación, y cuando le dije al hermano director, me voy al seminario, sacó
de su escritorio un papel, recomendándome, poniendo mis buenas cualidades. Cómo
no agradecer a mis formadores en el Seminario de Santo Toribio, que fundó el
santo arzobispo, y tuve la dicha también de ser rector allá. Hace veinticinco
años celebré mis bodas de plata como rector del seminario. En ese tiempo lo
dirigía los Misioneros del Espíritu Santo, que nos enseñaron la piedad a María,
la devoción eucarística, la consejería.
Cómo no
agradecer a tantas personas que me han acompañado en mi vida. Y por qué fue el
seis de mayo la ordenación, siempre me preguntan. El diecinueve de marzo, día
de san José, me llamó el señor cardenal, tan querido por todos, Juan Landázuri,
y me dice, he recibido la carta de tu ordenación, me da mucho consuelo, y he
decidido ordenarte -porque el obispo es el que tiene la palabra definitiva- he
decidido ordenarte el trece de mayo, día de la Virgen de Fátima, le dije,
Eminencia, yo quisiera Pentecostés, porque el trece de mayo es el Día de la
Madre, lo adelantamos el seis de mayo, aniversario de la canonización de san
Martín de Porres, Eminencia, me gustaría Pentecostés. Se te ha metido
Pentecostés, yo te aseguro que el día en que te ordene, tienes el Espíritu
Santo, y por eso fue es seis de mayo en mi parroquia.
Otro
signo también que agradezco en mi vida vocacional, la vida parroquial, es tan
hermosa, donde se ve la eclesialidad, la enseñanza, los sacramentos, la
preocupación por la comunidad. Todos hemos sido acólitos, todos hemos aprendido
las faenas en la parroquia, y el Señor quiso que trabajase en tres parroquias,
la Virgen del Carmen en San Miguel, allá estuve dieciséis años, ya me la
conocía de memoria, y después ocho años en la parroquia de La Santa Cruz en Barranco,
dos años de párroco en Santa Rosa de Lima en Lince, y el Papa santo san Juan
Pablo II me llamó a ser obispo castrense, cuidar del soldado de mi patria, del
policía, que tanto necesitamos,
todos queremos vivir en paz, en democracia, en libertad, necesitamos que nos
cuiden, que nos den seguridad, y en esos once años de obispo militar que
recorría toda la patria, aprendí la peruanidad, que los peruanos somos
hermanos, y que no puede haber esos distingos de la geografía, de las
ideologías, que tenemos que construir una patria, patria es la herencia de
nuestros padres, y ellos nos lo dejaron, un Perú en paz.
Desde
este Ayacucho que es Santuario de la Peruanidad, invito a todos, en el lugar
donde están, a que se alejen los odios, los rencores, que sepamos perdonar, que
sepamos ser solidarios, y preocuparnos por el pobre, por el que el mundo
margina. Y después el Papa Benedicto XVI me trajo a Ayacucho, y yo pensé, como
estamos más alto, estamos más cerca del cielo, es verdad, Ayacucho en todos
nuestros Andes nos hacen estar cerca del cielo. Cuántas cosas hermosas en
nuestros trabajos, que hoy las agradezco, por eso el jubileo es un día de
gracias, al Señor, que me llamó a la vida, que me llamó a la fe, me llamó al
sacerdocio, y el lugar de la gratitud es el Altar, por eso esta celebración se
llama, Eucaristía, en la voz griega, la mejor acción de gracias, lo más grande
que puede hacer el corazón del discípulo es amar a Jesús, es seguir su
Evangelio de vida, de paz, de concordia, de amor.
Cuánto
tenemos que encomendar, y por eso, agradezco a todos los que me acompañan de
manera presencial y también virtual, ahora con esto de que soy obispo digital
puedo llegar a tantos lugares, aunque no más me he quedado en el WhatsApp, no
sé mucho de esas cosas, pero, gracias a la técnica moderna… que el Señor nos
bendiga. Es un día de misión, y esto quiero recordar, el Señor nos llamó a ser
ministros de su Iglesia, presentar su Evangelio, celebrar los sacramentos,
trabajar llevando la paz a todos.
Y hay un
detalle, que a pesar de mis negligencias y de mis pecados, porque somos
pecadores, estoy celebrando con la casulla de mi ordenación… me la regalaron
las Concepcionistas, la Madre Clara, ojalá estarán viendo la celebración,
estará fatigada con los años, pero es una buena religiosa de clausura, muy
vinculada a Santa Clara de Huamanga, ella me hizo esta casulla que para esa
época era de moda, lo cual indica que a pesar de mis fallas he querido ser
fiel, y que esta sea mi mortaja. Y otro detalle -a veces les gusta a nuestros
fieles los cuentitos, ¿no?, qué hace el sacerdote-. Hay un detalle muy bonito,
voy a celebrar la misa con el cáliz con el que jugaba a decir misa en mi casa.
