NOCIÓN SEMÍTICA DEL SUFRIMIENTO
En
el pensamiento judío, el sufrimiento es comprendido como la consecuencia de un
pecado propio o generacional[1].
En tal sentido cabe señalar que para la época era considerado pecador solo
aquel que padecía el sufrimiento, manifestado con la lepra, la ceguera, la
inmovilidad corporal, o cualquier otra enfermedad; arrojando como consecuencia
un rechazo social y religioso.
Se pudiera distinguir
entre el sufrimiento voluntario y el involuntario. El primero señala una
retribución de fenómenos, es decir, ante la falta de un hombre, éste debía
pagar el mal ocasionado, razón por la cual, la ley del talión[2]
lideró en la sociedad judía un sufrimiento que era producto de la falta de compasión ante la
debilidad humana. El segundo, como se ha explicado al iniciar, era el
sufrimiento que venía a la persona sin ésta haberlo merecido.
Según el parecer de
algunos autores, como Marción, el Dios del Antiguo Testamento era castigador, y
aplicaba la venganza a quienes le fallaban, formándose de esta manera, para el
pensamiento judío, la idea de que Dios castiga lo malo y premia lo bueno,
cuestión que viene a dirimirse en el
Nuevo Testamento, donde Jesús presenta que Dios odia el pecado pero ama al
pecador.
Como se ha mencionado anteriormente,
el talión fue la regla de oro en el pueblo de Israel, el mismo expresaba que el
hombre no tendría piedad ante la falla de su hermano, por el contrario debía
cobrar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por
pie, lo que significaba una justicia aparente, que en el fondo no dejaba de ser
venganza, trayendo consigo una prolongación del sufrimiento; no bastaba con verse
afectado uno por el otro, sino que debía cobrar por su cuenta, devolviéndole el
mismo mal.
En el caso de Job, él
maldice su nacimiento, esta maldición es una acusación implícita contra sus
padres, echándoles en cara sus desgracias. Un israelita no piensa en el suicidio:
Job piensa en el lugar vago donde están somnolientas las vagas sombras. Todas
juntas: los grandes señores en sus grandes tumbas y los abortos que no llegaron
a la vida. Job plantea el problema de la vida ante el sufrimiento y la muerte;
pero lo plantea mal. Porque hay la acción, el servicio de la humanidad y de
Dios[3],
es decir, que el hombre cuando sufre puede dudar del propio sentido de la vida.
Para comprender cuál
era la noción semítica del sufrimiento, es necesario reflexionar a partir del
texto joánico que narra el encuentro de Jesús con un ciego de nacimiento,
donde: “Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento, y le preguntaron sus
discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él
las obras de Dios[4]”
Lo primero a resaltar
es que el personaje del cual se narra el hecho milagroso, era un desconocido
para los discípulos, puesto que de saber quién era él y quienes sus padres, no
hubiesen hecho tal pregunta, pues resultaría obvio que como consecuencia del
pecado suyo o de sus padres estaría en tal situación. El evangelista aclara que
era ciego de nacimiento, sin embargo, los discípulos de Jesús no lo sabían.
La pregunta de los
discípulos da pie al fundamento de la noción semítica del sufrimiento, donde el
que sufría era visto como un castigado por Dios. Aunque para Jesús nada tenía
que ver el pecado con el sufrimiento; todo es dado para que se manifieste la
gloria del Señor.
Sabemos que Dios en su
creación, ha otorgado al hombre libertad, la cual permite a este discernir
entre lo que es bueno y lo que es malo[5]. No
obstante, sería un error pensar que Dios se complace en el sufrimiento de sus
hijos; simplemente sufrimos porque somos humanos y las circunstancias de la
vida así lo deciden. Es por ello que debamos aceptar en todo momento el sufrimiento,
no como una carga, sino como una realidad intrínseca a nuestra humanidad; como
dijera un Santo de nuestros tiempos: “Jesús sufre por cumplir la Voluntad del
Padre…Y tú, que quieres también cumplir la Santísima Voluntad de Dios,
siguiendo los pasos del Maestro, ¿podrás quejarte si encuentras por compañero
de camino al sufrimiento?[6]”
En toda esta
disquisición sobre el sufrimiento y enfocándolo para el cristiano de hoy, no
cabe el sentimiento de resignación, ya que en el sufrimiento de Cristo hemos
visto la esperanza de la gloria de la Salvación. El hecho de aceptar el
sufrimiento como compañero de camino, refiere la concientización sobre el mismo
por parte del hombre, ante el cual no está exento, es decir, que nunca el
hombre olvide su naturaleza frágil y sea capaz de asumir las consecuencias de
la misma, sin perder la esperanza del cielo, donde nadie estará triste y nadie
tendrá que llorar.
P.A
García
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