“MI
PRIMER BAUTIZO”
El 30 de
agosto es la festividad litúrgica de Santa Rosa de Lima en el Perú, y es día
feriado no laborable, por lo que no asistí a la oficina del Arzobispado de Ayacucho
para cumplir con mis funciones administrativas en esa entidad religiosa.
Este día
asistí temprano a la parroquia Santa Rosa de Lima en la avenida Arenales de la
ciudad de Ayacucho, para cumplir con lo que me había comprometido; y es que
días antes me habían pedido el favor de salir a dos pequeñas comunidades que
pertenecen a la jurisdicción eclesiástica para hacer la Celebración de la Palabra.
Aunque la parroquia tenga tres sacerdotes para la atención pastoral, este día
no podían salir, pues con motivo de la fiesta patronal, debían acompañar al
celebrante principal del día, el señor arzobispo metropolitano.
En los
preparativos para salir me informaron que, como de costumbre, debía llevar la
reserva del Santísimo Sacramento, pero además me entregaron el Ritual de los
Sacramentos y los santos óleos, a saber, el de los catecúmenos y el santo
crisma, pues en una de las localidades que nos esperaban se debía celebrar un
bautismo. Yo quedé extrañado, pues no se me notificó con tiempo, para al menos
prepararme “litúrgicamente”, es decir, para echar un vistazo al rito de este sacramento
para poder celebrarlo o “administrarlo” según la tradición de la Iglesia y las
rúbricas de rigor. Así que, sin previo aviso, salimos en la camioneta de la
parroquia. Manejaba un ministro extraordinario de la Eucaristía, quien además ejecuta
el piano y canta las celebraciones; él en compañía de su mamá y yo de la mía.
El viaje
no era tan largo para la primera comunidad, por lo que llegamos en al menos 30
minutos. Un pequeño caserío en las afueras de San Juan de la Frontera, una
localidad que lleva el mismo nombre con el que fue fundada la actual Ayacucho por
los españoles. En este lugar nos dieron mondongo y luego sí se realizó la
celebración en honor a la santa peruana. Asistencia reducida y en un lugar
incómodo, a plena calle, pues no hay templo católico. Yo bajo un techo donde se
ubicó un improvisado altar, y la feligresía en la calle bajo el sol y a merced
de cuanta distracción existiese a causa de los viandantes.
Particularmente
no me agradan mucho los espacios abiertos para las celebraciones, porque la
gente se distrae, incluso uno mismo puede empezar a fijarse en cosas externas y
perder el sentido de lo que se está haciendo. No sucede lo mismo, por ejemplo,
en un campo abierto en medio de la naturaleza, donde se sabe que estamos solo
los que estamos y no habrá mayor distracción que la de la misma creación de
Dios que no es en sí distracción sino, por el contrario, un buen medio para
conectar con el Creador.
Esta primera
celebración fue sencilla, comulgaron muy pocos, al final las fotos de rigor que
evidenciaran históricamente que el evento se había llevado a cabo, y por
supuesto, la gente merece tener un registro gráfico de la talla del “padrecito”
que en la mayoría de las veces preguntan de dónde es y comprenden que se trata
de un extranjero de mal supuesta nacionalidad española o norteamericana. Hay quien
ha pensado en voz alta y se ha dejado escuchar un “pero si es que habla español”,
como haciendo alusión a que no comparta la misma herramienta idiomática. Y la
dificultad está es en el quechua, no por ellos, sino por mí.
Salimos para
la otra comunidad, un poco más alejada, de nombre Pucuhuilca. De inmediato
sentí curiosidad por saber el significado etimológico de esta toponimia, por lo
que la consulté con el chofer que es nativo quechuahablante.
Viene de la quechuanización del castellano “poco”, es decir, “pucu”, y “huilca”
significa “nietos”, por lo que comprendí que nos dirigíamos al pueblo de los “Pocos
Nietos”, lugar en el que ya había hecho una Celebración de la Palabra en el
cementerio local.
Llegados al
pequeño pueblo, que sí cuenta con capilla, dejamos el Santísimo Sacramento en
el altar y luego salimos invitados a desayunar, donde nuevamente recibimos un
palto de mondongo, que no se puede negar bajo ninguna justificación, “para no
desairar a las personas”. El ambiente era festivo, a los alrededores de lo que
en el futuro puede ser la plaza del pueblo, habían carpas de comercio ocasional,
y en una esquina una tarima de buenas proporciones donde parece se estaban
presentando grupos musicales durante las noches anteriores y quien sabe hasta qué
día se prolongaría esta “fiesta patronal” en honor a Santa Rosa de Lima de
Pucuhuilca.
Con los mayordomos
en sus lugares y todo listo para la celebración de la Palabra, se dio inicio
con el canto de entrada. Aquella capilla es pequeña, dentro de la cual no cabrían
más de 40 personas, por eso estaba “abarrotada de gente”. Luego de la reflexión
de la Palabra de Dios y haciendo énfasis en la santa del día, se dio lugar el
bautismo.
Siempre he
enseñado y predicado que “en caso de necesidad” cualquier persona puede
bautizar, incluso un no cristiano, pero jamás pensé que me tocaría a mí
semejante responsabilidad sin ser sacerdote. Las razones pastorales que me
llevaron a obedecer en este encargo quedan en la conciencia del párroco que me
autorizó, yo solo obedecí con filial sumisión, pues anteriormente ya me había
negado ante una propuesta pasada. Esta vez era diferente, esta vez no pude
decir que no, principalmente porque no me dijeron con tiempo y ya todo estaba
organizado de esa manera.
Recordé a
un compañero de seminario, ahora ya felizmente sacerdote, a quien le “obligaron”
prácticamente a bautizar a 16 niños en una iglesia casi catedral de una ciudad
importante. Las fotos no tardaron en llegar al rector del seminario y fueron
días angustiantes para aquel joven, porque incluso se manejó la posibilidad de
la expulsión del seminario, por incurrir en tan evidente falta, pero todo
finalmente se aclaró, ya que el sacerdote “i-responsable” asumió la defensa y el
percance pudo superarse, para alivios de todos.
“Julianita
Yandí, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.”
Las cámaras fotográficas encima de nosotros, la niña ya grandecita no lloró por
razones obvias, el agua bendita fue derramada directamente de mi mano derecha,
pues no había otro objeto más digno para esto. ¿Nervios? No. ¿Confusión? Sí, un
poco. Como ya he dicho, jamás imaginé que yo pudiera agregar a esta criatura en
el libro de los hijos de Dios por la gracia del bautismo sin aún ser sacerdote.
De regreso,
y en el silencio de mi interior, busqué una explicación a lo sucedido, y la obtuve
en la serenidad y con la certeza de saber que, en este día, 30 de agosto, Santa
Rosa de Lima me estaba indicando que debo seguir esforzándome por ser cada día
mejor y responder con generosidad y radicalidad al llamado sobrenatural que
Dios me ha hecho en ser pescador de hombres.
P.A
García
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