sábado, 29 de octubre de 2016

Reflexión del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

Reflexión del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario


Muy queridos hermanos todos. Sean bienvenidos a esta Celebración Eucarística, donde estaremos participando del encuentro con Dios y con nuestros hermanos en la fe. Pidamos al Dios de la Misericordia que nos dé un corazón dócil a su palabra de amor y salvación, y que como a Zaqueo, nos mire y entre a nuestra casa.

Primera Lectura: (Sb 11,22-12,2) En la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría se nos recuerda que nuestro Dios ama la vida y no se complace en la muerte y la destrucción, sino que perdona nuestros pecados y nos da la oportunidad de ser mejores. Esto nos invita a no ser jueces unos de otros, porque Dios que nos ha creado quiere que vivamos para el bien, para amarle a él y a los demás. El Señor nos ha creado en medio de una realidad personal que no se puede negar, de esa manera, de esa forma Dios nos ama, él nunca nos rechaza por lo que somos, sino que, como lo dice esta lectura, aparenta no ver lo pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse. El Señor ama al hombre porque es su criatura. Y nos invita constantemente a cuidar de su obra, a amar tabién la creación de Dios. 

Segunda Lectura: (2Tes 1,11-2,2) La segunda lectura es clara en la fidelidad que debemos guardar a la fe en Cristo Jesús. Son muchos los mensajeros de hoy en día, pero el Señor nos habla a través de sus elegidos, para que no nos perturbemos fácilmente, sino que por el contrario vivamos de cara a Dios que nos invita todos los días a comenzar de nuevo, para obrar el bien y permanecer en paz. De igual manera, Pablo nos anima a orar unos por otros, para que Cristo reine en todos y por medio de todos se haga presente en esta sociedad. Que comprendamos de una vez por todas que el ser discípulos de Jesucristo nos debe lanzar a  la calle a anunciar su palabra, con hechos, con obras que demuestran lo que realmente llevamos por dentro. Estemos alertas porque Dios no deja pasar oportunidad para hablarnos, exhortarnos y llevarnos a la felicidad de los hijos de Dios.

Santo Evangelio: (Lc 19,1-10) En el Evangelio de este domingo, el Señor nos invita a bajarnos de nuestros propios orgullos para seguirle a él. Así como Zaqueo subió a un árbol para encontrarse con Jesús, que también nosotros venzamos todos los obstáculos para acercamos a Dios. El detalle está en que, antes de que nosotros busquemos al Señor, él nos encuentra y nos mira con misericordia. Cuantas veces somos nosotros mismos los que creemos estar buscando a Dios, y cuando menos lo percatamos somos encontrados por Dios. Jesús es el rostro de la misericordia del Padre, quien lo ve a él ve al Padre que lo ha enviado, por eso sus actitudes debemos imitar, recibir a todos y no despreciarlos, como el caso de Zaqueo, que era el jefe de los publicanos y por ende era considerado un corrupto y pecador, era excluido de la sociedad judía, pero Cristo no vive del qué dirán, sino que rompe los esquemas e incluye en su plan de salvación a los renegados por la sociedad. Que el Señor nos de la fortaleza para aceptar a todos dentro de nuestras comunidades de fe. Y que al recibir a Dios en nuestras casas, podamos decir: hoy a llegado el Reino de Dios en mi corazón.

Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia Señor (Sal 15,11).
P.A
García

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