No me acuerdo bien, no me acuerdo si era cuarto o quinto de primaria, pero, en
una tienda de antigüedades, frente al colegio Mercedes en la calle Santo Tomás,
a la espalda del colegio, fui y compré con mis propinas un cáliz, que tuve la
dicha de que me lo consagrara el santo obispo Germán Schmitz, porque yo estaba
de diácono en Barranco y él era el responsable de esa parroquia. Con esos dos
gestos estoy invitando a que seamos fieles, y que ojalá muchos niños, en lugar
de jugar a la guerra, jueguen a decir misa. Cuando un pariente mío se enteró
que yo hacía misa me deshonró y me turbó muchísimo, tanto que al día siguiente
fe a buscar al profesor, los padres monfortianos, iban a confesarnos al
colegio, y al padre Amado Prisco le dije, padre, confiéseme -qué ha pasado-
mire, yo juego a decir misa y un familiar se ha asombrado y es que cómo hago
esas cosas, y, ¿saben cuál fue la respuesta? Yo también jugaba, sigue
celebrando misas.
Que
acompañemos a los niños, a los jóvenes, y por eso los invito a ustedes, no
tengan miedo, sigan a Jesús. Yo hoy día hecho la red, queridos padres de
familia, animen a sus hijos, no es una profesión, es un estilo de vida, no es
una renuncia, es una entrega, a Jesús y a la Iglesia. Que el Señor nos bendiga.
Nos ha
pedido la Comisión para el Clero, en Roma, que en las parroquias haya un grupo
de apostolado vocacional, bonito, porque coincide con el programa que hemos
hecho este año del Jubileo Vocacional. Ojalá que en todas las parroquias se
establezca un grupo vocacional, con religiosas, con laicos, que animen a muchos
jóvenes, que sintonicen con nuestro Seminario, que nos sintamos todos
responsables de esta tarea de ser portavoces de la llamada de Jesús.
Cuántas
veces en los pueblos, he estado en Acocro hace poco, padre, mándenos un
sacerdote, pero no los tengo en la manga, los sacerdotes hay que educarlos.
Cuántos de sus hijos me han mandado al seminario… ahora la pelota está en la
cancha de ustedes, tienen que preocuparse en las parroquias y por eso la
oración de los jueves, en todas nuestras parroquias este año por las
vocaciones, especialmente mis queridas contemplativas. Qué bonito que han
venido de Huanta, de Huamanga, de Santa Teresa, son ellas, como decía la santa
madre, la mejor oración que hago cuando rezo por los sacerdotes. Que ustedes
también repitan esa máxima de santa Teresa: la mejor oración que hago, cuando
rezo por los sacerdotes. Gracias.
†
DOMINGO DE PENTECOSTÉS 28 DE MAYO DE 2023: Homilía
de la Solemne Eucaristía de las Bodas de Oro Sacerdotales, Catedral de Lima, 5:00
p.m.
Muy
queridos hermanos, en el lenguaje de los niños estamos de cumpleaños, hoy es el
día de la Iglesia, esa Iglesia que nace en la cruz gloriosa, esa Iglesia que se
vive en Pentecostés, y María está cuando nace, cuando recibe el testamento del
Calvario y cuando acompaña a los primeros apóstoles. Un día en el que la
tradición judía era la cosecha, también para nosotros hoy es el trabajo de todo
el año, de toda una vida, que hemos querido hacer presente este Evangelio que
nos trae Jesús: el perdón y la paz. Para eso está el sacerdote, para arrancar
del corazón humano ese pecado que nos entristece y nos divide, para dar la paz
y que todos vivamos el mandamiento del Señor. En esto reconocerán que somos
discípulos, si nos amamos como hermanos.
Estamos
celebrando un Jubileo, y el lenguaje bíblico, Levítico 25, el año jubilar, los
cincuenta años, con el cuerno del animal se anunciaba un tiempo de gracia de
bendición. Y hay tres características en el Jubileo, decirle gracias a Dios,
reflexionar en nuestra vida y asumir nuevas tareas. Hoy día, con todos ustedes,
agradeciendo el cariño y la acogida de mi hermano monseñor Carlos, en esta
Iglesia Primada, y emocionado con las palabras del Señor Nuncio, que nos da el
mensaje del Papa Francisco. Agradecerle a Dios el don de la vida, que me llamó
a la existencia en este mundo inmenso y bello que tenemos que cuidar, pero que,
sobre todo, me llamó a la fe, a seguir el camino de Jesús, gracias al amor de
mis padres y a su preocupación por conocer al maestro, por vivir el Evangelio
de la esperanza.
