“VERITAS ET VITA”
Nos refiere el Catecismo de la
Iglesia Católica que: “Dios ha creado al
hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la
iniciativa y del dominio de sus actos”[1],
esto significa que le ha creado libre y capaz de seguir la voz de su
conciencia. Pero, ¿cómo se entiende la libertad desde la fe cristiana?,
responde el mismo texto magisterial: “La
libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no
obrar. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en
la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a
Dios”[2],
por ende, libertad sin Dios no es auténtica libertad.
En la actualidad existe una urgente necesidad de revalorar
el significado de la libertad de conciencia en los hombres, entendiéndose éste “en el sentido
de que el hombre en el Estado tiene el derecho de seguir, según su conciencia,
la voluntad de Dios y de cumplir sus mandamientos sin impedimento alguno”[3], en la expresión de León XIII. En seguida nos viene al caso el tema
de la democracia como garante de la libertad de conciencia, sin embargo,
tengamos cuidado con esta posible afirmación, pues, no siempre democracia es
sinónimo de libertad.
Para
el padre Jorge Loring S.I., “la
democracia no es un mecanismo para definir lo que es verdadero o falso, bueno o
malo”[4].
Si pretendemos convertir la democracia en el sustituto de la capacidad racional
del hombre para conocer la verdad, nos equivocamos. El cristiano, amparado por
su fe, tiene el derecho y la obligación de defender lo bueno y lo verdadero
ante la sociedad para procurar que la verdad y el bien se reflejen en las
leyes. Éste sería el sentido cristiano de la democracia.
La
auténtica libertad de conciencia, “la
libertad digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad
de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión” (León
XIII), es más, “la suprema autoridad de Dios sobre los hombres y el supremo deber del
hombre para con Dios encuentran en esta libertad cristiana un testimonio
definitivo”. Sería un grave error pensar que la libertad cristiana bordea
democráticamente con el espíritu de insurrección y de desobediencia. Claro está
que “cuando el poder humano manda algo
contrario a la voluntad divina, traspasa los límites que tiene fijados y entra
en conflicto con la divina autoridad. En este caso es justo no obedecer”.
Ahora
bien, el cristiano debe estar convencido de que su libertad de conciencia ha de
ser vivida conforme a las enseñanzas de la Iglesia, que ha sido la principal
protectora de este valor, pues, como lo precisó san Juan Pablo II, “la autoridad de la Iglesia, que se
pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad
de conciencia de los cristianos; no sólo porque la libertad de la conciencia no
es nunca libertad con respecto a la verdad, sino siempre y sólo en la verdad,
sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia
cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer,
desarrollándolas a partir del acto originario de la fe”[5].
La
única referencia que el Concilio Vaticano II hace a la libertad de conciencia
es mencionada cuando precisa “el derecho
de la Iglesia a establecer y dirigir libremente escuelas de cualquier orden y
grado, [siendo que] esto contribuye
grandemente a la libertad de conciencia, a la protección de los derechos de los
padres y al progreso de la misma cultura”[6]. La
Iglesia sabe que desde la educación cristiana, se fundan las bases para que los
hombres crezcan adecuadamente formados en la libertad de conciencia.
“La verdad os hará libres” (Jn 7, 32) es una sentencia del
Evangelio que no ha perdido su esplendor, pues la libertad es la fuerza de la
vida, que redime al ser humano, existencialmente, de la opresión del pecado, de
la condena y de la muerte. En nuestros días, comprender la libertad de
conciencia desde la espiritualidad cristiana, no es otra cosa que reconocer que
nuestras vidas están naturalmente orientadas hacia Dios, el Supremo Bien y
Verdad, esa misma Verdad que nos hace libres.
P.A
García
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