Ensayo reflexivo
Análisis
del capítulo III de la obra “Especificidad de la democracia cristiana” (2002)
del Dr. Rafael Caldera, desde la perspectiva de la Antropología Teológica
aplicada a la política y el trabajo
Introducción
metodológica
El presente
ensayo reflexivo justifica su desarrollo dentro de la opción “c” de la
evaluación final (35%) de la asignatura Antropología Teológica, Creación,
Gracia y Salvación, de la Diplomatura en Teología de la Pontificia Universidad
Católica del Perú, impartida por el profesor Juan Miguel Espinoza Portocarrero,
en la que posibilita orientar el trabajo bajo la siguiente premisa: “Me
interesa analizar algún problema social, político, cultural o religioso,
o quizás una película, un documental, una pieza de arte o una obra literaria,
empleando el material del curso”. Es así como el presente ensayo
sostendrá un discurso analítico y crítico de una postura política comparada y
enriquecida con los fundamentos de la Antropología Teológica vistos en las
clases virtuales.
Datos
del autor y de la obra
El Dr.
Rafael Caldera Rodríguez (1916-2009) fue un político venezolano formado en su
juventud en la Acción Católica, siendo en dos ocasiones presidente de la
República de Venezuela[1],
destacándose en su praxis por una profunda fe, considerándosele como la figura
modelo del “político católico”, aunque sabemos que no existe propiamente una
“política de índole católica”. En 1972 publicó su libro “Especificidad de la
democracia cristiana”, siendo este el producto de las notas de clase para
cursos dictados en el IFEDEC (Instituto de Formación Demócrata Cristiana) en la
ciudad de Caracas, con la intención de formar y aclarar el pensamiento de los
dirigentes más jóvenes de los diversos países de Latinoamérica[2]. La
edición que utilizamos para este ensayo corresponde al año 2002.
Análisis
del capítulo III “El elemento cristiano”
La
Antropología Teológica encamina al pensamiento humano en la propia
autocomprensión como ser creado por Dios y con el fin objetivo en su Creador,
como lo plantea la visión judeocristiana del creacionismo, aunque -sabemos-
esta idea no solo es bíblica, sino que nace de la misma experiencia humana,
pues comprendemos que nadie puede ser la causa de su propia existencia[3],
pero esta antropología también abarca la vida concreta, personal y social de
los hombres, partiendo del mensaje integral de Cristo[4],
y será en este aspecto social -de la política y el trabajo- donde nos
enfocaremos con mayor profundidad.
El hombre
posee una vocación social, a la política y al trabajo, la misma que le invita a
participar en las realidades temporales de este mundo, dentro de las que se
encuentra la sociedad, la política y la economía[5],
y siguiendo el consejo evangélico, los creyentes en Jesús saben que son la sal
de la tierra y la luz del mundo (Cf. Mt 5, 13-14), es decir, son capaces de
aportar un sabor distinto al mundo, el sabor de Dios. Allí donde se pare un
cristiano ha de percibirse la presencia del mismo Cristo y, por ende, todo lo
que hagamos o dejemos de hacer estará orientado a testimoniar nuestra identidad
cristiana. No existe la política cristiana, pero sí cristianos políticos.
El
capítulo III, intitulado “El elemento cristiano”, de la obra “Especificidad de
la democracia cristiana”, logra sentar las bases antropológicas del hombre,
desde la perspectiva sociopolítica del autor, teniendo como principal modelo la
persona de Jesucristo, el hijo de Dios, e inicia su paso en defensa del modelo
cristiano, afirmando que “el problema social es, ante todo, un problema moral[6]”,
pues, ciertamente la política “no es un simple arte de conveniencias sino un
mantenimiento de actitudes, un ejercicio de comportamientos que, como todo lo
relativo a la conducta del hombre, están sujetos al orden ético…”[7].
Notamos cómo la política tiene un primer acercamiento a la fe a través de los
aspectos éticos y morales, pero no se limitará solo a esto, como lo veremos más
adelante.
