KANT Y LA
RELIGIÓN
En la lectura
se reconoce cómo para el autor la persona ilustrada es aquella que es capaz de
darse a sí misma la ley, se habla entonces de una “autonomía” dentro de la
filosofía moral, materia general en la obra. Esta Moral en Kant se funda
sobre el concepto del hombre libre, que por su razón se liga a leyes
incondicionadas, y que, en principio, parece no necesitar de un ser superior
para conocer el deber, sino la ley misma y su propia razón. Se plantea de esta
manera el problema epistemológico, pues ante la interrogante ¿hay o no hay
libertad en el mundo? (el determinismo), surge también el problema moral de la
libertad y de la divinidad misma, aunque vemos en el texto de Kant un esfuerzo adelantado
por ligar ambas ideas, complementándose la una a la otra. Para Kant existen
leyes causales de la naturaleza, dentro de las cuales reconocemos que la acción
moral se fundamenta en el deber mismo, y no por otro incentivo. Esta acción
moral se orienta en la búsqueda de la felicidad, que puede ser mal entendida
como aquello que da placer, y no lo que es correcto, sin embargo, en el actuar
solo por el deber no siempre se obtiene la anhelada felicidad. De ahí que el
imperativo categórico del autor cobre la centralidad de su reflexión, pues si
obras “de tal modo que tu máxima sea ley”, se concluye que el fundamento de la
moralidad es la misma razón y no Dios, aunque esta aspire a un ser
superior que lo conjuga todo, como se verá más adelante.
Si para Kant la
moral no necesita de la religión, si conduce hacia ella., pues la “idea
de un bien supremo en el mundo, para cuya posibilidad hemos de aceptar
un ser superior, moral, santísimo y omnipotente, único que puede unir los dos
elementos de ese bien supremo”, a su vez se proyecta a la idea de un “legislador
moral poderoso, en cuya voluntad es fin último aquello que al mismo tiempo
puede y debe ser el fin último del hombre”. Hasta aquí la idea de un ser
superior es medianamente diáfana, sin embargo, surgen más interrogantes, por
ejemplo ¿existe un antagonismo entre el deber y la felicidad?
Kant es
insistente al aseverar que el deber moral tiene como fin último dar sentido al deber
y a la felicidad, pues busca unificar ambas ideas, y esto corresponde,
según el autor, a un ser superior. La dualidad deber y felicidad concluye su
máxima en que se es digno de ser feliz cuando se ha obrado desde el deber
mismo. Y si se observa esta perspectiva kantiana desde la óptica de la religión
de su tiempo, se puede comprender cómo el autor concibe la compatibilidad entre
la Racionalidad y la Revelación, es decir, la religión, siempre
que esta última se torna en “religión racional” prescindiendo de la “religión
histórica”, es decir, cuando se obtiene la llamada “religión pura”.
En otro
apartado importante, el autor reflexiona sobre el problema del mal en el
mundo, y para Kant hay un mal radical en la naturaleza humana, es decir,
existen en el hombre unos principios de acción que no se corresponden con la
ley moral arriba tratada, cuyo fin último es el bien y la felicidad, como se ha
visto; de ahí que Kant concluya en que “tendemos a actuar en favor propio y no
como propósito universal”, es decir, es como si estuviéramos orientados al mal
desde la raíz. Pero no todo está perdido, según el pensamiento del autor,
parece haber un remedio a este mal radical, y es lo que él mismo llama
la “posibilidad de regeneración”, pues evidentemente ante el problema del mal
se hace necesario un renacer de cada hombre, participar de una nueva creación,
ya que la primera se presenta corrupta, por ende, Kant plantea la posibilidad
de la existencia de un Redentor, por la necesidad misma de la
regeneración moral.
Y en este
último apartado del texto leído, se puede conocer a grandes rasgos lo que
podría llamarse la “cristología kantiana”, una reflexión donde Cristo
mismo hace su entrada reconociéndosele como un ejemplo a seguir en este
propósito regenerador y redentor, pues para Kant hay al menos cinco ejes:
Cristo es aquel hombre que cumple con el deber, es decir, hace de su
máxima la ley, pues se sacrifica por la ley moral misma; Cristo mismo materializa
la ley moral, “encarna” la moralidad; Cristo como ejemplo es incentivo
puro de moralidad; Cristo desarrolla y efectúa un compromiso de cumplimiento
de esa ley moral; y finalmente el ejemplo de Cristo conlleva a un cambio
radical de vida, lo que justifica la tesis kantiana de la necesidad y
posibilidad de una verdadera redención o regeneración del hombre desde la razón
y la revelación, o podríamos decir con términos actuales, desde la Filosofía
y Teología, que es el propósito y nombre de esta asignatura.
P.A
García
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