domingo, 24 de mayo de 2020

Orar con los dedos

Manus Dei
El mundo creado por Dios es "la obra de sus manos"
(Salmo 18, 2)


Las manos son dos extremidades de nuestro cuerpo, que como todos los demás, son de gran utilidad. Con las manos damos y recibimos, con las manos consagradas de un sacerdote se nos comunica la vida divina a través de los Sacramentos. Pero, con la ayuda de las manos también podemos encontrar una sencilla guía para orar. “Pedid y se os dará” (Lc 11, 9).
Cada dedo nos recuerda una intención de nuestra oración cotidiana. Pongamos la mano derecha frente a nosotros y analicemos lo siguiente:

1.     El pulgar es el dedo más cercano a nosotros y el más fuerte de todos. Por eso, en la oración, encomendemos primero a todos aquellos que están más cerca, los que nos hacen fuertes. Son las personas más fáciles de recordar: nuestros familiares, amigos y conocidos. Orar por los seres queridos es una “dulce obligación”. Pidamos a Dios para que ellos, junto a nosotros, logren encaminarse cada día más a la conversión y así a la santidad. “Si alguien no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel” (1 Timoteo 5, 8).

2.    El siguiente dedo es el índice, porque con él se indican las cosas, con él se señala. Oremos, en segundo lugar, por quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los maestros, médicos y sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y sabiduría para indicar la dirección correcta a los demás. Tenlos siempre presentes en tus oraciones, e intenta manifestárselo a algún maestro, médico o sacerdote amigo o conocido. “Estén atentos tus oídos y abiertos tus ojos para escuchar la oración de tu siervo, que yo hago ahora en tu presencia día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos” (Nehemías 1, 6).

3.     El siguiente dedo es el más alto, el dedo medio. Es el más alto, pero es el que más protegido está, en medio de los otros cuatro. Nos recuerda a nuestros líderes, que están en medio de nosotros porque así Dios lo ha querido. Oremos por el presidente de la nación, los demás políticos, los empresarios y los gerentes. Estas personas dirigen los destinos de nuestra patria y guían a la opinión pública. Necesitan la guía de Dios y es deber nuestro tenerles presente en la oración, pues estamos sometidos a ellos como lo dice San Pablo: “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación” (Romanos 13, 1-2).

4.    El cuarto dedo es nuestro dedo anular, se llama así porque es el dedo del anillo. Aunque a muchos les sorprenda, es nuestro dedo más débil, como nos lo puede decir cualquier profesor de piano. Debe recordarnos orar por los más débiles, con muchos problemas o postrados por las enfermedades. Necesitan las oraciones de día y de noche. Nunca será demasiado lo que oremos por ellos. También debe invitarnos a orar por los matrimonios y por todos aquellos que hacen compromisos a Dios. “Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?” (Santiago 2, 15).

5.    Y por último nuestro dedo meñique, el más pequeño de todos los dedos, que es como debemos vernos ante Dios y los demás. Como dice Mateo 20, 16: “los últimos serán los primeros”. No aspiremos el último lugar aspirando al mismo tiempo el primero. El meñique debe recordarnos orar por nosotros mismos. Cuando ya hayamos orado por todos los otros cuatro grupos veremos las propias necesidades en la perspectiva correcta, teniendo presente que “nada debemos hacer por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás” (Filipenses 2, 3-4).

El mejor modelo de oración nos lo enseñó el mismo Señor Jesucristo, es el Padre nuestro, que es el resumen de todo el Evangelio, como lo expresa Tertuliano.

“Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”
(Hechos 1, 14).

P.A
García

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