martes, 1 de noviembre de 2022

10mo aniversario Eva Angelina Castillo

“NONITA EVA”

         El jueves 1 de noviembre de 2012 recibí una de las noticias más dolorosas en mi vida. Era casi el mediodía, me encontraba muy normal en clases de inglés, en el seminario menor de los Legionarios de Cristo, cuando el rector, P. Pernía se asomó por una de las grandes ventanas del salón, me buscó con la mirada y pidió al profesor que me dejara salir. Estando fuer me dijo que me esperaba una llamada en la rectoría, él conversaba caminando con uno de los padres. Una corazonada me advirtió que algo había pasado, aunque era común recibir llamadas de la familia cuando no correspondía.

         Cuando llegué a la rectoría, estaba el teléfono personal del padre Pernía sobre el escritorio, lo tomé y me lo acerqué al oído. Aló, -dije algo nervioso-. Del otro lado escuché una voz quebrada, era la de mi mamá avisándome que mi querida abuela, (nona Eva) había fallecido hacía un par de horas. Yo reaccioné de inmediato con algunas palabras de ánimo, quedamos en que esa misma tarde iría a la casa para participar del entierro… colgué la llamada y salí de la rectoría aturdido, confundido, desorientado, solo, con un sentimiento de tristeza indescriptible.

         Fuera de la rectoría estaba el padre Pernía, cuando me vio no me dijo nada, solamente señaló en dirección a la capilla y comprendí que debía ir a ese lugar. El corto recorrido se me hizo infinito, no veía la hora de llegar a la capilla. Las piernas me temblaban y recuerdo dar pasos agigantados. Dentro de la capilla no pude aguantar más y empecé a llorar desconsoladamente. De rodillas frente al tabernáculo recuerdo haber hecho una sincera oración de agradecimiento a Dios por la vida de mi nona Eva, por su buen ejemplo y por todo lo que me quiso. Yo solo decía “gracias”. No sé cuánto tiempo estuve rezando.

         Al salir de la capilla fui de nuevo a la rectoría, allí el padre Pernía me hizo esperar unos minutos mientras llegaba el profesor de Castellano y Literatura, quien se encargó de acompañarme a almorzar en el comedor de profesores, para luego llevarme hasta el terminal de pasajeros de Mérida, donde me deseó buen viaje y que por favor le informara cuando hubiese llegado a casa.

         En el viaje de dos horas desde la ciudad de Mérida hasta Tovar no recuerdo que hice, no recuerdo en qué pensé, tal vez dormí un poco. En Tovar, para llegar más rápido, tomé un taxi, pero este taxista aprovechó la carrera para hacer “un par de diligencias”, por lo que demoré más de lo esperado en llegar a la casa en La Playa.

         Recuerdo que cuando bajé del taxi, frente a la casa, saludé en primer lugar a los que estaban en las rejas de la entrada, algunos conocidos. En el porche había gente reunida, en la sala, con el féretro, estaban rezando un Rosario, por lo que no entré de inmediato a ver el cuerpo sin vida. Pasé por la puerta de atrás, porque primero quería saludar a mi mamá y a mis hermanas. Los recuerdos de esos momentos son muy borrosos, tal vez por las lágrimas en los ojos, pues lo que uno recuerda son imágenes concretas, las más impactantes, como el tráiler de una película.

         Dentro de la casa saludé a la familia. Luego de unos minutos, fui acompañado por mis hermanas a ver el ataúd en la sala, y ahí estaba mi querida nona. Esa imagen nunca la olvidaré. Recuerdo ver en uno de sus dedos pulgares una pequeña curita o adhesivo; resulta que la última vez que la vi con vida fue quince días antes, cerca de su cumpleaños 67, cuando yo estaba de visita de fin de semana en la casa y la acompañé a la clínica Roa en Tovar, para que le quitaran una uña que tenía encarnada.

         Luego de unos momentos allí, todavía no oscurecía, salimos a recibir a mi tío Vladimir, que estaba llegando de Caracas. Saludamos más personas. Yo aproveché un momento para rezar un Rosario, ya había entrado la noche. Recuerdo también cuando salimos a recibir a los Calatayud, una familia cercana con quienes habíamos tenido algunas diferencias y por eso teníamos varios años sin tener contacto, sin embargo, ellos vinieron, pues eran sobrinos de mi nona Eva.

Esa noche del velorio dormidos poco, hablamos mucho y rezamos mucho también. La gente entraba y salía de la casa. El tiempo se pasó en saludar a los conocidos y conversar entre familia.

Al día siguiente, 2 de noviembre, fue el entierro. Primero llevamos el féretro hasta el Preescolar “Elio Castillo”, institución que había sido fundada por mi nona Eva junto a un grupo de playenses. En el preescolar la recibieron con el sonido del timbre, algo que me conmovió bastante y me hizo soltar algunas lágrimas. Había también allí gran cantidad de personas. Se rezó un Rosario y se cantaron algunas canciones. Recuerdo ver a familiares evangélicos participando de aquel acto de piedad católico.

Al salir del Preescolar nos dirigimos al templo parroquial San Vicente Ferrer de La Playa. Allí estuvimos en la Misa Exequial presidida por el padre Jaime Duque. Yo participé revestido en el altar. La homilía del padre Jaime fue muy sentida y sus palabras propicias para todos nosotros. Él conocía muy bien a mi nona Eva y pudo resaltar genéricamente su vida cristiana y caritativa. En el momento del responso final que se canta, no pude aguantar el llanto.

Terminada la misa subimos al cementerio, pasando por el frente de la casa. Entregué mi alba a alguien para que la guardara y seguimos con el ataúd para el entierro. En el cementerio una de mis hermanas se descompensó. Esa misma noche, fui a Bailadores con mi tía Tania, a la ordenación sacerdotal del diácono Ramón Alberto Parra Bustamante. Su ordenación diaconal en la catedral de Mérida fue a la primera que asistí, al igual que su ordenación sacerdotal.

Regresé al seminario de los Legionarios de Cristo el sábado 3 de noviembre, y esa misma noche tuve un sueño bastante particular: me elevaba sobre la cama, hasta que mi nariz tocó en techo, en ese momento caí de golpe a la cama y quedé inmóvil por largo rato, sudé frío y me asusté.

P.A

García

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