JESÚS
¿Quién fue
Jesús?, es la interrogante con la que el padre José Antonio Pagola introduce su
libro “Jesús: aproximación histórica”, uno de los textos de Cristología más novedosos
y tal vez polémicos de las últimas dos décadas; pero mi intención está lejos de
criticar el contenido del texto, pues, por el contrario, alabo y recomiendo la
visión tan humana y cercana que el padre guipuzcoano hace de la persona de
Jesús de Nazaret.
Pagola es un
historiador bastante informado de los contextos en los que concurrieron los
hechos de Jesús, y en el desarrollo de su discurso ubica al lector en el tiempo
y el lugar precisos en los que el hijo de José y de María trabaja, se aparta de
su familia y, después de una profunda experiencia con el Padre Dios, a quien
llama Abbá, decide predicar el Reino de ese Dios amoroso, no sin antes
haber conocido e incluso haber sido discípulo del Bautista a las orillas del
Jordán.
Nazaret es el
pueblo de Jesús, donde conoció la fe de su pueblo judío, desde la perspectiva
de la Galilea, una zona un tanto marginada por la corte sacerdotal y de donde
no se esperaba profeta o maestro influyente. Pagola opina que la humanidad y
tacto tan especial de Jesús hubieron de formarse en el calor del hogar de José
y María, dos judíos creyentes y piadosos, como casi todos los de su entorno, de
quienes aprendió a conocer a Dios el Creador y con quienes vivió la marginación
de los suyos, por razones étnicas y alusivas al seguimiento de la Torá, de la
cual Jesús nunca predicó, ni se preocupó siquiera de citar.
El Reino de
Dios fue el mensaje central de Jesús, un Reino que no es de este mundo, pero
que ya está en medio (dentro) de sus seguidores, sobre todo de aquellos a
quienes les correspondió la gracia de disfrutar un milagro, un signo de la
misericordia de Dios, pues efectivamente los ciegos vieron, los sordos oyeron,
los paralíticos se levantaron, los leprosos quedaron sanos, los mudos hablaron
y los muertos volvieron a vivir. Jesús es un profeta poderoso en palabras y
obras.
Las parábolas
del maestro fueron, sin lugar a dudas, el mejor mecanismo lingüístico utilizado
para hablar de lo que “se parecía” al Reino de Dios. Pagola comprende que de
todas las experiencias vividas por Jesús en sus años “ocultos” salió la
inspiración de tan bellas historias que contó a las multitudes con el objeto de
comparar las actitudes humanas con el infinito amor de Dios. Jesús fue un
hombre con los pies bien puestos en la tierra, con una profunda sensibilidad
por los pobres, los marginados, los últimos, a quienes hizo los primeros, sus
privilegiados.
La oración de
Jesús es compendiada de las principales fórmulas rituales del judaísmo de la
época, o al menos así lo intuye Pagola, pues era común dirigirse al Padre del
cielo, esperar su reino, y suplicar el alimento diario, el aporte del Señor se
protagoniza en la petición de perdonar las deudas, como también los hombres se
perdonan mutuamente. Jesús es consciente de que el perdón cambia la vida de las
personas, por eso sanaba perdonando y murió perdonando.
Las mujeres también fueron discípulas de
Cristo. Esta tesis es abiertamente defendida por el autor, y ve normal que no
hayan prosperado con la misma autonomía que la de los doce, pues el contexto
patriarcal de aquella época no daba crédito al testimonio de las féminas, pero
Jesús no tuvo ningún tipo de complejos, ni se detuvo en marginar más a las
mujeres, por el contrario, las hizo protagonistas de su pasión, muerte y
resurrección. Jesús fue el amigo de los niños, de los pobres, de los marginados
y especialmente de las mujeres.
Alrededor de sí
formó una comunidad escogida personalísimamente, en la base de los doce
apóstoles a quienes llamó para que estuvieran con él, más precisamente, para
ser pescadores de hombres, aunque este concepto no se haya mantenido tan
relevante en el lenguaje de las primeras comunidades cristianas. Es en medio de
este grupo donde el Señor se expresó naturalmente con frases impactantes y
llamativas, por lo metafórico de su lenguaje y por los recursos hiperbólicos y
tajantes que formaron parte de su dejo personal. Pagola comparte la opinión de
varios autores y se adjudica la capacidad de opinar qué palabras posiblemente
sí fueron pronunciadas por Jesús y cuáles no.
Para el autor
la rivalidad entre Jesús y los fariseos fue exagerada en las generaciones
posteriores a la vida de Cristo, sobre todo en las comunidades en las que se
escribieron los evangelios. Lo que sí da por cierto es que la personalidad
conflictiva de Jesús le ganó un odio por parte de la élite sacerdotal, pues
este galileo no dudó en oponerse a la hipocresía y falsedad de las autoridades
religiosas, a quienes les reprochaba públicamente sus maldades. Jesús no fue
amigo de ningún tipo de opresión.
La vida del
Señor, toda su obra, su ejemplo no podía tener otro final. Para Pagola Jesús
fue el gran mártir del Reino de Dios y con su trágica muerte en la cruz dio
testimonio auténtico del amor, que se da hasta las últimas consecuencias. Jesús
fue coherente con su mensaje hasta el final, incluso desde la cruz cumplió a
cabalidad el designio de su padre Dios.
La victoria
sobre la muerte fue el impulso decisivo para que los suyos reafirmaran su fe en
aquel que era el Hijo de Dios, por eso el sepulcro quedó vacío, por eso se
levantó de entre los muertos y Dios le dio la razón. Jesús es el Mesías
esperado por la tradición judía, un Mesías de acciones contradictorias, pero al
fin un enviado por el Padre para salvar a su pueblo de la opresión, no de Roma
o de cualquier otro imperio, sino principalmente de la pesada carga puritana de
tantos ritos carentes de sentido o extremistas que, en vez de atraer, alejaban
a aquellos que, impedidos por las circunstancias, no podían cumplir con
rigurosidad las tradiciones de los hombres.
Finalmente, la
narración cristológica de Pagola en su libro “Jesús: aproximación histórica”
induce al lector a conocer más y mejor a Cristo, para enamorarse realmente de
él, para seguirle e imitarle fielmente. Es un texto que se mueve entre lo
estrictamente académico y lo devotamente espiritual, una lectura que a
cualquiera logra convencer de la grandeza del Dios encarnado, del rostro
misericordioso del Padre, de Jesús, que vivió haciendo el bien y transformó la
vida de todos los que le rodearon, hasta el punto de mantener una comunidad
viva dos mil años después de su paso terrenal.
P.A
García
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