Examen final de Evangelios Sinópticos y Juan
Argumente a
través de textos bíblicos el conflicto que mantiene Mateo con los creyentes de
origen judío.
La predicación
de Jesús de Nazaret estuvo centrada en la novedad del Reino de Dios, a ello
dedicó gran parte de su ministerio público el cual no estuvo exento de
polémicas con los sectores religiosos más radicales de su época, como la secta
de los fariseos, por ejemplo. Todo el capítulo 23 del evangelio de Mateo apunta
a una tensión entre Jesús y los escribas y fariseos, a quienes primero describe
según sus grandes errores, para luego dedicarles siete “ayes” (¡Ay de vosotros,
escribas y fariseos…! Mt 23, 13-29) y finalmente profetizarles el castigo
merecido. La vida del Señor estuvo marcada por un profundo conocimiento de sus
realidades temporales, es decir, Jesús estuvo bien enterado de los abusos que
cometían los poderosos de su época, gobernadores y líderes religiosos, quienes,
alejándose del auténtico sentido de la fe en el Dios de Abrahán, se habían
desviado por sendas de escrupulosidad, exclusividad y opresión de los más
pobres, débiles e inocentes. El Reino de Dios pone a estos últimos de primeros
y allí la radica la fuerte oposición que encuentra el evangelio con aquellos
judíos tradicionales y tradicionalistas.
¿Se puede
definir a la Iglesia de Mateo como el “nuevo Israel”?
Jesús fundó una
Iglesia, o al menos tuvo la intención de hacerlo, Mateo lo demuestra cuando el
Señor dedica a Pedro las famosas palabras de (Mt 16, 18-19). Esta comunidad de
creyentes se conformó, por mandato de Jesús, a través de la predicación del
evangelio y el bautismo (Mt 28, 19-20), y fundamentada en la elección de doce
varones que el mismo Jesucristo había apartado para que estuvieran con él y
para expulsar a los espíritus inmundos, para curar toda enfermedad y dolencia (Mt
10, 1-4); este número, doce, corresponde al paralelismo con las tribus del
antiguo Israel (Gn 49, 1-28), por eso Jesús elige a doce, para renovar la
elección divina en todos aquellos que crean en su palabra y se conviertan. La
Iglesia es la prefiguración del Reino, la Iglesia es el nuevo Israel, cuya
piedra angular es Cristo (Mt 21, 42).
Señale la
diferencia entre el Israel étnico y la Iglesia universal.
Como hemos
visto, Jacob, después llamado Israel, impartió una especial bendición a sus
doce hijos, de quienes se conformaron las doce tribus de Israel, a saber:
Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, Isacar, Gad, Aser, Dan, Neftalí, José y
Benjamín (Gn 49, 1-28), solo en sus descendientes se comprendía al pueblo de
Dios, sin embargo, con Jesús y sus discípulos, esta selección étnica se abre a
la totalidad de la creación, pues a los suyos Jesús le indica que hagan
discípulos en todas las naciones (Mt 28, 19-20), es decir, sin importar las
limitaciones del Israel geográfico y demográfico. Esta tarea la cumplieron los
doce, a saber: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo,
Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote (Mt 10, 1-4),
este último, el Iscariote, sabemos que fue reemplazado por Matías (Hch 1, 26).
¿Qué tipo de
eclesiología desarrolla Mateo en los siguientes textos: Mt 5,12; 5,13-16?
En el versículo
12 del capítulo 5 Jesús está culminando su famoso discurso de las bienaventuranzas
desde una de las colinas próximas a Cafarnaúm, y después de dedicar sus
palabras a los pobres, los humildes, los que lloran, los que tienen hambre y
sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos,
los perseguidos por la justicia, finalmente se dirige al grupo de los Doce, a
sus más cercanos para indicarles que ellos, como los profetas y de quienes son
sucesores, serán también perseguidos en su misión; Jesús funda su Iglesia sobre
los doce apóstoles, por eso decimos que la Iglesia es apostólica. Luego, en los
versículos del 13 al 16, el Señor comenta la analogía de la sal de la tierra y
de la luz del mundo, que son sus seguidores, aquellos que le escuchaban
congregados en multitud a su alrededor mientras él sentado enseñaba (Mt 5, 1-2).
La Iglesia reconoce su papel protagónico en la sociedad, es decir, sabemos
nuestra misión, evangelizar, y esta fuerza y kerigma provienen solo de la sal y
luz recibida del mismo Jesús, es por eso que una Iglesia apartada del mensaje
del Señor, es una Iglesia insípida, sosa y apagada. La eclesiología de Mateo
reconoce la importancia de beber de la fuente primitiva que es Jesús, para
luego sí ser sus enviados, es decir, sus apóstoles, los que van construyendo la
Iglesia. “Heme aquí, Señor: envíame” (Is 6,8).
