jueves, 31 de agosto de 2023

Resumen de la Instrucción Donum Veritatis, sobre la vocación eclesial del teólogo

DONUM VERITATIS

         El presente trabajo elaborado a modo de resumen buscará responder, luego de la lectura del documento magisterial, las siguientes interrogantes: ¿Cuál es el argumento principal del texto y qué ideas lo sostienen? ¿Qué aporta el texto para profundizar mi comprensión del quehacer teológico? ¿Encuentro alguna limitación en el argumento del texto?

Un interés personal me motivó al estudio de este documento, la reciente muerte de su suscriptor, el papa Benedicto XVI, quien fungía como Prefecto de la “Congregación para la Doctrina de la Fe” -otrora “Santa Inquisición” y “Santo Oficio” y actualmente “Dicasterio para la Doctrina de la Fe”- para el 24 de marzo de 1990, fecha en la que se publicó este texto. La muerte de Joseph Ratzinger se ha convertido en particular en una oportunidad para revalorizar su aporte teológico a la Iglesia contemporánea, principalmente en el estudio de sus diversos textos magisteriales. Es posible pensar que esta Instrucción haya sido especialmente preparada por el cardenal Ratzinger en comunión con sus colaboradores y bajo la venia de san Juan Pablo II, sobre todo cuando, al conocer su título, “Donum Veritatis”, encontramos una directa referencia al lema del escudo episcopal -luego pontificio- que el mismo Ratzinger eligió, porque realmente se comportó como un “Cooperatores Veritatis”, como un cooperador de la Verdad.

Esta Instrucción ha de ser entendida no únicamente como un aporte del cardenal Ratzinger, sino del conjunto total del Magisterio de la Iglesia, tal y como lo deja claro el mismo documento al expresar que, también forman parte del Magisterio los documentos aprobados por el Romano Pontífice en materia de moral y costumbres, y este es un caso de ellos.

La Verdad, que es un don de Dios a su Iglesia, nos hace libres y la ignorancia nos esclaviza, comienza afirmándose en la introducción del documento, a la vez aseverando que el cristianismo es conocimiento y vida, verdad y existencia, porque busca entender la fe encarnada en la cotidianidad de la vida, y no separándola de ella como si fuesen antagónicas entre sí. Esta Verdad, sin embargo, nos sobrepasa, de ahí que la búsqueda de la comprensión de la fe, es decir, la teología, sea ciertamente una exigencia y obligación de la Iglesia, porque efectivamente el hombre es capaz de Dios, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica.

El quehacer teológico pasa por el riesgo de permanecer en la verdad en la novedad de los problemas de los hombres de cada época, pues ciertamente Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre, y bajo esta premisa se entiende que la fe deba superar las modas pasajeras y las corrientes de pensamientos que, aunque muy bien fundamentados, no guarden fidelidad a la tradición eclesial. Por su parte la teología en el Concilio Ecuménico Vaticano II contribuyó en la profundización de las cosas, aunque no sin crisis y tensión, esta misma Instrucción es producto de la realidad eclesial del postconcilio, donde se hizo necesario fijar claramente la postura que ha de ser acogida por todos en la obediencia a la fe recibida. Es esta instrucción una respuesta a una realidad concreta de los signos de los tiempos.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigió a los obispos de la Iglesia católica, y a través de ellos a los teólogos, esta Instrucción magisterial, para recordarles a ambos (obispos y teólogos) que la Verdad es un don de Dios a su pueblo, verdad que nos hace uno, porque la verdad busca la unidad de la fe, y es don de Dios a su pueblo, porque la totalidad de los fieles, que han recibido la unción del Espíritu Santo, no puede equivocarse cuando cree.

Hemos conocido al principio que esta Instrucción versa sobre “la vocación eclesial del teólogo”, pues bien, ¿cuál es en concreto esa vocación? El documento lo deja claro, el teólogo debe lograr, en comunión con el Magisterio, una profunda comprensión de la Palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la Iglesia; podríamos ahora precisar las palabras claves en las que se desarrollará todo el contenido siguiente: Teólogo, Magisterio, Palabra de Dios, Escritura y Tradición.

