“DIOS ES ALEGRÍA”
La autora francesa Laurence Devillairs,
en su artículo Le christianisme n´est pas un puritanisme, Études 420
(2014) páginas 53-62, introduce el tema del humor en la fe aseverando que su
presencia en la espiritualidad “sigue siendo la mejor protección contra cierto
puritanismo”, el mismo que se inclina a pensar que la vivencia cristiana es una
mera ascesis y renuncia a los placeres, y en este sentido es bastante común
entre los creyentes pensar que el seguimiento de Cristo solo es posible plenamente
en el sufrimiento, en el Vía Crucis, mas no en los momentos de dicha y alegría,
como si el Señor no los hubiese tenido, y así lo presume también Laurence, cuando
afirma que “son muchos los que en el pasado defendieron la famosa tesis de que
Cristo no habría reído nunca.”
Devillairs fundamenta su postura
citando la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, en la que se trazan con
sentido diáfano las líneas por las que se guiará su discurso, sobre todo al
dejar claro que, aquellos que no toleran ninguna broma o ningún juego sano o
moderado, son los viciosos, y, ayudándose de Aristóteles, los llama “penosos y
malos alumnos”, pues, ciertamente, una postura rígida e inamovible es contraria
al dinamismo que debe caracterizar a los cristianos, ya que en realidad somos
templos del Espíritu Santo, el impulsor de nuestras vidas. Ya desde las
primeras páginas del Génesis se nos dice que “el Espíritu de Dios se movía
sobre la superficie de las aguas” (Gn 1, 2), y es ese movimiento el origen del
dinamismo de los hijos de Dios, porque en cada momento y circunstancia “en él
vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).
El artículo estudiado centra su idea en
la alegría o gozo como don del Espíritu Santo, y efectivamente lo es, en cuanto
a que este gozo “nace de la Caridad, y consiste en la complacencia que se
consigue al ver que Dios y sus obras son tan buenos y perfectos[1]”,
pues esta es la invitación de san Pablo, cuando insiste a los cristianos de Filipos:
“Alégrense siempre en el Señor; de nuevo se los digo: alégrense” (Flp 4, 4), y
esta invitación la engloba y transmite el actual magisterio del Santo Padre
Francisco, pues al publicar su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium
nos invitó a todos a llenarnos de la alegría que nace del encuentro con Jesús
para caminar con la Iglesia en una nueva etapa evangelizadora, marcada no por
la tristeza, el pecado o el vacío interior, sino por la alegría, (Cf. N° 1), la
misma que nos hace libres, dóciles, capaces de reír, de bromear. No sería
contradictorio pensar que el Papa nos está invitando a tener “buen humor”, pues
él mismo lo tiene.
“Hay que ser feliz para creer y no
solamente creer para encontrar la felicidad”, nos dice Laurence, dando paso a
la perspectiva cristiana de la vida planteada por san Pablo en la enumeración
que hace de los frutos del Espíritu Santo, en los que volvemos a encontrar la
alegría, seguida por la paciencia y la amabilidad, hasta el dominio propio (Ga
5, 22-23) siendo este último un factor determinante a la hora de llevar la vida
con un poco de humor, con esa capacidad de saber comprender a los demás, sin
tomarnos todo al pie de la letra, pues, ciertamente, “el cristianismo no es un
puritanismo”, y la actitud del puritanismo apunta precisamente a eso, a una
“ascesis culpabilizadora y de aire grave” donde se pretende conjugar “la fe y
el rechazo de cualquier forma de placer”, y nada más alejado de la voluntad de
Dios que esto.
Entonces, ¿cómo sería viable vivir una
vida sin humor, sin alegría, sin permitirnos sonreír? Devillairs plantea que
“debería ser posible practicar las cosas serias de la fe con la inteligencia
del humor”, y en esto son maestros los santos, quienes fueron amigos de Jesús y
comprendieron la sonrisa de Dios y a su vez la transmitieron a los de su época.
Es común en nuestros días escuchar en la predicación de los pastores que “un
santo triste es un triste santo”, por lo que ahora nos resulta familiar
observar un rostro sonriente en la estampa de un santo; ya no podemos imaginar
la santidad sin buen humor.
En este sentido, el humor, según el
constructo social, puede ser entendido como la facultad que “provoca un
divertimento agradablemente analítico, la capacidad inmediata de experimentar
ese divertimento”[2], notemos
cómo en el adjetivo “analítico” se deja por fuera toda posible superficialidad o
ligereza del humor y la alegría, pues, ciertamente quien vive feliz tiene
razones para estarlo, y la razón va unida a la inteligencia, don y capacidad
que Dios nos ha otorgado para que comprendamos la verdad de las cosas.
Ya en el libro del Eclesiastés se nos
orienta sobre el buen humor, cuando leemos: “Alégrate, mozo, en tu juventud,
ten buen humor en tus años mozos…”, y más adelante “aparta el mal humor de tu
pecho y aleja el sufrimiento de tu carne…” (Cf. Ec 11, 9-10), esta exhortación
de la sabiduría divina es casi un imperativo categórico en la manera de
desenvolvernos para dar gloria a nuestro Dios, pues ciertamente, aquella
alegría que nosotros transmitamos dará testimonio de la gracia que se nos ha
sido dada. Tiene sentido etimológico, entonces, decir de una persona que es
“agraciada” cuando tiene buen humor, y, por el contrario, la desgraciada sería
la que vive en amargura y la rigidez de ánimo.