Lucas narra la
realización de un proyecto divino, que sigue actuando en el presente y camina
hacia su propia realización. Explique este proceso a través de textos bíblicos.
El gran
proyecto divino por el que Jesús entrego su vida fue el Reino de Dios.
El evangelio de san Lucas es abundante en citas referentes al discurso de
Cristo acerca del Reino de su Padre Dios. El evangelista y médico introduce el
tema del Reino mostrando a un Jesús que se preocupa de otros pueblos, a quienes
también debe anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios y no solo en Galilea (Lc
4, 43). Luego, en su discurso de la montaña especifica que los pobres son bienaventurados,
porque de ellos es el Reino de Dios que él predica (Lc 6, 20). Más adelante,
ante las incomprensiones de sus parábolas acerca del Reino, explica a sus
discípulos que a ellos se les ha dado a conocer los misterios del Reino de Dios
(Lc 8, 10), porque muchos no entendían esa novedad desconcertante y
reconfortante a la vez. A estos discípulos que comprenden un poco más su
mensaje porque él se encarga de explicárselo, Jesús los envía a predicar ese
Reino de Dios (Lc 9, 2), no sin antes aclararle la decisión fundamental de
darlo todo por este proyecto divino, pues ciertamente “nadie que pone la mano
en el arado y mira para atrás es digno del Reino de Dios” (Lc 9, 62). Pero,
¿dónde está ese Reino? Jesús cura, perdona, levanta paralíticos, hace milagros,
se compadece de todos, perdona los pecados, por eso afirma que “el Reino de
Dios está cerca de vosotros” (Lc 10, 9) cuando vean suceder estas cosas, porque
el Reino es, sobre todo, justicia y paz para los menos favorecidos. Ya en la
fórmula por excelencia de la oración que Cristo enseña a sus seguidores está la
petición de que venga hacia nosotros el Reino de Dios, adveniat regnum tuum
(Lc 11, 2), porque siempre será necesario pedir al Padre que su Reino venga,
que esté presente, que se instaure. Cristo compara este Reino con dos analogías
muy particulares, un grano de mostaza o la levadura (Lc 13, 18-21) pues por
pequeño que parezca o insignificante que se vea, hace crecer y transforma las
realidades para bien. ¿Cuándo ha comenzado este Reino? Es una interrogante
legítima en las primeras comunidades cristianas, y el Señor lo deja claro, pues
“la ley y los profetas llegan hasta Juan, de ahí se empieza la Buena Nueva del
Reino de Dios y muchos se esfuerzan con violencia por entrar en él” (Lc 16, 16).
Ahora bien, no podemos decir que el Reino de Dios está aquí o allá, más
propiamente confiamos en que “el Reino de Dios ya está entre nosotros” (Lc 17,
20-21), es decir, en medio de nosotros, en nuestro interior. Finalmente,
¿quiénes merecen este Reino? O ¿qué actitudes nos exigen? En primer lugar,
humildad y ser como niños (Lc 18, 16) y luego un desprendimiento total, porque
“qué difícil es que los ricos entren al Reino de Dios” (Lc 18, 24). El Reino
está en edificación, somos parte de esta obra de Dios.
En la teología
de la historia, Lucas distingue tres tiempos: El tiempo de Israel, el tiempo de
Jesús y el tiempo de la Iglesia. Explique mediante textos bíblicos el sentido
teológico de estos tiempos.
La teología
lucana según el parecer de varios estudiosos, entre ellos Hans Conzelmann y el
profesor Rafael Aguirre Monasterio, busca separar la historia de la salvación
en tres etapas claras, distinguibles y vinculadas entre sí. La primera de ellas
sería el tiempo de Israel, que va desde la ley y los profetas hasta el Bautista
(Lc 16, 16), es decir, todo el Antiguo Testamento y los dos primeros capítulos
de su evangelio; la segunda es de Juan Bautista en adelante, este sería el
tiempo de Jesús, es decir, el tiempo del Reino de Dios, según la misma cita
bíblica. Luego, está el tiempo de la Iglesia, que corresponde a la acción del
Espíritu de Dios en la asistencia a la comunidad cristiana que esperaba la
parusía, es decir, la segunda venida del Señor. Para comprender esto es
necesario tener en cuenta que la obra lucana es una sola, compuesta por el
evangelio (Lc) y los relatos de las primeras comunidades cristianas y Pablo
(Hch), a esto le llamamos “la unidad de la obra lucana”.
El evangelio
según Lucas se abre y se cierra en Jerusalén y, dentro de ella, en su corazón,
el Templo: se abre en el Templo con el anuncio del ángel a Zacarías (1,5ss) y
allí se cierra con la imagen de los Once que “estaban siempre en el Templo
alabando a Dios” (24,53). ¿Qué importancia tiene el Templo y Jerusalén para el
autor?
