¿POR QUÉ ME PERSIGUES?
De la vida de san Pablo hay un hecho que
me llama la atención, y es que Pablo, convertido del judaísmo más radical, pasa
a ser el apóstol más dinámico del cristianismo primitivo. Pablo se llama así
mismo “Apóstol de Jesucristo”, igualándose a los Doce, sin embargo, es un
hombre respetuoso, pues como lo indica Hch 15,2 Pablo subió con Bernabé a
Jerusalén para hablar con los Apóstoles sobre el tema de la circuncisión.
No es de esperar que un hombre como
Pablo, que aún con toda su formación en la doctrina de Jesús de Nazaret, se
someta a la autoridad de Pedro, quien más adelante sería reprendido por él
mismo.
De san Pablo es hermoso su celo por el
Evangelio, su insistencia por trasmitir a Cristo, su franqueza y humildad, pero
también su valor para enfrentar adversidades con tal de ganar a Cristo (cf. Fil
3,8). Con Pablo se aprende a ser un apasionado por la fe y la predicación del
Evangelio, como él mismo lo recomendó a Timoteo: “Proclama la Palabra, insiste
a tiempo y a destiempo…” (2 Tm 4,2), y es tal su entrega vocacional, que se
atreve a afirmar que ya no es él, sino que es Cristo el que vive en él (cf. Gal
2,20).
A
este hombre no le interesa desentonar en la normalidad de su época, pues es consciente
de que su predicación de Cristo crucificado es “escándalo para los judíos y
necedad para los gentiles” (1 Cor 1,23). Pablo, el Apóstol de las gentes, el
misionero infatigable, tiene mucho que decirnos a los hombres que optamos por
la entrega libre, total y alegre a Jesucristo el Señor.
Finalmente, es Pablo un ejemplo de
confianza plena en el Señor, pues a pesar de tantas adversidades vividas y
sufridas, es capaz de expresar, como fruto de su vida en Dios: “todo lo puedo
en Aquel que me conforta” (Fil 4,13).
A continuación un texto paulino y su
breve comentario:
Gálatas 2,11-14
Mas, cuando vino Cefas a
Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues
antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los
gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse
por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación,
hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de
ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del
Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: «Si tú, siendo judío, vives como
gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?»
Queridos hermanos seminaristas. Entender la corrección
fraterna como proceso de la caridad cristiana no es tarea fácil, sin embargo,
iluminados por la carta a los Gálatas (2, 11-14), podemos tener una visión más
clara de lo que significa esta obra de misericordia espiritual: “corregir al
que yerra”.
El texto nos ubica en la visita de san
Pedro a Antioquía, donde es enfrentado por Pablo, pues “era digno de
reprensión”. Aquí lo importante no es saber que Pedro estaba obrando mal, sino
la iniciativa de Pablo en enfrentarlo y corregirlo, pues de otra manera, Pedro
hubiese seguido en el error, trayendo malas consecuencias a las comunidades
cristianas.
En este contexto, Pablo es consciente de
que debe aclarar la situación y lo hace impulsado por un gran amor a sus
hermanos, pues al ver que uno sufrían a causa del tema de la circuncisión, ve
oportuno erradicar de una vez para siempre la división que esto implicaba.
De
igual manera, queridos hermanos seminaristas, debemos educarnos para aplicar la
corrección fraterna en nuestra comunidad, a ejemplo de Pablo, que consideró
“digno de reprensión” a Pedro, siendo éste el Príncipe de los Apóstoles. Pero,
no debemos olvidar las palabras del Señor en Mateo 7,3: “¿Cómo es que miras la
brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas la viga que hay en tu
ojo?”, esto no es otra cosa que una solemne invitación a estar en vela,
pendientes primero de nosotros mismos antes que ir a los demás.
En conclusión, el secreto de una sana corrección
fraterna es la caridad, el motivo justo y temeroso a la vez, con que se hace la
reprensión. Dios no ayude en esto, y el ejemplo de María Santísima, que también
supo hablar a su hijo: “¿Por qué nos has hecho esto?” Lc 2,48, a manera de
corrección, pero también para que se manifestara la grandeza del Mesías.
P.A
García
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