“PRÓLOGO”
Etimológicamente la palabra prólogo viene del griego pró, adverbio que significa “adelante”;
y logos, que significa “palabra”.
Entonces el prólogo es la palabra que va adelante, es la primera palabra, o mejor
dicho, el primer discurso que se consigue en un libro, hallándose en sus
introductorias líneas la perspectiva general que debe tener en cuenta el
lector. En este caso, expondré detalladamente el prólogo de “Apuntamientos de
Historia Universal Moderna, Tomo I, por Fermín Felipe Caballero y Morgáez,
Madrid, 1831”, que por cierto es el libro más antiguo que hasta ahora (190
años) poseo en mi Biblioteca personal.
De este prólogo me llaman la atención
muchísimas cosas, por eso me animo a copiarlo en gran parte, y agregarle
algunos comentarios personales, que es de lo que tratará este artículo, dedicado
a todos los amantes de la Historia, o a los que al menos nos interesa apasionadamente
esta ciencia maravillosa. Nuestro texto en estudio comienza en recto y culmina
en verso. El recto inicial no presenta enumeración, pero es el III, en romanos,
y el verso final tiene grabado el XII, por lo que concluimos que la extensión
total del mismo es cinco hojas (cuatro
páginas y media), pues la última presenta texto hasta media página, concluido con
frase latina. El texto original del prólogo aparecerá en cursiva.
Nuestra delicia literaria comienza así: Cuando se reflexiona el sentido en que Herodoto y otros escritores
antiguos tomaron la palabra historia, y el que le dan los modernos de sano
juicio, el ánimo más fuerte desconfía de ponerla al frente de una obra. La
autoridad con la que comienza este “primer discurso” es máxima, pues menciona
al gran Herodoto, griego considerado padre de la Historia, por ser el primero
en escribir un texto lógicamente estructurado sobre hechos humanos. Ahora bien,
para Herodoto la Historia es un recuento riguroso de los hechos, donde se narran
las causas que provocaban dichos acontecimientos en su contexto, para que no
cayeran en el olvido. Con razón nuestro prologuista, que presumimos sea el
mismo autor Fermín Caballero, advierte desde un principio la imposibilidad de
escribir un libro sobre Historia, considerando los altos fines a los que apunta
esta ciencia.
Y continúa Caballero con las siguientes líneas, en las que
deja clara su concepción de la Historia: La
historia, hablando con rigor, es una indagación cuidadosa, una verdadera
información de los hechos, y por lo mismo exige un ordenado interrogatorio, y
una formal audiencia de testigos, que hagan una plena prueba histórica. Notemos
cómo para Caballero, la historia es menesterosa de un ordenado interrogatorio y
testigos formales que den fe de lo ocurrido, y es que para poder narrar un
hecho, primero debemos preguntarnos por lo ocurrido, dando prioridad al orden
en que acaecieron las cosas, para luego poder indagar con los testigos, que
pueden ser personas, o personas que han sido testigos y han dejado algo
escrito. La historia requiere de orden y testigos.
Caballero tiene claro lo que es la historia, pero de
inmediato desconfía de un recto proceder en escribirla, es así como manifiesta:
Las dificultades que ofrecen estas
indagaciones escrupulosas, constituyen la incertidumbre que generalmente se
nota en las narraciones históricas, incertidumbre que raras veces puede
vencerse. Parece que nos encontramos ante una actitud pesimista por parte
de nuestro prologuista, pues para él la incertidumbre o vacilación de escribir
o narrar una historia, nunca puede vencerse. ¿Será esta una actitud pesimista o
por el contrario muy realista? Podríamos preguntarnos ahora, ¿es o no posible
escribir una historia, correctamente y sin temor a equivocarnos?
Caballero retoma de inmediato su argumentación y pasa a
explicar desde su parecer cómo se concibe ordenadamente los fenómenos de la
historia, por eso apunta: Los hechos de
que se trata no existen ya, no pueden presentarse al espectador, ni
confrontarse con la declaración del testigo; una verdad suprema en la
pretensión histórica es que trabajamos con hechos pasados, es decir, sin la
posibilidad de traerlos al tiempo presente, natural y obvia desventaja en la
narración de una historia.
