MATEO 25, 36
En estos días de gloria -para mí-, en
los que he dedicado gran parte de mi tiempo al trabajo pastoral y al estudio
personal de las Sagradas Escrituras, he tenido la oportunidad de meditar las obras
de misericordia corporales, en las cuales se precisa “vestir al desnudo” (cf. Mt 25, 36). Es en este punto donde quiero
detenerme a continuación, pues les contaré una experiencia vivida al poner en
práctica este complicado detalle de “vestir
al desnudo”.
El cuento comienza así: por la falta de
personal en el Seminario, a los seminaristas nos correspondía colaborar con la
atención en la recepción, básicamente era atender el teléfono, abrir y cerrar
la puerta principal y guiar a las personas que compraban vino u hostias en la
oficina de la Administración. En una oportunidad, en la que me correspondió a
mí, tan honorable tarea, nos tocó presenciar una escena bastante vergonzosa
para un joven que se nos atravesó pidiendo ayuda.
Estábamos conversando algunos compañeros y yo, frente al Seminario,
eran como las 5:00pm, ellos regresaban de la tarde libre, era miércoles. Como yo
era el encargado de la recepción, tenía las llaves en la mano y, con la puerta
abierta, hablábamos –de cualquier cosa- frente a la entrada principal. Yo
observaba a los transeúntes que frecuentan la zona por el Parque Las Heroínas y
la Estación Barinitas del Teleférico de Mérida, cuando de repente veo venir
corriendo hacia nosotros a un joven, blanco, de mediana estatura, como de unos
25 años de edad, quien presuroso se acercaba completamente desnudo.
Mi reacción fue rápida, advertí a los demás compañeros con
un estridente alarido, quienes de inmediato entraron a la recepción y pude
cerrar la puerta con el individuo prácticamente frente a nosotros, por poco y
entra corriendo al Seminario. El joven, con voz suplicante, nos dijo que no
venía a hacernos daño, solamente pedía ayuda, pues en un supermercado cercano
al Seminario, le habían despojado de sus pertenencias al descubrir que robaba
un par de latas de diablito, eso nos precisó de inmediato.
En esa penosa escena, todos quedamos paralizados por unos
segundos, a alguien se le ocurrió decirme que le abriera la puerta, para
dejarlo pasar y así cubrir su desnudez, y así lo hice, abrí la puerta tembloroso,
y uno de los presentes lo hizo pasar, cerré la puerta nuevamente y como no vi
intenciones de ninguno en buscarle ropa, fui corriendo a mi cuarto y busqué un
pantalón deportivo negro y una franela verde, bajé rápidamente a la recepción,
donde todos me esperaban para auxiliar al joven, quien con toda la vergüenza
del mundo solo podía cubrir desesperadamente sus genitales con las manos, pero
no le eran suficientes.
Al llegar lo primero que le di fue el pantalón deportivo,
para que se cubriera, luego la franela, aquel joven era más bajo en estatura
que yo, por lo que el pantalón le quedó muy largo, alguno de los presentes osó
hacer broma de tal situación. El joven nos comentó que intentó robar un par de
latas de diablito, pero que había sido descubierto por una cajera, quien llamó
al personal de seguridad del local y fue requisado por los mismos en la parte
final del negocio. Al parecer le hicieron quitar su ropa y de un momento a otro
cayó al suelo las latas, por lo que empezaron a golpearlo y en ese zaperoco
decidieron desnudarlo por completo, al joven no le quedó más alternativa que
salir corriendo a la calle, en plena ciudad de Mérida, y buscó en el Seminario
un lugar para refugiarse y cubrir su desnudez.
Justo al terminar de narrar su versión de los hechos, que a
mi parecer fue la verdadera, llegó en una motocicleta un par de funcionarios de
la Policía del Estado Mérida, ellos me preguntaron por el joven, y él mismo
pidió que le dejáramos ir, para enfrentar su situación con la justicia. Todos
quedamos naturalmente preocupados. Un sentimiento de dolor nos invadió, por lo
que le había pasado a aquel joven, pero también sentimos la satisfacción de
haberlo ayudado, vivimos la experiencia de “vestir
al desnudo”.
Más tarde, fui llamado a declarar en el comando policial de
la zona, allí pude notar que los funcionarios estaban en desacuerdo con la
actitud tomada por el personal del supermercado, pues alegaban que no es
necesario desnudar a una persona que sea descubierta en hurto, sino simplemente
debía ser retenida y en seguida llamar al comando policial, que está a escasos
cien metros del lugar de los hechos. La gerencia del local denunciaba que el
mismo sujeto había robado anteriormente en el mismo lugar, y que por eso habían
tomado la justicia en sus manos, para aleccionarlo.
Hablé con el funcionario que tomaba mi declaración -que por
cierto- no sabía tomar un dictado, pues le expresé lo ocurrido desde mi
perspectiva palabra por palabra, solamente para que fueran plasmadas por él,
pero parece que no entendió, le quise ahorrar el trabajo de redacción, pero él
insistió en rebuscar palabras en el diccionario del Word. Luego de esto, me
entregaron la ropa que le había facilitado al joven y pude regresar al
Seminario. Ése día supe lo que era vestir al desnudo, pero no un desnudo
cualquiera, un desnudo que, a pesar de encontrar su cuerpo totalmente
descubierto, fue capaz de desnudar también su alma y declarar sin tapujos el
mal que había hecho. Tal vez al verse tan asediado confesó sin disimulo el
hurto.
Esta anécdota se prestó para muchos comentarios y
reflexiones en las conversaciones del Seminario. Algunos opinaban que no era
recomendable hacer ese tipo de gestos con personas extrañas, pues el mundo está
lleno de malos y de maldades, y que se han dado casos de personas que
aprovechan estas eventualidades para contagiar a las demás de enfermedades
peligrosas; otros pensábamos que el joven desde un principio había demostrado
sinceridad y por eso decidimos brindarle ayuda, a pesar de que el asombro casi
no nos dejaba movernos.
Para nadie es un secreto que, ver corriendo por la calle a
una persona desnuda es algo sumamente impactante, en ese momento muchas cosas
pueden pasar por nuestras mentes, sin embargo, después de vivir los hechos en
tercera persona, no podemos más que reconocer que no somos nada en este mundo,
y que el orgullo y la vanidad que a veces nos creamos y nos creemos, deja de
existir en un momento tan triste como ese.
Valga esta reflexión para desnudar nuestra alma delante del
Señor. Sintamos vergüenza como si corriéramos desnudos por las calles, cuando
orgullosamente caminamos por la vida con la frente en alto, pero llena de malas
acciones y atrocidades.
Pensemos también en el mismo Señor Jesús, que estuvo desprendido
de cualquier interés material, hasta el punto de nacer privado de todo en una
cueva y de morir desnudo del todo en una cruz. Sí, Jesús murió completamente
desnudo en la cruz, eso nos recuerda que nuestra alma debe presentarse desnuda delante
de él, sin nada que la cubra, sin nada que le tape la vergüenza de la
sinceridad de reconocernos pecadores, porque, como dice san Josemaría, “vergüenza sólo para pecar”.
Job 1, 21
«Desnudo salí del seno
de mi madre, desnudo allá retornaré».
P.A
García
Que bonito, ayudar al necesitado sin ver más allá, no importa lo que hubiese hecho tal vez luego el rendiría sus cuentas.
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