La Iglesia,
por su parte, comprende que la política mira al bien común, y aporta en los
medios y en la ética de las relaciones sociales del género humano en su
relación con la creación de Dios, por lo tanto, es de interés eclesial, pues
puede entenderse a la política como una forma de dar culto al Dios único,
desacralizando y a su vez consagrando el mundo a él[8],
donde todo se orienta a la justa armonía de un mundo creado bueno por Dios. La
participación de los cristianos en la política se anima en la comprensión de
una teología política que “subraya el carácter público del mensaje cristiano”[9], que
lo hace presente en todos los escenarios de la contemporaneidad, según el mismo
querer de Jesús (Cf. Mt 28, 19).
Para
Caldera la filosofía cristiana, en los ámbitos de la política y el bienestar
social, contribuye con un elemento de suma importancia, y esta es la afirmación
de lo espiritual, pues, “la nuestra es una concepción que no se agota en lo
material, y que ve en lo espiritual, un principio positivo de superación, la
aspiración del hombre a un destino mejor[10]”,
y sobre este eje va la predicación de la Iglesia, la que no se cansará nunca de
anunciar el Reino de Dios, que no es solo bien material, sino un reino de
justicia y paz para todos (Cf. Rom 14, 17), donde lo transcendente importa
tanto como lo temporal, pues “no solo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que procede de la boca de Dios” (Mt 4, 4).
El
autor tiene claro que la política posee un “fondo ético”, pues se hace
necesario una “subordinación de la conducta política a las normas éticas”, ya
que, el hombre como fin objetivo de la acción política, ha de saberse invitado
a desarrollar su ideal político en “subordinación a las normas morales que
rigen la conducta de los hombres”, esto es, en el caso de la democracia
cristiana, los ideales del Evangelio de Jesucristo[11],
pero aclarando que la acción política, cuyo centro han de ser los hombres y en
particular los pobres, no es para la Iglesia una opción cultural, sociológica,
política o filosófica, sino que en realidad es una “categoría teológica”[12], es
decir, la Iglesia trabaja por los pobres porque son los elegidos de Dios (Cf.
Lc 1, 52-53).
Existen
otros tres aspectos constituyentes de una antropología teológica y política que
desarrolla el capítulo III de la mencionada obra, y estos son, en primer lugar,
la dignidad de la persona humana, seguido de la primacía del bien común, y la
perfectibilidad de la sociedad civil. Veámoslos brevemente.
La
concepción antropológica del hombre para la democracia cristiana se centra en
la siguiente idea cardinal de la dignidad de la persona humana: “(…) el hombre
es un valor fundamental, considerado, no como individuo, sino como persona; no
como número, con señorío aislado y excluyente en torno a determinados intereses,
sino como sujeto cuya substancia lo distingue de los otros animales y le da una
calificación especial dentro del conjunto de los seres creados, la cual reside
en la racionalidad y en la libertad”[13],
esta libertad no será para la “autoafirmación egocéntrica, sino para el
ejercicio del amor servicial”[14],
como Cristo, que “no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28). El hombre
es, pues, un ser libre y racional, libre para trabajar y racional para hacer
política.
Qué
importante es reconocer que el llamado “gobierno del pueblo” o democracia no
puede estar por encima de la libertad del hombre como individuo y como ser
creado por Dios con todas las posibilidades de desarrollarse. Bien sabemos que
no siempre lo que el pueblo dicte será lo correcto, pues, como lo recordaba
Benedicto XVI “la verdad no la determina el voto de la mayoría”[15],
pensemos, por ejemplo, en la decisión injusta que tomó Poncio Pilato con
respecto a Jesús, animado por los gritos de la multitud (Cf. Lc 23, 23-25).
La
primacía del bien común pretende encarnar la propia idea de la dignidad de la
persona humana, entendiéndose por bien común: “no el simple beneficio
mayoritario, numérico, de la población, sino del conjunto más armónico posible,
de manera que la población pueda disfrutar, a través de normas de justicia, de
los beneficios que el orden social asegura, para que cada uno pueda cumplir sus
propios fines de manera satisfactoria”[16],
esta dignidad radica en que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza
de Dios (Cf. Gn 1, 26), y por esto aspira a la perfección de su persona, la
cual se conforma de cuerpo y alma.