Hacer teología es ponerse de cara a Dios, que es amor, por eso el amor desea conocer cada vez más a quien ama, y el teólogo que busca a Dios en sus estudios, lo ha de encontrar al unir siempre la investigación científica y la oración. Sabemos que, por una parte, el estudio científico procura una actitud crítica, y esto es aceptable, pero no es admisible un espíritu crítico, que todo lo cuestiona, que todo pretende depurar, en este sentido, la teología como vocación exige un esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación, porque el teólogo no se sirve a sí mismo, sino a Dios y a los hermanos.

Donum Veritatis reconoce la capacidad que posee la razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a partir de lo creado, por eso se comprende que el teólogo recurra a la filosofía, a las ciencias históricas y humanas para ejercer su función, sin olvidar jamás que también es un miembro del pueblo de Dios, y que debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe, pues el mundo puede condicionar el pensamiento del teólogo y hacerle creer que su razonar es infalible.

La Iglesia, por su parte, pondera la libertad para hacer teología dentro de la misma Iglesia, no fuera de ella, con discusiones imparciales y objetivas, en constante diálogo fraterno, apertura y disposición de cambio de cara a las propias opiniones. Esta libertad de investigación se inscribe dentro de un saber racional cuyo objeto ha sido dado por la revelación, transmitida e interpretada en la Iglesia bajo la autoridad del Magisterio y acogida por la fe. Rechazar estos datos, que tienen valor de principio, equivaldría a dejar de hacer teología. Nuevamente vemos la importancia de la intrínseca unidad que posee la vocación teologal, como se precisó anteriormente: Teólogo, Magisterio, Palabra de Dios, Escritura y Tradición.

La concepción de que la Verdad es un don de Dios a su pueblo significa también que él mismo dio a su Iglesia -que es el pueblo de Dios-, por el don del Espíritu Santo, una participación de su propia infalibilidad, es decir, que en lo que el pueblo cree no hay error, no significa de ningún modo que la Iglesia sea una democracia en la que la verdad sea determinada por el voto de la mayoría, como afirmó el mismo Benedicto XVI, pues esta creencia del pueblo ciertamente ha de ir en armonía con el Magisterio, la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia, que son las fuentes de la Teología, aunque es cierto que se reserva solo a la autoridad del Magisterio la auténtica interpretación de la Verdad revelada por Dios.

Cristo mismo quiso encargar a hombres particulares, los apóstoles y sus sucesores, la misión de guardar, exponer y difundir la Palabra de Dios, este es el Magisterio, un elemento constitutivo de la Iglesia, y en este sentido, el servicio que el Magisterio presta a la verdad cristiana se realiza siempre en favor de todo el pueblo de Dios, llamado a ser introducido en la libertad de la verdad que Dios ha revelado en Cristo.

Entonces, ¿qué es el Magisterio y por qué es tan importante? A la reunión de los obispos en comunión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, en la comunión del Espíritu Santo se conoce como Magisterio, y tiene infalibilidad en temas de fe y costumbres, lo que significa que lo que dice es la Verdad o está inspirado en esa Verdad. En este sentido, el Magisterio entendido como colegio episcopal, y ahora en los tiempos modernos desde la óptica de la sinodalidad, puede proponer de modo definitivo enunciados que, aunque no estén contenidos en las verdades de fe, se encuentran sin embargo íntimamente ligados a ellas, de tal manera que el carácter definitivo de esas afirmaciones deriva, en último análisis, de la misma Revelación.

Esta Revelación, es sabido por la Iglesia, contiene enseñanzas morales que de por sí podrían ser conocidas por la razón natural, pero cuyo acceso se hace difícil por la condición del hombre pecador, de ahí que cobre valor la vocación del teólogo, que está llamado a proclamar la fe en la verdad. Donum Veritatis aclara una cuestión de suma importancia en los diálogos y disquisiciones teológicas de este siglo XXI, y es que las decisiones magisteriales en materia de disciplina, aunque no estén garantizadas por el carisma de la infalibilidad, no están desprovistas de la asistencia divina y requieren la adhesión de los fieles, verbigracia: el celibato sacerdotal.

Al Papa, en su papel de Padre y Pastor Universal, le ayuda el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y los documentos emitidos por este despacho de la Curia Romana son magisterio ordinario. Por su parte, en las iglesias particulares (patriarcados, arzobispados, obispados, prelaturas, vicariatos apostólicos, etc.), es el obispo es la autoridad para custodiar e interpretar la Palabra de Dios en comunión con el papa, comunión sin la cual no hay autenticidad. Las conferencias episcopales contribuyen al espíritu colegial con el Papa.