Lucas sabe que
de Jerusalén vendrá la Salvación, por eso es importante que Cristo suba a esta
ciudad santa, para, desde allí, morir y salvar a la humanidad entera. El Templo
era el centro cultual (de culto) de la religión judía, y Cristo fue un judío de
su época, que se interesó por subir a Jerusalén a festejar la Pascua y, por su
puesto, aprovechó para orar en el Templo e incluso enseñar en él, para
admiración de todos. Para Lucas Jerusalén es el centro de la historia de la
salvación, (Lc 9, 31), es por eso que Elías y Moisés en el episodio de la
transfiguración del Señor hablaban con él del lugar santo, de su centralidad.
El protagonismo del Templo se debe, ciertamente, a que este es como una réplica
del cielo, es decir, donde Dios se deja ver, donde baja al encuentro con los
hombres (Ex 25, 40).
Lucas presenta
a Jesús comiendo, en circunstancias diversas y con comensales diferentes.
Aparece comiendo con pecadores y publicanos, varias veces en casa de fariseos,
por supuesto, con la gente, con los discípulos… y, además, en el contexto de estas
comidas, Jesús pronuncia enseñanzas de especial importancia. ¿Por qué presenta
Lucas tantas veces a Jesús en el contexto de una comida? ¿Qué significaban esos
textos -con frecuencia enseñanzas muy polémicas, quizás a veces las más
novedosas de su mensaje- para sus primeros destinatarios?
Las comidas de
Jesús fueron, sin lugar a dudas, un escenario de fuerte contradicción para la
época del Israel del siglo I. Veamos solo tres ejemplos. En primer lugar, el
banquete al que Jesús es invitado por un fariseo y en su casa, sentados todos a
la mesa, se le acerca una mujer pecadora con un frasco de alabastro de perfume,
y lo derramó sobre los pies del Maestro (Lc 7, 36-50); luego de las
incomprensiones, Jesús perdona a aquella mujer, en un contexto de
profundo machismo y rigurosidad legalista, pues aquella era conocida por ser
“mujer pecadora pública”, posiblemente una prostituta. En segundo lugar (Lc 10,
38-42), el banquete en la mesa de su amigo Lázaro, donde aprovecha el Señor
para darle valor a la actitud de María, hermana de Marta y Lázaro, quien había
preferido estar a sus pies “para escuchar su palabra”, porque la mesa es el
compartir por excelencia, y junto a Jesús las comidas adquirían un sentido
sobrenatural, como lo recordarán más adelante los discípulos de Emaús, a
quienes les explicó las escrituras y les partió el pan (Lc 24, 13-35). Y en
tercer lugar el banquete en casa de Zaqueo (Lc 19, 2-10), jefe de publicanos y
cuyo encuentro con Jesús al compartir su mesa le supuso un cambio radical de
vida, la sola presencia del Señor le movió a la conversión, por eso Jesucristo
no rechazó nunca la oportunidad de compartir también con todos aquellos a
quienes denunciaba públicamente por su conducta inhumana y despiadada, sobre
todo de aquellos que oprimían con impuestos impagables por campesinos que
terminaban perdiéndolo todo. Si Juan Bautista con su reserva en el comer y el
beber fue tenido por “energúmeno”, Jesús que compartía la mesa con todos fue
catalogado por “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,
16-19), porque Cristo aprovechó cualquier cátedra para predicar el Reino con
palabras y obras, también desde las periferias.
¿De qué forma
presenta Marcos a lo largo de su obra el mesianismo de Jesús?
El evangelista
Marcos abre su narración con la predicación de Juan Bautista, quien bautizará a
Jesús y de cuya acción quedará ungido por el Espíritu Santo para iniciar su
ministerio (Mc 1,1-11). Aquí “ungido” es el equivalente castellano al hebreo
“mesías” y al griego “cristo”; Marcos tiene claro desde el principio que Jesús
es el Mesías de Dios, el ungido, y la profesión de fe de Pedro tendrá su cumbre
en esta comprensión (Mc 8, 29). Jesús no es un Mesías político, de armas tomar,
libertador del pueblo como muchos anteriores a él en cuyas pretensiones
terrenas perecieron; Jesús es un Mesías y Libertador espiritual, que buscó
instaurar su Reino, el Reino de Dios que no es de este mundo (Jn 18, 36).
Marcos desde el capítulo 8 hasta el 10 presenta el mesianismo de Jesús
orientado hacia su pasión, muerte y resurrección, y culmina su evangelio con la
confesión de fe del centurión, cuando ya al final de la crucifixión reconoce
que Jesús era realmente el Hijo de Dios (Mc 15, 39). A lo largo de su vida, Jesús
evita una sublevación popular contra el imperio romano ocupador, pues esto es
contrario a su misión.