El
hombre es, pues, según su vocación social y política, un ser en relación con
los demás, en donde la “vulnerabilidad” es entendida como base para construir
esas relaciones que exige la política. Esta vulnerabilidad es, según James
Keenan, una “dimensión ontológica del ser humano[17]”
que facilita las relaciones de unos con otros. Podríamos pensar las relaciones
entre los que tienen el poder político y los menos favorecidos, los pobres,
donde los primeros han de “resultar heridos”, al ser capaces de comprender que
comparten la responsabilidad con la vida de los segundos, lo que no comprendió
Caín, cegado por la soberbia (Cf. Gn 4, 9). El sentirnos vulnerables nos
capacita para trabajar por nosotros y por los demás.
La
teología del trabajo
La
perfectibilidad de la sociedad civil es entendida por Caldera en el sentido
bíblico del Génesis 1, 28, cuando Dios encarga a los hombres gobernar
(trabajar) la tierra, y en este sentido, “el hombre y la sociedad -integrada
por hombres- tienen en última instancia capacidad de decidir sobre su propio
destino, de actuar y transformar las circunstancias y las realidades[18]”,
pero no bajo cualquier criterio, sino inspirados en la moral y ética del
cristianismo, es decir, teniendo una visión cristiana del trabajo santificado[19], y
la política, en este sentido, ha de trabajar en diálogo con la economía,
colocándose definitivamente al servicio de la vida humana[20],
para lograr esa perfectibilidad de la sociedad civil, que no es una ilusión
utópica, sino que es posible con la implementación de las políticas correctas.
En el
desarrollo de “El elemento cristiano”, Caldera plantea la valía esencial del
trabajo, lo que para él constituye un valor fundamental de la sociedad. El
autor es consciente de que, a diferencia de otros credos religiosos, en cuyos
fundadores se encontraron grandes personajes de noble procedencia, en el caso
del cristianismo se ve un origen más humilde, pues “tuvo su fundador en un obrero,
un trabajador manual[21]”,
Jesús de Nazaret, quien era considerado el hijo de un carpintero (Mc 6, 3),
pero la gran diferencia con los demás es que este personaje no es solo
intermediario entre Dios y los hombres, sino que es Dios mismo. En este
sentido, la figura de Jesucristo no ha de politizarse, pues su persona no puede
parcializarse o ideologizarse. No fue Jesús ningún político o líder
revolucionario, sino el Señor de la Historia[22],
que enseñó con el ejemplo.
Sin embargo,
este reconocimiento del trabajo como valor fundamental del hombre cristiano y
de todos los credos, siendo uno de los elementos históricos más importantes del
cristianismo, se excluye y deforma a través de los tiempos[23].
Es en este espacio donde la Antropología Teológica hace su aporte en la
correcta comprensión y aplicación del mandato de Dios a Adán y Eva de dominar
la tierra, al respecto comprendemos que este dominio humano debe existir dentro
del dominio de Dios, orientándose al cuidado de la creación y su sano
desarrollo, participando del poder divino en servicio de la creación, no solo
como dominio interesado[24].
Conclusión
Como se
ha visto, la concepción del hombre para la democracia cristiana se podría
resumir en la esencia de un ser superior a las demás obras de la creación de
Dios con la capacidad de participar en esa creación a través del trabajo, sin
embargo, aunque esta visión social y política no se aleja mucho del ideal de la
fe, es cierto que le falta una mayor comprensión del fin ultimo del hombre, que
es la salvación, en este sentido, la salvación ha de ser entendida como gracia
de Dios y no basada solo en “preceptos morales, sino en acontecimientos que
comprometen a las personas”[25], es
decir, en el trabajo por esa salvación, pues “creer en la salvación de Dios no
es cruzarse de brazos a esperar una recompensa después de la muerte, sino exige
que cada persona asuma su responsabilidad en el cosmos y la humanidad”[26], es
decir, cada uno desde su labor cotidiana, contribuye a la edificación del Reino
que es la Iglesia, la que a su vez es sacramento universal de salvación.
Así,
pues, el trabajo es mandato divino, como lo recordó san Pablo con su vida y sus
escritos a los cristianos de Tesalónica, cuando claramente les expresó que “el
que no quiera trabajar que tampoco coma” (2 Tes 3, 10), pues Dios mismo había
ordenado desde antiguo que seis días habrían de dedicarse al trabajo, y el
séptimo sería para el descanso (Cf. Ex 20, 9), por eso, podríamos concluir que
la Biblia registra la vida de un pueblo trabajador, y que la ministerio de
Cristo y su llamado a los apóstoles se llevó a cabo en medio de sus trabajos,
pues “dejando las redes le siguieron” (Mc 1, 18)[27].
