Éxodo capítulos 2 y 5
Moisés es un hebreo nacido en Egipto que fue rescatado de
las aguas y criado por su propia madre para luego entregarlo a la hija del
Faraón. En la adultez, Moisés es consciente de que su pueblo está siendo
maltratado en Egipto, primero asesina a un egipcio que encontró maltratando a
un hebreo, luego pretende poner paz entre dos hebreos que discutían, pero al
sentirse descubierto del crimen anterior decide huir lejos. En el corazón de
Moisés estaba sembrada desde su infancia la semilla de la justicia divina, la
misma que más adelante le llamaría a emprender una misión salvífica y
liberadora de su pueblo oprimido. Moisés escucha la voz de Dios que le envía al
rescate de los hijos de Israel. Dios se presente como el Dios de Abrahan, Isaac
y Jacob, como el “Yo soy”, revelando su nombre a Moisés y especificando que en
su nombre debía dirigirse al Faraón para pedir la liberación del pueblo. Moisés
es el prototipo de la elección de Dios a sus servidores, él comprende el
llamado divino y con dudas y tropiezos busca cumplir con la voluntad que Dios
personalmente le ha manifestado. Moisés, habiendo cometido un crimen al
asesinar a un egipcio, sintió la culpa de haber obrado mal y temiendo por su
propia vida abandona su país para ocultarse, sintiéndose forastero, pero es en
este destierro que Moisés tiene unas segunda oportunidad, su bondad y
generosidad le hizo contraer matrimonio con un reconocido personaje de aquella
zona lejana y es así como años más tarde, pastoreando un rebaño el pie del
monte Horeb, escucha nuevamente el llamado de Dios. En Moisés vemos cómo Dios
es un Dios de oportunidades, capaz de reafirmar el llamado en aquellos que
huyen de él por el miedo o por el fracaso. El destierro de Moisés fue su mejor
preparación para la misión que Dios le tenía encomendada. En el silencio, en la
meditación, en la reflexión, se logra esclarecer el plan divino. Moisés hablaba
cara a cara con Dios, su relación tan cercana le permitió obrar grandes cosas
con la confianza de sentirse secundado por Dios. Moisés era un profeta cuya
sola presencia inspiraba respeto, pues no hablaba a los hombres en nombre
propio, sino como enviado del Creador del Universo. El proyecto salvífico y
liberador de Moisés es una prefiguración del ministerio de nuestro Señor
Jesucristo, quien nos liberó definitivamente de la esclavitud del pecado y de
la muerte. Los valores que más me llaman la atención de la vida de Moisés son
su gran capacidad de esperar en Dios, su obediencia y valentía.
Mi historia, como la de Moisés, también es
historia de salvación.
En la reflexión personal de los hechos y acontecimientos de
mi vida siempre me ha gustado ver la voluntad de Dios manifestada. Como
creyente en Dios, procuro ver todas las realidades de mi propia existencia
relacionadas con el plan que Dios me tiene preparado, es por eso que, a juzgar
por las experiencias buenas y malas que he vivido, puedo decir confiadamente
que mi historia es historia de salvación.
La realidad espiritual, motor de nuestra vida cristiana, es
para mí el fundamento sobre el que se cimenta toda mi vida, sin la
espiritualidad que procuro mantener, yo quedaría completamente vacío, como un
“sepulcro blanqueado”. Aunado a la espiritualidad está la dimensión humana, que
es la que hace en concreto que el espíritu obre conforme el querer de Dios, por
eso, espiritualidad y humanidad van de la mano, necesariamente la una a la par
de la otra, pues de esta manera se va configurando mi vida a los ideales de
Jesucristo, verdadero Dios (espiritualidad) y verdadero hombre (humanidad).
Espiritualidad y humanidad son los elementos que van haciendo de mi vida una
historia de salvación personal.
Todas las experiencias de mi vida, buenas y malas, han sido
salvíficas, pues en todo he visto la mano de Dios obrando prodigios. De los
errores he aprendido y me he sentido corregido por Dios, y de los aciertos me
he sentido sostenido por Dios, porque mi éxito es posible solo por estar
conectado a Dios.
P.A
García
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