Tenemos hasta ahora, una distinción obvia entre la vocación del teólogo y el papel del Magisterio, de ambas se espera que exista una colaboración, la que se realiza especialmente cuando el teólogo recibe la misión canónica o el mandato de enseñar, es decir, la Iglesia autoriza canónicamente para que la vocación del teólogo pueda ser ejercida libremente en su razón de ser, a esto le conocemos como la “gracia de estado”.

Cuando el magisterio se pronuncia se exige adhesión de todos, sin embargo, puede que algunos documentos magisteriales tengan carencias, lo que no significa una relativización de los enunciados de la fe, pues solamente el tiempo ha permitido hacer un discernimiento y, después de serios estudios, lograr un verdadero progreso doctrinal.

Es normal que entre el teólogo y el Magisterio surjan algunas tensiones, esto ha de representar un factor de dinamismo y un estímulo que incita al Magisterio y a los teólogos a cumplir sus respectivas funciones practicando el diálogo. Por su parte el teólogo nunca debe presentar sus opiniones o sus hipótesis divergentes como si se tratara de conclusiones indiscutibles, y ha de renunciar a una intempestiva expresión pública de ellas. En definitiva, el teólogo debe ser humilde aun cuando no esté convencido de las enseñanzas magisteriales, y ha de cultivar una disponibilidad a acoger lealmente la enseñanza del Magisterio, que se impone a todo creyente en nombre de la obediencia de fe. Lo que refute el teólogo debe hacerlo con caridad, acudiendo a la autoridad y no a los medios de comunicación.

Finalmente, Donum Veritatis exhorta a evitar una especie de “magisterio paralelo” de los teólogos, en oposición y rivalidad con el magisterio auténtico, esto es lo que se conoce como el “disenso” que en ocasiones apela a una argumentación sociológica, según la cual la opinión de un gran número de cristianos constituiría una expresión directa y adecuada del sentido sobrenatural de la fe; el creyente en cambio puede tener opiniones erróneas, porque no todos sus pensamientos proceden de la fe. La libertad del acto de fe no justifica el derecho al disenso y el recurso al argumento del deber de seguir la propia conciencia no puede legitimarlo. El teólogo, para evitar estas tentaciones, está invitado a formar la conciencia rectamente.

Concluye la Instrucción proponiendo la figura de la Bienaventurada Virgen María como modelo de la Iglesia en su adhesión inmediata y sin vacilaciones a la Palabra de Dios, y ciertamente ella nos enseña a meditar y contemplar esas cosas en el corazón, pues Dios se revela a los humildes y sencillos y a quienes acojan con total disposición su mensaje de amor.

La Instrucción Donum Veritatis es, a mi modo de ver, un documento muy sólido y directo en sus proposiciones. Expresa lo que quiere transmitir de un modo diáfano para que sus destinatarios, los teólogos, se sientan aludidos a transmitir la fe con la misma sencillez y lenguaje que a todos pueda llegar, pues así mismo lo hizo Jesucristo, el Señor.

Me quedo con lo que pude corroborar a lo largo del estudio de este documento, que la vocación del teólogo pasa por la comunión con el Magisterio de la Iglesia, en la fidelidad a la verdad revelada y contenida en la Palabra de Dios y las Escrituras inspiradas y conservaba tal y como la Tradición viva de la Iglesia la ha mantenido durante dos milenios, en constante actitud de oración y buscando el testimonio y la santificación de la propia vida y la de los demás, pues el teólogo se debe al pueblo de Dios, al que debe respetar y evitarle, con la sana doctrina, los errores que le lleven a la perdición.

Personalmente no encuentro limitaciones en los argumentos propuestos por la Instrucción, mas bien una hermosa novedad e inspiración que me anima a seguir adelante en mis estudios teológicos, para hacerlos desde el sentir eclesial, sintiéndome parte del pueblo de Dios, en cuya creencia se manifiesta el don de la Verdad, y sin la cual no podría haber una teología recta y veraz.

Pedro Andrés García Barillas

P.D. Agradezco enormemente este primer curso de Introducción y método teológico dictado por el profesor Rolando Iberico Ruiz, pues en él pude encontrar las respuestas necesarias a los temas que me interesaban, y a su vez profundizar en los cuestionamientos que, estoy seguro, podré dar contestación en lo sucesivo de los estudios de esta Diplomatura en Teología.

P.A

García

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