domingo, 25 de febrero de 2024

Claves de los Sinópticos y Juan

Examen final de Evangelios Sinópticos y Juan

Argumente a través de textos bíblicos el conflicto que mantiene Mateo con los creyentes de origen judío.

La predicación de Jesús de Nazaret estuvo centrada en la novedad del Reino de Dios, a ello dedicó gran parte de su ministerio público el cual no estuvo exento de polémicas con los sectores religiosos más radicales de su época, como la secta de los fariseos, por ejemplo. Todo el capítulo 23 del evangelio de Mateo apunta a una tensión entre Jesús y los escribas y fariseos, a quienes primero describe según sus grandes errores, para luego dedicarles siete “ayes” (¡Ay de vosotros, escribas y fariseos…! Mt 23, 13-29) y finalmente profetizarles el castigo merecido. La vida del Señor estuvo marcada por un profundo conocimiento de sus realidades temporales, es decir, Jesús estuvo bien enterado de los abusos que cometían los poderosos de su época, gobernadores y líderes religiosos, quienes, alejándose del auténtico sentido de la fe en el Dios de Abrahán, se habían desviado por sendas de escrupulosidad, exclusividad y opresión de los más pobres, débiles e inocentes. El Reino de Dios pone a estos últimos de primeros y allí la radica la fuerte oposición que encuentra el evangelio con aquellos judíos tradicionales y tradicionalistas.

¿Se puede definir a la Iglesia de Mateo como el “nuevo Israel”?

Jesús fundó una Iglesia, o al menos tuvo la intención de hacerlo, Mateo lo demuestra cuando el Señor dedica a Pedro las famosas palabras de (Mt 16, 18-19). Esta comunidad de creyentes se conformó, por mandato de Jesús, a través de la predicación del evangelio y el bautismo (Mt 28, 19-20), y fundamentada en la elección de doce varones que el mismo Jesucristo había apartado para que estuvieran con él y para expulsar a los espíritus inmundos, para curar toda enfermedad y dolencia (Mt 10, 1-4); este número, doce, corresponde al paralelismo con las tribus del antiguo Israel (Gn 49, 1-28), por eso Jesús elige a doce, para renovar la elección divina en todos aquellos que crean en su palabra y se conviertan. La Iglesia es la prefiguración del Reino, la Iglesia es el nuevo Israel, cuya piedra angular es Cristo (Mt 21, 42).

Señale la diferencia entre el Israel étnico y la Iglesia universal.

Como hemos visto, Jacob, después llamado Israel, impartió una especial bendición a sus doce hijos, de quienes se conformaron las doce tribus de Israel, a saber: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, Isacar, Gad, Aser, Dan, Neftalí, José y Benjamín (Gn 49, 1-28), solo en sus descendientes se comprendía al pueblo de Dios, sin embargo, con Jesús y sus discípulos, esta selección étnica se abre a la totalidad de la creación, pues a los suyos Jesús le indica que hagan discípulos en todas las naciones (Mt 28, 19-20), es decir, sin importar las limitaciones del Israel geográfico y demográfico. Esta tarea la cumplieron los doce, a saber: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote (Mt 10, 1-4), este último, el Iscariote, sabemos que fue reemplazado por Matías (Hch 1, 26).

¿Qué tipo de eclesiología desarrolla Mateo en los siguientes textos: Mt 5,12; 5,13-16?

En el versículo 12 del capítulo 5 Jesús está culminando su famoso discurso de las bienaventuranzas desde una de las colinas próximas a Cafarnaúm, y después de dedicar sus palabras a los pobres, los humildes, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos, los perseguidos por la justicia, finalmente se dirige al grupo de los Doce, a sus más cercanos para indicarles que ellos, como los profetas y de quienes son sucesores, serán también perseguidos en su misión; Jesús funda su Iglesia sobre los doce apóstoles, por eso decimos que la Iglesia es apostólica. Luego, en los versículos del 13 al 16, el Señor comenta la analogía de la sal de la tierra y de la luz del mundo, que son sus seguidores, aquellos que le escuchaban congregados en multitud a su alrededor mientras él sentado enseñaba (Mt 5, 1-2). La Iglesia reconoce su papel protagónico en la sociedad, es decir, sabemos nuestra misión, evangelizar, y esta fuerza y kerigma provienen solo de la sal y luz recibida del mismo Jesús, es por eso que una Iglesia apartada del mensaje del Señor, es una Iglesia insípida, sosa y apagada. La eclesiología de Mateo reconoce la importancia de beber de la fuente primitiva que es Jesús, para luego sí ser sus enviados, es decir, sus apóstoles, los que van construyendo la Iglesia. “Heme aquí, Señor: envíame” (Is 6,8).

