“MARTÍN DE LA CARIDAD”
En Lima, de madre panameña
y de honrado padre español,
nació Martín el 9 de diciembre
para la gloria del Señor.
Juan de Porres y Ana Velázquez
en amor y a edad temprana,
tuvieron dos bellos hijos:
san Martín y su hermana Juana.
El pequeño hijo creció
a la sombra de su madre piadosa
y en las calles, entre mendigos,
forjó su alma generosa.
Solía visitar los templos
de la ciudad de los reyes, Lima,
empapándose de la piedad
que en la vida le llevó a la cima.
Se cuenta que socorría
a pobres, vagabundos y hambrientos
con sus ahorros les asistía
procurándoles alimentos.
De niño se habituó a la oración,
hasta le tenían por santo,
contaba con siete años
y su alma ya daba tanto.
Se fue a Guayaquil con su hermana
bajo la tutela de su padre,
en Lima quedó esperanzada
su buena y piadosa madre.
Por encargo del virrey
el padre se va a Panamá,
Juana se queda en Guayaquil
y Martín con su mamá.
En Lima siguió sus estudios
aprendiendo un buen castellano,
perfeccionó sus oficios
de barbero y artesano.
Martín conoció de medicina
hiervas y buenos remedios,
a todos bien atendía,
a pobres y dueños de predios.
Mientras hacía sus labores
aprovechaba de evangelizar
infundiendo a sus clientes
el gusto de oírle hablar.
Se adiestró con empeño
en el bisturí y la cirugía,
hacía un trabajo impecable
sanando a quien a él acudía.
Oraba y estudiaba de noche
sumido en profunda concentración,
pedía al Señor las fuerzas
para ejercer su profesión.
Asistía a la misa diaria
comulgando en cada ocasión,
después las horas pasaban
en sincera contemplación.
Su mayor lucha la tenía
en evitar el invencible sueño,
tomaba posturas incómodas
para lograr sus empeños.
En la iglesia de los dominicos
fue forjando su alma inmortal,
confesando sus pecados
y la dirección espiritual.
Un día habló con el prior
manifestando su pensamiento,
este alegre le recibió
como terciario en el convento.
Allí pudo atender a los religiosos
y a los pobres sin excepción,
se esforzaba por mantenerles
sanos y limpios en toda ocasión.
Una deuda del convento construido
le llevó en su amor apreciado
postular en pago concreto
el ofrecerse como esclavo.
Pero las fatigas del trabajo
su humanidad no aguantó
y entre tantos quehaceres
fray Martín se enfermó.
El prior lo mandó a descansar
hasta verlo de salud sana,
los religiosos lo descubrieron
con los zapatos puestos en cama.
Señal de desobediencia
reposo no había guardado,
el prior conoció en conciencia
que el santo no había pecado.
La habitación de fray Martín
estaba exenta de comodidades,
solo tenía lo necesario
para obrar sus caridades.
Una tabla sobre dos hierros
que sostenían un jergón,
un par de mantas roídas
no le hacían tan dormilón.
Armario bien equipado
de hiervas, vasos y ungüentos,
el santo tenía a su lado
todos los medicamentos.
Pero nada de eso era suyo,
nada para sí tenía,
todo era de los pobres,
providencial enfermería.
En su austera habitación
su mejor devocionario
una cruz, santo Domingo
y la Virgen del Rosario.
Como arma poderosa
el rosario a diario rezaba
uno al cuello, otro al hábito,
que siempre le acompañaba.
En la curación de los enfermos
tres métodos él aplicaba
la oración, los medicamentos
y al tocarlos los sanaba.
Al oído y susurrando
a todos él comentaba
la fe es la que está obrando,
“yo te curo, Dios te sana”.
Introducía en el convento
los enfermos de la calle,
los religiosos se enojaban,
no le entendían a detalle.
En la atención de moribundos
su propia cama disponía,
velando toda la noche
hasta encontrar su mejoría.
Estas buenas actitudes
le valieron penitencias,
y al final el superior
permitió sus diligencias.
Autorizó a fray Martín
para atender al momento,
a todo aquel necesitado
que trajera hasta el convento.
