“Sé que buscáis a
Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado”
(Mateo 28, 5-6)
Exactamente 40 días
después del Miércoles de Ceniza –por eso se le denomina cuaresma-, con el
Domingo de Ramos se da solemne comienzo a la “Semana Santa”, que es para la fe
cristiana la “Semana Mayor”, pues conmemoramos la pasión, muerte y resurrección
de nuestro Señor Jesucristo, es decir, los grandes misterios de nuestra
redención. Toda la preparación espiritual habida durante la cuaresma nos encamina
a la vivencia de esta particular semana, en ella encuentra su sentido y su
propósito. En algunas partes del mundo estos días son dedicados solamente para
el esparcimiento de grandes y chicos que, haciendo una pausa en sus estudios y
trabajos, pasan unos días diferentes alejados de la rutina, pero
lamentablemente a veces no hay espacio para dedicar a Dios, pues todo
transcurre entre superficialidades, sin contar el aspecto religioso, cultual y
devocional.
Todas las
festividades religiosas que la Iglesia Católica propone tienen como único fin
acercarnos más a Dios. En la Semana Santa, con el Domingo de Ramos, se inicia
recordando la entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén sobre
un jumento, cuando fue recibido entre cantos de júbilo y alegría por aquellos
que, cinco días más tarde, gritarían con el mismo entusiasmo: ¡Crucifícale!.
Pensemos en tantos cristianos, tal vez en nosotros mismos, que decimos creer en
Jesús, lo proclamamos como nuestro Rey, pero en realidad le crucificamos con
nuestras malas acciones.
Luego de la entrada
triunfal en Jerusalén, Jesús pasó predicando sus últimos días en este mundo. El
lunes, martes y miércoles santo nos traen a la memoria el ministerio itinerante
de Cristo, quien sabiendo que había subido a esa ciudad para entregar su vida,
no se entumeció en el miedo, sino que preparó a sus propios seguidores para los
acontecimientos que vendrían. Fueron muchos los que le dejaron en el momento
más determinante. Jesús, el hombre que caminaba rodeado de multitudes que le
apoyaban y le escuchaban atentamente, sintió la soledad al verse rodeado nada
más que de guardias judíos y romanos, para padecer finalmente en las manos de
éstos.
En el Jueves Santo
recordamos la Última Cena del Señor con sus doce Apóstoles, uno de ellos le
traicionó, Judas Iscariote, para diferenciarlo de Judas Tadeo. La cena fue
atendida por algunas mujeres piadosas seguidoras de Jesús. Esa misma noche el
Señor instituyó el Sacramento del Orden Sacerdotal, consagrando como primeros
sacerdotes a sus Apóstoles, instituyó también el Sacramento de la Eucaristía,
con el cual perpetuaba su presencia en medio de nosotros, y nos dio el
mandamiento del amor, además de ejemplificar su servicio con el lavatorio de
los pies a sus amigos. Finalmente en esta noche, con la oración de Jesús en el
huerto de Getsemaní, conocemos cómo desde su humanidad Cristo pidió al Padre
apartar de él esa prueba, pero su obediencia filial le llevó a aceptar la
voluntad de Dios Padre antes que la suya.
El Viernes Santo es
un día cruel, sangriento, despiadado, es el día de la pasión. Sabemos por la
Tradición y las Sagradas Escrituras que hacia las 9 de la mañana Jesús es
condenado a muerte frente al Procurador romano Poncio Pilato, a las 12 del
mediodía fue clavado en la cruz, entregando su alma al Padre a las 3 de la
tarde, cuando la tierra tembló y de su costado abierto por la lanza del
centurión salió sangre y agua. Al pie de la cruz estaba María, la madre de
Jesús, con Juan, uno de sus discípulos, entre otras mujeres conocidas del Señor.
El Sábado Santo se
celebra la Vigilia Pascual, ya entrada la noche, cuando la comunidad cristiana
espera deseosa junto al fuego, el momento más importante de la fe, la gloriosa
resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la mayor alegría, superando incluso
la alegría de la Navidad, pues vemos cumplida la promesa hecha por el Creador.
Las puertas del cielo se abren de par en par para recibir a los fieles de Dios.
El Domingo de
Resurrección, Domingo de Pascua es una auténtica resurrección para todos los
cristianos, el ambiente penitencial anterior se torna festivo, todos los
cristianos van alegres porque saben que tienen una esperanza hecha realidad, la
vida eterna. Las mujeres fueron las primeras en ver al resucitado, luego fue
Pedro y Juan y seguidamente todos los discípulos reunidos. Es conocida la
historia de Tomás, que pidió ver para creer, pues en la primera aparición del
Señor a los suyos él no estaba, de ahí que el mismo Jesús proclamara a santo
Tomás Apóstol ya todos los cristianos: “Dichosos
los que no han visto y han creído” (Juan 20, 29). La Semana Santa es un
acto de fe.
P.A
García
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