Manus Dei
El
mundo creado por Dios es "la obra de sus manos"
Las
manos son dos extremidades de nuestro cuerpo, que como todos los demás, son de
gran utilidad. Con las manos damos y recibimos, con las manos consagradas de un
sacerdote se nos comunica la vida divina a través de los Sacramentos. Pero, con
la ayuda de las manos también podemos encontrar una sencilla guía para orar. “Pedid y se os dará” (Lc 11, 9).
Cada
dedo nos recuerda una intención de nuestra oración cotidiana. Pongamos la mano
derecha frente a nosotros y analicemos lo siguiente:
1.
El pulgar
es el dedo más cercano a nosotros y el más fuerte de todos. Por eso, en la
oración, encomendemos primero a todos aquellos que están más cerca, los que nos
hacen fuertes. Son las personas más fáciles de recordar: nuestros familiares,
amigos y conocidos. Orar por los seres queridos es una “dulce obligación”.
Pidamos a Dios para que ellos, junto a nosotros, logren encaminarse cada día
más a la conversión y así a la santidad. “Si
alguien no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha
renegado de la fe y es peor que un infiel” (1 Timoteo 5, 8).
2. El
siguiente dedo es el índice, porque
con él se indican las cosas, con él se señala. Oremos, en segundo lugar, por
quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los maestros, médicos y
sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y sabiduría para indicar la dirección
correcta a los demás. Tenlos siempre presentes en tus oraciones, e intenta
manifestárselo a algún maestro, médico o sacerdote amigo o conocido. “Estén atentos tus oídos y abiertos tus ojos
para escuchar la oración de tu siervo, que yo hago ahora en tu presencia día y
noche, por los hijos de Israel, tus siervos” (Nehemías 1, 6).
3.
El siguiente dedo es el más alto, el dedo medio. Es el más alto, pero es el que
más protegido está, en medio de los otros cuatro. Nos recuerda a nuestros
líderes, que están en medio de nosotros porque así Dios lo ha querido. Oremos
por el presidente de la nación, los demás políticos, los empresarios y los
gerentes. Estas personas dirigen los destinos de nuestra patria y guían a la
opinión pública. Necesitan la guía de Dios y es deber nuestro tenerles presente
en la oración, pues estamos sometidos a ellos como lo dice San Pablo: “Sométanse todos a las autoridades
constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen,
por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se
rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la
condenación” (Romanos 13, 1-2).
4. El
cuarto dedo es nuestro dedo anular,
se llama así porque es el dedo del anillo. Aunque a muchos les sorprenda, es
nuestro dedo más débil, como nos lo puede decir cualquier profesor de piano.
Debe recordarnos orar por los más débiles, con muchos problemas o postrados por
las enfermedades. Necesitan las oraciones de día y de noche. Nunca será
demasiado lo que oremos por ellos. También debe invitarnos a orar por los matrimonios
y por todos aquellos que hacen compromisos a Dios. “Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento
diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero
no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?” (Santiago 2, 15).
5. Y por
último nuestro dedo meñique, el más pequeño de todos los dedos, que es como
debemos vernos ante Dios y los demás. Como dice Mateo 20, 16: “los últimos serán los primeros”. No
aspiremos el último lugar aspirando al mismo tiempo el primero. El meñique debe
recordarnos orar por nosotros mismos. Cuando ya hayamos orado por todos los
otros cuatro grupos veremos las propias necesidades en la perspectiva correcta,
teniendo presente que “nada debemos hacer
por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a
los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés
sino el de los demás” (Filipenses 2, 3-4).
El
mejor modelo de oración nos lo enseñó el mismo Señor Jesucristo, es el Padre
nuestro, que es el resumen de todo el Evangelio, como lo expresa Tertuliano.
“Todos
ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”
(Hechos 1, 14).
P.A
García
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