Analiza los
siguientes textos: Mc 8,31-38; Mc 9, 1-8. ¿Qué perfil de discípulo presenta el
autor? ¿qué consecuencias prácticas podemos sacar para seguir a Jesús hoy?
En Mc 8, 31-38
Jesús reprende a Pedro e indica las condiciones radicales de su seguimiento,
pero ¿Cristo es exigente? Definitivamente sí, y lo vemos en estos versículos de
Marcos, pues en su seguimiento no cabe el capricho y el aparente triunfalismo
que Pedro le recomendaba en detrimento de la cruz, y tampoco cabe la vergüenza
de Jesús y de sus palabras, ni mucho menos un seguimiento sin cruz, es decir,
sin sufrimientos o sin la negación de sí mismo, lo que significa que donarse
hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte, como el mismo Cristo. Este
texto es netamente vocacional para todos aquellos que hemos sido renovados a
una vida santa a través de las aguas bautismales. Todos los cristianos debemos
orientarnos por estas palabras de Jesús, a llevar una vida de discípulos y
misioneros allí donde nos encontremos. El cristiano del siglo XXI no puede
temer la persecución, porque es cierto que vivimos en mundo que nos lleva a
contracorriente, por eso mismo debemos ser sal y luz.
En Mc 9, 1-8 el
evangelista nos cuenta la escena de la Transfiguración, de la que solo tres
discípulos son testigos: Pedro, Santiago y Juan. Es a ellos a quienes Jesús les
adelanta una prefiguración de su gloria, de la resurrección, y en la
intervención desmesurada de Pedro identificamos al discípulo que no comprende
la realidad de las cosas divinas. Jesús se transfigura en medio de estos tres
para mostrarles la belleza de la salvación, para invitarlos a perseverar, para
demostrarles que él es quien ellos creen y que todo se encamina a la gloria por
la cruz. Y los discípulos de nuestro tiempo debemos comprenderlo, sin
objeciones, sin peros, porque seguimos a aquel que ha hecho de su vida el mejor
referente para la nuestra. El discipulado de nuestros días ha de verse
transfigurado a la luz de la Palabra de Dios, para que se encarne en las
realidades terrenas donde hace falta más Iglesia, más cristianismo, más
humanidad.
Marcos al
inicio de su evangelio presenta a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios
(1,1). ¿Cómo revela Marcos la identidad
de Jesús? Fundamente a través de textos bíblicos.
El principal
texto que da origen a la identificación real de Jesús es Mc 1, 11, cuando en
medio de las aguas del Jordán, Jesús y Juan y todos los presentes oyen una voz
que vino del cielo “Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco”. Este episodio
de filiación divina y revelación de la identidad de Jesús tiene su reafirmación
en Mc 9, 7 en la escena de la Transfiguración, cuando con palabras semejantes y
en circunstancias parecidas se oye “Este es mi Hijo amado; escuchadle”. Estas
primeras citas apuntan a una revelación directa del cielo, pues se oye “la voz
de Dios”, sin embargo, Marcos recoge otras dos confesiones que relevan la
identidad de Jesús, y ya las hemos visto más arriba, estas son: en primer lugar,
la confesión de Pedro (Mc 8, 29) “Tú eres el Cristo”; y luego la del centurión
(Mc 15, 39) “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. La revelación que
Marcos hace de la identidad de Jesús, como vemos, es progresiva y contundente a
la vez.
¿Dónde aparece
la “hora” de Jesús en el evangelio de Juan y a qué se refiere?
Son varias las
referencias de Juan respecto a la “hora” de Jesús, pero de todas ellas la que
más gana protagonismo es la hora de su glorificación, de su retorno a la vuelta
del Padre, la que no había llegado todavía en el episodio de Caná (Jn 2,4). La
proximidad de esta hora es señala por el mismo Juan en su evangelio: (Jn 7, 30)
cuando querían detenerlo, pero todavía no había llegado su hora; (Jn 8, 20)
igualmente en el Templo, donde no pudieron apresarlo; (Jn 12, 23.27) Jesús
anuncia aquí la glorificación por la muerte en cruz “ha llegado la hora de que
el Hijo del hombre sea glorificado” y “¡Si he llegado a esta hora precisamente
para esto!” Jesús sufre y se angustia ante la inminente muerte en cruz; “Antes
de la fiesta de la Pascua, Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre” (Jn 13, 1) el paso de Cristo de la muerte a la vida será
la auténtica Pascua; “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo” (Jn 17,
1) es la oración de Jesús antes de ser apresado. De modo que la hora de Jesús
en el evangelio de san Juan hace referencia a su paso de este mundo a la vida
con su Padre celestial, a quien acompañada sentado a su diestra, desde donde
vendrá a juzgar a vivos y muertos.
P.A
García
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