PREDICACIÓN
MISA DE EXEQUIAS
(Mateo 13, 44-52)
Queridos hermanos. Familiares, amigos y conocidos de
nuestro hermano difunto. Buenos días. El ser humano es un cúmulo de
sentimientos, muchas veces estos se presentan de manera antagónica, como en el
día de hoy, ya que nos embarga una tristeza por el fallecimiento de quien en
vida fue para nosotros padre, hermano, compañero y amigo…; pero al mismo tiempo
nos sentimos alegres y esperanzados porque él, según la fe de los cristianos,
ya ha entrado en la vida eterna prometida a los hijos de Dios. Valga nuestra
oración por el eterno descanso de este hermano nuestro, y también sirva de
fortaleza y ánimo para sus familiares y todos aquellos que sienten su
desaparición física.
En este domingo, la Palabra es propicia para
reflexionar lo que el Señor predicó en su vida pública: el Reino de los Cielos,
conjugándose de manera inseparable con la experiencia de la muerte. En el texto
evangélico anteriormente proclamado, Jesús se dirige a sus discípulos y en
ellos a todos nosotros los aquí presentes, para enseñarnos, una vez más en su
papel de Pedagogo de la humanidad, que dependiendo de nuestra valoración del
Reino estaremos dispuestos a amar e incluso a dar por conseguirlo.
Es fácil notar la analogía y el fuerte paralelismo
entre las imágenes de las dos primeras parábolas. En ambos casos está en juego
algo muy precioso que es encontrado y para comprarlo se vende lo que se tiene.
Ante todo, las parábolas ponen en evidencia que el Reino, como el tesoro
escondido y la perla preciosa, está presente, pero no de manera tan evidente
que los hombres puedan verlo. Podríamos llegar a pensar que la muerte es para
el cristiano el encuentro con Jesús en el Reino de los cielos, el cual ensayó
en vida, un encuentro que es pronto en llegar, pero que muy pocos toman
conciencia de ello.
Es necesario seguir la secuencia lógica de la
parábola para evitar una interpretación equivocada: habiendo “encontrado” el
tesoro y la perla, estos hombres “van y venden todo”. Encontrarlo es razón para
vender y no al contrario: vender para encontrarlo. Vender las propiedades es la
consecuencia casi obvia de quien ha descubierto algo que tiene cualidades muy
superiores a todo aquello que ya posee. El énfasis se pone sobre el valor
incomparable del encuentro con la realidad salvífica de Dios. Un encuentro en
el cual se reconoce, el bien supremo y por lo que se está dispuesto a renunciar
a todo el resto, sabiendo que ahí se encuentra la verdadera felicidad. Nuestro
hermano, ha permitido entregar su vida a la muerte, para que su alma vaya
directa al encuentro con el Señor, él ya ha valorado por completo lo grande y
lo maravilloso que es el Reino. A nosotros nos toca ahora, vivir valorando el
tesoro que Dios nos ha regalado, para que cuando se aproxime nuestro encuentro
con él en la eternidad, nos sintamos y estemos realmente preparados.
Podemos decir que las dos parábolas presentan dos
modalidades diversas de encuentro: en el primer caso, el descubrimiento parece
ser casual y de improvisto; en el segundo, parece ser fruto de la pasión y de
la actividad humana. Esto podría sugerir que hay diversos caminos para
acercarse al Reino: la aparición de Jesús se dirigía tanto a hombres religiosos
de su tiempo, que podían ser considerados “más cercanos a Dios”, como también a
los publicanos y a las prostitutas que parecían “más lejanos de Él”. Y es que
el Señor, para llamarnos a su Reino no hace distinción de raza, condición
social o lengua, él a todos nos quiere incluir en su designio de amor
universal, por eso es que la muerte, como fruto del pecado, ahora debe ser
vista por la comunidad de creyentes como la oportunidad que Dios nos brinda
para estar con él. La muerte no es el fin de la vida, sino el principio de la misma.
Por otro lado, la red llena de peces buenos y malos retoma
la misma enseñanza desarrollada en la primera parábola, pero con algunas
matizaciones. Entre las multitudes que Jesús atraía se mezclaban toda clase de
personas, por lo que resulta imposible decir con exactitud cuáles fueron las
motivaciones y las intenciones de Jesús, como también ninguno habrá podido
distinguir los “buenos” de los “malos”. Queridos hermanos, nuestra motivación
por el Reino, por la salvación no debe ser el temor de condenarnos, sino por el
contrario, lo que debe motivarnos es el profundo deseo de corresponder al amor
que gratuitamente hemos recibido del Señor, sabiendo que de él venimos y
nuestro fin se dirige hacia él mismo.
El hoy es un tiempo de conversión. La Iglesia siempre
debe recordar esto. El tiempo actual es tiempo de la pesca. En la red entran
peces buenos y malos. La selección se hará cuando la red sea llevada a la
orilla, y sólo entonces se separará a unos de otros. Este alargarse del tiempo
es una oportunidad para nuestra conversión.
Nuestro hermano difunto participa ya de la Pascua
del Señor, los que le conocimos sabemos que trató de testimoniar, en la medida
de lo posible, la fe que en vida profesó. Él, que creyó en el Señor, no morirá
para siempre, pues su fe le prometía la resurrección y estamos seguros que así
será, pues el que muere con Cristo vivirá también con él. A este hermano
nuestro, concédele, Señor, el descanso eterno y brille para él la luz perpetua.
Que descanse en paz. Amén.
P.A
García
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