“PRO DEFUNCTIS”
La palabra latina “réquiem”
es popularmente usada en la piedad cristiana cuando se ora por los difuntos, por
eso tenemos la jaculatoria: “Requiem
aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace.
Amen”, que se traduce como: “Concédeles,
Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en
paz. Amén”. “Réquiem” es la forma acusativa de “réquis”, que significa
descanso, de ahí que cuando se habla (o se hablaba) de “Misa de Réquiem”, se
hace referencia a la misa que se celebra teniendo como única intención orar por
el eterno descanso de los difuntos, lo que hoy en día se conoce como “Misa
Funeral” o “Misa de Aniversario de Defunción”, que no es lo mismo que “Misa
Exequial”.
¿Qué es la Misa Exequial[1]? Las
exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia en la que se
expresa la comunión eficaz con el difunto, aprovechándose de anunciar la vida
eterna a la asamblea reunida para despedir al cristiano que ha sido llamado por
Dios. En esta misa está el cuerpo presente del que ha muerto.
La Misa Exequial como la Misa Funeral, expresa[2] la
comunión con los difuntos, pues, la Iglesia peregrina, desde los primeros
tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y
también ofreció por ellos oraciones, “pues
es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de
sus pecados” (2 Macabeos 12, 45).
Las Misas de Réquiem –como se les llamaba antes del Concilio
Vaticano II- ahora conocidas como Misas Funerales, (no exequiales), son de las
más celebradas en la vida cotidiana parroquial, esto puede arrastrar un posible
abuso y desproporción en muchas de las parroquias de nuestra Iglesia
latinoamericana, problemática que no es nada actual, sino que es herencia de
los errores y desviaciones del pasado, incluso previos al Concilio Vaticano II,
y que éste mismo no pudo corregir. ¿Por qué abuso? Porque en muchas partes se
suele omitir la misa diaria por la celebración de funerales o Misas de
Difuntos.
Esta problemática, como se ha dicho, no es para nada
actual, se tienen indicios preconciliares –como el siguiente- y postconciliares
-como en la vida diaria-. A continuación les presentaré una valiosa reflexión
al respecto, publicado hace más de 70 años, en “El amigo del Clero”, órgano
oficial del arzobispado de Lima, año LIX, abril de 1950, n° 1499. El artículo
reflexivo está ubicado dentro de la sección “liturgia” y tiene como título:
“Las Misas de Réquiem”.
Como es mi costumbre, presentaré el texto original en
cursiva y mis comentarios personales inmersos en el discurso.
Comienza el autor de este comentario, cuyo nombre es
difícil de pronunciar, diciendo que: “En
muchas parroquias las misas de “réquiem” se multiplican de una manera excesiva;
no es raro encontrar iglesias en las cuales todos los días hay “una misa de
negro”. Este es un verdadero abuso que produce graves consecuencias en el
sacerdote y los fieles. Lo primero en resaltar es que para la mentalidad
preconciliar ya era tenido por abuso la constante y única celebración de estas
misas, cuyas consecuencias las sufre en primer lugar los sacerdotes, y en
segundo lugar la feligresía. ¿Realmente pueden haber consecuencias negativas de
esta realidad? La respuesta la tendremos en el resto del comentario.
Seguidamente el autor hace un brevísimo panegírico sobre
las misas de difuntos, aseverando que: Sin
duda la misa de “réquiem” constituye, respecto a los difuntos, un acto de
caridad espiritual; para el sacerdote que la celebra y para los fieles que la
siguen, ella constituye una lección elocuente sobre la vida futura. Y en
seguida advierte tajantemente: Mas, por
ello, suprime fatalmente la misa del día: multiplicar las misas “in negris”, es
reemplazar el Misal por la “Misa pro defunctis”. Esta última frase es muy
fuerte, pues se reconoce que con las misas de difuntos constantes y supliendo
las del día, se está reemplazando toda la riqueza de la liturgia contenida en
el Misal, por una sola fórmula lícitamente aplicable, pero no de uso excesivo.
