viernes, 4 de agosto de 2023

Lectura de “La tía Tula” de Miguel de Unamuno

“SORORIDAD”


     Miguel de Unamuno (1864-1936), un interesante filologo, filósofo y escritor español, publicó en 1921 su novela “La tía Tula” que había escrito en 1907, en la que narró la interesante historia de una mujer muy adelantaba para su época, a quienes algunos le han catalogado como “la mujer quijotesca” por lo brillante de su temperamento, aunque a la par sacrificada e incomprendida.

     Desde el prólogo de la obra Unamuno deja claro por dónde quiere guiar su novela, y lo hace planteando lo que para él sería una “sutileza de lingüista y filólogo”, al diseñar la siguiente observación (que a mí me parece de especial belleza): “así como tenemos la palabra paternal y paternidad que derivan de pater, padre, y maternal y maternidad, de mater, madre, y no es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad, es extraño que junto a fraternal y fraternidad, de frater, hermano, no tengamos sororal y sororidad, de soror, hermana.”; dando introducción de esta manera al gran tema que versará en la novela, la abnegada entrega y amor incondicional de una hermana, de las mujeres en general.

     Podría parecer insultante, o tal vez no, catalogar a Unamuno como escritor feminista, sobre todo por el concepto mismo del feminismo que está actualmente tan embrollado, pues ya no es lo que se quiso cuando fue concebido en principio como una “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres.” Unamuno podría ser feminista en cuanto al justo reconocimiento del valor de la mujer en la sociedad, pues plantea en la tía Tula el pilar fundamental sobre el cual se forjaría la vida familiar de su hermana menor, cuando esta se casó y tuvo hijos.

     La tía Tula, cuyo nombre es Gertrudis, en un perfecto ejercicio sororal, no quiso tener vida propia, sino que la suya fue en favor de los demás, aunque sirviendo incondicionalmente a su hermana y cuñado en la crianza de los sobrinos, la tía Tula supo darse el lugar más importante en el hogar, pues todo giraba en torno a su palabra, y sus opiniones eran la ley por la que todos se regían. Hay un ligero límite entre el servicio y el poder, y la tía Tula demuestra que quien sirve es el mayor de todos, y a su vez, ese liderazgo es motivo de decepciones e injusticias.

     Tal era la originalidad y el coraje de Gertrudis que ni su mismo tío, sacerdote de oficio, tenía el valor de contrariarla y le guardaba muchísimo respeto pues su razonar era, en la mayoría de las veces, inequívoco y eficiente; aunque la misma Tula reconociera -según Unamuno- que su formación se debía en gran parte a la figura paternal de su tío cura don Primitivo.

     Ramiro es un personaje muy curioso en toda esta historia. Es el marido de Rosa, la hermana de Gertrudis. Tiene un carácter mutable o inexistente, pues lo vemos en toda la novela sin mayor protagonismo, sin rastros de “machismo”, mas bien sumiso totalmente a su mujer y cuñada. Pero, ¿por qué?, Unamuno cambia los paradigmas de la época y reduce el papel del marido a solo engendrar hijos y lo deja al borde de la inutilidad e incapacidad frente a la empresa familiar. Ahora bien, ¿será que los hombres no sirven para levantar a una familia como lo hace una mujer?, o tal vez será que la mujer nunca le ha dado la oportunidad de desenvolverse en lo que cualquier persona puede hacer (a excepción de amamantar a un bebé) …

Breve aspecto religioso de la novela

     Unamuno se valió de los pensamientos de Ramiro para confesarse religiosamente con sus lectores, ya que apunta, reflexionando sobre el amor: “Los más cantores amatorios saben de amor lo que de oración los mascullajaulatorias, traganovenas y engullerosarios. No, la oración no es tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma y viviendo en Dios. Oración ha de ser el comer, y el beber, y el pasearse, y el jugar, y el leer, y el escribir, y el conversar, y hasta el dormir, y rezo todo, y nuestra vida un continuo y mudo «hágase tu voluntad», y un incesante «¡venga a nos el tu reino!», no ya pronunciados, más ni aun pensados siquiera, sino vividos.”

     Y, ¿quiénes son los mascullajaculatorias?, los que rezan oralmente entre dientes, pronunciando mal las palabras, hasta que ya no se logra entender nada de lo que dicen; ¿y los traganovenas?, tal vez serán los que creen que por repetir “Señor, Señor” se salvarán; y, finalmente, ¿quiénes son los engullerosarios?; serán estos últimos los que no ponen atención ni a lo que dicen ni cómo lo dicen ni teniendo presente el por qué.

     No creo que Unamuno esté condenando la oración comunitaria, sino más bien esta haciendo un llamado de atención para que la vida misma sea una continua oración. Que son necesarios los momentos de silencio o de adoración y alabanza frente al Santísimo Sacramento del Altar, pues sí que lo son, pero aunado a esto, testimonio cristiano, presencia de Dios, porque efectivamente en él vivimos, nos movemos y somos. Coram Deo.

