“EL PUEBLO NO GOBIERNA”
Iniciemos nuestro comentario aclarando el significado
etimológico de la palabra “democracia”, a saber, que es entendida como el “gobierno del común de la población por
medio de representantes o en asamblea directa”. El gran filósofo
Aristóteles toma en cuenta a la democracia como una de las tres formas -según
él- para ejercer el gobierno de un Estado, las otras dos eran la monarquía y la
aristocracia. Ahora bien, la democracia suele ser más oportuna para pequeñas
comunidades, donde evidentemente es más posible el conocimiento mutuo de los
habitantes.
Entonces, ¿será la democracia compatible con la Iglesia?,
veamos algunas consideraciones. El jesuita español Jorge Loring explicó muy
detalladamente cómo la sociedad actual pretende entender el concepto
democrático. Nos refiere el citado autor:
“Hoy está de moda la democracia; pero la verdad y el bien no dependen de lo que
diga la mayoría”. La Iglesia es la portadora de la Verdad y está
perpetuamente comprometida con el bien, y esta verdad y bien son valores
absolutos. En ciertos temas
referentes a la naturaleza humana, como la verdad y el bien de las cosas, “una minoría de entendidos vale más que una
mayoría que no lo es”. Pues, ciertamente que “si se trata de la salud, vale más la opinión de tres médicos que el resto
de un grupo mayoritario formado por una peluquera, un carpintero, una profesora
de idiomas, un arquitecto, etc.”. Para el padre Loring hay un caso justo en
los que cabe ser democráticos, y es “cuando
todos los que opinan entienden del tema”, no bastando por ende la opinión
de la mayoría si ésta no está capacitada para opinar, es decir, que no entienda
del tema. Culmina el autor aludido
ratificando que “la democracia mal
empleada puede ser funesta” y cita las palabras de Francisco Bejarano: “los ignorantes son muchísimo más numerosos
que los sabios y los votos de unos y otros valen lo mismo”, por desgracia
nada más verdadero.
Hemos visto la realidad democrática secular, en la que
muchas veces el ejercicio de esta forma de gobierno suele ser la menos adecuada
para regir los destinos de los pueblos, es decir, no todo debería someterse a
elección de una mayoría. La Iglesia desde siempre ha entendido y mantenido que “el pueblo debe ser enseñado; no seguido”,
lo que en latín es “populus est docendus,
non sequendus”.
Antes de saber por qué la Iglesia para sí misma excluye el
elemento democrático, debemos comprender cuál fue la voluntad de su Fundador
con respecto a la autoridad y gobierno de su Iglesia. Bien es conocida la cita
de Mateo 16, 18 en la que Jesús entrega las llaves del Reino a Pedro y le hace
base de la Iglesia naciente. En esta cita Pedro es constituido fundamento de la
Iglesia. Pero si él recibiese la autoridad para ejercerla con dependencia del
pueblo, ya la Iglesia no se apoyaría sobre Pedro, sino Pedro sobre la Iglesia,
entonces, por Proposición: “Cristo
confirió inmediatamente la autoridad del gobierno eclesiástico a san Pedro y a
los apóstoles, y a los sucesores de éstos, pero de ningún modo al pueblo”.
Según el sentido de Juan 20, 21 Cristo envió a sus
Apóstoles como Él mismo fue enviado por su Padre: es así que Cristo fue enviado
con plenitud de potestad sin ninguna dependencia del pueblo; lo que debe
comprenderse de igual manera con sus Apóstoles. Y en el sentido de Mateo 28, 18
los Apóstoles son enviados igualmente por la plenitud y potestad de Cristo,
para que le engendren un pueblo, y después de engendrado, lo rijan “enseñándoles a guardar todas las cosas…”. En
este segundo caso, no hay intermedio ningún pueblo entre el Señor y sus
Apóstoles, pues más claramente éstos poseían la plenitud de potestad antes que
el pueblo existiera.
Como hemos visto, la Iglesia no es una democracia. La
Iglesia debe ser gobernada por hombres capaces de desempeñar tal servicio.
Estos hombres no son elegidos democráticamente por el pueblo, por el contrario,
es Dios mismo quien elige a los gobernantes de la Iglesia, como lo dejó claro
san Pablo a los cristianos de Galacia, cuando en la carta dirigida a ellos les
saluda diciéndoles: “Pablo apóstol, no
por los hombres, ni por medio de hombres, sino por Jesucristo y Dios Padre”
(Gal 1,1), por eso comprendemos que los jerarcas de la Iglesia, como los
Apóstoles, recibieron la plenitud de potestad inmediatamente de Cristo, y deben
ejercerla independientemente del pueblo.
Hasta donde vamos, hemos visto y comprobado que la Iglesia
no es una democracia, sin embargo, es preciso hablar de la elección de obispos
y del mismo Pontífice Romano. Con respecto a los obispos, en la Iglesia
primitiva no era el pueblo quien los elegía, sino los Apóstoles por sí mismos,
por ejemplo, Pablo y Bernabé en Hechos 14, 22 constituyeron presbíteros y
obispos en cada ciudad.
Los jerarcas de la Iglesia ejercen su gobierno sirviendo al
pueblo, pero en calidad de mandatarios, como un padre usa de su potestad en
bien de los hijos, pero no la recibe de éstos ni la ejerce con dependencia de
ellos. Es por eso que los Apóstoles y sus actuales sucesores los obispos son
“príncipes”, aunque, a ejemplo de Jesús que vino a servir y no a ser servido,
les conviene procurar, no su propio bien, sino el de los fieles, como buenos
padres y pastores.
No obstante para la Iglesia la democracia no es una opción,
pero sí que lo es para el mundo, de ahí que san Juan XXIII la recomendara en Pacem in terris, (#52): “Ahora bien, del hecho de que la autoridad
proviene de Dios no debe en modo alguno deducirse que los hombres no tengan
derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la forma de gobierno
y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad”.
Dejo para otro artículo el tema de “las elecciones en la
Iglesia”.
P.A
García
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