Necesariamente debo
iniciar este artículo dejando claro que lo que se expresará en la perspectiva
filosófica-política, va intrínsecamente unido a un pensamiento cristiano, y no
solo cristiano sino, profundamente católico, es por ello que, doy inicio
afirmando que la fe y la política ciertamente se distinguen pero no marchan
separadas. Hay una mutua interdependencia. Distinguirlas sin separarlas son las
dos exigencias que orientan la conducta del cristiano (cfr. Porras, 1992, p.
224[1]).
A primera vista, la política se muestra inmersa en una vida de fe, pues, como
es de suponer, el hecho de que un ser humano profese una fe, no le quita el
derecho de participar en la política, entendida esta como el arte de luchar por
el bien común.
Ahora consideremos
brevemente lo que es la política para el pensamiento izquierdista, reconociendo
que estos tienen un modo muy particular de concebirla, al respecto se tiene que
con el dominio de la política se relacionan los problemas de la estructura del
Estado, de la administración del país, de la dirección de las clases, las
cuestiones de las luchas de los partidos, etc. La política es la expresión de
los intereses vitales de las clases y de sus relaciones recíprocas. La política
expresa igualmente las relaciones entre naciones y estados “política exterior”
(cfr. Rosental y Ludin, s/f, p.412[2]).
En este crudo concepto de política, se palpa con facilidad la concepción que los
pensadores de izquierda tienen de ésta, donde en primer lugar dejan claro que
la política tiene que ver con la lucha de las clases, y este es el detalle que
marca la diferencia, pues desde el cristianismo se ve a la política como un
camino para el bienestar de todos, sin embargo, desde este pensamiento
relegado, se considera la política como la pugna que tienen las clases
sociales, es decir, ricos y pobres, por poseer el poder de una nación. Esto
responde a la interrogante de por qué los gobiernos comunistas, socialistas no
logran mantenerse, al menos con la total aprobación del pueblo que en primer
lugar creyó en los proyectos planteados, proyectos que como bien se sabe, fracasan.
En tantos quehaceres
del intelecto humano, cabe el espacio para pensar y razonar seriamente sobre la
política, por ello la filosofía política, que es la disciplina filosófica cuyo
objeto de reflexión es la convivencia humana, se ha convertido, durante las
últimas tres décadas del siglo XX, en uno de los ámbitos prioritarios del
filosofar. La gran cantidad de estudios pertenecientes a esta disciplina y la
actualidad de algunas de las polémicas generadas desde ella nos obligan a
dedicarle un espacio propio (cfr. Sarrión, 2009, p. 309)[3]. Somos
sin duda alguna, seres políticos, porque vivimos en la polis, es decir, en la
ciudad, y entiéndase ciudad como cualquier tipo de comunidad de seres humanos.
La actual situación
caótica que atraviesa Venezuela, hace pensar que se está viviendo en un régimen
que atenta contra los mismos principios humanos, éticos e incluso cristianos
que profesan la mayoría de los venezolanos, por ello, el venezolano común
encuentra en el último artículo de la Carta Magna de Venezuela, su esperanza y
su fuerza para estar en las calles, porque como lo reza el Artículo 350: el
pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la
independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación
o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o
menoscabe los derechos humanos[4]. Venezuela
es justa en su lucha por la paz y por el cambio político. Pero siento que le
falta algo, y ese algo es atacar a la violencia con la no violencia. Para nadie
es un secreto que el pueblo está siendo reprimido por los cuerpos de seguridad
del Estado, y tampoco se puede negar que el pueblo ha respondido con violencia,
pero de todas manera, no es equivalente la fuerza que oprime a la respuesta de
los oprimidos, pues como es lógico, las armas no las tiene el pueblo.
En la situación de
Venezuela hay una luz que nos puede iluminar, y es precisamente el testimonio
de vida de Mahatma Gandhi: su nombre
original era Mohandas Karamchand, fue llamado Mahātmā, que significa “alma
grande”, es considerado un apóstol y religioso de la India. Nació en Porbandar
en 1869 y fue asesinado por un extremista hindú en la ciudad de Delhi para
1948. Defendió a los indios contra las discriminaciones raciales y elaboró su
doctrina de acción no violenta; se comprometió en la lucha contra los
británicos, que lo encarcelaron varias veces. Fue el líder del movimiento
nacionalista desde 1920, dejó la dirección a J. Nehru a partir de 1928. Se
consagró a la educación del pueblo y a los problemas de los intocables (cfr.
García. 2013, p. 322[5]). Gandhi
es el mayor ejemplo de pacificador y luchador incansable a la vez. No desistió
en su lucha a pesar de ser agredido física y moralmente. Venezuela debe
aprender de este hombre, a luchar con la no violencia. El bien siempre ganará
al final.
Considero oportuno
traer a este diálogo con la realidad venezolana, el pensamiento de un Obispo
estadounidense, que retomando a Gandhi nos puede iluminar: A veces en nuestro
mundo conflictivo y caído solo podemos resistir la violencia con la violencia,
es cierto, por eso la Iglesia tiene una doctrina de guerra justa. Solo podemos
hacer eso en un mundo de mucha violencia, así como a veces, lo único que
podemos hacer es correr o claudicar, es porque no vivimos en un mundo perfecto,
y a veces hay que comportarse así, sin embargo, creo que marginamos las
enseñanzas de Jesús como un ideal muy alto que nadie puede seguir. Falso, está
Gandhi en el siglo XX que lo aprendió de Mateo capítulo cinco, no lo aprendió
de su tradición hindú, fue cuando estuvo en Londres y leyó en Evangelio de
Mateo y dijo que era extraordinario, y su amigo cristiano decía -bueno, nadie
lo toma muy en serio- y Gandhi dijo yo sí lo hago, y en verdad le funcionó en
la India. Martin Luther King seguía a Gandhi, y conocía los textos como
predicador cristiano, y sabía que podían ser muy poderosos. Juan Pablo II, que
leyó el mismo texto y vio su poder lo utilizó. Encontraron un momento propicio,
los tres sabían que en esta circunstancia, en este tiempo funcionaria. Pero no
hay que decir que eso es solo un ideal que jamás funcionaria en este mundo, no,
porque en el siglo XX tenemos esos tres poderosos ejemplos de un enorme mal que
es vencido con la no violencia. (cfr. Serie Catolicismo[6]).