Lucas narra la realización de un proyecto divino, que sigue actuando en el presente y camina hacia su propia realización. Explique este proceso a través de textos bíblicos.

El gran proyecto divino por el que Jesús entrego su vida fue el Reino de Dios. El evangelio de san Lucas es abundante en citas referentes al discurso de Cristo acerca del Reino de su Padre Dios. El evangelista y médico introduce el tema del Reino mostrando a un Jesús que se preocupa de otros pueblos, a quienes también debe anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios y no solo en Galilea (Lc 4, 43). Luego, en su discurso de la montaña especifica que los pobres son bienaventurados, porque de ellos es el Reino de Dios que él predica (Lc 6, 20). Más adelante, ante las incomprensiones de sus parábolas acerca del Reino, explica a sus discípulos que a ellos se les ha dado a conocer los misterios del Reino de Dios (Lc 8, 10), porque muchos no entendían esa novedad desconcertante y reconfortante a la vez. A estos discípulos que comprenden un poco más su mensaje porque él se encarga de explicárselo, Jesús los envía a predicar ese Reino de Dios (Lc 9, 2), no sin antes aclararle la decisión fundamental de darlo todo por este proyecto divino, pues ciertamente “nadie que pone la mano en el arado y mira para atrás es digno del Reino de Dios” (Lc 9, 62). Pero, ¿dónde está ese Reino? Jesús cura, perdona, levanta paralíticos, hace milagros, se compadece de todos, perdona los pecados, por eso afirma que “el Reino de Dios está cerca de vosotros” (Lc 10, 9) cuando vean suceder estas cosas, porque el Reino es, sobre todo, justicia y paz para los menos favorecidos. Ya en la fórmula por excelencia de la oración que Cristo enseña a sus seguidores está la petición de que venga hacia nosotros el Reino de Dios, adveniat regnum tuum (Lc 11, 2), porque siempre será necesario pedir al Padre que su Reino venga, que esté presente, que se instaure. Cristo compara este Reino con dos analogías muy particulares, un grano de mostaza o la levadura (Lc 13, 18-21) pues por pequeño que parezca o insignificante que se vea, hace crecer y transforma las realidades para bien. ¿Cuándo ha comenzado este Reino? Es una interrogante legítima en las primeras comunidades cristianas, y el Señor lo deja claro, pues “la ley y los profetas llegan hasta Juan, de ahí se empieza la Buena Nueva del Reino de Dios y muchos se esfuerzan con violencia por entrar en él” (Lc 16, 16). Ahora bien, no podemos decir que el Reino de Dios está aquí o allá, más propiamente confiamos en que “el Reino de Dios ya está entre nosotros” (Lc 17, 20-21), es decir, en medio de nosotros, en nuestro interior. Finalmente, ¿quiénes merecen este Reino? O ¿qué actitudes nos exigen? En primer lugar, humildad y ser como niños (Lc 18, 16) y luego un desprendimiento total, porque “qué difícil es que los ricos entren al Reino de Dios” (Lc 18, 24). El Reino está en edificación, somos parte de esta obra de Dios.

En la teología de la historia, Lucas distingue tres tiempos: El tiempo de Israel, el tiempo de Jesús y el tiempo de la Iglesia. Explique mediante textos bíblicos el sentido teológico de estos tiempos.

La teología lucana según el parecer de varios estudiosos, entre ellos Hans Conzelmann y el profesor Rafael Aguirre Monasterio, busca separar la historia de la salvación en tres etapas claras, distinguibles y vinculadas entre sí. La primera de ellas sería el tiempo de Israel, que va desde la ley y los profetas hasta el Bautista (Lc 16, 16), es decir, todo el Antiguo Testamento y los dos primeros capítulos de su evangelio; la segunda es de Juan Bautista en adelante, este sería el tiempo de Jesús, es decir, el tiempo del Reino de Dios, según la misma cita bíblica. Luego, está el tiempo de la Iglesia, que corresponde a la acción del Espíritu de Dios en la asistencia a la comunidad cristiana que esperaba la parusía, es decir, la segunda venida del Señor. Para comprender esto es necesario tener en cuenta que la obra lucana es una sola, compuesta por el evangelio (Lc) y los relatos de las primeras comunidades cristianas y Pablo (Hch), a esto le llamamos “la unidad de la obra lucana”.

El evangelio según Lucas se abre y se cierra en Jerusalén y, dentro de ella, en su corazón, el Templo: se abre en el Templo con el anuncio del ángel a Zacarías (1,5ss) y allí se cierra con la imagen de los Once que “estaban siempre en el Templo alabando a Dios” (24,53). ¿Qué importancia tiene el Templo y Jerusalén para el autor?