Cuántos
motivos de gratitud, y por eso el lugar privilegiado de la acción de gracias se
llama eucaristía, el altar; la voz griega, la mejor acción de gracias, lo más
grande que hay en el corazón del discípulo, reconocer la gloria de Dios, vivir
como hermanos.
Cuánto
tenemos que agradecer a tantas personas que nos han acompañado en el camino. Y
para mí es significativo el Día de Pentecostés, que quería yo ordenarme ese
día, y el cardenal tan querido y recordado Juan Landázuri, ayer recé en su
tumba, me llamó el diecinueve de marzo a su despacho, porque el obispo es el
que decide la vocación, y me dice he recibido tu carta en la que me pides la
ordenación y con gusto te voy a ordenar el trece de mayo, día de la Virgen de
Fátima, y le digo, Eminencia, pero es el segundo domingo de mayo, Día de la
Madre, ordéneme en Pentecostés, vamos a adelantarlo una semana, el seis de
mayo, aniversario de la canonización de san Martín de Porres, pero yo,
Eminencia, quisiera Pentecostés, ¡se te ha metido Pentecostés, y yo te aseguro
que el día que te ordene tiene el Espíritu Santo! Y fíjense, celebro mis bodas
de oro en el día de Pentecostés, agradeciendo a Dios el don de la fe.
¡Cuánta
gente me ha acompañado! Yo tengo que agradecer. En la mañana estuve con emoción
en mi parroquia, en San Marcelo, y me acerqué a la fuente bautismal y renové mi
fe y la besé, porque ahí me hizo Jesús hijo de Dios. Y en el barrio nos
conocían y crecíamos en la fe; hoy día hay pocos vecinos, porque todo es
comercial. Agradecer a la escuela de La Salle, cómo se preocupaban de nosotros,
de una sólida formación humanista, pero sobre todo en la sensibilidad social,
preocuparnos por los otros.
Agradecer
a mis formadores en Santo Toribio, en ese tiempo los Misioneros del Espíritu
Santo, que con tanto cariño trabajaron cincuenta años y nos enseñaron a
acompañar, a escuchar, a dar testimonio de paz, de amistad. Cómo no agradecer a
mis parroquias San Miguel, la Virgen del Carmen, que me enseñó a hacer párroco,
porque ahí llegué de joven, muchos de ellos me acompañan, y después me tocó
trabajar en Barranco, bajo la Santísima Cruz, esa cruz que se venera también en
el Señor de los Milagros. Y después me tocó trabajar en la parroquia Santa Rosa
de Lince, donde aprendí el trabajo escolar, porque allí nació el primer colegio
parroquial del Perú; me faltaba conocer esa técnica de la educación. Cuántos
signos en mi vida que agradezco. Y, sobre todo, al seminario que me formó, y
que hace veinticinco años celebré mis bodas de plata en Santo Toribio.
Y el Papa
san Juan Pablo II me llamó a servir al soldado, al policía de mi patria, y
recorrí once años el territorio nacional. Cómo me encontraba con ustedes, que
me enseñaron la peruanidad. Todos queremos libertad, todos queremos democracia,
pero ustedes nos dan seguridad, nos dan caminos de paz y entendimiento.
Agradezco al ministro de Defensa su cercanía, al jefe del Comando Conjunto, que
me enseñó lo que era la artillería, y a nuestro dilecto comandante General que
cuida de nuestro ejército, y a quienes representan a nuestras fuerzas aéreas y
a nuestra Policía Nacional, gracias por su cariño y por su entrega.
