“LAS TRES MÉRIDAS”
La venezolana, andina y universitaria
ciudad de Mérida, capital del estado bolivariano homónimo, comparte su nombre
con otras dos urbes en el mundo, éstas son: la primera y madre de todas, la
Mérida de Extremadura, en el Reino de España y la segunda, la Mérida de
Yucatán, en los Estados Unidos Mexicanos. En el presente artículo conoceremos las
realidades de éstas tres capitales, pero no en su actualidad, cuestión que
sería muy sencilla con solo googlear,
sino que nos trasladaremos a las
“Méridas” de hace 228 años atrás.
Antes de desarrollar el tema,
permítanme presentarles la joya bibliográfica en la que me baso para escribir
este artículo aficionado de historia local. Se trata de un “Diccionario Geográfico Universal, que comprende la descripción de las
cuatro partes del mundo; y de las naciones, imperios, reinos, repúblicas y
otros estados, provincias, territorios, ciudades, villas y lugares memorables,
lagos, ríos, desiertos, montañas, volcanes, mares, puertos, golfos, islas,
penínsulas, istmos, bancos, cabos, etc. que se encuentran en el Globo Terráqueo”.
Éste antiguo libro fue publicado en 1793, fecha que está
impresa en la portada con números romanos (M.DCC.XCIII), por lo que podemos
llamarle “libro de cuatro siglos”, pues, impreso a finales del XVIII, lo
tenemos en buen estado en estos principios del XXI; tratándose en detalle de la
quinta edición, corregida y enmendada por D. Antonio Montpalau, tomo segundo,
impreso en dos columnas de 39 líneas cada una, en Madrid, en la oficina de la
viuda e hijo de D. Pedro Marín, a costa de la Real Compañía de Impresores y
Libreros, con las licencias necesarias. Está cifrado éste volumen con el número
(003026) y al ser el tomo segundo de un diccionario, solo contiene las letras
de la G a la O. El libro lo compré por 5 dólares, y está valorado según los
expertos en antigüedades en más de 120 dólares.
Otros detalles es que consta de un total de 424 páginas, y
en su portada hay un sello editorial que recrea dos trompetas enlazadas con
ramas de alguna planta común de heráldicas, y en su interior un rostro humano
mirando hacia abajo y desprendiendo a su vez rayos luminosos sobre el conjunto
de letras que, sin temor a equivocarme, sería el abecedario oficial de la
lengua castellana para 1793, conformado por 25 letras, faltando la (ch, ll, ñ y la w); además variando en la ubicación final de las letras (t, v, u, x, y, z), y no t, u, v, como en nuestros días. A mi
interpretación, este sello editorial rinde un precioso homenaje a las letras
que conformaron el total de grafemas para escribir en castellano esa obra de
recolección de datos tan precisa y universal.
Ahora sí, vamos a conocer en detalle lo que éste libro nos
brinda sobre nuestras Méridas. La
primera en aparecer, en obediencia a una justa jerarquía, es la Mérida española,
y propone su auténtico nombre latino “Emérita
Augusta”, continuando su descripción: “célebre
y antigua Ciudad de España en la Extremadura, sobre el río Guadiana, en una
colina suave, cuyo terreno abunda de granos, frutas, y pastos. Fue en tiempo de
los Romanos una Colonia considerable, Convento Jurídico, y Cabeza de la
Lusitania. Manifiestan su pasada grandeza los muchos fragmentos de la
antigüedad que conserva a pesar de la barbarie de los Godos y Moros, y de la
iracunda de los modernos. Aún subsisten el circo, el teatro, varios arcos,
columnas, acueductos, estatuas, inscripciones, &c. bien que en un
deplorable y ruinoso estado. Se han
celebrado en ella varios Concilios cuando la Silla Metropolitana, que después
se trasladó a Santiago. Fue recobrada del poder de los Sarracenos en 1230. Pertenece
a la Orden Militar de Santiago; y el Prior de S. Marcos de León nombra en ella
un Provisor Eclesiástico con jurisdicción en todo su partido. Hoy está reducida
a una población de cerca de (?) vecinos, 3 Parroquias, 5 Conventos de Frailes,
4 de Monjas, y 2 Hospitales. Es patria de muchos Varones insignes en letras y
armas. Dista 18 leguas S.E. de Alcántara, y 56 S.O. de Madrid. Longitud 12. 15.
Latitud 38. 45”.