Continúa el autor:
quedando el único arbitrio de juzgar de estos hechos por la analogía y por las
cualidades del deponente: por analogía considerando su posibilidad o
verosimilitud respecto de otros hechos semejantes que presenciamos; hallamos
en estas palabras el permiso intelectual que se otorga al que, conociendo y
comprendiendo el presente, pudiera dilucidar sobre los hechos del pasado; y respecto a los historiadores que lo
refieren pesando en la balanza de la sana crítica su veracidad, su carácter,
sus intereses, su relación con los sucesos, y demás circunstancias que pudieron
influir en el ánimo del escritor. Aquí finalmente conseguimos una
aseveración que más adelante el mismo autor recalcará, y es que cada quién
escribe desde su perspectiva, teniéndose así una comprensiva desconfianza de
todos los historiadores, pues movidos por sus propios criterios, pueden hacer
de una historia la mejor o la peor de todas, tales son así los extremos de esta
idea: escribir la historia.
En la mentalidad de Caballero, existen indiscutibles dificultades
en la indagación de la verdad histórica, además de esto, los hombres: discordes por naturaleza en sus opiniones,
como lo son en sus temperamentos, se han dividido sobre los hechos históricos
que parecen más comprobados. Es así como se introduce a la clasificación de
aquellos que plantean diversas teorías con respecto a la concepción de la
historia, o mejor dicho, respecto a las maneras de percibir la historia escrita
o contada por otro hombre.
En primer lugar conseguimos a los rigoristas y excesivamente
críticos, estos son los más polémicos, los menos confiables, pues son quienes: se atreven a dudar de todo, porque nada
encuentran susceptible de una demostración matemática. Para ellos la historia
no es regularmente más que una larga recopilación de las desgracias del género
humano, el archivo de guerras injustas y sanguinarias, el registro de la infame
política, el panegírico de los malhechores públicos, cual pueden llamarse gran
parte de los héroes y conquistadores. En todas las historias no ven otra cosa
que debilidad, adulación al poderoso, tiros de la envidia, animosidades,
excesiva credulidad, y un plan más o menos bien combinado de obscurecer las
verdades que contrarían la opinión o el interés del escritor: un decidido
empeño de presentar los sucesos a su gusto, rara vez como realmente acaecieron.
Como hemos notado, ante una concepción rigorista de la historia, no se
tendría ni el más mínimo interés de preocuparnos por el conocimiento de la
historia escrita, pues si todo parece ser parte de un plan malévolo de unos
para presentar lo que los otros nunca han sido o nunca han hecho, no valdría la
pena enfrascarse en conocer las adornadas mentiras de un grupo de aduladores o
apologistas. Esto por un lado.
Ahora conozcamos los otros dos grupos clasificados por
Caballero, en primer lugar los más crédulos, al parecer los más ingenuos,
quienes por el contrario: se contentan
con el testimonio de cualquier historiador para prestar su asenso; estos parecen no pensar mucho, o no
dedicarse tanto a la sana crítica; y en segundo lugar: los que creen seguir el término medio entre ambos extremos, se
fatigan en confrontar y depurar los hechos, en explicar medallas, e interpretar
inscripciones, para fundar la prudente fe histórica a que según ellos puede
aspirarse. Estos últimos son igual de peligrosos que los dos primeros, pues
pretenden ser el equilibrio, y como justa medida, o injusta realmente, se
jactan de poseer la palma de la victoria, como si la escritura de la historia
fuese una batalla entre dos bandos.
Para 1831, fecha del texto en estudio, se tenía claro que: las dificultades y divergencia de pareceres
[no] se limita [únicamente] a los acontecimientos antiguos, de los
que solemos estar tan alejados y faltos de testigos; Caballero reconoce que: en la historia moderna se ofrecen otros
nuevos inconvenientes al que busca las verdaderas causas y circunstancias de
los sucesos, pues como hemos dicho antes, cada escritor, queriendo o no,
apunta en su historia lo que desea que no caiga en el olvido.