Pero el
Papa Benedicto me llevó a los Andes, para estar más cerca del cielo, y ahí estoy
como arzobispo, que conozco tanto esa zona que vivió las horas del terror, de
la pobreza, es un pueblo que sufre, pero que tiene fe. Por eso la Semana Santa,
por eso cuando recorro los Andes vengo con tanta fortaleza y consuelo, porque
confían en esa cruz de Jesús, que nos abrió el cielo, que nos abrazó para ser
hermanos, porque el Adán de la soberbia lo había cerrado, y el Caín de la
envidia había fomentado los odios. Cuántas cosas en mi vida tengo que
agradecer. Pero también el jubileo es reflexión, en primer lugar para mí,
seguir en fidelidad este llamado del Señor, y decirles a todos, la urgencia de
la vida sacerdotal, no somos una especie que se extingue, al contrario, es mas
urgente el trabajo sacerdotal, para que nos enseñen el camino, porque el destino
del hombre es el cielo, aunque nos perdemos en nuestro idealismo material,
porque tenemos que vivir como hermanos, hoy más que nunca urge la tarea del
sacerdote que proclama la palabra de Jesús, que convierte el corazón y
transforma el mundo, que celebra los sacramentos, los signos de la presencia de
Dios, y que es el hermano, el padre, el amigo, que está para cuidar a sus
hermanos. Mis sobrinas, a las que quiero tanto, me dicen siempre “tío curita,
tío cura”, y me gusta que me digan cura, porque hay algunos que lo hacen con
tono despectivo, pero cura, en el buen latín, es el que cuida y para eso está
el sacerdote, para cuidar, para dar la paz, el perdón, para trabajar por los
demás.
Hay que
animarnos mucho, y por eso hoy día también pienso en las vocaciones. He venido
con un anzuelo, he venido con una red, jóvenes no tengan miedo. Yo muy joven
entré al seminario, terminando el colegio, a los dieciséis años, y no me pesa,
nunca he tenido una hora de tristeza, de abandono, el Señor nos acompaña, nos fortalece.
No tengan miedo, jóvenes, apuesten por Jesús, amen a la Iglesia.
Todo
jubileo es acción de gracias, es reflexión, es misión. Hay que trabajar más por
las vocaciones. Hay que trabajar más. Y el primer semillero, el primer
seminario de la vocación es la familia. Hay tanta desunión en los hogares y por
eso se descuida mucho la formación, el crecimiento, los ideales religiosos. Qué
importante la vida de familia. Y les voy a dar una confesión, no la comenten
mucho, voy a celebrar la misa con el cáliz que compré en un anticuario en la
calle Santo Tomás a la espalda del Congreso, estaría en cuarto o en quinto de
primaria, y lo compré porque me gustaba jugar a celebrar la misa. Y las monjas
capuchinas, que les mandan un regalo a los sacerdotes hoy día, me mandaban los
recortes de hostias, mi papá era médico de ellas, me mandaban los recortes,
ahora cuando voy, les limosneo las hostias para decir las misas de verdad.
Y un día
un familiar indignado me dijo, cómo estás jugando con esas cosas santas, con
esas cosas de Dios, y me turbó. Al día siguiente tempranito fui al padre Amado
Prisco, monfortiano, que iba a confesarnos al colegio, fui y le dije, padre,
confiéseme, ¡qué ha pasado! No, sino que yo juego a decir la misa y una persona
me ha rezongado que cómo hago esas cosas, y me dijo, te felicito, porque yo
también de chico jugaba a decir misa, y me dio una gran paz. Hace ya unos años
fui hasta Nápoles para agradecer a ese sacerdote que me entendió, que hay que
jugar a decir la misa y no a todas estas basuras que nos mete el internet, a
todas esas desorientaciones que provocan odios y violencias. Trabajemos por las
vocaciones, en el santuario del hogar, en la vida de la escuela, en las
comunidades parroquiales. Ese es un gran compromiso que tenemos que asumir.
Por eso,
al final de la misa, les van a dar seis catequesis, para que las hagan en sus
familias, en sus colegios, porque la fiesta tiene que seguir, no solamente es
ahora, es una misión, una tarea, un envío. Quieran mucho al seminario. La
limosna de hoy día la vamos a ofrecer por las vocaciones, por el seminario de
Santo Toribio, donde yo me formé, que agradezco tanto, y por el seminario de
San Cristóbal en Ayacucho. Trabajemos, también, colaborando con las vocaciones.
Y por eso, el cardenal encargado del Clero, hace unos días nos ha dado una
tarea, procuremos que en todas las parroquias haya equipos vocacionales, los
laicos, las religiosas, sacerdotes, que promuevan esa vida apostólica, que
acompañen a las vocaciones. Los curas no caemos del cielo, nacemos en una
familia y somos acompañados por la Iglesia, y nos ha puesto también, como el
primer responsable el obispo, así que, ayúdenme para que pueda cumplir esa
tarea.
Les
agradezco su cariño, su oración. No se olviden, el jubileo es acción de
gracias, reflexión, meditación, y nueva tarea. Que el Señor nos bendiga a
todos. Que así sea.

P.A
García