martes, 26 de septiembre de 2023

La teología del humor

“DIOS ES ALEGRÍA”

La autora francesa Laurence Devillairs, en su artículo Le christianisme n´est pas un puritanisme, Études 420 (2014) páginas 53-62, introduce el tema del humor en la fe aseverando que su presencia en la espiritualidad “sigue siendo la mejor protección contra cierto puritanismo”, el mismo que se inclina a pensar que la vivencia cristiana es una mera ascesis y renuncia a los placeres, y en este sentido es bastante común entre los creyentes pensar que el seguimiento de Cristo solo es posible plenamente en el sufrimiento, en el Vía Crucis, mas no en los momentos de dicha y alegría, como si el Señor no los hubiese tenido, y así lo presume también Laurence, cuando afirma que “son muchos los que en el pasado defendieron la famosa tesis de que Cristo no habría reído nunca.”

Devillairs fundamenta su postura citando la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, en la que se trazan con sentido diáfano las líneas por las que se guiará su discurso, sobre todo al dejar claro que, aquellos que no toleran ninguna broma o ningún juego sano o moderado, son los viciosos, y, ayudándose de Aristóteles, los llama “penosos y malos alumnos”, pues, ciertamente, una postura rígida e inamovible es contraria al dinamismo que debe caracterizar a los cristianos, ya que en realidad somos templos del Espíritu Santo, el impulsor de nuestras vidas. Ya desde las primeras páginas del Génesis se nos dice que “el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas” (Gn 1, 2), y es ese movimiento el origen del dinamismo de los hijos de Dios, porque en cada momento y circunstancia “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).

El artículo estudiado centra su idea en la alegría o gozo como don del Espíritu Santo, y efectivamente lo es, en cuanto a que este gozo “nace de la Caridad, y consiste en la complacencia que se consigue al ver que Dios y sus obras son tan buenos y perfectos[1]”, pues esta es la invitación de san Pablo, cuando insiste a los cristianos de Filipos: “Alégrense siempre en el Señor; de nuevo se los digo: alégrense” (Flp 4, 4), y esta invitación la engloba y transmite el actual magisterio del Santo Padre Francisco, pues al publicar su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium nos invitó a todos a llenarnos de la alegría que nace del encuentro con Jesús para caminar con la Iglesia en una nueva etapa evangelizadora, marcada no por la tristeza, el pecado o el vacío interior, sino por la alegría, (Cf. N° 1), la misma que nos hace libres, dóciles, capaces de reír, de bromear. No sería contradictorio pensar que el Papa nos está invitando a tener “buen humor”, pues él mismo lo tiene.

“Hay que ser feliz para creer y no solamente creer para encontrar la felicidad”, nos dice Laurence, dando paso a la perspectiva cristiana de la vida planteada por san Pablo en la enumeración que hace de los frutos del Espíritu Santo, en los que volvemos a encontrar la alegría, seguida por la paciencia y la amabilidad, hasta el dominio propio (Ga 5, 22-23) siendo este último un factor determinante a la hora de llevar la vida con un poco de humor, con esa capacidad de saber comprender a los demás, sin tomarnos todo al pie de la letra, pues, ciertamente, “el cristianismo no es un puritanismo”, y la actitud del puritanismo apunta precisamente a eso, a una “ascesis culpabilizadora y de aire grave” donde se pretende conjugar “la fe y el rechazo de cualquier forma de placer”, y nada más alejado de la voluntad de Dios que esto.

Entonces, ¿cómo sería viable vivir una vida sin humor, sin alegría, sin permitirnos sonreír? Devillairs plantea que “debería ser posible practicar las cosas serias de la fe con la inteligencia del humor”, y en esto son maestros los santos, quienes fueron amigos de Jesús y comprendieron la sonrisa de Dios y a su vez la transmitieron a los de su época. Es común en nuestros días escuchar en la predicación de los pastores que “un santo triste es un triste santo”, por lo que ahora nos resulta familiar observar un rostro sonriente en la estampa de un santo; ya no podemos imaginar la santidad sin buen humor.

En este sentido, el humor, según el constructo social, puede ser entendido como la facultad que “provoca un divertimento agradablemente analítico, la capacidad inmediata de experimentar ese divertimento”[2], notemos cómo en el adjetivo “analítico” se deja por fuera toda posible superficialidad o ligereza del humor y la alegría, pues, ciertamente quien vive feliz tiene razones para estarlo, y la razón va unida a la inteligencia, don y capacidad que Dios nos ha otorgado para que comprendamos la verdad de las cosas.

Ya en el libro del Eclesiastés se nos orienta sobre el buen humor, cuando leemos: “Alégrate, mozo, en tu juventud, ten buen humor en tus años mozos…”, y más adelante “aparta el mal humor de tu pecho y aleja el sufrimiento de tu carne…” (Cf. Ec 11, 9-10), esta exhortación de la sabiduría divina es casi un imperativo categórico en la manera de desenvolvernos para dar gloria a nuestro Dios, pues ciertamente, aquella alegría que nosotros transmitamos dará testimonio de la gracia que se nos ha sido dada. Tiene sentido etimológico, entonces, decir de una persona que es “agraciada” cuando tiene buen humor, y, por el contrario, la desgraciada sería la que vive en amargura y la rigidez de ánimo.