Por un espacio de tiempo
en Limatombo sirvió,
trabajando con los indios
a quienes les predicó.
De vuela en la ciudad
notó huérfanos por doquier,
agilizó un proyecto
¡algo tenía que hacer!
El virrey y el arzobispo
en su apoyo concretaron
buenas sumas de dinero
entre todos colectaron.
Fray Martín fundó orgulloso
el Asilo de Santa Cruz,
como escuela para huérfanos
quienes vieron una luz.
Primero acogió a las niñas
procurando su educación,
luego asistieron varones
todo fue una bendición.
Su caridad no tenía límites
pues también curaba animales,
a un perro sangrando vio
y le reparó de sus males.
Una semana en su cuarto
sobre una alfombra de paja,
le aplicó sus medicinas
y el canino se amortaja.
Martín fue amigo de todos
amaba a Dios y a su creación,
no era raro verle a menudo
con animales en conversación.
Pero los traviesos ratones
hicieron muchísimo daño,
pues rompieron todas las telas
del convento y sus escaños.
El sacristán del convento
preparó un fuerte veneno,
quería matarlos a todos,
pensando que sería bueno.
Fray Martín lo impidió
hablando con un ratoncito,
a quién dio orden explícita
de abandonar aquel sitio.
Les buscó un mejor lugar
para tenerlos guardados,
llevándoles alimentos,
todo había mejorado.
A la Virgen del Rosario
sus velitas encendía,
bonitos ramos de flores
a su imagen le ponía.
De santo Domingo de Guzmán
fray Martín con devoción
practicaba tres disciplinas
en grata mortificación.
Una por los pecadores
en acto muy meritorio,
la otra por los agonizantes
y las almas del purgatorio.
Con su ángel de la guarda
tuvo buena relación,
este le guiaba de noche
evitando cualquier distracción.
Por la ciudad y a oscuras
caminaba tranquilo Martín
contaba con su ángel guardián
que le guiaba hasta el fin.
La viruela llegó a Lima,
todos sufrían la infección
el convento quedó cundido
y Martín no fue la excepción.
Aún enfermo se dispuso
atender a los necesitados
le veían ir y venir,
nunca se le vio agotado.
Entraba en lugares cerrados
sin aparente razón,
hacía el bien solicitado
y volvía a la oración.
Muchos le vieron presente
en varios sitios a la vez
curando y cuidando gente,
en dos lugares o tres.
En sus éxtasis milagrosos
los curiosos le perseguían,
pero por designio divino
fray Martín desaparecía.
Muchos trabajos y vigilias
fueron menguando su cuerpo
los ayunos y quehaceres
los mantuvo todo el tiempo.
Resolvía los conflictos
de hermanos y enemigos
matrimonios y negocios,
todo lo mal habido.
En mil seiscientos treinta y nueve
el santo predijo su suerte
y contrajo una gran fiebre
que le llevaría a la muerte.
El diablo más le tentaba,
apareciéndosele iluminado,
en las llamas del infierno
que Martín había evitado.
Agonizando e inquieto
compañía pudo tener
María, José, Domingo,
Catalina y Vicente Ferrer.
Alrededor de su cama
los religiosos reunidos,
a todos pidió perdón
por algún mal cometido.
Pidió rezaran el credo
en clara y fuerte voz
y en “el Verbo se hizo carne”
Martín durmió en el Señor.
Las campas bien que sonaron
y a todos les anunció
que el santo había abandonado
este mundo para ir con Dios.
Llegaron rápido al convento
el virrey y el arzobispo
religiosos y autoridades
se encontraron aquel abismo.
Fray Martín había muerto
y Lima lloraba triste
fue muy santa aquella vida
que en esta historia leíste.
Este
resumen de la historia de san Martín de Porres fue tomado en su totalidad del
libro “Año Cristiano IV”, de la Biblioteca de Autores Cristianos, número 186,
sección V de Historia y Hagiografía, páginas 288 a la 302, biografía escrita
por Antonio García Figar, O. P. quien a su vez citó los principales documentos
de la causa de canonización del entonces beato Martín de Porres, en 1959. San
Martín de Porres fue canonizado por el papa Juan XXIII el 6 de mayo de 1962.
P.A
García
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