Y finaliza esta idea el autor: Ahora bien
el Sacrificio, no lo olvidemos nunca, es “por todos los fieles”.
Hablando particularmente de los fieles vivos, no de los
difuntos, el autor explica que: Es de la
verdad total, sembrada en todas las páginas del Misal, que ellos tienen
necesidad de nutrirse; se comprende el daño que se les causa imponiéndoles casi
cotidianamente la misma página, por más bella y rica que sea. El resultado
cierto y nefasto: rutina, fastidio, falta de cuidado, falta de esfuerzo,
desinterés progresivo. En las palabras finales se apuntan con diáfana
precisión los resultados de usar diaria y únicamente las misas de difuntos:
rutina, fastidio, falta de cuidado, falta de esfuerzo, desinterés progresivo,
entre tantos otros resultados negativos que podrían anotarse sin temor a la
equivocación. Nótese evidentemente que en cada resultado copiado del autor, sería
necesario especificar que es vivido por “clero y pueblo”, porque es así, en
primer lugar por el clero, que es el acostumbrado a presidir las ceremonias, y
en segundo lugar por el pueblo, que las asiste a ciegas.
El autor finaliza su reflexión con el siguiente exhorto: El pastor que tiene cura de almas está
obligado a la discreción; él reaccionará, si es necesario, contra la tendencia
invadente, haciendo comprender a sus fieles que la misa puede ofrecerse por los
difuntos sin ser una “misa de negro”. Evidentemente es tarea del sacerdote
catequizar a su feligresía para que comprendan esto: que todos los difuntos
pueden encomendarse en las intenciones de una misma celebración eucarística, y que
el sacrificio es un acto social que interesa a toda la Iglesia. Disminuyendo
así la excesiva frecuencia de las misas de “réquiem”, el pastor no quitará a
los difuntos nada del beneficio de la oración de sus hermanos y salvaguardará
los intereses espirituales de sus fieles. Abate Theyssen[3]
Ahora bien, según el Código de Derecho Canónico (#905), el
sacerdote está obligado a celebrar al menos una misa diaria, y como máximo dos
o en casos extremos hasta tres. Pensemos en esto cuando somos conscientes de
que hay parroquias en las que se celebra una misa a cada hora, completando en
una jornada de la mañana hasta 7 misas, sin contar todas las que se puedan
celebrar durante la tarde. Esto es realmente un abuso. La misa no se puede
parcializar de esa manera. En una parroquia promedio, deberían celebrarse como
máximo dos misas diarias, una en la mañana y otra en la tarde, y en esas misas
encomendar las almas de todos los fieles difuntos que se quieran, sin necesidad
de celebrar una misa por cada difunto, para complacer a familias concretas.
No es justo que un sacerdote tenga que celebrar más de dos
o tres misas diarias para complacer las intenciones de los difuntos de cada
familia. No es justo que los católicos asistan a misa solamente cuando en ellas
se está encomendando el alma de un familiar fallecido. Tampoco es justo que los
sacerdotes, conociendo las normas de la Iglesia y los peligros de abusar de la
liturgia, sigan complaciendo a sus feligreses con misas particulares por cada
difunto, cuando perfectamente todos los difuntos pueden ser encomendados en una
sola celebración.
Para finalizar es bueno preguntarnos: ¿cómo comprender el
sentido de la Misa? En la Misa, el pueblo de Dios se reúne para celebrar la
Palabra del Señor, orar por las necesidades del mundo entero, cantar alabanzas
y dar gracias a Dios por su obra creadora y salvadora, para recibir a
Jesucristo en la Comunión y, después, para ser enviados en el Espíritu como
apóstoles del Evangelio.
Nos hace falta más formación litúrgica, que en realidad es
formación cristiana, para valorar y comprender lo que celebramos en los
sacramentos, de manera especial en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Hagamos el compromiso de formarnos en este sentido y de formar a los demás,
para que vivamos nuestro catolicismo con alegría.
P.A
García
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