“EL
CAMPEADOR”
Con altísimas pretensiones de resumir
la historia, me animo a escribir unas breves palabras al respecto, pues, tuve
la oportunidad de escuchar, no leer, la totalidad del Cantar del Mio Cid, en un
audiolibro de acceso libre en la más famosa plataforma de videos. Fueron casi
tres horas consecutivas de una voz masculina natural en perfecta lectura que me
fue narrando cada uno de los tres cantares de los que se compone el texto atribuido
por algunos a Per Abad en 1207. Mientras empastaba
con mis propias manos un cúmulo importante de hojas que deseo conservar en mi
biblioteca, fui escuchando sin distracción alguna la lectura íntegra de esta
gesta posiblemente anónima, cuyo protagonista es don Rodrigo Díaz, oriundo de
Vivar, una población castellana del norte de España, cuya fortuna apeó en
desgracia al enemistarse con el rey Alfonso VI por envidias y mentiras que en
su contra idearon los adversarios jurados.
Lo
más maravilloso de este relato es que está escrito en prosa, con
aproximadamente 3735 versos, siendo la primera obra poética de tal magnitud escrita
en castellano. El libro en físico yo lo tengo comprado desde el 1 de octubre de
2021, el cual adquirí en una feria en el centro de la ciudad de Ayacucho, sin
embargo solo me había limitado a revisarlo por encima, sin leerlo como se debe,
y ya vemos que no fue necesario, pues esta edición es una adaptación juvenil
que en nada es fiel al texto original, siéndome provechosas solamente las
anotaciones críticas e históricas que aparecen generosas al pie de las páginas.
Según
el texto en físico que poseo son en total tres cantares o libros, subdivididos
cada uno en nueve capítulos. El Cantar Primero se titula “El Cid en el
destierro”, y se cuenta cómo Rodrigo Díaz de Vivar es desterrado por el rey Alfonso,
teniendo que ir con los suyos hasta las proximidades de Burgos, para luego ser
aconsejado por Martín Antolínez para que consiga dinero de unos judíos
dejándoles dos cofres llenos de arena. La esposa del Cid Campeador, doña
Jimena, y sus dos hijas, doña Elvira y doña Sol, son resguardadas en el monasterio
de San Pero de Cardeña. Antes de salir del reino de Castilla, el arcángel Gabriel
se aparece en sueños al Cid para animarle a seguir cabalgando, asegurándole la
protección de Dios. Por aquellas épocas la invasión musulmana de la península ibérica
obligó al paso de Rodrigo Díaz de Vivar a librar batalla contra los moros, derrotándoles
con audacia y aprovechando las proezas y riquezas bien habidas para enviarle
presentes al rey don Alfonso, los cuales son recibidos por este, pero sin
llegar a levantarle el destierro. Finaliza este Cantar Primero con la clemencia
que tuvo el Cid para con el conde de Barcelona, quien después de haber sido
derrotado por el Campeador, es liberado luego de una prisión en la que se le obligó
a comer y beber como única condición para optar clemencia de don Rodrigo Díaz
de Vivar.
El
Cantar Segundo, narra “Las bodas de las hijas del Cid”, pero sin
antes dejar de precisar las victorias contra los reinos moros de Valencia y
Sevilla, de cuyas caballerías vuelve a valerse don Rodrigo para agasajar al rey
Alfonso, consiguiendo de Su Majestad le permitiese traer para Valencia a su
esposa e hijas que aguardaban en el monasterio de Cardeña. Es en Valencia donde
el Cid Campeador nombra obispo a don Jerónimo, un sacerdote que había oído
hablar de la guerra santa contra los moros y, admirando al Cid, se había
presentado ante él para solicitarle le permitiese participar en batalla. Sigue en
Cantar con las victorias consecutivas que tiene Ruy Díaz en las batallas contra
los reyes y emires de Marruecos, para alegría de él y angustia de su mujer. El rey
decide levantar el destierro al Cid y consiguen reunirse ambos a las orillas
del rio Tajo, seguidamente el rey pide al Cid que sus hijas fueran dadas por
esposas a los infantes de Carrión, don Diego y don Fernando González, del reino
de León, del cual también era soberano don Alfonso. A don Rodrigo no le agradó
tal petición, pero aceptó las nupcias para no desairar al rey. las bodas se celebraron
en Valencia con mucha pompa y dotes.