Amparados en las parábolas y ejemplos
propuestos por Cristo en los evangelios podemos pensar que él mismo gozaba de
un buen sentido del humor, orientado este hacia la sana ironía al proponer
situaciones en las que la realidad de las cosas se presentaba soslayada de
índole chistosa. Pensemos, por ejemplo, en el episodio de la lámpara que nadie
enciende para ponerla debajo del celemín (Cf. Mt 5, 15), reforzando lo lógico del
asunto; o cuando llama a los fariseos “lobos disfrazados de oveja” (Cf. Mt 7,
15), pudiendo ridiculizarlos ante quienes les veneraban con creces. Jesús tenía
un buen sentido del humor.
Una famosa canción cristiana de Luis
Enrique Ascoy, titulada “Sonríanos, Padre, Sonría”, invita a los clérigos a
sonreír como lo hacía Jesús, y habla precisamente, según la utopía del autor,
de las risas que Jesús pudo soltar cuando se acordaba cómo Pedro caminando en
el agua se hundía (Cf. Mt 14, 31). Ya vemos que la imaginación no tiene
límites, pero de que Jesús rio, rio, y junto a Laurence nos confiamos en negar
que Cristo no lo hubiera hecho, pues no es posible asociar la fe a la tristeza,
ni tenemos razones en creer que el dolor nos pueda parecer más sincero que la
risa o el gozo.
Concluye su idea Laurence Devillairs
con una cita de la primera epístola de san Pedro, (1Pe 1, 6-9), en la cual se
determina que la alegría de los cristianos radica en haber alcanzado la
salvación, que es, en definitiva, el objetivo final de la fe, y esa alegría “es
tan grande y gloriosa que no se puede expresar con palabras.” Es de este modo
como, el puritanismo, que tiene una visión equivocada de la vida del cristiano,
ha de erradicarse en la medida en que seamos conscientes de la salvación obrada
en nosotros en la persona de Jesucristo, una salvación gratuita, que nos
sobrepasa, razón suficiente para estar alegres.
No es posible terminar este ensayo
reflexivo sin agregar lo que es evidente, que los seres humanos sufrimos, que
la consecuencia del pecado es la maldad en este mundo creado bueno por Dios, y
ante estas circunstancias adversas, hemos de mantener el buen humor, el buen
ánimo, la alegría, como lo hicieron Pablo y Silas cuando fueron azotados y
encerrados en una prisión de Filipos, pues, en vez de lamentarse optaron por
cantar (Hch 16, 25).
La alegría y el buen humor han de ser
actitudes permanentes en la persona que cree en Cristo y en toda la Iglesia. No
puede ser solo una emoción, sino una cualidad de vida fundamentada en la
continua y efectiva relación de los hijos de Dios con su Padre del Cielo[3].
El buen humor de los cristianos ha de fundarse también en aquella sentencia del
Señor que, aunque no la recojan los evangelistas, Lucas sí la apunta en sus
Hechos: “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35), y efectivamente
es así, debemos dar alegría, contagiar la vida de buen humor, pues también a
eso se refería Jesús cuando dijo a sus discípulos que ellos eran la sal de la
tierra y la luz del mundo (Cf. Mt 5, 13-14).
Por otra parte, el Documento de Puebla,
en su numeral 448, expone que la devoción cristiana no se aparta en lo absoluto
de la sabiduría de los hijos de Dios, y es esta misma sabiduría la que
encuentra las razones para habitar en “la alegría y el humor” aun en medio de
las dificultades de la vida. Nuestros pueblos hispanoamericanos han sufrido
guerras, invasiones, dictaduras, éxodos masivos por las crudas realidades
sociales, pero en todo esto hemos sabido mantenernos en la fe y al final hemos
dicho con san Pablo, que nada pudo ni podrá apartarnos del amor y de la alegría
que nos otorga Cristo (Cf. Rom 8, 39).
Jesús mismo en las bodas de Caná, por
intercesión de María, convirtió el agua en vino (Jn 2, 1-12), entendiendo al
vino como símbolo de la alegría[4],
comprendemos que es la voluntad del Señor que vivamos siempre alegres, y que
cuando existan razones para no estarlo tanto, acudamos a él que es la fuente de
la alegría, y en este propósito encontramos ayuda en la Santísima Virgen María
que, tal y como la invocamos en las letanías lauretanas, es ella la Causa
nostrae laetitiae, la “Causa de nuestra alegría” y ruega siempre por
nosotros ante Dios.
En conclusión, este texto de Laurence
Devillairs nos ofrece su buen aporte para imaginar una antropología teológica
significativa para la actualidad que vivimos, donde hay muchos hombres y
mujeres desanimados, cabizbajos, sin esperanza alguna, pues han olvidado la
vocación cristiana que han recibido, que, como hemos visto, es una vocación a
la santidad, un llamado a la alegría, es decir, a vivir con sentido del humor,
sonriendo siempre y perdonando siempre con sinceridad.
“Quiero que estés
siempre contento,
porque la alegría es
parte integrante de tu Camino.
Pide esa misma alegría
sobrenatural para todos.”
San Josemaría Escrivá
(Camino, n° 665)
P.A
García
[1]Exposición de la doctrina
cristiana, tercera parte. Gracia, oración y sacramentos (1958) Editorial Bruño,
Madrid, España, p. 180
[2] La Enciclopedia (2004) Volumen 10.
Salvat Editores, Madrid, España, p. 7846
[3] Diccionario ilustrado de la Biblia
(1974) Editorial Caribe, Barcelona, España, p. 258
[4] Juan agrega que Jesús se sirvió
del agua que los judíos usaban para las purificaciones. En aquella época la
religión multiplicaba los ritos de purificación para recordar que todos somos
pecadores. Al cambiar Jesús el agua en vino, advierte que la religión verdadera
no se confunde con el temor al pecado; el vino mejor es el Espíritu que Jesús
trae para transfigurar la vida diaria, sus rutinas y sus quehaceres.
(Comentario a este pasaje de la Biblia Latinoamericana).