El sábado 28 de julio de 1821, José de
San Martín proclamó solemnemente la independencia del Perú con estas palabras: “El Perú es desde este momento libre e
independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de causa
que Dios defiende…”. Dicho suceso
había sido precedido por la firma del acta de la Declaración de Independencia del Perú, cuyo texto fue redactado por
Manuel Pérez de Tudela el 15 de julio del mismo año y firmado por las
personalidades más destacadas de la ciudad de Lima, capital del Virreinato del
Perú, hasta ese momento dependencia del Imperio Español.
En las palabras de San Martín se conjugan
los principales ideales libertarios de la ocasión; en primer lugar la voluntad del pueblo y en segundo y no
menos importante la justicia que Dios defiende, justicia de la cual Él es el mejor referente y garante,
máxima de la fe cristiana que se profesaba en aquel tiempo, como en la
actualidad. Si los patriotas del Perú como los de toda la América no se
hubiesen sentido inspirados por Dios para luchar por su independencia,
difícilmente hubiesen emprendido tan ambicioso proyecto sin el amparo y
fortaleza que infunde la fe.
El Perú Bicentenario festeja la
libertad que ganó por voluntad divina y popular, libertad que se canta con
honor en todo el territorio de la República, en las palabras del Himno
Nacional: “[…] antes niegue sus luces el
Sol, que faltemos al voto solemne que la Patria al Eterno elevó”. El Perú Bicentenario, ahora más que nunca,
recuerda el voto que hizo al Eterno
de luchar y mantenerse independiente de regímenes autoritarios, extranjeros o
nacionales, que le opriman o le lleven por caminos donde se ponga en juego la
libertad religiosa, de pensamiento y de opinión.
En los primeros meses del 2021 se llevó
a cabo en esta nación una de las elecciones más problemáticas de los últimos
tiempos. Indiferentemente del candidato ganador, el país se enfrentará a una
desestabilización política, propia de la crisis global que ha afectado al mundo
entero, de manera particular por la Pandemia que aún se lucha por desterrar. En
todo este panorama, Dios juega el protagonismo, el Dios que San Martín invocó
al proclamar la independencia, el Dios que todos los peruanos mencionan al
cantar el coro de su himno nacional.
Los peruanos han confiado en la
democracia para elegir a su futuro gobernante. Es de suponer que gran parte de
los electores confió su voto a la luz del Espíritu Santo, sin embargo, en un
país que se declara de mayoría cristiana, parece estar ganando terreno los
partidos políticos de ideologías anticristianas, ateas y totalmente opuestas a
la religión como expresión sana y derecho natural del hombre.
Es menester recordar al Perú lo que
consagra su Constitución Política, en el artículo 2, parágrafo 3: [Toda persona
tiene derecho] “A la libertad de
conciencia y de religión, en forma individual o asociada. No hay persecución
por razón de ideas o creencias. No hay delito de opinión. El ejercicio público
de todas las confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el
orden público”. Partidos políticos que se autodefinen como
marxistas-leninistas -per se-, estarían atentando contra este derecho de
libertad religiosa, pues sus ideales al respecto consideran que la religión es
el opio del pueblo, abogando de esta manera por la abolición de toda expresión
religiosa y la aceptación descarada del ateísmo. ¿Ha elegido esto el pueblo
peruano?
No solo la Constitución Política del
Perú resalta esta idea, recordemos también lo que reza el artículo 18 de la Declaración
de los Derechos Humanos (a la cual la República del Perú está suscrita): “Toda persona tiene derecho a la libertad de
pensamiento, de conciencia y de religión…”. Y aunado a esto, el Catecismo de la Iglesia Católica, en el
numeral 2108 aclara que: “[…] la libertad
religiosa es un derecho natural de la persona humana a la libertad civil, es
decir, a la inmunidad de coacción exterior, en los justos límites, en materia
religiosa por parte del poder político”. Ningún poder está por encima del
derecho a la libertad religiosa.
Es bueno que en medio de los festejos bicentenarios
el Perú reflexione en el valor de aquello que es parte constitutiva de su
idiosincrasia: la fe, la cristiana principalmente. Un hombre sin fe, o un
pueblo sin fe, es como un caminante sin camino, no sabe a dónde va, no puede
saber hasta dónde llegará, sólo sabe decir que está perdido. Por ahora nos
basta con rogar a Dios y estar atentos, para no faltar al “voto solemne que la Patria al Eterno
elevó”.
P.A
García
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