PREDICACIÓN DOMINICAL
Mateo 18,21-35
Queridos hermanos y hermanas, dispongamos el corazón
para reflexionar la Palabra de Dios del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. El
evangelio de este día, tomado del capítulo 18 del evangelista Mateo, nos pone
de cara ante la acción más significativa de la misericordia de Dios, es decir,
el perdón de los pecados. Acabamos de escuchar la parábola del “Servidor malo”,
y antes de esta, el fragmento dedicado por Mateo al “perdón de las ofensas”.
Jesucristo habló a los de su generación en parábolas, es decir, en narraciones
que ejemplificaban una realidad vivida por el pueblo de Israel en las
diferentes circunstancias, y que eran necesarias juzgar bajo la perspectiva
divina.
Queridos hermanos, la sociedad de hoy está
necesitada del perdón, de lo contrario no habrá paz, y paz es lo que todos
queremos; paz para vivir como hijos de Dios. En nuestras comunidades debe
reinar la paz, bien porque no hayan ofensas de unos para con los otros, o porque
si existiesen la actitud del cristiano fuera la búsqueda inmediata de la
reconciliación. Aprendamos de las primeras comunidades cristianas, donde si un
miembro se negaba a la reconciliación era considerado como un extraño a la
comunidad y los responsables tenían el derecho de excluirlo mientras
permaneciera en esa actitud. En nuestros días estamos llamados a orar por
aquellos que ofenden y no buscan la reconciliación con Dios y con sus hermanos.
El texto del evangelio hace para todos nosotros en
este domingo una referencia al perdón y a la reconciliación, que se va a
completar con la vivencia de la oración comunitaria. Hermanos y hermanas, si
una comunidad es realmente orante, allí será privilegiada la presencia de
Jesús. Recordemos que es el mismo Señor, el que nos enseña a orar, y en esa
oración dominical, que siempre repetimos, está contenida una frase que es
importantísima para entender la exigencia de Dios con respecto al perdón: perdona nuestras ofensas, así como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden. Dios nos ha perdonado, ese ha sido su
regalo a través de la Santa Alianza con nosotros, y qué mayor ejemplo el de
nuestro Dios, al enseñarnos él mismo que, así como él nos ha perdonado todo,
así mismo nosotros debemos ser misericordiosos con los hermanos que nos
ofenden, que nos fallan, que nos hacen daño. Hermanos, no nos cansemos nunca de
luchar para que siempre en nuestras comunidades se den las condiciones y
actitudes que Jesús señaló en la oración del Padrenuestro.
En la “parábola sobre el perdón”, el apóstol Pedro
hace una pregunta a Jesús, Señor, si mi
hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle? Pedro se le
adelanta y finalizando la primera pregunta hace una segunda, ¿Hasta siete veces?, de manera directa
le pide una cifra numérica, como si el amor de Dios tuviera límites. Jesús
responde a Pedro en sus mismos parámetros, pero saltando de un número generoso
(7) a otro indefinido (70 veces 7) aclarándolo con la siguente parábola que
presenta posiciones extremas a la hora de perdonar a los demás.
Hermanos, para comprender esta “parábola del
servidor malvado”, es necesario saber la situación en la que vivía el pueblo al
que Jesús originalmente dedicó esta narración, y es que la venganza era una ley
sagrada en todo el Antiguo Oriente, mientras que el perdón era considerado como
algo humillante; pero, para el cristiano, ese hombre nuevo renacido en Cristo,
la contrapartida de la venganza es el perdón ilimitado.
Según la narración evangélica en primer lugar, un
siervo es perdonado inmensamente por el rey, ante una gran deuda, recibió un
gran perdón. En la segunda escena, éste se encuentra con un colega que le debía
una pequeña cantidad. No escucha sus razones y rechaza el aplazamiento del pago
pedido en los mismos términos que él uso para mover el corazón del rey. Vemos
entonces una actitud muy marcada en nuestras comunidades, con despiadada
determinación hace que lo metan a la cárcel. Finalmente los compañeros se
sienten indignados por este hecho y contaron lo sucedido al rey, éste por su parte
rechaza la actitud del servidor malo, porque no había entendido que el perdón
obtenido lo obligaba a mostrarse también misericordioso con el otro.
Esta parábola quiere describir la relación de los
seres humanos con Dios y con los demás. La deuda de diez mil monedas de oro,
que era algo impagable en todo caso, simboliza la situación de toda persona a
quien Dios perdona por pura gracia. Por otra parte, la actitud del siervo malo
ejemplifica el egoísmo del corazón humano. Y es que en la perspectiva cristiana,
unos a otros nos debemos “cien monedas”, que es una ridiculez a la hora de
compararlo con todo lo que se nos ha sido perdonado. Unos a otros tenemos una
deuda, la deuda del amor y del perdón.
Ante este panorama, ¿cuál debe ser la actitud
nuestra frente al prójimo? Dios nos abre la gracia de su perdón de una manera
insospechada, pero la retira ante los corazones ruines que niegan el perdón al
prójimo. Quien haya experimentado la misericordia del Padre no puede andar como
Pedro, calculando las fronteras del perdón y la acogida a los hermanos.
Hermanos, perdonar no es fácil, pero tampoco
imposible. Dios nos ha perdonado muchísimo, y sin condiciones. Ese ejemplo
debemos seguir: perdonar a nuestros hermanos sin requisitos, ya que sus deudas
hacia nosotros son inmensamente menores. Dios se muestra en nuestras vidas como
aquel que siempre ama y perdona, es Dios mismo el que pone el perdón como base
de la convivencia humana, y es que no podríamos vivir el día a día si quitamos
de nuestra vida el perdón. Este perdón exigido por Dios no puede ser selectivo,
es decir, no podemos perdonar sólo a unos y no hacerlo con los otros, si esto
sucede estamos traicionando nuestra condición de hijos de Dios, porque no
estaríamos actuando como nuestro Padre que ama a todos sin excluir a nadie. El
perdón es una experiencia de inclusión.
Queridos hermanos y hermanas, ya para ir finalizando
esta reflexión, es necesario comprender que nunca nos debemos cansar de
perdonar, y tampoco de pedir perdón, ambas situaciones son muestra de profunda
humildad. Que ante los momentos de ofensas y faltas contra nosotros recordemos
aquellas palabras del Señor en el evangelio: ¿no debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo
tuve compasión de ti?
Que María Santísima, la mujer que sufrió la muerte
de su hijo y que supo perdonar siempre, nos ayude con su poderosa intercesión,
para que todos los días vivamos con la alegría de sentirnos perdonados por
Dios, y que con esa misma alegría perdonemos a los demás, no siete veces, sino
setenta veces siete, es decir, siempre, siempre, siempre. Amén.
P.A
García
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