viernes, 21 de octubre de 2016

Reflexión del Domingo XXX del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXX 


Apreciados hermanos en la fe, sean bienvenidos a la Acción de Gracias Dominical. Hoy la Iglesia celebra la “Jornada Mundial por las Misiones”. El Señor se complace con tenernos hoy en su presencia, pues venimos dispuestos a cambiar, en busca de un Dios que es Palabra, que nos habla y se deja encontrar. Hermanos, que este día sea un nuevo comienzo en nuestras vidas, para reafirmar nuestra fe en Jesús y seguir preparándonos espiritualmente para el encuentro con él. Dios nos ama, nos exhorta, nos muestra su camino y nos da la paz y la serenidad en el alma.

Primera Lectura: (Eclo 35,15-17.20-22) En esta parte del libro del Eclesiástico se nos presenta al Señor como un juez, que no juzga según las apariencias humanas, sino que toma en cuenta lo que hay dentro del corazón del hombre. De igual manera debemos hacer nosotros, es decir, valorar a los hermanos no por lo que tienen, sino por lo que son, por lo que representan para nosotros, pues bien sabemos que todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Esta lectura también hace referencia a la actitud humana correcta a la hora de hacer oración, e indica con claridad que es menester nuestro orar con perseverancia, hasta que Dios nos escuche, él siempre nos escucha, solo que muchas veces pedimos y no sabemos si es lo que Dios quiere, por eso hay que dar paso a que la voluntad de Dios se cumpla en nuestras vidas, así como en el cielo y en la tierra, eso se llama: confiar en la Divina Providencia.

Segunda Lectura: (2Tim 4,6-8.16-18) Pablo, en la segunda carta a Timoteo expresa una experiencia propia en el seguimiento del Señor y la predicación del Evangelio, narra cómo fue abandonado por sus hermanos en la lucha por el Reino, pero de igual manera apunta su confianza en la presencia del Señor, el cual nunca lo abandonó, por el contrario le dio la fortaleza necesaria para seguir adelante. Ahora el bienaventurado Apóstol de los gentiles sabe que es merecedor una corona de gloria, la misma que tendrán también todos aquellos que perseveren hasta el final. Hermanos como Pablo debemos esforzarnos por decir: he luchado bien el combate, he corrido hasta la meta. No nos desanimemos cuando alguien no abandone, que en esos momentos sepamos que si Dios está con nosotros, nada nos podrá derrotar. No busquemos la soledad, recuerden que somos seres sociales. A solas solo con Dios, pero sin olvidarnos de que también lo podemos conseguir en el hermano, en el prójimo.

Santo Evangelio: (Lc 18,9-14) La parábola del Fariseo y el Publicano, pretende hacernos entender de una vez por todas que, no somos nada ante Dios, sí, somos sus hijos, pero el pecado nos lleva a alejarnos de él. Aquí lo importante es acercarse a Dios, que siempre nos espera con los brazos abiertos, como está en la cruz, nos espera para aceptarnos tal y como somos, pero hay una cosa que Dios no soporta, los corazones soberbios, como el del Fariseo, que creía ser justo ante Dios porque vivía sujeto a leyes y preceptos de hombres, por el contrario el Publicano, sumiso en una profunda humildad, lo único que hacía era: golpearse el pecho diciendo, Dios apiádate de mí, que soy un pecador, bien, pues esta actitud hemos de imitar, no el hecho de andar golpeándonos el pecho delante de todos, para que nos vean y tal vez crean en esa falsa piedad, sino lo que debemos imitar es la humildad a la hora de orar. Toda la vida puede ser oración, es decir, diálogo constante con Dios. Cuando somos humildes somos capaces de perdonar con mayor facilidad a los demás, somos capaces de comprenderlos, ya que antes nosotros mismos hemos descubierto nuestra propia miseria. Luchemos por salir de nuestros templos justificados ante Dios, y que no se nos olvide nunca que: todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido, por Dios.

Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación (2Co 5,19).

P.A
García

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