sábado, 23 de marzo de 2019

Formulario General para una Homilía de Exequias


REQUIESCANT IN PACEM

Queridos hermanos en la fe, es verdad que en Cristo todos murieron  (Rom 6, 8), pero es necesario que esta muerte llegue a ser para cada uno de nosotros una realidad efectiva. Recordemos que la Iglesia, en las exequias de sus hijos, celebra el misterio pascual, para que quienes por el bautismo fueron incorporados a Cristo muerto y resucitado pasen por él a la vida, sean purificados y recibidos en el cielo con los santos y elegidos, y aguarden la bienaventurada esperanza del advenimiento de Cristo y la resurrección de los muertos.

La Iglesia hoy depositará el cuerpo de nuestro hermano: N, en las entrañas de la tierra, como el agricultor siembra la semilla en el surco, con la firme esperanza de que un día renacerá con más fuerza, convertido en cuerpo transfigurado y glorioso como el de Cristo cuando venció el pecado y la muerte y resucitó para darnos una primicia de la alegría de la salvación, donde nadie estará triste, nadie tendrá que llorar.

Los ritos funerarios expresan también los vínculos existentes entre todos los miembros de la Iglesia. Por eso, “la Iglesia de los peregrinos, desde los primeros tiempos del cristianismo, tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofreció sufragios por ellos” de esa manera afirmo,  que al encontrarnos reunidos como comunidad cristiana en este templo, estamos acompañando en la caridad y en la fe a los familiares de nuestro hermano: N, y todos juntos profesamos con recta convicción, que el que cree en Cristo no morirá para siempre.

No olvidemos hermanos, que a la luz del Evangelio de Cristo Nuestro Señor, los objetivos principales de la liturgia funeral son los de elevar preces de intercesión por el difunto nuestro hermano: N. Con ello, además de mostrar los vínculos estrechísimos que existen entre la comunidad terrena y el cristiano difunto, se expresa la fe en la victoria de Cristo sobre la muerte y la esperanza de participar plenamente en ella. Pero, al mismo tiempo, se manifiesta la incertidumbre inseparable en la esperanza cristiana.

Mientras celebramos con fe la victoria pascual de Jesucristo, esperamos y pedimos –ya que todo lo que es objeto de esperanza lo es también de oración- que el Señor infinitamente misericordioso perdone los pecados de nuestro hermano difunto, lo libre de la condenación eterna, lo purifique totalmente, lo haga participar de la eterna felicidad y lo resucite gloriosamente al fin de los tiempos. Y estamos seguros, queridos hermanos, de que nuestra oración es una ayuda eficaz para nuestros difuntos, en virtud de los méritos de Jesucristo.

El dolor que en estos momentos puede embargar nuestro corazón, no debe opacar la fe que como cristianos profesamos, depositemos toda esperanza en Dios Padre de Bondad y confiemos nuestra existencia en él, ya que Dios no ha desvelado de golpe el significado de esa realidad tremenda que es la muerte y el misterio del más allá; lo ha hecho poco a poco, de un modo progresivo hasta llegar a la revelación definitiva en y por la muerte de Cristo.

Las grandes líneas de la revelación de la Antigua Alianza coinciden, trascendiéndose, en el Nuevo Testamento hacia el misterio de la muerte de Cristo. Todo lo que podemos decir como cristianos de la muerte, lo debemos referir siempre a la muerte de Cristo. En ella advertimos una dimensión personal, ya que Cristo asumió libremente la muerte; una orientación comunitaria, puesto que él murió por nosotros, por todos los hombres, y una relación con la misma muerte, porque él triunfó totalmente sobre su poder.

Es muy triste la desaparición física de un ser querido,  y esta realidad la conseguimos a veces de manera natural, otras veces de manera trágica, pero la muerte sigue siendo la consecuencia del pecado. Se sufre y se llora al difunto si su vida fue un verdadero testimonio de amor y servicio desinteresado a los demás, pero más debemos consolarnos pues Dios lleno de misericordia toma en cuenta el bien que por medio del soplo del Espíritu Santo nosotros actuamos.

La pregunta que sin duda Dios nos hará en el cielo es si de verdad amamos, a él primeramente y a los demás como a nosotros mismos. El mensaje de Jesús se puede centrar básicamente en el Amor, quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor.

Dejémonos amar por Dios y demostrémosle el amor que le tenemos con las obras, trabajemos en esta vida por asemejarnos cada día más a Cristo y escuchar su Palabra para meditarla y cumplirla, acudiendo a la oración para pedir fuerzas.

Confiemos a María Santísima y a su poderosa intercesión el alma de nuestros hermanos difuntos, de manera especial la de nuestro hermano: N, que hoy será sepultado según lo expresa nuestra fe.    

  En la lectura del santo Evangelio que acabamos de escuchar con atención, se nos presenta en primer plano el poder de Dios sobre la muerte. Lázaro un amigo del Señor, había muerto, sus familiares, amigos y conocidos, pero muy especialmente sus hermanas lo lamentaban profundamente y lloraban desconsoladas.

Vemos como María, una hermana del difunto Lázaro, en medio del dolor se acercó a Jesús, se acercó a él pero con toda confianza y fe, para decirle: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. La actitud de Jesús en este relato del Evangelio, es la que muestra cada vez que la comunidad cristiana se acerca al Templo para encomendar a su misericordia un difunto. Las sagradas Escrituras nos narran detalladamente cómo Jesús, ante el dolor de la hermana de Lázaro, suspiró, se conmovió y acompañó en el sufrimiento de la pérdida de un ser querido, pero no se quedó con esto, manifestó su poder divino y con voz potente y plena autoridad gritó: Lázaro, ven afuera, y el muerto resucitó.

Es por eso hermanos que en medio de dolor, sabemos que a la persona que hemos perdido no la volveremos a ver más, pero como cristianos católicos estamos llamados a creer en lo que dice Nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”

Queridos hermanos, esforcémonos nosotros los que aun peregrinamos por este mundo, en vivir cristianamente, en llevar una vida sacramental, acudiendo con amor a la Eucaristía para dar el único y verdadero culto al Señor, acudamos al sacramento de la reconciliación para purificarnos de todos los pecados que cometemos ya que somos frágiles, confiemos siempre en Dios, no en el dinero, ni en la moda, ni en el mundo sino en Dios. Recordemos que estamos llamados a ser santos, todos podemos serlo con la ayuda de Dios. “Allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria.”

A nuestro hermano difunto: N, concédele Señor el descanso eterno, y brille para él la luz perpetua. Descanse en paz. Amén.

P.A
García

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