TEOLOGÍA
TRINITARIA
Elizabeth
Johnson, religiosa estadounidense y teóloga feminista, inicia el capítulo
décimo de su famoso texto “La que es” aludiendo al tema central de la Trinidad,
definida como un misterio de amor relacional, dinámico y tripersonal y en el
que ya no se percibe esta Trinidad como el Dios de la gracia presente en el
Espíritu a través de Jesús, como se sugiere en el desarrollo de su discurso. Por
ende, hay un problema de entendimiento de la Trinidad.
La imaginería
humana sobre la Trinidad se basa en un padre que genera a un hijo a través de
un Espíritu Santo, y esto, según Johnson, hacen pensar en el indudable símbolo
masculino de la Trinidad, donde lo femenino parece no caber dentro de la
consideración “imagen de Dios”, sino solo el varón, notamos ya desde el
lenguaje teológico “clásico” un posible olvido de lo femenino, o al menos una
supremacía de lo masculino, a nuestr entender. Claro es que, desde la
influencia neoplatónica, existe también un modelo jerárquico en detrimento de
la igualdad de las relaciones mutuas entre las tres personas de la Trinidad, al
considerarse que la Palabra y el Espíritu emanan del Padre, y si definimos a
Dios como igualdad de personas, esto plantea otro problema teológico que el
dogma busca resolver a través del lenguaje, y para esto, Jürgen Morgan plantea
una jerarquía distinta de la Trinidad a raíz de los datos escriturísticos en
los que se halla la ilación Padre-Espíritu-Hijo, ya que, de cualquier manera,
las tres personas se entremezclan en diversos modelos de actividad salvífica.
El lenguaje
teológico actual -así como el clásico en su más genuina profundización- busca
asegurar la comprensión de la Trinidad como una fortísima comunión de relación,
a pesar de que los esquemas metafóricos Padre-Hijo-Espíritu hacen pensar en una
sutil subordinación, siendo necesario, como plantea Elizabeth, otros esquemas
que demuestren la igualdad, el mutualismo y el dinamismo recíproco de las
relaciones trinitarias.
Que el Padre
sea el origen y la verticalidad de la pirámide Trinitaria hace pensar en el
fundamento de las estructuras patriarcales en la Iglesia misma y en la sociedad,
y esto parece ser el punto de partida para poder dar el paso a una verdadera
teología feminista, es decir, reconocer que a través de la historia misma del
pensar teológico así como del filosófico, ha imperado la perspectiva
patriarcal, entendida esta como el uso de un lenguaje evidentemente masculino,
al referirnos a las personas de Dios como Padre-Hijo-Espíritu, sin embargo, la
autora no pretende derrumbar estructuras para levantar otras desde cero, sino
que propone su pensamiento basándose en lo ya existente y trayendo al presente
lo que en la misma tradición se ha olvidado, de ahí que Johnson concluya en
espíritu de conservación: “La Trinidad es un concepto legítimo, aunque
secundario, que sintetiza la experiencia concreta de salvación en una fórmula
breve” p. 255.
Es cierto que las
primeras comunidades cristianas en la formulación de su credo buscaron expresar
una fe monoteísta que preservara la experiencia triádica del Padre a través de
Jesús de Nazaret en el Espíritu, pues esta experiencia era la que habían
recibido. Al respecto, la autora, es consciente de lo que lo el sentir de la
Iglesia primitiva supo apreciar e incluir en las páginas del Nuevo Testamento,
que: “Nunca nadie ha visto a Dios, pero gracias a la experiencia desencadenada
por Jesús en el Espíritu, esperamos, guiándonos por la fe y no por la vista,
que la vida encerrada en Dios está con nosotros y para nosotros como amor
renovador y liberador” pp. 258-259.
En adelante,
Johnson toma como guía al santo obispo de Hipona para reflexionar, pues, al
hablar de la Trinidad podemos tener la impresión de que nos quedaremos en el
empeño sin haber alcanzado la meta, como lo refiere De Trinitate, y
seguidamente concluye que es mejor decir “tres personas” que quedarnos en
silencio respecto a la interrogante sobre el Dios trino. Dios no es una persona
o tres en el sentido actual de la palabra, Dios, mas bien podemos concebirlo
como interpersonal y transpersonal, sin dejar de ser una metáfora limitadísima
por el lenguaje humano. Las tres personas juntas son iguales a cada una
individualmente, por lo que la terminología de “uno” o “tres” es inconsistente
en la manera de precisar lo que son las personas de la Trinidad, pues la misma
idea del número accede a pensar en la jerarquía de uno, dos o tres, donde uno
sería menos que tres por relación matemática lógica. Johnson comparte lo que san
Agustín resume: “Al mismo tiempo, cada uno de ellos está en cada uno, y todos
en cada uno, y cada uno en todos, y todos en todos, y todos son uno” p. 263.
Finalmente, la
autora al introducir el tema de las metáforas femeninas de la idea de Dios,
hace referencia a las Escrituras y la Tradición de la Iglesia para pensar y
afirmar que no existe contradicción ni escándalo en pensar y hablar de la
figura de Dios con un lenguaje femenino, lo que no significa que se esté
afirmando que en Dios no quepa la tradicional concepción patriarcal y masculina
en detrimento de un lenguaje teológico feminista y matriarcal como propone
Johnson en su texto.
P.A
García
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