Reflexión
del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario
Muy
queridos hermanos todos. Sean bienvenidos a esta Celebración Eucarística, donde
estaremos participando del encuentro con Dios y con nuestros hermanos en la fe.
Pidamos al Dios de la Misericordia que nos dé un corazón dócil a su palabra de
amor y salvación, y que como a Zaqueo, nos mire y entre a nuestra casa.
Primera
Lectura: (Sb 11,22-12,2) En
la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría se nos recuerda que
nuestro Dios ama la vida y no se complace en la muerte y la destrucción, sino
que perdona nuestros pecados y nos da la oportunidad de ser mejores. Esto nos
invita a no ser jueces unos de otros, porque Dios que nos ha creado quiere que
vivamos para el bien, para amarle a él y a los demás. El Señor nos ha creado en
medio de una realidad personal que no se puede negar, de esa manera, de esa
forma Dios nos ama, él nunca nos rechaza por lo que somos, sino que, como lo
dice esta lectura, aparenta no ver lo pecados de los hombres, para darles ocasión
de arrepentirse. El Señor ama al hombre porque es su criatura. Y nos invita constantemente a cuidar de su obra, a amar tabién la creación de Dios.
Segunda
Lectura: (2Tes 1,11-2,2) La
segunda lectura es clara en la fidelidad que debemos guardar a la fe en Cristo
Jesús. Son muchos los mensajeros de hoy en día, pero el Señor nos habla a
través de sus elegidos, para que no nos perturbemos fácilmente, sino que por el
contrario vivamos de cara a Dios que nos invita todos los días a comenzar de
nuevo, para obrar el bien y permanecer en paz. De igual manera, Pablo nos anima a orar unos por
otros, para que Cristo reine en todos y por medio de todos se haga presente en
esta sociedad. Que comprendamos de una vez por todas que el ser discípulos de Jesucristo nos debe lanzar a la calle a anunciar su palabra, con hechos, con obras que demuestran lo que realmente llevamos por dentro. Estemos alertas porque Dios no deja pasar oportunidad para hablarnos, exhortarnos y llevarnos a la felicidad de los hijos de Dios.
Santo
Evangelio: (Lc 19,1-10) En
el Evangelio de este domingo, el Señor nos invita a bajarnos de nuestros
propios orgullos para seguirle a él. Así como Zaqueo subió a un árbol para
encontrarse con Jesús, que también nosotros venzamos todos los obstáculos para acercamos
a Dios. El detalle está en que, antes de que nosotros busquemos al Señor, él
nos encuentra y nos mira con misericordia. Cuantas veces somos nosotros mismos
los que creemos estar buscando a Dios, y cuando menos lo percatamos somos
encontrados por Dios. Jesús es el rostro de la misericordia del Padre, quien lo
ve a él ve al Padre que lo ha enviado, por eso sus actitudes debemos imitar,
recibir a todos y no despreciarlos, como el caso de Zaqueo, que era el jefe de
los publicanos y por ende era considerado un corrupto y pecador, era excluido
de la sociedad judía, pero Cristo no vive del qué dirán, sino que rompe los
esquemas e incluye en su plan de salvación a los renegados por la sociedad. Que
el Señor nos de la fortaleza para aceptar a todos dentro de nuestras
comunidades de fe. Y que al recibir a Dios en nuestras casas, podamos decir:
hoy a llegado el Reino de Dios en mi corazón.
Me
has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia Señor (Sal
15,11).
P.A
García
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