Lucas sabe que de Jerusalén vendrá la Salvación, por eso es importante que Cristo suba a esta ciudad santa, para, desde allí, morir y salvar a la humanidad entera. El Templo era el centro cultual (de culto) de la religión judía, y Cristo fue un judío de su época, que se interesó por subir a Jerusalén a festejar la Pascua y, por su puesto, aprovechó para orar en el Templo e incluso enseñar en él, para admiración de todos. Para Lucas Jerusalén es el centro de la historia de la salvación, (Lc 9, 31), es por eso que Elías y Moisés en el episodio de la transfiguración del Señor hablaban con él del lugar santo, de su centralidad. El protagonismo del Templo se debe, ciertamente, a que este es como una réplica del cielo, es decir, donde Dios se deja ver, donde baja al encuentro con los hombres (Ex 25, 40).

Lucas presenta a Jesús comiendo, en circunstancias diversas y con comensales diferentes. Aparece comiendo con pecadores y publicanos, varias veces en casa de fariseos, por supuesto, con la gente, con los discípulos… y, además, en el contexto de estas comidas, Jesús pronuncia enseñanzas de especial importancia. ¿Por qué presenta Lucas tantas veces a Jesús en el contexto de una comida? ¿Qué significaban esos textos -con frecuencia enseñanzas muy polémicas, quizás a veces las más novedosas de su mensaje- para sus primeros destinatarios?

Las comidas de Jesús fueron, sin lugar a dudas, un escenario de fuerte contradicción para la época del Israel del siglo I. Veamos solo tres ejemplos. En primer lugar, el banquete al que Jesús es invitado por un fariseo y en su casa, sentados todos a la mesa, se le acerca una mujer pecadora con un frasco de alabastro de perfume, y lo derramó sobre los pies del Maestro (Lc 7, 36-50); luego de las incomprensiones, Jesús perdona a aquella mujer, en un contexto de profundo machismo y rigurosidad legalista, pues aquella era conocida por ser “mujer pecadora pública”, posiblemente una prostituta. En segundo lugar (Lc 10, 38-42), el banquete en la mesa de su amigo Lázaro, donde aprovecha el Señor para darle valor a la actitud de María, hermana de Marta y Lázaro, quien había preferido estar a sus pies “para escuchar su palabra”, porque la mesa es el compartir por excelencia, y junto a Jesús las comidas adquirían un sentido sobrenatural, como lo recordarán más adelante los discípulos de Emaús, a quienes les explicó las escrituras y les partió el pan (Lc 24, 13-35). Y en tercer lugar el banquete en casa de Zaqueo (Lc 19, 2-10), jefe de publicanos y cuyo encuentro con Jesús al compartir su mesa le supuso un cambio radical de vida, la sola presencia del Señor le movió a la conversión, por eso Jesucristo no rechazó nunca la oportunidad de compartir también con todos aquellos a quienes denunciaba públicamente por su conducta inhumana y despiadada, sobre todo de aquellos que oprimían con impuestos impagables por campesinos que terminaban perdiéndolo todo. Si Juan Bautista con su reserva en el comer y el beber fue tenido por “energúmeno”, Jesús que compartía la mesa con todos fue catalogado por “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 16-19), porque Cristo aprovechó cualquier cátedra para predicar el Reino con palabras y obras, también desde las periferias.

¿De qué forma presenta Marcos a lo largo de su obra el mesianismo de Jesús?

El evangelista Marcos abre su narración con la predicación de Juan Bautista, quien bautizará a Jesús y de cuya acción quedará ungido por el Espíritu Santo para iniciar su ministerio (Mc 1,1-11). Aquí “ungido” es el equivalente castellano al hebreo “mesías” y al griego “cristo”; Marcos tiene claro desde el principio que Jesús es el Mesías de Dios, el ungido, y la profesión de fe de Pedro tendrá su cumbre en esta comprensión (Mc 8, 29). Jesús no es un Mesías político, de armas tomar, libertador del pueblo como muchos anteriores a él en cuyas pretensiones terrenas perecieron; Jesús es un Mesías y Libertador espiritual, que buscó instaurar su Reino, el Reino de Dios que no es de este mundo (Jn 18, 36). Marcos desde el capítulo 8 hasta el 10 presenta el mesianismo de Jesús orientado hacia su pasión, muerte y resurrección, y culmina su evangelio con la confesión de fe del centurión, cuando ya al final de la crucifixión reconoce que Jesús era realmente el Hijo de Dios (Mc 15, 39). A lo largo de su vida, Jesús evita una sublevación popular contra el imperio romano ocupador, pues esto es contrario a su misión.