   Las confesiones de Gertrudis con el cura del pueblo son casi una sesión psicológica, y lo digo porque la psique, es decir, el alma, es lo que se remueve cada vez que la mujer angustiada va conversar con el hombre espiritual. Hay una verdadera comunicación, entre ambos existe una mutua comprensión y es así como las interrogantes del cura remueven la conciencia y la estabilidad moral de la tía Tula. Ojalá y nuestras confesiones tuvieran el nivel de esta novela. (Hasta aquí el comentario de la parte religiosa).

     Esta novela corta, publicada por la editorial Planeta, de tapa dura y atrayente portada, y que compré por solo 10 soles, la leí en solo tres horas y la recomiendo a todos aquellos que deseen leer buena literatura para poder luego escribir algo más o menos soportable (como esto que yo mismo escribo).

   La tía Tula no murió virgen, pero sí supo que el matrimonio era cosa muy seria. No soportó ser amada, sino más bien quiso ella amar a los demás. Su legado permaneció en la familia de 5 sobrinos que hizo crecer al calor de su pecho. Murió satisfecha de haber logrado lo que se había propuesto. Aunque no convenció a la sociedad en la que le tocó vivir ni llenó las expectativas de la época (porque no se casó y vivió en la misma casa de un hombre primero casado y luego viudo), fue mujer plena y madre de verdad, pues llegó a la honorable conclusión de que padre o madre no es solo aquel que engendra, sino el que educa, el que dedica tiempo, el que está cuando debe estar y ama y corrige con paciencia y sin procrastinar.

     Tula es un buen reconocimiento de Miguel de Unamuno para todas aquellas mujeres que desgastan su vida en el complicado trabajo de sacar adelante a una familia. Aunque, deduciendo el relato general de Unamuno, era el hombre quien evidentemente aportaba lo económico para el sostenimiento material de la casa, pero esto es tan insignificante para Unamuno que ni siquiera se molesta en mencionarlo, porque aquí lo importante es la mujer, la madre, la hermana, la hija…

     Para finalizar transcribo un chat de WathsApp que me motivó a comprar la novela de Miguel de Unamuno y a leerla de una sola sentada. Saquen ustedes sus propias conclusiones:

Sandino Márquez: Imagínate las mamás (como la mía, como Isaura, como Laura la morocha) que fueron amas de casa toda su vida y que nunca percibieron nada por el trabajón que es llevar un hogar, sostener una casa, criar a unos hijos y además calarse a los maridos. Es un tema mi querido Pedro.

Pedro: Usted me perdona don, yo no sé filosofar. Interesante tema…

Sandino Márquez: Pedro, ¿tú recuerdas cómo trabajaba Laura en esa casa? Atendiendo gallinas, lavando ropa, atendiendo a Luis Gorila, que si llegaba Alfonso eso era como si hubiera llegado un general. ¡Coño!, esa vaina es trabajo, mucho trabajo, y trabajo sin quince y último.

Pedro: Perfectamente, como casi todas las amas de casa de nuestro pueblo, eso es realmente admirable.

Sandino Márquez: Claro, pero más allá de la visión romantizada de la entrega, el coraje, la abnegación de la madre campesina, la verdad es que eran y son mujeres sumamente explotadas.

Pedro: Somos una sociedad machista.

Sandino Márquez: Mamá nos atendía a nosotros, a dos hermanos torcidos, la casa, los perros, gatos y el resto del zoológico que había en la casa y además atendía el café, los cambures, el conuco, como un obrero.... Trabajaba doble. Excesivamente.

Pedro: Es cierto, y cómo pueden con todo a la vez.

Sandino Márquez: Y medio toche, porque entonces esas enormes brechas de desigualdad acabamos arropándolas con un discurso romántico, casi idealizado y dejamos bajo la mesa el meollo del asunto. Son vainas.

Pedro: Sí, aunque no se puede negar que "el amor todo lo soporta".

Sandino Márquez: Claro, es un ejercicio de amor, sumamente amoroso ese, pero también en nombre del amor se tapa que el papá de uno no fuera capaz ni de hervir agua para un café. Que tenían que atenderlos como si fueran emperadores romanos. Entonces uno dice ¡oh!, ¡qué maravillosa la mujer del campo, que da teta, ordeña las chivas, palea papa, cocina, ayuda en las tareas a los hijos y atiende la casa! Pero lo que subyace pues es una persona que se autoexplota, que está siendo maltratada por un compañero que no asume su rol y se queda simplemente como proveedor y ya. Mucho de eso hay que erradicarlo, incluso desde el discurso. Ustedes en la Iglesia tienen mucho trabajo en esa materia, tanto en la revisión de su historia, en qué han contribuido en la conformación de la sociedad actual, etc., hasta planteamientos para su superación, que es lo más importante. Creo que ahí el compa Francisco es un aliado para por lo menos detenerse a pensar esas cosas.

Pedro: No es cuestión de acomodar por WhatsApp, pero sé y conozco que la Doctrina Social de la Iglesia ha abordado el tema con suficiente profundidad, solo que pasa como sucede con la mayoría de los textos, que se queda todo en papeles y no se lleva a la praxis.

Sandino Márquez: La he leído, y sí, hay un intento de resignificación antropológica, pero sí creo que es insuficiente. Además, Pedro, la mejor forma de predicar es el ejemplo.

Pedro: Esa esa la paideia divina. Por suerte tenemos la posibilidad de mejorar siempre...

P.A

García

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