La segunda Mérida en relatar es la mexicana, diciendo de
ella que es una “Ciudad de la América
Septentrional de la Nueva España, Capital de la Provincia de Yucatán, donde
reside Obispo y Gobernador de esta Provincia. La habitan Españoles e Indios.
Está a 12 leguas del mar. Longitud 289. 30´. Latitud 20. 10´”.
Y finalmente nos habla sobre la Mérida venezolana,
precisando su jerarquía urbanística como una “Villa de la América Meridional, en el Nuevo Reino de Granada, en un
terreno abundante en todas suertes de frutos. Está a 40 leguas N.E. de
Pamplona. Longitud 309. 17´. Latitud 8. 30´”.
Como hemos visto, éste diccionario parece desarrollar sus
ciudades de acuerdo a la importancia de las mismas. Es evidente que, de la Mérida española abunda en detalles,
menguando un poco en la Mérida mexicana y casi solo limitándose a nombrar a la
Mérida venezolana. Pero de lo poco que nos habla sobre ésta última, podemos
sacar varias conclusiones, como lo haremos a continuación.
Lo primero que precisa es su jerarquía urbanística, como
hemos visto, nuestra Mérida para 1793, y según este diccionario, era una Villa
del Nuevo Reino de Granada, y conociendo el orden propuesto en la portada del
diccionario, las villas se encontraban por debajo de las ciudades y por encima
de los “lugares memorables”. En 1793, la villa de Mérida ya era sede episcopal,
dato no mencionado por el diccionario, además contaba con su Seminario, fundado
en 1785.
Sobre el Nuevo Reino de Granada, o el “Virreinato de Nueva
Granada”, como comúnmente le conocemos a éste antiguo territorio del Imperio
Español, el diccionario menciona algunos datos importantes, a saber: “de una extensión muy considerable. Se
extiende en la Costa del mar del Sur desde Panamá hasta el Golfo de Guayaquil;
y en el mar del norte, desde el Reino de México hasta el Orinoco; y se interna
tanto, que llega hasta el Reino de Quito. El interior de este País es la mayor
parte montuoso, lleno de bosques impenetrables, y comúnmente estéril. Santa Fe
de Bogotá es su Capital”. Nuestra Mérida de finales del siglo XVIII era
súbdita de Bogotá.
Luego continúa especificando que este territorio: “Pertenece al Rey de España desde 1536, por
el valor y habilidad de Sebastián de Benalcázar, y de Gonzalo Ximenez de
Quesada. Cuenta 943 poblaciones y sitios, entre ellas 62 Ciudades y 21 Villas”.
Nuestra Mérida venezolana era una de esas 21 villas del Virreinato de Nueva
Granada. Sigue el diccionario: “El
terreno de esta Provincia está tan elevado sobre el nivel del mar, que aunque
muy próximo a la línea, su clima es bastante templado. Sus valles no ceden en
fertilidad a ningunos de la América; y en las partes elevadas encuentran
piedras preciosas de diferentes especies. […] Las Ciudades de esta Provincia
están florecientes, muy pobladas, y con señales de nuevos acrecentamientos por
medio del cultivo, y la industria, y por la comunicación con Cartagena y el río
Drinoceo”.
Pues bien, esta era la realidad de la Mérida neogranadina,
hoy venezolana, una villa fértil en frutos al norte de la Nueva Pamplona.
Pudiéramos quedar inconformes con los datos contenidos en este diccionario,
pero, en honor a la verdad, eso era para su momento la ciudad y eso es lo que
en el resto del mundo se sabía de ella, o al menos según la visión general de
D. Antonio Montpalau, quien, es de suponer, nunca estuvo personalmente en todas
las ciudades descritas en su obra, pudiéndose comprender alguna imprecisión.
A juzgar por el mapa que acompaña este artículo, que es
fechado en 1776, es decir, 17 años antes de la publicación del libro citado, la
descripción del mismo no se aleja tanto de la realidad puntualizada por el
diccionario, ya que, como se evidencia en dicho mapa, la villa de Mérida
constaba de al menos 6 templos y una treintena de casas, algo realmente
pequeño, considerando las dimensiones de otras ciudades venezolanas de la
época, como Maracaibo, del que se dice en este diccionario que era una: “Ciudad rica y considerable de la América
Meridional, Capital de la Provincia de Venezuela. Hay en ella un gran comercio
en cueros, cacao el mejor de toda la América, y excelente tabaco. Se apoderaron
de ella los Flibustieres en 1666, y 1678. Está sobre la boqueta o garganta de
mar que comunica con el gran lago de su nombre”.
P.A
García
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