Caballero es consciente de que: de los hechos recientes tenemos más datos, mayor número de testigos de
vista; pero estos mismos, interesados unos en los acaecimientos, partidarios
otros de los principales actores y no pocos enemigos de los que figuraron en la
escena, todos propenden y aun se empeñan en que aparezcan los hechos con el
brillo que les sugiere su pasión, o con la ignominia a que los excitan sus
celos. De ahí que podamos afirmar,
sin temor a equivocarnos, que cada historia contiene la verdad que pensó quien
la escribió.
Pero, ¿por qué según Caballero puede haber tanta hostilidad
para con la historia escrita? El mismo autor nos responde, cuando pone de
manifiesto que: La sangre vertida en las
batallas y conmociones tiene aún parientes que aspiran a vengarla: las glorias
de los que triunfaron tienen émulos que procuran eclipsarlas: la pugna de los
partidos está en su mayor calor: hasta los fríos espectadores forman opiniones
encontradas según el grado de su instrucción, o conforme a su sistema físico y
moral: cada cual da a los sucesos el colorido que le conviene, ocultando
circunstancias, exagerando otras, y aun suponiendo incidentes que no
ocurrieron. Cada vez tenemos más clara la vulnerabilidad que sufre la
historia escrita o contada por éste o aquél historiador.
Hasta donde hemos tratado el tema de la historia, se ha
dejado entrever que para su mejor comprensión y elaboración escrita, es muy
necesaria la “sana crítica”, o la “crítica sana”; entiéndase de inmediato que
la palabra “crítica” debe ir precedida o
antecedida por el adjetivo calificativo “sana”, que evidentemente indica bondad
en su aplicación. A tal efecto nos explica Caballero que: La crítica, diestra escudriñadora de la verdad, no puede ejercerse tan
inmediatamente sin gran riesgo: porque ¿quién hablará con la debida
imparcialidad de asuntos que tanto pueden ofender al que logró ensalzarse con
un fingido mérito, con un simulado patriotismo, con una aparente rectitud? Son
estas las consecuencias dobles de la “sana crítica”, pues cuando se es muy
riguroso con el héroe, por agradar a sus contrarios, se falta a la verdad, y
también, cuando se es muy benévolo con el héroe, ignorando a sus contrarios, se
falta también a la verdad.
Entonces, ¿qué solución nos propone Caballero que pueda
solventar al menos un poco esta situación? Ya no se trata de un contexto
bélico, en el que debe salir un victorioso, ahora Caballero nos invita a
concebir la escritura de la historia como un evento donde es necesaria la
negociación, veamos por qué: El que más
ostenta escribir con verdad, tiene que ceder al influjo o al temor del partido
dominante, si no alterando las formas, degradando al menos los obscuros del
cuadro histórico, y cubriendo entre celajes los rasgos más difíciles de
representar.
Según nuestro autor, este hecho de negociar en los extremos
de una historia para ser escrita, es el:
fundamento de los que opinan que los personajes vivos no están sujetos a la
autoridad del historiador, y quieren reservar su biografía a las generaciones
venideras, que podrán juzgar más imparcialmente de sus virtudes o vicios. Paradójicamente
parece evidente que, mientras un personaje resaltante viva, no podrá escribirse
su biografía con suficiente “crítica sana”, pues en vida, como en muerte,
gozará de la defensa de sus más preciados amigos, como de la contrariedad de
sus más empecinados enemigos. Solo tiempo después llegará la época propicia en
que podrá ser juzgada su vida, sus virtudes y vicios, de manera más imparcial,
ya sin amigos o enemigos que intervengan. Con razón el dicho popular: “la
historia nos dará la razón”, o “la historia me absolverá”.
Caballero recuerda, a continuación, los ejemplos de: nuestros antiguos cronistas, ocupados exclusivamente
en redactar los acontecimientos del reinado en que vivían; y lo están asimismo
la experiencia y la inveterada costumbre de los escritos periódicos, destinados
a anunciar las novedades que diariamente ocurren en todos los países. Esta
manera de escribir la historia es muy necesaria, a pesar de la nula
imparcialidad a la que se expone, por evidentes razones, pues un cronista
escribe lo que vive, con sus pasiones en flor, al igual que un periodista narra
lo que acontece, con su particular opinión. Finaliza Caballero dando carta aval
a estas dos maneras de escribir la historia, pues: ¿Ni qué razón hay para estorbar a los coetáneos que formen juicio de
lo que presenciaron, ni para privar a la generación presente del conocimiento
de los sucesos que ocurren en sus días? Ya será oficio de otros el juzgar
con criterio de historiadores estos escritos de cronistas y periodistas.