A veces nos puede parecer que el ideal político sea una utopía más, pero no es
así, vemos como sí ha tenido resultado luchar con la justicia por una causa
justa.
La acción política ha
estado presente en el hombre desde tiempos inmemoriales, el mismo Aristóteles
deja claro que ser político es algo que va dentro de la misma constitución del
ser humano, al respecto opina que: se pone, por el contrario, la vida política
por encima de toda otra, porque el que no obra no puede ejecutar actos de
virtud, y la felicidad y las acciones virtuosas son cosas idénticas (cfr.
Aristóteles, 2007, p. 146[7]).
En este pensamiento aristotélico, se nota como el fin de la política es y será
siempre la felicidad, de todos, no de unos pocos.
La Iglesia rehúye
declararse en favor de determinados grupos políticos, cuando pueden existir
varios partidos y no media una lucha de vida o muerte entre concretos bandos de
bien o mal. Pero así como profesa una posición al margen y sobre los partidos
políticos, cuyos miembros todos deben sentirse igualmente cobijados bajo el
manto de la Iglesia, declara también su derecho y su deber de ilustrar a los
fieles (cfr. Porras, 1978, p. 71[8]).
Ante todo este panorama
cabe la interrogante ¿Cuál debe ser la concepción de la Iglesia Católica sobre
lo político? El Cardenal Arzobispo de Caracas nos responde, afirmando que el
mensaje de Cristo y de la Iglesia sobre el ser humano es la afirmación de la
dignidad y de los derechos inalienables de la persona humana, la cual debe
estar en el centro de la preocupación de todos los ciudadanos, pero
especialmente de los políticos (cfr. Urosa, 2007, p.229[9]).
Urosa aclara que, no es solo tarea de los políticos el bien del pueblo, sino es
tarea de todos, y ese “todos” incluye también a la Iglesia y su jerarquía.
El Papa Emérito de la
Iglesia Católica también hace su aporte a la concepción de la política en la
Iglesia, diciendo que la justicia es el objeto y, por tanto, también la medida
intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para
determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente
en la justicia, y ésta es de naturaleza ética (cfr. Benedicto XVI, 2005, p.18[10]),
los valores éticos y morales deben ser la base la acción política, de lo
contrario estaríamos haciéndonos un daño, no podemos actuar desde la política
como si no fueses humanos. Antes de ser políticos somos humanos.
Ahora, ¿debe meterse en
política la jerarquía eclesiástica? El Santo Padre Francisco responde diciendo
que los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen
derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las
personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral
de cada ser humano (cfr. Francisco, 2013, p. 165[11]),
Francisco asegura que luchar por el bien del ser humano es un derecho, además
es algo que va de la mano con la misión evangelizadora de la Iglesia y de los
cristianos, cada uno en particular.
El Cardenal de Mérida
piensa muy parecido a como hemos visto
con los tres pastores anteriormente citados, al respecto Porras manifiesta que
hoy nadie se atreve a negar que lo político, es una dimensión esencial a la
actividad humana. Toda acción de influencia, directa o indirecta, sobre las
estructuras políticas, es, de alguna manera, una acción con dimensión política.
Por eso, no se puede restringir al simple ejercicio del poder, ni a su búsqueda
directa. De allí, que la acción pastoral, aunque parta de motivaciones éticas o
pastorales, tienen también una dimensión política (cfr. Porras, 1992, p. 220[12]).
Los Obispos, deben meterse en política, porque de esa manera están cumpliendo
con sus funciones espirituales de guiar, educar, gobernar y santificar al
pueblo de Dios.
La Doctrina Social de
la Iglesia de alguna manera autoriza al razonar político desde la fe, por ello
se comprende que la Iglesia, tanto en el nivel de su jerarquía como al de todos
los cristianos, nunca se ha desentendido de la justicia y del orden social.
Ciertamente en cada época estas obligaciones adquieren matices peculiares y por
eso la Iglesia las impulsa de formas diversas de acuerdo a las circunstancias
históricas (cfr. Nava, 2007, p. 12[13]).
García
[1] Porras,
B. (1992). De cara al futuro. Tomo I.
Mérida, Venezuela: Archivo Arquidiocesano de Mérida.
[2] Rosental,
M. y Ludin, P. (s/f). Diccionario
Filosófico Abreviado. Caracas, Venezuela: Ediciones Movilibros.
[3]Sarrión, A. (2009). Lecturas de Filosofía. Madrid, España:
Ediciones Akal.
[5] García, T. (2013).
Larousse diccionario enciclopédico usual. México D.F., México: Ediciones
Larousse S.A.
[8] Porras,
B. (1978). Los Obispos y los problemas de Venezuela. Caracas, Venezuela:
Ediciones Trípode.
[9] Urosa,
J. (2007). Jesús es el Señor.
Caracas, Venezuela: Fundación Monseñor
Rafael Arias Blanco.
[12] Porras,
B. (1992). De cara al futuro. Tomo I.
Mérida, Venezuela: Archivo Arquidiocesano de Mérida.
[13] Nava,
F. (2007). La doctrina social de la
Iglesia en el siglo XXI. Caracas, Venezuela: Centro Teológico Sacerdotal
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