Amparados en las parábolas y ejemplos propuestos por Cristo en los evangelios podemos pensar que él mismo gozaba de un buen sentido del humor, orientado este hacia la sana ironía al proponer situaciones en las que la realidad de las cosas se presentaba soslayada de índole chistosa. Pensemos, por ejemplo, en el episodio de la lámpara que nadie enciende para ponerla debajo del celemín (Cf. Mt 5, 15), reforzando lo lógico del asunto; o cuando llama a los fariseos “lobos disfrazados de oveja” (Cf. Mt 7, 15), pudiendo ridiculizarlos ante quienes les veneraban con creces. Jesús tenía un buen sentido del humor.

Una famosa canción cristiana de Luis Enrique Ascoy, titulada “Sonríanos, Padre, Sonría”, invita a los clérigos a sonreír como lo hacía Jesús, y habla precisamente, según la utopía del autor, de las risas que Jesús pudo soltar cuando se acordaba cómo Pedro caminando en el agua se hundía (Cf. Mt 14, 31). Ya vemos que la imaginación no tiene límites, pero de que Jesús rio, rio, y junto a Laurence nos confiamos en negar que Cristo no lo hubiera hecho, pues no es posible asociar la fe a la tristeza, ni tenemos razones en creer que el dolor nos pueda parecer más sincero que la risa o el gozo.

Concluye su idea Laurence Devillairs con una cita de la primera epístola de san Pedro, (1Pe 1, 6-9), en la cual se determina que la alegría de los cristianos radica en haber alcanzado la salvación, que es, en definitiva, el objetivo final de la fe, y esa alegría “es tan grande y gloriosa que no se puede expresar con palabras.” Es de este modo como, el puritanismo, que tiene una visión equivocada de la vida del cristiano, ha de erradicarse en la medida en que seamos conscientes de la salvación obrada en nosotros en la persona de Jesucristo, una salvación gratuita, que nos sobrepasa, razón suficiente para estar alegres.

No es posible terminar este ensayo reflexivo sin agregar lo que es evidente, que los seres humanos sufrimos, que la consecuencia del pecado es la maldad en este mundo creado bueno por Dios, y ante estas circunstancias adversas, hemos de mantener el buen humor, el buen ánimo, la alegría, como lo hicieron Pablo y Silas cuando fueron azotados y encerrados en una prisión de Filipos, pues, en vez de lamentarse optaron por cantar (Hch 16, 25).

La alegría y el buen humor han de ser actitudes permanentes en la persona que cree en Cristo y en toda la Iglesia. No puede ser solo una emoción, sino una cualidad de vida fundamentada en la continua y efectiva relación de los hijos de Dios con su Padre del Cielo[3]. El buen humor de los cristianos ha de fundarse también en aquella sentencia del Señor que, aunque no la recojan los evangelistas, Lucas sí la apunta en sus Hechos: “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35), y efectivamente es así, debemos dar alegría, contagiar la vida de buen humor, pues también a eso se refería Jesús cuando dijo a sus discípulos que ellos eran la sal de la tierra y la luz del mundo (Cf. Mt 5, 13-14).

Por otra parte, el Documento de Puebla, en su numeral 448, expone que la devoción cristiana no se aparta en lo absoluto de la sabiduría de los hijos de Dios, y es esta misma sabiduría la que encuentra las razones para habitar en “la alegría y el humor” aun en medio de las dificultades de la vida. Nuestros pueblos hispanoamericanos han sufrido guerras, invasiones, dictaduras, éxodos masivos por las crudas realidades sociales, pero en todo esto hemos sabido mantenernos en la fe y al final hemos dicho con san Pablo, que nada pudo ni podrá apartarnos del amor y de la alegría que nos otorga Cristo (Cf. Rom 8, 39).

Jesús mismo en las bodas de Caná, por intercesión de María, convirtió el agua en vino (Jn 2, 1-12), entendiendo al vino como símbolo de la alegría[4], comprendemos que es la voluntad del Señor que vivamos siempre alegres, y que cuando existan razones para no estarlo tanto, acudamos a él que es la fuente de la alegría, y en este propósito encontramos ayuda en la Santísima Virgen María que, tal y como la invocamos en las letanías lauretanas, es ella la Causa nostrae laetitiae, la “Causa de nuestra alegría” y ruega siempre por nosotros ante Dios.

En conclusión, este texto de Laurence Devillairs nos ofrece su buen aporte para imaginar una antropología teológica significativa para la actualidad que vivimos, donde hay muchos hombres y mujeres desanimados, cabizbajos, sin esperanza alguna, pues han olvidado la vocación cristiana que han recibido, que, como hemos visto, es una vocación a la santidad, un llamado a la alegría, es decir, a vivir con sentido del humor, sonriendo siempre y perdonando siempre con sinceridad.

“Quiero que estés siempre contento,

porque la alegría es parte integrante de tu Camino.

Pide esa misma alegría sobrenatural para todos.”

San Josemaría Escrivá (Camino, n° 665)

 

P.A

García



[1]Exposición de la doctrina cristiana, tercera parte. Gracia, oración y sacramentos (1958) Editorial Bruño, Madrid, España, p. 180

[2] La Enciclopedia (2004) Volumen 10. Salvat Editores, Madrid, España, p. 7846

[3] Diccionario ilustrado de la Biblia (1974) Editorial Caribe, Barcelona, España, p. 258

[4] Juan agrega que Jesús se sirvió del agua que los judíos usaban para las purificaciones. En aquella época la religión multiplicaba los ritos de purificación para recordar que todos somos pecadores. Al cambiar Jesús el agua en vino, advierte que la religión verdadera no se confunde con el temor al pecado; el vino mejor es el Espíritu que Jesús trae para transfigurar la vida diaria, sus rutinas y sus quehaceres. (Comentario a este pasaje de la Biblia Latinoamericana).

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