Finalmente,
veamos en el cambio de actitud de aquel hijo que primero dijo que no iría a
trabajar, pero que después se arrepintió y fue (Mt 21, 29), el modelo a seguir
en nuestro propio ideal cristiano, pues solo si somos conscientes de la
dignidad del trabajo humano, seremos capaces de consagrarnos al servicio
político y social de los hermanos que necesitan del pan material y del
espiritual.
El
trabajo de Dios y de su hijo Jesucristo no ha acabado, es constante (Cf. Jn 5,
18) y, aunque el Creador haya descansado en el séptimo día (Gn 2, 2-3), nunca
ha dejado de obrar en el mundo y Jesús completa en su persona y en sus
seguidores la obra de Dios, por lo que todo aquel que haga política y trabaje
por el prójimo vive y encarna los mismos sentimientos de Cristo (Cf. Flp 2, 5),
que busca la salvación de los hombres, y en cuya tarea ha querido involucrar a
los mismos hombres, pero no porque necesite de nuestra ayuda, sino que así lo
dispuso para mayor gloria de la Iglesia, su esposa[28],
a la que le basta su gracia (Cf. 2 Cor 12, 9), sin la cual el hombre es
“incapaz de alcanzar el fin divino al que está llamado y orientado por Dios”[29], la
salvación, que “se manifiesta en la materialidad de nuestro mundo y es
experimentada por nuestros cuerpos, pues después de todo el ser humano es uno
en cuerpo y espíritu”[30].
En
síntesis, el capítulo III “El elemento cristiano” de la obra “Especificidad de
la democracia cristiana” abre un interesante debate sobre la concepción que
tiene el hombre sobre su responsabilidad política y vocación al trabajo como
identificación con Jesucristo, obrero y Señor. El cristiano ha de conocerse
llamado por Dios a hacer política y democracia con los ideales cristianos, sin
ideologizar la fe, sabiendo que es bueno trabajar por el bien común y “dar al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).
P.A
García
[1] Cf. La Enciclopedia, (2004),
volumen 3, Salvat Editores, Madrid, España, p. 2356
[2] Caldera,
R., (2002), “Especificidad de la democracia cristiana”, p. 6. (Nota del
autor para la quinta edición castellana).
[3] Guía de estudio Nº 1, p. 1
[4] Cf. Documento de Puebla, Nº 517
[5] Cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, Nº 898-899
[7] Ídem
[8] Constitución Dogmática Lumen
Gentium, Nº. 34. Documento de Puebla, Nº 521
[9] Gutiérrez, G., (1980), La fuerza histórica
de los pobres, Centro de Estudios y Publicaciones, Lima, Perú, p. 332
[10] Caldera, R., op. cit. p. 51
[11] Ídem
[12] Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium, Nº 198
[13] Caldera, R., op. cit. p.
52
[14] Ruiz, J. (1993) Creación, gracia y
salvación, Editorial Sal Terrae, Bilbao, España, pp. 44-75. Guía de estudio Nº
2, P. 1
[15]https://www.lainformacion.com/asuntos-sociales/las-33-mejores-frases-que-nos-dejo-el-papa-benedicto-xvi_MU07zT4sxCdlXWrG45vq95/
[16] Caldera R.,
op. cit. p. 53
[17] Guía de estudio Nº 2, p. 3
[18] Caldera R.,
op. cit.
p. 54
[19] Cf. Documento de Puebla, Nº 956
[20]Carta Encíclica Laudato Si´,
Nº 189
[21] Caldera R.,
op. cit. p. 57
[22] Cf. Documento de Puebla, Nº 178
[23] Cf. Caldera, R., op. cit.
p. 58
[24] Cf. Guía de
estudio Nº 1, p. 4
[25] Maldamé, J. (2014) El pecado
original. Fe cristiana, mito y metafísica. Editorial Sanesteban p.
152
[26] Guía de
Estudio Nº 1, p. 8
[27] Cf. Diccionario ilustrado de la
Biblia (1974) Editorial Caribe, Barcelona, España, p. 668
[28] Haring, B., (1968), El mensaje
cristiano y la hora presente, Editorial Herder, Barcelona, España, p. 530
[29] Guía de estudio Nº 4, p. 3
[30] Ibidem, p. 6
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