Precisemos nuevamente en este momento la fecha de
publicación del prólogo que estudiamos (1831) pues, el autor explica en su
momento que: Es tanto lo que los hombres
han escrito de todas materias, especialmente en poco más de tres siglos que se
conoce la preciosa invención de la imprenta, que casi nada puede decirse de
nuevo. Parece que la publicación de libros, una vez inventada la imprenta
fue de tal magnitud, que escribir algo nuevo podría ser visto como llover sobre
mojado, pero si nos fiamos del criterio universal de la sana crítica, nunca
será suficiente con un punto de vista sobre tema cualquiera, pues tantos puntos
de vista existirán, como hombres que se dediquen a pensar.
Para Caballero ¿cómo eran los criterios de los escritores de
historia del siglo XIX? Copiar con más o
menos discernimiento, elegir e imitar es casi el arbitrio de cuantos hoy
escriben; y de mil obras que se publican, apenas hay una que merezca en todos
los sentidos el título de original. Y si esto sucede en lo general de los
escritos ¿quién podrá inventar en materias históricas? No pudiendo el escritor
deponer de los hechos sino por relación, solo tiene el recurso de elegir las
narraciones que aparecen más verídicas y juiciosas. Y es así, pues el
oficio de un buen historiador, que no sea investigador propio, es el de elegir
las narraciones que para el común parezcan más verídicas y juiciosas, y sobre
éstas trabajar. No todo historiador está obligado a innovar, también puede
dedicarse a expresar de mejor manera y con mayor lucidez lo que otros ya han
plasmado.
Finaliza Caballero su prólogo preguntándose: ¿Hay producción humana en que todos estén
acordes, y más cuando se trata de historia? La respuesta es evidente y
única: no; pues: Cada lector juzgará
conforme al grado de su instrucción, según su imparcialidad o interés, y a
medida que sus ideas coincidan o se aparten de las nuestras: el sabio nada
hallará de nuevo; el ignorante encontrará mucho que aprender; el crítico notará
mil defectos, y al crédulo y de buen paladar le harán gracia hasta los mayores
descuidos. Precisamos aquí de modo claro los cuatro tipos de lectores: los
sabios, los ignorantes, los críticos y los crédulos, y cabría preguntarnos para
finalizar el tema: ¿cuál de estos cuatro somos nosotros?
Un lector sabio es aquel que por el título de la obra ya
sabe de lo que trata, pero si tal es su sabiduría y ha perdido la capacidad de
asombrarse, está en notable desventaja, pues no es capaz de darse la
oportunidad de encontrar cosas nuevas en un libro nuevo. Un lector ignorante
tiene trabajo para rato, pues todo lo ignora y por ende todo lo debe aprender, si es que es esa su
intención al acercarse a la lectura de un libro. El crítico se empeña en una
empresa que ni él es capaz de satisfacer, pues viendo defectos aquí y allá, se
deja cegar por su orgullo y sabiduría, cerrándose como el sabio a lo nuevo, a
lo que está por descubrirse de una lectura sana. Y finalmente el crédulo, como
el ignorante, lo tomará todo como una orden a la que obedecer escrupulosamente,
es tal su tonta ingenuidad, que acaba
por creerlo todo, sin sopesar nada, pues esto tiene en común con el lector
ignorante.
Ahora bien, ¿qué actitud será mejor para leer?, ¿la de un sabio y crítico?, o tal vez la de un crédulo e ignorante. Pienso que, por como van las cosas en el mundo actual, con solo disponerse a tomar un libro en las manos, ya se tiene el terreno ganado. Bastaría con que se empapara de cultura general y criterio propio para responder a las interrogantes planteadas.
P.A
García
Excelente Pedrito Sabía interpretación con un contenido que llega al lector éxitos sigue adelante.
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