El
Cantar Tercero, último tramo de esta interesante historia, “La
afrenta de Corpes”, explica con detalle un curioso espectáculo en el que,
escapándose un león de una jaula, hizo quedar en ridículo a los yernos del Cid,
pues actuaron con cobardía ante el peligro que significaba la fiera liberada, y
para mayor deshonra de los infantes de Carrión, fue el mismo don Rodrigo quien
imperioso devolvió al felino a su lugar. A partir de este episodio los infantes
de Carrión maquinan en sus mentes la venganza contra el Cid y sus caballeros. Del
conde de Barcelona el Cid había tomado la espada Colada en el último capítulo
del Primer Cantar, y en este último ganó del rey Búcar de Marruecos la espada
Tizona, ambas armas de gran valía serían parte de a dote del Cid a sus yernos
don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión. En el robledal de Corpes ultrajaron
a sus esposas, quitándoles la ropa y azotándolas hasta el cansancio, dejándolas
por muertas prosiguieron su camino hacia Carrión. Doña Elvira y doña Sol son
socorridas por un primero suyo y llevada de vuelta a Valencia. Ruy Díaz herido
en su honor reclama a don Alfonso, quien convoca las cortes en Toledo para
reparar el daño de los infantes, a quienes les corresponde devolver el dinero
de las dotes, las espadas y librar batalla con caballeros del Cid, para ser
derrotados en su honor. Finaliza el Cantar Tercero con las nuevas nupcias de
doña Elvira y doña Sol con los infantes de Navarra y de Aragón, para feliz reparación
de estas. El Cid Campeador, don Rodrigo Díaz de Vivar fallece en Pascua de resurrección.
El
aspecto religioso está muy presente en toda la obra, como es de esperarse dadas
las fechas de su redacción. En este sentido me gustaría solo apuntar un breve
texto del Cantar Primero, capítulo IV, en cuyo contexto se puede ubicar a doña
Jimena, postrada ante un altar, elevando una oración a Dios en la que suplicaba
la protección de su marido con estas hermosas palabras:
¡Tú, Señor glorioso,
padre que en el cielo estás,
que hiciste el cielo y la tierra,
y al tercero día el mar,
que hiciste luna y estrellas,
y el sol para calentar,
que en Santa María Madre
fuiste carne a tomar,
y que naciste en Belén
conforme a tu voluntad;
tú, que por nuestra tierra
anduviste treinta y dos años,
enseñándonos milagros
que nunca se han de olvidar,
que del agua hiciste vino
y de los guijarros pan,
que a Lázaro resucitaste
porque sí fue tu voluntad,
que dejaste te prendieran
y te llevaran al Gólgota
y que en la cruz te dejaste clavar;
tú, que del sepulcro supiste resucitar,
y a los infiernos bajaste,
las almas de los justos a rescatar;
a ti, rey de los reyes,
Padre de la humanidad,
a ti adoro y en ti creo
con toda mi voluntad,
y a San Pedro ahora le pido
que me ayude a rogar
por Mio Cid el Campeador,
para que entre tú y él
le guardéis de todo mal,
y que, si hoy nos separamos,
vivos nos vuelva a juntar!
Como podrán apreciar, este texto del Cantar del Mio
Cid es propiamente un símbolo de la fe o Credo escrito en versos, muy admirable
y bastante exacto en la manera de presentar las principales verdades de la fe
católica.
Hasta aquí mi comentario sobre este maravilloso
texto legendario cuya historia puede ser seguida por las crónicas de la época. La
historia del Cid es la de todos aquellos hombres y mujeres que hemos sido
desterrados por las envidias e inventos de aquellos que poco aprecio nos guardan.
Dios quiera y tengamos honra final, cual Campeadores del mundo.
P.A
García
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