Analiza los siguientes textos: Mc 8,31-38; Mc 9, 1-8. ¿Qué perfil de discípulo presenta el autor? ¿qué consecuencias prácticas podemos sacar para seguir a Jesús hoy?

En Mc 8, 31-38 Jesús reprende a Pedro e indica las condiciones radicales de su seguimiento, pero ¿Cristo es exigente? Definitivamente sí, y lo vemos en estos versículos de Marcos, pues en su seguimiento no cabe el capricho y el aparente triunfalismo que Pedro le recomendaba en detrimento de la cruz, y tampoco cabe la vergüenza de Jesús y de sus palabras, ni mucho menos un seguimiento sin cruz, es decir, sin sufrimientos o sin la negación de sí mismo, lo que significa que donarse hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte, como el mismo Cristo. Este texto es netamente vocacional para todos aquellos que hemos sido renovados a una vida santa a través de las aguas bautismales. Todos los cristianos debemos orientarnos por estas palabras de Jesús, a llevar una vida de discípulos y misioneros allí donde nos encontremos. El cristiano del siglo XXI no puede temer la persecución, porque es cierto que vivimos en mundo que nos lleva a contracorriente, por eso mismo debemos ser sal y luz.

En Mc 9, 1-8 el evangelista nos cuenta la escena de la Transfiguración, de la que solo tres discípulos son testigos: Pedro, Santiago y Juan. Es a ellos a quienes Jesús les adelanta una prefiguración de su gloria, de la resurrección, y en la intervención desmesurada de Pedro identificamos al discípulo que no comprende la realidad de las cosas divinas. Jesús se transfigura en medio de estos tres para mostrarles la belleza de la salvación, para invitarlos a perseverar, para demostrarles que él es quien ellos creen y que todo se encamina a la gloria por la cruz. Y los discípulos de nuestro tiempo debemos comprenderlo, sin objeciones, sin peros, porque seguimos a aquel que ha hecho de su vida el mejor referente para la nuestra. El discipulado de nuestros días ha de verse transfigurado a la luz de la Palabra de Dios, para que se encarne en las realidades terrenas donde hace falta más Iglesia, más cristianismo, más humanidad.

Marcos al inicio de su evangelio presenta a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios (1,1).  ¿Cómo revela Marcos la identidad de Jesús? Fundamente a través de textos bíblicos.

El principal texto que da origen a la identificación real de Jesús es Mc 1, 11, cuando en medio de las aguas del Jordán, Jesús y Juan y todos los presentes oyen una voz que vino del cielo “Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco”. Este episodio de filiación divina y revelación de la identidad de Jesús tiene su reafirmación en Mc 9, 7 en la escena de la Transfiguración, cuando con palabras semejantes y en circunstancias parecidas se oye “Este es mi Hijo amado; escuchadle”. Estas primeras citas apuntan a una revelación directa del cielo, pues se oye “la voz de Dios”, sin embargo, Marcos recoge otras dos confesiones que relevan la identidad de Jesús, y ya las hemos visto más arriba, estas son: en primer lugar, la confesión de Pedro (Mc 8, 29) “Tú eres el Cristo”; y luego la del centurión (Mc 15, 39) “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. La revelación que Marcos hace de la identidad de Jesús, como vemos, es progresiva y contundente a la vez.

¿Dónde aparece la “hora” de Jesús en el evangelio de Juan y a qué se refiere?

Son varias las referencias de Juan respecto a la “hora” de Jesús, pero de todas ellas la que más gana protagonismo es la hora de su glorificación, de su retorno a la vuelta del Padre, la que no había llegado todavía en el episodio de Caná (Jn 2,4). La proximidad de esta hora es señala por el mismo Juan en su evangelio: (Jn 7, 30) cuando querían detenerlo, pero todavía no había llegado su hora; (Jn 8, 20) igualmente en el Templo, donde no pudieron apresarlo; (Jn 12, 23.27) Jesús anuncia aquí la glorificación por la muerte en cruz “ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado” y “¡Si he llegado a esta hora precisamente para esto!” Jesús sufre y se angustia ante la inminente muerte en cruz; “Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13, 1) el paso de Cristo de la muerte a la vida será la auténtica Pascua; “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo” (Jn 17, 1) es la oración de Jesús antes de ser apresado. De modo que la hora de Jesús en el evangelio de san Juan hace referencia a su paso de este mundo a la vida con su Padre celestial, a quien acompañada sentado a su diestra, desde donde vendrá a juzgar a vivos y muertos.

P.A

García

No hay comentarios:

Publicar un comentario